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El sapo mítico
Dioses de Lambayeque De otro lado, en la tradición oral andina y contemporánea, no es extraña la presencia de hombres serpiente que procediendo del mundo subterráneo, copulan con mujeres de este mundo. Estos relatos proceden de comunidades quechuas de Cusco (Lira, 1990; Arguedas, 1949) y han sido ampliamente discutidas (Ortiz, 2004). De acuerdo con tal análisis, el relato quechua hace constante referencia a la serpiente y sus contextos, haciendo énfasis en los siguientes aspectos: el rol fecundador elemental, pero además, de las connotaciones referidas al término Machajwa, como serpiente, con movimiento ondulante, ola, por lo tanto agua, el mar (Ortiz, 2004: 28-29).
El Sapo Mítico
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Una de las expresiones iconográficas más destacadas de la base del vaso B de Denver, es la representación de un enorme batracio, dada la escala de los demás personajes (Fig. 236). De hecho se trata de un personaje de mucha importancia cuyas características más resaltantes son, el uso de la “cara máscara” lambayecana, que lo sacraliza; el cuerpo cubierto de rombos con círculo central y finalmente el dedo “pulgar” de las cuatro patas tiene una extensión que se enrolla como un espiral. En su entorno hay aves y por encima de su rostro la copa de un árbol que brota de la burbuja 4 de la deidad serpiente.
Es interesante anotar que dentro del cuerpo de la serpiente, se aprecia un conjunto de 6 semicírculos -tres adosados al borde superior y 3 al borde inferior- dentro de los cuales se repite el mismo modelo de batracios en pequeño tamaño. Estos se generan encapsulados, dentro de una burbuja individual al interior del cuerpo de la deidad serpiente, por tanto también es su progenitora.
A nivel etnográfico, el sapo expresa una cercana relación con el agua, la lluvia y por lo tanto es una de las expresiones más importantes relacionadas con la fertilidad. El croar de los sapos anuncia la lluvia para muchas comunidades andinas. Su ciclo biológico es particularmente interesante ya que es parte de una metamorfosis que implica un tiempo de renacuajo, en la que adopta una forma inicial de pez-serpentiforme que evoluciona dentro del agua hasta convertirse en un sapo adulto que requiere siempre de medios húmedos para sobrevivir. Su presencia es altamente benéfica, ya que se alimenta de insectos potencialmente dañinos para la agricultura. Al mismo tiempo, sus cualidades culturales se orientan hacia el campo de la medicina tradicional, siendo parte de una dieta especial para combatir diversas enfermedades.
Su presencia en el pasado fue de mucha importancia, siendo expresado de modo especial en artefactos del más alto nivel religioso, incluyendo objetos de metales preciosos, como vasos de oro para libaciones rituales en los que aparece a veces como único personaje, al mismo nivel de representaciones del rostro de una deidad, o la concha sagrada del Spondylus. En otros casos se conocen representaciones de sapos en collares de oro, siendo abundantes las representaciones en cerámica en casi todas las culturas peruanas. Es interesante el haber sido representado en vasijas moche de boca ancha, en las cuales el sapo muestra una flor bajo su garganta, que generalmente aparece en representaciones de zonas muy húmedas, y en la parte posterior, la “cola” se confunde con representaciones de yuca o maní, sugiriéndose que estaría simbolizándose el inicio de la estación húmeda y su culminación con la cosecha de los tubérculos (Golte, 2010: 124, fig. 8.7). Así, las representaciones de batracios en la sociedad moche, podrían estar concebidas también como marcadores de tiempo. Se ha mencionado asimismo la estrecha relación entre representaciones de frutos de pepino con representaciones de sapos y bofedales, que al mismo tiempo, establecen una relación necesaria entre dos elementos opuestos y complementarios (op cit, 202-203).
La decoración de su cuerpo con rombos y círculo central expresa un simbolismo inherente a su naturaleza y su rol. Recordemos que este rombo o diamante es aun considerado en comunidades quechuas de Cusco, como el símbolo por excelencia del motivo Inti (sol) y cuando está subdividido en cuatro partes, es denominado como IntiCocha (sol-agua), que expresa un concepto de dualismo. Un rombo con círculo central, es conocido como ñawi y está referido a un ojo o puquio de agua (Silverman, s/f: 98) concepto que desde nuestro punto de vista, expresa muy bien el
Fig. 236
Dioses de Lambayeque simbolismo de los batracios en relación a la humedad, fuentes de agua y fertilidad (Ver Hocquenghem, 1989).
Los rombos incluyen a personajes de la más alta jerarquía mítica como la deidad representada en Huaca de La Luna cuyo rostro ocupa el centro de una serie de rombos continuos (Fig. 237). Estos rombos son enmarcados con serpientes amarillas sobre fondo negro y el personaje central tiene el rostro de color rojo sobre un fondo blanco. A veces este rostro cambió a color azul para luego ser repintado de rojo.
Al exterior de los rombos, predominan bandas paralelas y llanas de color rojo y blanco, expresando así un concepto opuesto y complementario. Considerando el cambio de color en el rostro de esta deidad, de un rojo encendido a un rostro azul oscuro, puede corresponder a un ritual de repintado relacionado con el cambio de estación.Este simbolismo del color no es único y puede ser observado también en contextos arquitectónicos Lambayeque, como el caso de Huaca Chotuna y Chornancap, o el caso del templo precerámico de Ventarrón. En ambos casos, el discurso pareciera ser el mismo: la pintura mural del interior de cada templo luce predominantemente los colores amarillo y negro, mientras que al exterior, los colores rojo y blanco son los predominantes. Al respecto hemos dicho lo siguiente:
“En la Plataforma de la Ola Antropomorfa, cubierta por dunas y vegetación del desierto, se describe el largo y complejo proceso de remodelaciones que tuvo lugar en el edificio. El hallazgo destaca los aspectos formales de un recinto de índole ceremonial, decorado con la conocida y clásica ola marina Lambayeque, a la altura del friso del muro, expresada con pintura tricolor: ola negra sobre fondo amarillo, con el resto del muro pintado de blanco hasta el piso. El muro de contención de la plataforma que alberga el recinto, presenta una fachada decorada con pintura roja y blanca, en un patrón ajedrezado. En este caso, parece que se usó además en otro momento, el mismo ajedrezado con pintura amarilla y roja. El conjunto, parece repetir así, lo que Donnan encontró en Huaca de los Frisos (Huaca Gloria), en donde los relieves son de color amarillo, con un fondo gris oscuro (que da una coloración negruzca), en el interior de un patio (bajo un espacio techado); se asocian en el muro exterior, con el motivo de “peces” y símbolos escalonados con el mismo tratamiento de color, en rojo y blanco con un zócalo amarillo. Podemos atrevernos a sugerir que esta antesala roja – blanca - amarilla (de sentido heliaco), externa al recinto de los relieves o pintura en amarillo y negro (de sentido opuesto, asociado a las profundidades marinas),

Fig. 237