
26 minute read
La república aristocrática y sus poderes
CONTINUACIÓN DEL CAMINO BUROCRÁTICO
El pueblo de Lima y de otras ciudades del Perú fue el factor determinante para que Piérola coronase con éxito su propósito: fue quien puso la sangre y los muertos; y una fracción de las clases dominantes, quienes se llevaron la gloria. Una vez más el pueblo confió en un hijo y representante del orden y una vez más fue engañado y traicionado.
Advertisement
La instauración del también llamado “Segundo Civilismo” no fue un cambio significativo, menos una revolución. A pesar de haber nacido como consecuencia de un movimiento salpicado de sangre y terror, no fue un cambio de clase que hubiese significado la transformación de todo el sistema.
El Estado sufrió apenas un “rasguño”, fue, como diríamos hoy, “un cambio de mocos por babas”; mas, por el contrario, significó el florecimiento de una forma de pensar, vivir, sentir y actuar: Fue la coronación de un tipo de sociedad que en forma consciente e inconsciente había venido germinando en la mente y el alma de los grandes terratenientes y comerciantes, a quienes Luis Alberto Sánchez les ha dedicado la novela Los Señores, pero diferenciados de la Gran Burguesía que tomará cuerpo precisamente en estos años, es decir entre 1890 y 1900.
Estos “señores”, como ya se ha dicho anteriormente, ligaron a su poder económico su cultura occidental, su dominio sobre las demás nacionalidades, también por supuesto su piel blanca y trataron de convertir a Lima en una réplica, aunque pálida, de la ciudad y vida parisiense.
Esta sociedad tuvo sus características muy marcadas y una de ellas es la que menciona el sociólogo francés Francois Borricaud: “En la sociedad peruana del Siglo XIX y de principios del Siglo XX, un reducido número de las familias podía decidir acerca de lo esencial sin tener que preocuparse mucho por lo que pensara o deseara la masa de la población. Evidentemente cabría matizar esta fórmula: la oligarquía civil tenía que contar a la vez con los militares y con las emociones más o menos imprevisibles de las masas de Lima, de Arequipa, de Trujillo.” (Borricaud, 1967: 10). LA REPÚBLICA ARISTOCRÁTICA Y SUS PODERES
-EL PODER ECONÓMICO. La estructura económica de la sociedad de entonces experimentaba una lenta y paulatina evolución de feudal a semifeudal gracias al desarrollo de las fuerzas productivas hacia formas y métodos capitalistas, hecho que tiene su primer hito, como ya se ha dicho, en el período
del guano y el salitre. Este hecho significa el socavamiento de las bases de la economía natural, el mismo que determinó el aceleramiento de la división social del trabajo, la generación de cierto mercado interno y la transformación del campesino y del artesano en obrero. La aparición de la clase obrera está ligada necesariamente a su antípoda, en este caso la gran burguesía. El acentuamiento del carácter semicolonial de esta sociedad está ligado íntimamente a ello y se materializa en el conjunto de inversiones de capital imperialista, principalmente el estadounidense, en sectores como la agroindustria, minería, banca, transportes, textilería, etc.
A continuación enumeramos algunas firmas que operaban en el país: La International Petroleum Co., para explotar el petróleo en Piura; la Grace, la Gildemeister, los Larco, en la agroindustria; la Cerro de Pasco en la minería; la industria del algodón y de los viñedos en Ica, ligados a la familia Picasso Peratta; en Arequipa, los Ricketts y los Gibson se encargaron de la comercialización de lanas y cueros; la D'onofrio, la Duncan Fox, entre otros, fueron las más importantes. Es además la etapa en que aparecen las organizaciones como la Sociedad Anónima Recaudadora de Impuestos, la Sociedad de Agricultura, la Sociedad de Minería, la Sociedad de Industrias, la Cámara de Comercio, la Asociación de Ganaderos del Perú, entre otras.
Precisamente en estos años (1890-1900), se puede hablar ya con propiedad de dos fenómenos de capital importancia para la comprensión posterior de nuestra sociedad. Es lo referente al capitalismo burocrático y a la gran burguesía o burguesía intermediaria, si es que queremos parafrasear a Mariátegui. Estos dos fenómenos fueron entendidos en su real dimensión por Mao Tsetung, quien hizo importantes aportes al desarrollo de la teoría del socialismo científico.
El capitalismo burocrático (ver al respecto la investigación del historiador Lorenzo Huertas) lo entendemos como el capitalismo que desarrolla el imperialismo en un país atrasado (semifeudal y semicolonial, como el Perú) y ligado a los grandes terratenientes feudales. Este tipo de capitalismo tiende a controlar las arterias vitales de la economía y para esto se ve en la imperiosa necesidad de convertir al Estado en el primer empresario, en palanca impulsora del proceso económico, esto lo notamos a partir de 1895.
Con esto no se quiere decir que Nicolás de Piérola, Presidente entonces, fuera representante neto de la gran burguesía. Él hablaba de un “Estado auténtico y técnico”. Jorge Basadre interpreta este hecho así: “El Estado, pues, debía ser auténtico. Además debía ser un Estado técnico. ¿Qué es un Estado técnico según Piérola? La declaración de principios del Partido Demócrata lo indica claramente. Es un Estado con funcionarios eficientes, al margen de los vaivenes
políticos: con una organización tributaria racional y justiciera; con un presupuesto exacto y escrupuloso; con una contabilidad honesta; con un servicio seguro y ordenado del tesoro con una moneda sana; y es, al mismo tiempo, un Estado con un ejército disciplinado, ilustrado y moral, con una policía educada y capacitada con un cuerpo de leyes adecuadas y cumplidas.” (Basadre, 1981: 44)
El mismo sociólogo Julio Cotler clarifica mucho más este punto diciendo: “Al tomar el Poder, Nicolás de Piérola tuvo que adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones económico-sociales por la que atravesaba el país, favoreciendo el desarrollo del capital que debía permitir la recuperación de la producción y la reconstrucción del aparato estatal. En ese sentido la acción del pierolismo consistió en modernizar el Estado, a fin de permitir a la emergente burguesía contar con los medios institucionales necesarios para lograr su inserción periférica en el capitalismo internacional. Esto significó en las condiciones entonces existentes en el país la reorganización del ejército y la entrega de los recursos públicos a los grupos que controlaban la marcha de la producción.” (Cotler, 1978: 129)
Estrechamente ligada a este fenómeno está la aparición de la gran burguesía, que es producto de la fusión o colusión de las dos fuerzas anteriormente mencionadas (gran capital imperialista y terratenientes feudales).
Esta gran burguesía es la que da proyección y futuro al capitalismo burocrático, no sólo se contenta con el control estatal, que es producto del dominio económico pues busca también convertirse en clase dominante a nivel ideológico y cultural en general y para esto es el Estado la principal arma a su servicio.
La gran burguesía desde su nacimiento busca compartir el Poder con los terratenientes y comerciantes, es decir con los señores, ya que es hija de sus entrañas; los predecesores de la gran burguesía estuvieron ligados, como es bastante conocido, a las finanzas inglesas, principalmente. Esta alianza se irá deteriorando en la medida que la gran burguesía va creciendo y comprende la imperiosa necesidad de desplazar a sus socios de los principales cargos públicos y del propio Estado. (El Gobierno de 1912 a 1914 fue un ensayo de lo que sucederá posteriormente en la pugna por el poder estatal.) Esto no implica la liquidación de “los señores”, significa solamente el desplazamiento y la mantención como socios menores, como fue a la postre con el Gobierno que se inició en el año 1919.
A nivel internacional, esto está ligado también al desplazamiento a un segundo plano de las fuerzas imperialistas ligadas a los grandes terratenientes
(en este caso, Inglaterra) y su correlato lógico es la entronización de sus socios mayores a nivel también internacional (EEUU).
José Carlos Mariátegui nos ilustra con cifras sobre lo sucedido en esta etapa de nuestro análisis diciendo: “La participación del capital estadounidense en la explotación del cobre y petróleo peruanos, que se convierten en dos de nuestros mayores productos, proporciona una ancha y durable base al creciente predominio yanqui. La exportación a Inglaterra que en 1898 constituía el 56.7% de la exportación total, en 1923 no llegaba sino al 33.20 %. En el mismo período, la exportación a EEUU subía del 9.5% al 39.7%. Y en este movimiento se acentuaba más aún la importación, pues mientras la de Estados Unidos en dicho período de 25 años pasaba del 10% al 38.9%, la de Gran Bretaña bajaba del 44.7% al 19.6%.” (Mariátegui, 1979: 26) -EL PODER POLITICO. Hablar de política es hablar del Estado, porque este organismo es la máxima concretización del poder político, debiendo comprenderse el Estado como el aparato burocrático y militar al servicio de una clase o alianza de clases para oprimir y sojuzgar a otras. Ligado a esto están las demás organizaciones políticas que le dan forma y sustento, entre ellas, los partidos políticos.
El Estado en la etapa de la República Aristocrática, funcionó con cierta representatividad en las grandes ciudades, sobre todo de la Costa; mientras que en provincias y distritos alejados, el Estado hace sentir su presencia a través de las fuerzas coercitivas en alianza con el poder regional o local, es decir con el “odioso sistema del gamonalismo”, ya que en estos años, en vez de debilitarse, se había desarrollado y fortalecido. Un gamonal era más o menos un “Presidente en chiquito”; para ejercer su dominio y opresión, combinaba el poder ideológico con el poder de la fuerza, destacando esto último; era pues el señor de “horca y cuchillo”, quien además de tener a su servicio al gendarme, contaba con el subprefecto, el gobernador y el teniente, y para las tareas más domésticas, con el mayordomo y el caporal.
Ligado al poder coercitivo, disponía del poder ideológico: la iglesia y el cura, la escuela y el maestro, eran sus aliados; por último, el alcalde y el recaudador no escapaban de su dominio. Este poder local y regional imponía sus representantes en el Congreso (Senadores y Diputados) a sus socios mayores, “los señores” de la Capital. Este pequeño número de poderosos era el que hacía y deshacía los destinos de la sociedad en su conjunto. A esta conclusión llegó también el estudioso francés anteriormente citado cuando nos dice: “No corría muchos riesgos al calificar de oligárquico el régimen peruano. Las decisiones las adoptó un pequeño número y, lo que es más grave, para un pequeño número.”
(Borricaud 1967: 8)
Cabe mencionar que muchas veces se generaron conflictos armados entre los señores de la Capital y los señores de provincias; esto sucedía generalmente cuando los capitalinos no aceptaban algunas propuestas de sus socios provincianos. Lo sucedido en los años 20, cuando el cajamarquino Eleodoro Benel se levantó en armas en contra del Presidente Leguía, porque éste no aceptaba dar una diputación a un hijo del gamonal, es la mejor prueba de lo dicho.
Mencionaremos algunos de los apellidos más representativos del poder regional y local para comprender mejor este fenómeno: Los Seminario, en Piura; los Puga, Silva-Santisteban y Cacho Souza, en Cajamarca; Trelles, en Apurímac; los De la Torre, Luna, Escalante, Garmendia, Saldivar, Lisares, en Cusco; los Luna, Macedo, Uribe, en Puno; no mencionaremos los apellidos de Trujillo y Arequipa porque se les dedicará un aparte.
De los dos pilares que sustentan a todo Estado, aquí se desarrollaron fundamentalmente las fuerzas represivas y, dentro de ellas, el Ejército que, a partir del Presidente Nicolás de Piérola, da inicio a su profesionalización, creándose para ello la Escuela Militar. Como consecuencia de lo anterior, tenemos el claro predominio del Ejecutivo sobre los demás Poderes, significando a nivel social el dominio de los grupos de la Capital sobre los provincianos y regionales; éstos últimos hacían sentir su presencia fundamentalmente como miembros del Poder Legislativo.
El Estado y el Gobierno en una sociedad más desarrollada y unificada (capitalista e independiente) son mucho más amplio, influenciando hasta los órganos más alejados del cuerpo social. Este Estado descansa sobre una base lo suficientemente extensa, siendo por eso más representativo. Esto no sucedió ni sucede en sociedades como la peruana. Veamos un indicador, el número de votantes: “En 1899, el número de personas con derecho a voto asciende a 108,597; en 1903, a 146,142; en 1912, a 143,766; y en 1915, a 146,523.” (Autores varios 1979: 157)
Éste es el motivo que lleva a un profesor universitario a decir lo siguiente: “Durante la República Aristocrática, solamente alrededor del 3% de la población total del país tiene derecho al voto. Sobre esta estrecha escena electoral no puede levantarse un sólido poder moral.” (Autores varios 1979: 157)
De esto se desprende que el ordenamiento demoliberal burgués no podía florecer ya que fallaba por la raíz. Así lo comprendió Mariátegui cuando sostenía que: “Sobre una sociedad semifeudal no pueden funcionar ni prosperar instituciones democráticas y liberales.” (Mariátegui, 1979: 57)
En concreto, un Estado limitado y basado principalmente en las fuerzas represivas para el control y cuidado de las grandes ciudades encontró un aliado natural en las regiones y provincias: el gamonalismo, que le dio sustento y base. Eso implica, como hemos dicho, el fortalecimiento del Poder Ejecutivo sobre los demás Poderes. -EL PODER SOCIAL. La cúspide de la pirámide social en este momento estaba compuesta por un cierto número de familias, que hacían descansar su poder económico en la propiedad de la tierra, las minas, el comercio de importación y exportación y en los bancos; su poder político residía, como se ha señalado, en el control y administración del Estado y el Gobierno.
Este grupo es conocido en los círculos aristocráticos con el nombre de los “veinticuatro amigos”, quienes se reunían los días viernes por la noche. El primer nombre que tuvo dicho centro fue: El Club Peruano.
Carlos Miró Quezada nos informa quiénes eran sus componentes: “La tertulia iniciada el 28 de julio de 1892 la formaron Francisco Rosas, Luis Carranza, Pedro Correa y Santiago, José Antonio Miró Quesada, Luis Dubois, Narciso de Aramburú, Ernesto Malinovsqui, Armando Vélez, Manuel Cándamo, Domingo M. Almenara, Estanislao Pardo Figueroa, Pedro Gallaghuer, Ezequiel Álvarez Calderón, Manuel Álvarez Calderón, Calixto Pfeifer, Carlos Ferreiros, Enrique Barreda, Ántero Aspíllaga, Luis Nieto Bryce, Alejandro Garland y Leonidas Cárdenas. Por fallecimiento de algunos de ellos, entraron a integrar la tertulia otros socios, como Felipe de Osma, Augusto B. Leguía, Felipe Pardo, Francisco Tudela y Varela, Antonio Miró Quesada, José Pardo y Víctor M. Maúrtua.” (Miróquesada 1961: 354).
A fin de aclarar lo dicho, cabe acotar que apellidos como Larco, De la Piedra, Fernandini, Gibson, Ricketts, estuvieron ligados directamente a los antes mencionados desde sus orígenes. La relación y vinculación social que este grupo tuvo, es decir su cordón umbilical, fue el parentesco y el matrimonio; teniendo además sus propios lugares de paseo, barrios exclusivos, playas privadas, parroquias, colegios; y también su tipo de vestimenta.
Entre sus lugares de esparcimiento: El Club Nacional, mencionado anteriormente, fue el símbolo. Respecto a estos lugares de encuentro, el estudioso estadounidense Denis Gilbert dice lo siguiente: “El Club de la Unión era otro club de hombres de la élite. Aun cuando era algo menos prestigioso que el Nacional, en general sus asociados coincidían considerablemente. Se juzgaba altamente prestigioso pertenecer al “Lima Polo-And Hunt Club’ y al ‘Jockey Club’, al igual que figurar en el directorio de la Beneficencia, una organización de bienestar semipública dominada siempre por la clase alta. En 1896, los
Aspíllaga, los Beltrán, los Bentín, los Ferreyros, los Lavalle, los Olaechea, los Mujica y los Miró Quesada estaban entre las familias oligárquicas representadas en el directorio de la Beneficencia.” (Gilbert 1982: 38)
El Club Nacional, que era el Centro y la vida de estos “veinticuatro amigos”, es descrito por Luis Alberto Sánchez de la siguiente manera: “Ocupaba un edificio de dos pisos, con desván en la parte trasera de la casa en la calle de Núñez, en la misma acera y a cuarenta metros de ‘El Comercio’, (…) tenía un ancho patio en el piso de abajo, desde el cual ascendían hacia el segundo dos escalinatas de mármol convergentes en el centro de la galería superior. Estaba íntegramente decorado con rosas, laureles, jazmines y palmas. Las enormes y lujosas arañas de cristal de bacarat iluminaban como si fuese el sol. Los lacayos de frac hacían guardia desde la puerta y un piquete del regimiento escolta, con sus cascos plateados, prestaba teatral decorado al conjunto. Bajo las escaleras había una banda de músicos que alternaba con la orquesta situada en el segundo piso.” (Sánchez 1983: 57)
La vestimenta al estilo parisiense, para ellas, y a la inglesa, para ellos, seguía predominando y además otras costumbres que el autor arriba citado nos revela: “Los hombres caminaban más de prisa y usaban muchos de ellos escarpines de paño, en su mayoría de color plomo, aunque algunos lo usaban de color patito, esto es, yema de huevo apagada. Las mujeres usaban el pasito punteado, saltadito y pieles que les rebozaban el rostro. No pocos llevaban con gracia, como un cetro, livianos paraguas. Le dernier cir de la mode: como en París. (…) Lima tenía también su ‘fog’, como Londres. Los caballeros vestían de oscuro; ellas también. El jirrn estaba en su apogeo. La confitería de Broggi y Dora, socios Suizos, abrían sus puertas, las de la confitería y las del salón de helados, a su vera, en Espaderos. No había en ella lugar para nuevos parroquianos. El aire olía a almendra, azúcar, crema de leche, chocolate y vainilla.” (Sánchez, 1983: 31)
En los banquetes era común el “menú de los seis platos”. En una recepción que se le brinda a don Augusto B. Leguía en el Club Nacional con motivo de haber sido elegido Presidente de la República en 1908, se sirvió lo siguiente, a decir del minucioso Sánchez: “Un menú interminable: seis platos con un ponche a la romana, a la mitad para aliviar la digestión. Espárragos, consomé al Jerez, corvina en salsa de alcaparras, pechuga de pato con lomitos en salsa biarnesa y papas suffles, ensaladas, helados flambes y todo rociado con jerez, chablis mosela, sain emilion, Borgoña, nuevamente oporto, champaña, brandy y mistelas y, claro, café negro y cigarros puros.” (Sánchez, 1983: 58)
Los principales cargos públicos (no hablemos de los privados por ser obvio)
estaban ocupados por miembros de esta élite. En Lima, por ejemplo, desde el Presidente hasta el Prefecto, pasando por todos los cargos de importancia, eran ocupados por miembros de este grupo.
En Figuras y Figurones, fueron implacablemente denunciados por don Manuel Gonzales Prada en estos términos: “Un José Pardo y Barreda en la Presidencia, un Enrique de la Riva Agüero en la Jefatura del Gabinete, un Felipe de Osma y Pardo en la Corte Suprema, un Pedro de Osma y Pardo en la Alcaldía Municipal, un Antonio de Lavalle y Pardo en la Fiscalía, anuncia un Felipe Pardo y Barreda en la legación en Estados Unidos, a un Juan Pardo y Barreda en el Congreso y a todos los demás Pardo, de Lavalle, de Osma y De la Riva Agüero donde quepan.” (Gonzales Prada, 1971: 101 y 102)
Los gustos y costumbres de esta élite eran por demás refinados; las fiestas religiosas, primaverales, patrias o matrimoniales eran motivo de lucimiento y competencia, ya que la indumentaria en su totalidad era importada de Europa. Esta competencia de elegancia y lujo era motivo de largos comentarios y no cesaban hasta un nuevo acontecimiento; cuando no había indumentaria que estrenar en algún otro acontecimiento, éste era sencillamente pospuesto, tal como sucedió en 1873 cuando una fiesta con motivo del Aniversario Patrio fue diferido hasta el 9 de septiembre porque aún no llegaba al Callao el barco que traía la ropa desde París y Londres. -EL PODER IDEOLÓGICO. La ideología como una forma de la conciencia, que es un reflejo de la vida material en general y a la vez con un grado de sistematización y ordenamiento, no contó para la élite dominante.
No podían tener un cuerpo más o menos configurado de ideas ya que la aristocracia nace y vive en un momento de transición de una mentalidad feudal a una mentalidad imperialista, “es una extraña mezcla”, como diría un famoso poeta de estas mentalidades decrépitas decadentes. Éste es el motivo que le impide forjar, ordenar y sistematizar ideas y valores propios; por el contrario, se limitaron a la caza de ideas y valores extranjerizantes, sobre todo europeos y a la vez rememoran el pasado feudal. La institución que de alguna forma sirvió para cohesionar en este nivel a la élite fue la Iglesia, por ejemplo, mediante la celebración de fiestas religiosas como la del Señor de los Milagros y Santa Rosa, en Lima; el Señor de los Temblores en el Cuzco; el Señor de Luren en Ica; el Señor de Locumba en Moquegua y la Virgen de la Candelaria en Puno y Arequipa.
La Iglesia cohesionó a la élite y aglutinó a gruesos sectores del pueblo tras de ésta. Lo dicho al principio es la razón determinante del por qué no tuvieron una claridad mínima para comprender la sociedad en su conjunto; eran en
realidad unos “forasteros”. Y el Perú, para ellos, no era más que la “hacienda grande” a la que se debía gobernar bien con el “tornillo o, si no, con el martillo”, a decir de un señor de la época.
La aristocracia gobernante, por no conocer el Perú, no logró esbozar un plan ni forjar un proyecto de mediano o largo alcance para construir esta sociedad, además no tenían ni orgullo ni sentimiento de ser peruanos; en el fondo, la idea de “Nación, Patria y Pueblo” poco les interesaba, de ahí que un descendiente de esta élite social, Víctor Andrés Belaúnde, un tanto resentido con su clase, a principios de siglo reclamó en voz alta: “¡Queremos Patria!”
Este grupo como tal no tenía futuro y hasta se podría decir que estaba herido de muerte, no tenía proyección ni ideales. Su vida giraba en torno a banquetes, comilonas, borracheras, abundancias y derroches, es decir, una vida “poltrona y sanchopancesca”, que fue criticada ácidamente por Manuel Gonzales Prada en los siguientes términos: “Simultáneamente, se dan corridas de toros, funciones de teatro; opíparas comilonas. Civilistas, Cívicos y Demócratas, todos se congratulan, comen y beben en cínica y repugnante promiscuidad. Todos convierten su cerebro en una prolongación del tubo digestivo. Como cerdos escapados de diferentes pocilgas, se juntan amigablemente en la misma espuerta y en el mismo bebedero.” (Gonzales Prada, 1969: 17)
Esta élite, a consecuencia de lo descrito, no forjó intelectuales, no hubo entre ellos una pluma capaz de hundir la mirada “Audaz y compasiva en la entraña cálida y sangrienta del presente.” (Mariátegui, 1975: 35)
En ninguno de los planos o niveles existía una concepción clara de lo que se quería hacer. Simple y llanamente, se gobernaba sin tener en cuenta el momento histórico por el cual se atravesaba. Los pocos intelectuales que aparecen serán para justificarlos, burlarse y zaherirlos o pulverizarlos. Esta opinión es compartida por el sociólogo Sinecio López, quien al respecto dirá: “La incapacidad política de la clase dominante de la oligarquía y de los gamonales, para elaborar un proyecto nacional está ligada a su dificultad para convertirse en clase dirigente, para pasar de la clase al partido, del interés material al interés político, del interés particular al interés general. Por un lado, la carencia de intelectuales orgánicos, y por otro lado, el carácter mismo de estas clases dominantes.”
A renglón seguido agrega: “Las clases dominantes no han desarrollado una cultura propia y, menos aún, una cultura nacional. Su estilo de vida, sus patrones de consumo, sus gustos artísticos y su problemática intelectual se entroncan más con los mercados extranjeros de España, Londres y París que con las necesidades nacionales.” (Autores varios, 1979: 143)
Prosiguiendo consecuentemente con su mentalidad señorial, imitativa y prooccidental, los intelectuales de entonces se limitaron a repetir el ejercicio mental dominante en Europa y particularmente en Francia. De ahí que el positivismo tuvo marcada influencia en estos sectores, que dicho sea de paso también era en alguna forma un avance en el desarrollo de las ideas, al ser la expresión de cierto desarrollo capitalista y posteriormente se convirtió en concepción y método de la gran burguesía en pleno desarrollo. A la par con el positivismo, el espiritualismo no había muerto y su reacción al positivismo filosófico no se hizo esperar.
El sociólogo anteriormente citado dice: “El Espiritualismo no es sólo una reacción al positivismo filosófico, sino también expresa, al interior de la derecha civilista, las añoranzas, dudas y vacilaciones de los sectores aristocratizantes frente al optimismo positivista que veía en el desarrollo capitalista la solución de los problemas del Perú.” (Autores varios, 1979: 144)
Al interior del positivismo hubo dos corrientes: por un lado, la mesurada y reformista, representada por Prado, Polar, Capello, Cornejo, Wiesse y Villarán; y, por otro lado, el ala radical representada por Gonzales Prada, quien se declaró “enemigo personal de Dios y de Pardo”. Gonzales Prada terminó, como es bastante conocido, en el anarquismo y éste, a decir de Marx, no es más que el liberalismo consecuencia, a ultranza.
Así como el positivismo es la levadura espiritual del desarrollo capitalista, las fuerzas retardatarias eran lo suficientemente fuertes todavía y algunos intelectuales inscriben sus nombres actualizando a Bartolomé Herrera. Intelectuales de la talla de Deústua, Riva Agüero, Belaúnde y Óscar Miró Quesada, entre otros, serán los más representativos; algunos de ellos se convirtieron con el correr del tiempo en portaestandartes del fascismo criollo, demostrando una vez más que la base filosófica de este fenómeno es el neotomismo o espiritualismo. En el último capítulo del presente ensayo, analizaremos detalladamente estos planteamientos ideológicos que aquí apenas esbozamos.
Uno de los canales para difundir la ideología de las clases dominantes es la instrucción pública. En esta etapa no existía un Ministerio de Educación, la instrucción era extremadamente reducida, las clases dominantes tenían sus colegios especiales para educar a sus hijos: El estudioso Denis Gilbert dice: “Hacia comienzos de siglo, ‘San Pedro’ para las niñas y la ‘Recoleta’ para los varones eran los más prestigiosos (…) Una limeña de clase alta perteneciente a una familia prominente, que estudió en el ‘San Pedro’ en la cumbre de la República oligárquica, recuerda, ‘Era muy íntimo. Mis padres eran amigos de
los padres de las otras niñas.’ Había alumnas cuyas familias no integraban la alta sociedad y eran ‘tratadas con igualdad’ pero se les excluía de las fiestas dadas por las niñas de la sociedad misma. Tampoco los padres de las niñas del círculo de la élte permitían que éstas aceptaran invitaciones de dichas alumnas.” (Gilbert, 1982: 38)
En otros casos eran enviados a formarse y educarse en colegios de las capitales europeas.
La educación primaria era la más difundida, pues la mayoría de capitales distritales del país contaba con este nivel mientras que la secundaria era algo elitizada, ya que no todas las capitales de provincias contaban con ésta.
Por último, la educación superior fue mucho más elitizada, a las 4 universidades existentes agréguese el restringido número de vacantes. La Universidad en lo fundamental era aristocratizante, era el centro donde las clases dominantes difundían sus ideas y formaban a sus futuros intelectuales y sucesores. San Marcos, el símbolo de ello; pero allí también hubo fuego cruzado entre las ideas positivistas en desarrollo y las espiritualistas en decadencia. El sociólogo Ernesto Yepes dice: “A finales del siglo pasado, en la Universidad de San Marcos, las Facultades de Derecho, Letras, Ciencias políticas y Medicina se van convirtiendo en santuarios de la nueva perspectiva. Eminentes y doctos profesores vierten las nociones de ‘Método científico’, ‘Orden y Progreso’, a través de los cursos que dictan en la vieja casa de estudios. Los más importantes quizás son: Javier Prado y Ugarteche, Mariano H. Cornejo, José Matías Manzanilla y Manuel Vicente Villarán.” (Yepes, 1971: 166)
Pero en términos generales, la Universidad de San Marcos es descrita en los años 20 de la siguiente manera por José Carlos Mariátegui: “La Universidad de Lima es una Universidad estática. Es un mediocre centro de linfática y gazmoña cultura burguesa. Es un muestrario de ideas muertas. Las ideas, las inquietudes, las pasiones que conmueven a otras universidades, no tienen eco aquí. Los problemas, las preocupaciones, la angustia de esta hora dramática en la historia humana no existen para la Universidad de San Marcos.” (Mariátegui, 1979: 82)
Refiriéndose a los catedráticos, denunciaba: “Nuestros catedráticos no se ocupan ostensiblemente sino de la literatura de su curso. Su vuelo mental, generalmente, no va más allá de los ámbitos rutinarios de una cátedra. Son hombres tubulares, como diría Víctor Maúrtua; no son hombres panorámicos. No existe entre ellos ningún revolucionario, ningún renovador. Todos son conservadores definidos o conservadores potenciales, reaccionarios activos o reaccionarios latentes, que en política doméstica, suspiran impotente y nostálgicamente por el viejo orden de cosas. Mediocres mentalidades de
abogados, acuñados en los alveolos ideológicos del civilismo; temperamentos burocráticos, sin alas y sin vértebras, orgánicamente apocados, acomodaticios y poltrones; espíritus de clase media, ramplones, huachafos, limitados y desiertos, sin grandes ambiciones ni grandes ideales, forjados para el horizonte burgués de una vocalía en la Corte Suprema, de una plenipotencia o de un alto cargo consultivo en una pingüe empresa capitalista. Estos intelectuales sin alta filiación ideológica, enamorados de tendencias aristocráticas y de doctrinas de élites, encariñados con reformas minúsculas y con diminutos ideales burocráticos, estos abogados, clientes y comensales del civilismo y la plutocracia, tienen un estigma peor que el analfabetismo; tienen el estigma de la mediocridad. Son los intelectuales de panteón de que ha hablado en una conferencia John Mackey.” (Mariátegui, 1979: 83)
El literato Luis Alberto Sánchez, coincidiendo en parte con Mariátegui, nos dice: “Las universidades correspondían exactamente a la mentalidad y a la realidad económica de entonces. Eran universidades de puro abolengo colonial, de doctores togados y estirados, reñidos con un concepto realista de la vida.” (Sánchez, 1939: 55)
Para terminar este aspecto, es importante mencionar la polémica al interior de las clases dominantes en torno a la instrucción pública librada por el positivista Manuel Vicente Villarán y el espiritualista Alejandro Deustua.
Otro medio de difusión ideológica es la comunicación, que en esta etapa era por lo demás arcaica, rudimentaria y restringida. En este aspecto el problema nacional se eleva nuevamente al primer plano. Las clases dominantes agregan a su “castellano bien hablado”, el inglés, el francés y el italiano; mientras que las grandes mayorías, aparte de su “castellano mal hablado”, principalmente de la Costa y las grandes ciudades, usaban el quechua y en menor escala el aimara. Aquí reside el problema, el cómo las clases dominantes se comunican con el resto del país, al cual, como ya se ha expresado, lo consideran como una “chacra gigante”. El Perú profundo ve en estos señores la reencarnación de los pizarros, los valverdes y areches, a quienes los consideran como gente forastera, de hablar y vivir totalmente diferente a ellos.
Esa vida señorial y la mentalidad clerical predominante no sólo era propio de la “Ciudad Jardín”, las ciudades provincianas trataban de imitarlos y hasta cierto punto se sentían dueños de gustos, costumbres y formalidades propias de sus socios mayores de la Capital. El autor del libro La Rebelión de los Provincianos confirma lo que veníamos sosteniendo. Leamos: “Las provincias eran un feudo político, intelectual, económico, moral y artístico de la Capital.” (Guevara, 1959: 37)