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Tercer prólogo
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
Después de cinco años de haberse publicado la primera edición y habiéndose agotado la segunda de Perú, mito y realidad, creemos conveniente, para esta tercera edición, dar algunas explicaciones y, a la vez, hacer ciertas precisiones en torno a algunos puntos del texto original.
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En el libro intentamos explicar fenómenos sociales y políticos sucedidos en el Perú, recurriendo a la historia y, simultáneamente, tratamos de comprender cómo los mismos han ido contribuyendo o no a la formación de la nación peruana. De ahí pretender, como insinúan algunos, que el presente sea un texto de historia propiamente dicho no tiene asidero, ya que los objetivos trazados y el camino transitado lo alejan de esta disciplina.
Hemos tomado algunos hitos y personajes que en la vida real existieron, pero que, asimismo, han sido potencializados como hechos extraordinarios y como superhombres por los estudiosos al servicio de las clases dominantes. Es decir, han creado y generado ese fenómeno que los especialistas denominan “mito” con la única intención (a falta de auténticos héroes y verdaderos hechos) de controlar ideológica y políticamente y, a vez, perennizar su dominio sobre el conjunto del pueblo. De ahí que hemos trabajado indistintamente. El mito del Tahuantinsuyo. El de la conquista con su religión católica. El de Garcilaso. El de la Independencia. El del Caballero de los Mares o el Brujo de los Andes. Etcétera.
En contraposición a todo esto, han ocultado deliberadamente la realidad y sus hechos, sí realmente extraordinarios, así como a sus verdaderos héroes de carne y hueso. De ahí la poca importancia que se le ha dado en los estudios al indio campesino, como elemento fundamental en el proceso histórico de nuestra sociedad y base principal de la nacionalidad peruana en formación, la acción de los artesanos y, en los últimos cien años, al proletariado moderno, es decir, al pueblo en su conjunto.
Pocas veces se habló del papel de los indígenas, por ejemplo, en los años de la Independencia, en los sucesos de Lima de 1872, en la Guerra del Salitre; se ocultó a Ushcu Pedro y se levantó a Atusparia en los sucesos de 1885 en Ancash. La intención es que el pueblo no se reconozca y, así, no se encuentre consigo mismo y nunca adopte la ideología que lo oriente a tomar el poder político, a derrumbar el sistema imperante y construir en su reemplazo otro, totalmente nuevo y diferente; y más bien persista en ver las acciones de las clases dominantes como hazañas suyas, y a sus héroes como hijos de sus entrañas.
En el largo proceso que estudia este libro, hemos visto cómo las clases
sociales, vía sus luchas, han ido impulsando el proceso histórico; cómo estas clases se han vinculado al Estado, como dominantes y explotadoras unas y como dominadas y explotadas otras. Las luchas libradas entre ellas han sido de diverso carácter y en distintos niveles, pero en ellas ha destacado sobremanera la violencia. El historiador Juan José Vega dice: “La violencia era ya muy antigua en nuestra tierra. Desde Chavín, sin duda. Los incas enfrentaron numerosos levantamientos, como lo indican tradiciones como los de la Piedra cansada, recogida en el drama Ollantay y varias sublevaciones de las aristocracias provincianas anti-cuzqueñas.” (Vega, 1991: 60)
Y en otro párrafo, como resumen, el historiador citado concluirá afirmando: “... todo el Perú ha sido tierra de importantes convulsiones.” (Vega, 1991: 60)
Con la llegada de los europeos, esta violencia se acentuó, hasta llegar en determinadas zonas a niveles de exterminio, hecho que ha continuado a lo largo de toda la colonia y también en la llamada etapa republicana. Y en ellos, una vez más, el sector social más dinámico y activo, por su misma ubicación en la producción ha sido el indio-campesino, levantando siempre su derecho a la posesión de la tierra. Por este motivo han sucedido muchas tempestades, temblores y revueltas a lo largo de más de diez siglos, pero, como dice José Carlos Mariátegui: “… todas han sido ahogadas en sangre”, el orden no ha tenido “ni compasión ni clemencia”, su respuesta “ha sido marcial” y “la puna ha guardado luego el trágico secreto de estas respuestas”.
Pero esta constante comienza a cambiar cuando a fines del siglo XIX hace su aparición en la escena de la historia una nueva clase: El proletariado moderno, que está llamado históricamente a desempeñar un papel de Vanguardia de las demás clases en el proceso de transformación.
Por lo tanto, como hemos visto en este panorama general de nuestro proceso histórico, la evolución ha sido una constante en desmedro de la revolución (que a nivel social significa un cambio de una clase social antagónica por otra). Así vemos, por ejemplo, que la nobleza quechua absorbió y neutralizó a las noblezas de las otras culturas para fortalecer su Estado esclavista. En la etapa de la colonia, la nobleza real mantuvo a la república de indios con sus caciques y curacas como aliados fundamentales. Llegada la Independencia, los más beneficiados fueron los criollos, descendientes directos de la nobleza virreinal, quienes heredaron “todos los defectos y ningunas de las virtudes de los hidalgos”. Y a mediados del siglo XIX, un sector de estos señores va a evolucionar (período del guano y el salitre) a burguesía intermediaria o gran burguesía, que años después terminó controlando y orientando no sólo al Gobierno sino al Estado y a la sociedad en su conjunto.
Un tema sobre el cual hay hasta ahora cierta confusión es qué significó el descubrimiento y la conquista de hace 500 años atrás. El debate en tomo a las consecuencias y las perspectivas de esta sociedad, lo tratamos en las páginas que siguen.
Los términos más empleados en estos últimos años para graficar el hecho histórico ocurrido el 12 de octubre de 1492 son el “descubrimiento del nuevo mundo”, el de "encuentro de dos culturas" y el de "invasión a nuestro Continente". El jugar y contraponer frecuentemente estos términos nos demuestra, una vez más, que la gente de este espacio geográfico denominado Perú y sobre todo su "inteligencia", están acostumbradas a "agitar palabras y no cosas"; como decía hace más de 100 años don Manuel Vicente Villarán.
Después de todo, más allá de tal o cual palabra, los términos deben interesarnos para analizar y comprender los hechos concretos, propiamente dicho, sobre todo en este país y en estos tiempos donde las palabras no expresan contenidos ya que los mismos están devaluados y hasta prostituidos.
Lo sucedido el 12 de octubre de hace 500 años es un hecho histórico, de capital importancia, el mismo que sirvió no sólo para demostrar la redondez de la Tierra y a la vez la existencia de otros Continentes, hasta entonces desconocidos, sino que fue el primer gran paso para universalizar nuestro planeta, y esto tiene que ver directamente con el momento histórico que vivía Europa, que no era más que el desplome del modo de producción social feudal con la aristocracia terrateniente a la cabeza y la gestación y desarrollo del modo capitalista de producción con la burguesía como clase de vanguardia, llamada a jugar un papel revolucionario en esa época. Lo dicho es lo esencial, lo fundamental, es el telón de fondo en medio del cual se mueven los actores; a esto agréguese las comedias, las tragedias y los sainetes, las figuras y los figurones, las alegrías y las penas, y así tendremos un cuadro completo del hecho histórico aquí mencionado.
Este acontecimiento se ha dado independientemente de la voluntad de los individuos aislados, al margen del deseo de las personas. Pero sí en concordancia con el deseo, la voluntad y las aspiraciones de las inmensas mayorías. Por tanto, si es que pretendemos ser mínimamente consecuentes con la ciencia de la historia, debemos comprender que lo sucedido aquel lejano 12 de octubre, con los mismos o con otros actores, tarde o temprano, tenía que suceder más o menos como sucedió
España, como producto de su desarrollo histórico natural y más la dominación árabe de siete siglos, se rezagó en el proceso histórico que en términos generales siguió el continente europeo, de ahí que el feudalismo tardío
o castellano en la península se inició, precisamente, luego de la guerra de la reconquista, donde las provincias y Reyes de Castilla y Aragón, llamados católicos, jugaron un papel importante. Por lo tanto, Europa exportó e implantó en el Nuevo Mundo el modo de producción social más atrasado que en dicho Continente aún subsistía. A pesar de que los primeros "aventureros" llegados a estas tierras fueron miembros de los sectores populares, a decir del desaparecido maestro Emilio Choy. Este sistema económico y social encontrará una sociedad andina donde predomina un modo de producción esclavista, el que por necesidades "... administrativas y políticas `mantuvo´... un régimen de comunismo agrario... "
Que el hecho iniciado el 12 de octubre no sólo ha traído flores sino también temblores para los dos mundos, no cabe la menor duda, pero que los mismos han sido de distintas dimensiones y de resultados antagónicos, es también cierto; por eso en la página 28 de este libro, hablando ya de la conquista y sus consecuencias para con la sociedad andina, escribíamos: “Al poner los pies sobre estas tierras los Pizarros, los Almagros y los Valverdes, son precisamente ellos quienes comienzan paulatinamente a dar vida a una economía, una raza, una psicología, un idioma, sobre la base de elementos culturales nativos a los cuales sometieron e incluso aniquilaron, en no pocos casos, con métodos bárbaros y crueles.
Con este hecho se inicia el gran trauma de esta sociedad, pues la invasión trunca toda posibilidad de continuidad y desarrollo autónomo e independiente. La cultura nativa dominante se hubiera convertido posiblemente, no sabemos a qué precio, en la unificadora, ordenadora y orientadora de las demás culturas. La invasión occidental viene a ser el golpe de agravio del cual habla el historiador Pablo Macera, golpe que ha determinado un profundo resentimientos histórico en nuestra sociedad.”
Si esto sucedió por el lado nuestro, por el de los europeos y particularmente de España sucedió otro tanto. Por ejemplo, en el plano económico, dice Eduardo Galeano: “… los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales, estimularon el desarrollo económico europeo. Y hasta puede decirse que lo hicieron posible. Ni siquiera los efectos de la conquista de los tesoros persas que Alejandro Magno volcó sobre el mundo helénico podrían compararse con la magnitud de esta formidable contribución de América al proceso ajeno.” (Galeano, 1989: 34.)
Pero el mayor problema para España es que no tenía las condiciones histórico-económicas para que, en base a la gigantesca fortuna procedente de las colonias, generara su acumulación originaría, desarrollara su mercado interno,
liberara sus fuerzas productivas y así llegara a convertirse en una potencia capitalista ya que, como dice una vez más el autor líneas arriba citado: “Los españoles tenían la vaca pero eran otros quienes bebían la leche. Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaron sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves en tres manos distintas los tesoros de América.” (Galeano, 1989: 34)
Estos becerros (Inglaterra, Holanda y Flandes) crecieron y engordaron y, con su carne y su grasa, se convirtieron por buen tiempo en los dueños del mundo, particularmente Inglaterra. Muy simple. La España imperial, feudal y católica era una colonia de la Europa que nacía al capitalismo y al protestantismo.
A esto agréguese también los cambios sucedidos en el plano de la alimentación, con la consiguiente muerte en una primera etapa, de muchos europeos por el consumo de algunos productos aún no domesticados venidos del Nuevo Mundo como la papa, por ejemplo.
Pero todo hecho histórico natural conlleva necesariamente una reflexión ideológica, ya sea para justificarlo, condenarlo o explicarlo, de ahí que a los pocos años de iniciarse el acontecimiento, encontramos a un buen número de estudiosos que tienen como interés común justificar directa o indirectamente el dominio y colonización de España sobre el nuevo Continente.
A ese conjunto de intelectuales se les ha dado en llamar indistintamente colonialistas o hispanistas, los mismos que recurriendo básicamente a dos argumentos han tratado y tratan de justificar total y plenamente la dominación y el colonialismo. Unos recurrieron al argumento de la superioridad cultural, sostenían que los habitantes de la sociedad andina eran gente semi-salvaje (cuando no salvajes y hasta bestias), por lo tanto se les ha hecho un bien al colonizarlos, acción que se expresaría básicamente en haberlos dotado de una religión superior y de un idioma plenamente constituido.
Otros presentaban el argumento de la superioridad étnico-racial, ya que para ellos el blanco era superior al indio o cobrizo por voluntad divina o desarrollo cultural. Este rosario de personajes comienza con los denominados cronistas, continuando con el controvertido Gómez Suárez de Figueroa (el que después de casi 50 años devino Inca Garcilaso de la Vega), el hoy endiosado cura Bartolomé de las Casas, el clérigo Bartolomé Herrera, los miembros de la llamada generación del 900; hasta el conjunto de intelectuales que ven, en la actualidad, ya no sólo en el modelo español sino en el europeo en su conjunto, la salvación de estos pueblos. Una de las corrientes más propagandizadas de este neohispanismo o “europeísmo” tendría en Hernando de Soto y Mario Vargas Llosa,
con sus teorías de “las sociedades mercantilistas”, “los informales”, “la modernidad” y al “izquierdista” Gustavo Gutiérrez con sus trasnochadas tesis de “La teología de la liberación”, a sus más claros exponentes.
Como la otra cara de la misma moneda, se desarrolla una corriente ideológico-cultural conocida como indianismo, opuesta al hispanismo. El indianismo sostiene que el mundo que floreció hasta antes de la llegada de los invasores fue una sociedad: “… justa, equilibrada y racional", la misma que no sólo es diferente a la cultura occidental, sino que en muchos y variados aspectos fue superior. Leamos: “Cuando hace 500 años irrumpieron aquí los invasores europeos, hallaron enormes almacenes (colcas) repletos de vestidos, utensilios y alimentos de reserva; todo era abundancia, riqueza y prosperidad. Pero también encontraron una sociedad sin mendigos, ni vagos, ni desamparados, ni ociosos, ni degenerados, ni humillados ni vejados.” (Autores varios, 1990: 14)
En otras palabras, casi el paraíso. Luego, mientras que: “… la sociedad europea de la que ellos venían en que había discriminación, racismo, mendicidad, pobreza, vagabundaje, bandidismo, prostitución, y niños y viejos abandonados, en frente de la riqueza insolente de unos pocos.” (Autores varios, 1990: 15)
En otras palabras, el mismísimo infierno. Por lo tanto, los grandes males que azotan a esta sociedad es por la acción directa de los blancos occidentales y sus seguidores, de ahí que la solución de esta cadena de males está en volver los ojos a nuestra cultura madre y “reconstruir esa formidable sociedad”.
Esta corriente no sólo ha tenido teóricos, sino que a lo largo de estos 500 años ha orientado numerosos movimientos indígenas, los que han proclamado a sus incas y han levantado la consigna de “regreso al Tahuantinsuyo”. Porque, sabiéndolo o no, creen en aquel verso de Jorge Manrique de que “cualquier tiempo pasado/fue mejor”.
Esta corriente tiene en la actualidad muchas expresiones (la mayoría de ellas, paradójicamente, auspiciadas y financiadas por aquellos contra quienes dicen estar luchando), una de ellas es la que prepara un juicio a los españoles por “daños y perjuicios”, la misma que está encabezada por el economista Virgilio Roel. Creemos que en dicha acción puede haber mucha honestidad pero asimismo demasiada ingenuidad.
A la par del hispanismo y el indianismo, hay otra concepción sobre el problema aquí planteado, la misma que fue inicialmente esbozada por Manuel Gonzales Prada y comprendido a cabalidad por el Amauta José Carlos Mariátegui. Para el autor de 7 Ensayos… “… el descubrimiento y la posterior conquista, y la propagación de sus hechos y sus ideas es culpa y es mérito de la
historia”. (Mariátegui, 1979: 73)
Y la historia se rige de acuerdo a leyes objetivas que tienen su explicación, en última instancia, en la base económica y, por lo tanto, es allí principalmente donde debemos buscar la real explicación de los fenómenos sociales, políticos e ideológico-culturales en su conjunto.
Mariátegui recusaba los argumentos culturalistas y racistas, a los De Soto, a los Vargas Llosa y los Gutiérrez de su tiempo, diciéndoles: "Teórica y prácticamente, el conservador criollo se comporta como un heredero de la colonia y como descendiente de la conquista. Lo nacional, para todos nuestros pasadistas, comienza en lo colonial. Lo indígena es, en su sentimiento, aunque no lo sea en su tesis, lo pre-nacional. El conservadurismo no puede concebir ni admitir sino una peruanidad: La formada en los moldes de España y Roma.” (Mariátegui, 1979: 73)
Líneas después agregaba: “Para sentir sobre sus espaldas una antigüedad más respetada e ilustre, el nacionalismo recurre invariablemente al artificio de anexarse no sólo todo el pasado y toda la gloria de España sino también todo el pasado y la gloria de la latinidad. Las raíces de la nacionalidad resultan ser hispánicas y latinas. El Perú, como se lo representa esta gente, no desciende del incario autóctono; desciende del imperio extranjero que le impuso hace cuatro siglos su ley, su confesión y su Idioma.” (Mariátegui, 1979: 73)
Pero así como recusaba a los hispanistas o europeístas, también lo hacía con los abuelos y padres ideológicos de nuestros modernos indianistas. En el prefacio a El Amauta Atusparia de Ernesto Reina, refiriéndose al director del periódico El Sol de los Incas, que salió en los días de la rebelión de 1885 en Ancash, Luis Felipe Montestruque escribía: “El caudillaje de Atusparia y la misión histórica que Montestruque le asignó ubican el movimiento en la serie de tentativas de afiliación aristocrática y racista, en que se destaca, próxima a la independencia el movimiento de Túpac Amaru. Insurrecciones encabezadas por curacas, por descendientes de la antigua nobleza indígena, por caudillos incapaces de dar a un movimiento de masas otro programa que una extemporánea e imposible restauración. Supérstites de una clase disuelta y vencida, los herederos de la antigua aristocracia india no podían acometer con éxito la empresa de una revolución.” (Mariátegui, 1979: 187)
Pero José Carlos Mariátegui, en su análisis y explicación, no sólo descarta como solución posible las tesis culturalistas y racistas tanto de los hispanistas como de los indianistas (porque en la teoría y en la práctica han resultado ser inviab1es), sino que, poniendo los pies en tierra, apostaba firmemente por un “indigenismo revolucionario”, leamos: “La doctrina socialista es la única que
puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena, que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hoy hace su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado.” (Mariátegui, 1979: 188)
Luego de haber planteado las tres posiciones en torno al tema, sólo nos queda decir que la celebración de los 500 años orquestada por Europa (con fines imperiales, para lo cual la comunidad económica ha creado un fondo para financiar dichos actos, y a la vez está enmarcado dentro de los planes de la Nueva Evangelización propugnada por el Vaticano con el “Santo” Papa a la cabeza). Y para España y los hispanistas criollos, es el intento de revivir el pasado imperial de los ayer chapetones y hoy “socialistas domesticados”, sabiendo que, a pesar de sus méritos por integrarse al resto de Europa, éstos todavía piensan que la península es el Tercer Mundo o simplemente el Norte de África, ya que para muchos de ellos Europa, como decía Adolfo Hitler, termina en los Pirineos.
Por el lado de los indianistas (financiados por el imperialismo estadounidense a través de la fundación Voces indígenas y el Instituto Lingüístico de Verano), con muy pocas excepciones, casi todos utilizan la cultura andina, al indio y a los 500 años para traficar miserablemente con este hecho, levantando el peregrino argumento del “regreso al Tahuantinsuyo”.
Las dos corrientes deben ser combatidas sin ningún tipo de contemplaciones ya que, en esencia, su interés es el mismo, evitar que el indio comprenda que su problema es económico, político y social y que la única vía para sacudirse no sólo de 5 siglos sino de más de 10 siglos de opresión, es por la vía del socialismo científico, como lo planteaba el Amauta José Carlos Mariátegui.
Para concluir, deseamos comunicar que razones ajenas a nuestra voluntad han impedido cumplir con la publicación del volumen II de Perú, mito y realidad, como en el proyecto inicial está concebido, tarea pendiente que nos comprometemos a cumplir en un plazo no muy largo.
Julio Roldán
Lima, 1992