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Eduardo Cavieres Figueroa

PRÓLOGO

Ni vencedores ni vencidos. La Guerra del Pacífico como análisis de conflicto y no del conflicto en sí mismo

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EDUARDO CAVIERES FIGUEROA

El 2014, especialmente para la historia de la Europa actual, ha signi cado una serie de re exiones sobre lo que ha sido su historia política y militar a lo largo del siglo XX y, muy particularmente en la primera mitad de dicho lapso. El centenario de la Primera Guerra Mundial, el tiempo entre guerras y la Segunda Guerra Mundial provocaron una situación de tal envergadura que, acabada esta última, eran muy pocos los que pudieron aventurar que los europeos podrían sacudirse del enorme peso de los enfrentamientos experimentados, de los millones de muertos y de la odiosidad y resentimientos que cubrían los campos y ciudades del llamado viejo continente. Sin embargo, la propia historia tiene sus propias densidades, ritmos y dinámicas, y sociedades que se dan cuenta de ello pueden efectivamente intentar cambiar proyecciones y forjar mejores futuros.

Se puede pensar el 2014 como año de aniversarios. Hace cien años, la Primera Guerra; hace 75 años, en 1939, nuevamente el mundo estaba al borde de una Segunda Guerra, aún más terrible que la anterior. Hace 50 años, 1964, Estados Unidos entraba en Vietnam. Hace 25 años, 1989, en términos históricos y no cronológicos, prácticamente terminaba el siglo XX. El orden bipolar creado durante los grandes acontecimientos de ese siglo se derrumbaba, pero junto con ello emergían otros desafíos: calentamiento climático, proliferación nuclear, aumento del terrorismo. ¿Qué hacer frente a ese pasado? Mirar hacia adelante. El éxito económico no asegura la paz, pero sus fracasos garantizan el con icto. La defensa del orden internacional es inherente a todo sistema global. La experiencia ofrece lecciones y entre ellas el saber distinguir entre lo deseable y lo verdaderamente fundamental:

Solo mediante la solidaridad entre las naciones, mediante el establecimiento de instituciones, mediante la legitimidad que deriva de convocar al diálogo entre todos, es como se puede trazar unas líneas rmes y claras y como se puede persuadir a los demás […] John F. Kennedy alguna vez dijo: Los problemas del hombre son obra del hombre. Por tanto pueden ser resueltos por el hombre1 .

Es difícil caracterizar los sentimientos amistosos y odiosos de las personas, más aún actuando socialmente. Momentos determinados a veces terminan siendo lo permanente. Las

1 Larry Summers, “¿Acabará 2014 como 1914?”, Opinión. El País, 16-05-2014.

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historias o ciales tienden naturalmente a congelar el pasado y hacerlo inamovible. Es parte de la historia, pero también es tarea de intelectuales e historiadores actualizar los conocimientos sobre esos pasados a partir de las disponibilidades y disposiciones del presente, situación que debería ser base para comprender en mejor forma el pasado, pero mejor aún, para saber cómo enfrentar el presente y el futuro. Volver a los hombres siempre es necesario y, en situación de amigos o enemigos, al nal, y esencialmente, somos todos más semejantes que lo que se piensa a partir de identi caciones válidas, pero no siempre de nitivas. El pasado está lleno de con ictos y de tragedias, pero lo que ha permitido a esas generaciones el poder sobrevivir en la historia es precisamente lo ajeno al con icto. Lo que puede ser anecdótico, puede ser, al mismo tiempo, mucho más importante para repensar los roles que se asumen social y colectivamente. En la Navidad de 1914, en las trincheras de Ploegsteert, Bélgica, unos artefactos novedosos, las cámaras de bolsillo Kodak, fueron capaces de romper, al menos por horas, las arti ciales barreras creadas entre individuos de una misma naturaleza:

Prendieron velas, entonaron canciones y los soldados alemanes invitaron a los británicos de las trincheras enemigas a acercarse. El combate se detuvo un día. En tierra de nadie, los adversarios intercambiaron felicitaciones y tabaco, se sacaron fotos. Esas imágenes, ni heroicas ni triunfalistas, descubrieron el lado más descorazonador y noble del con icto: los rostros de esos jóvenes que pasaban un buen rato juntos y que, sin embargo, estaban ahí para matarse. Aquellas instantáneas fueron la prueba irrefutable de que la mítica tregua de la Nochebuena de 1914 realmente se celebró. Los gobiernos no pudieron negarlo y comprendieron rápidamente que el control sobre las cámaras de la tropa debía ser aún más férreo2 .

Hoy en día, historiadores europeos y americanos descansan más en el análisis de nuevos fondos documentales incorporados para rescatar más globalmente el pasado. Por ejemplo, en las fuertes posibilidades entregadas por el cine, especialmente documental, para observar, casi directamente, cómo las irracionalidades presentes en los grandes con ictos no admiten distinguir demasiado nítidamente las diferencias entre buenos y malos, pero sí apreciar que los buenos sentimientos, aun cuando ocultos, se encuentran a ambos lados de las líneas divisorias de sociedades enfrentadas militarmente. George Stevens, uno de los grandes cineastas estadounidenses, en abril de 1945, acompañando a los soldados que entraron a liberar el campo de concentración de Dachau, a pocos kilómetros de Múnich, recogió los “objetos” de la historia, pero:

Nunca volvió a ser el mismo. Si vas al Archivo Nacional de Washington y ves ese metraje, un montón de horas donde aparecen montañas de cadáveres, prisioneros esqueléticos, humo que sale de las entrañas de la tierra […] Todos los cámaras del equipo de Stevens dejaron de lmar: algunos se pusieron a ayudar, otros simplemente se rompieron. Él fue el único que siguió grabando hasta que casi no se tenía en pie3 .

2 Andrea Aguilar, “Los otros disparos”. El País, 26-05-2014. 3 Toni García, “Cuando Hollywood se fue a la guerra”, Cultura. El País, 01-06-2014.

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Fantasmas y realidades de la Guerra del Pací co

En nuestros países, los relatos sobre la Guerra del Pací co siguen basados en la forma en que fueron descritos por los historiadores más importantes de la época o de las décadas siguientes, historiadores que cumplieron la labor de argumentar sus propios proyectos nacionales subrayando diferencias y manifestando sus aprecios por las potencialidades sociales de sus pueblos. Por una parte, Prat y Grau no se tocan y siguen razonablemente situados en esa alta posición a que les llevó un destino epopéyico que en lo humano hubiesen querido evitar, pero que en sus responsabilidades nacionales e históricas debieron asumir. En la base, las consideraciones son diferentes. Así como cada año se sigue celebrando la toma del Morro de Arica con des les cívicos de pequeños que visten los uniformes de los soldados victoriosos, así también las recreaciones peruanas de la Batalla de Concepción buscan mantener actitudes patrióticas al modo de 1882, forzando las imágenes e interpretaciones de un pasado sin superar y que por lo tanto se mantiene con sus contextos intactos. Por supuesto, ni a Lima ni a Santiago les gusta este tipo de conmemoraciones cuando ellas se ejecutan en el país vecino4 .

Por diversas razones, en América Latina la guerra y el con icto siguen fundamentados en argumentos nacionalistas, lo cual deja poco espacio para visualizarlos desde perspectivas éticas y morales. Es cierto que los grandes campos de batalla, salvo excepciones, quedaron estacionados en el siglo XIX y que, por tanto, nuestras sociedades ni imaginan lo que realmente puede signi car el entrar nuevamente en combate. Los europeos están más acostumbrados a ello y, por las mismas razones, pueden ser más analíticos a la hora de visualizar los verdaderos signi cados de las guerras experimentadas. Entre tantos ejemplos, en un estudio de reevaluación de la historia europea entre la Primera y Segunda Guerra Mundial, a esos treinta años que causaron la muerte de 48.000.000 de personas, 29.000.000 de los cuales fueron civiles, no se teme en juzgarle como un tiempo de atrocidad moral. Entonces saltaron fronteras políticas, sociales y éticas, emergieron conceptos ya ensayados por las potencias europeas en sus colonias, pureza étnica o superioridad racial. Los europeos descubrieron un sinfín de motivos para odiarse mutuamente. Surgieron el comunismo y el fascismo, los movimientos paramilitares y la militarización de la política. La cultura del odio y la violencia sedujo a millones de europeos y la propia guerra expandió los inconformismos internos de quienes se sentían traicionados por sus propios Estados. Italia, por ejemplo, “al nal de la gran guerra, tiene un millón de mutilados, que han vuelto a un país al que han impedido ser grande y que culpan a los políticos de haberles abandonado”5 .

En Chile y el Perú, cuando se estaba ya a treinta años de la Guerra del Pací co, y aún con el problema de Tacna y Arica sin resolución de nitiva, la tensión de agravios-desagravios fue fundamental en términos de la construcción, legítima o ilegítima según sea desde donde se le mirase, de un ambiente mayor a la descon anza y que tenía que ver, más bien, con sentimientos patrióticos honrados o humillados, pero también con desconcierto y sentimientos de abandono por parte de los propios dirigentes y Estados. Los discursos, actos,

4 Ver, por ejemplo, Matías Bakit R., “La insólita recreación peruana del Combate de la Concepción”; Reportajes.

El Mercurio, Santiago, 08-07-2012: D.12. 5 Tereixa Constenla, “La atrocidad moral de la Europa en guerra”, Babelia. El País, 30-04-2011. Se re ere al libro de Julián Casanova (2011). Europa contra Europa, 1914-1945; Barcelona: Crítica.

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monumentos, acciones, no dejaron de proyectar sus mensajes a sociedades que en de nitiva ganaron o perdieron posiciones frente a sus aristocracias, pero no fueron reconocidos por ellas para construir la historia que se les había ofrecido en la defensa de su identidad nacional. En el Perú, muchos pensaron que el desastre militar había sido causado por los problemas internos del país; pero también estaban quienes lo registraban como el resultado del innoble comportamiento chileno en la guerra. Surge una instrumentalización del odio y los deseos de venganza:

Los momentos de tensión entre ambas repúblicas, debido a la disputa por el destino nal de los territorios del sur y la chilenización de los mismos, darían la razón a ese modo de pensar, al reforzar la imagen de Chile como el “mal hermano” agresor y la del Perú como víctima6 .

En Chile, el malestar social no se pudo dirigir hacia el vecino derrotado, pero igual se hizo sentir al interior de la sociedad en la época heroica de organización de los movimientos reivindicativos y primeros grandes enfrentamientos entre un Estado orgulloso y un pueblo distante de los éxitos obtenidos. La “crisis del centenario” rompía con los ecos de los triunfos nacionales en el norte.

Indudablemente, la dispar posición entre vencedor y vencido ubica a los enemigos coyunturales de 1879 en vecinos recelosos del 2014. Ni siquiera es necesario pensar en una relación que ubicase al vencedor como vencido y a este como vencedor. Posiblemente las caracterizaciones respecto del “otro” serían las mismas existentes hoy en día en relación con lo sucedido. Tratando de mirar el pasado sin intentar reproducirlo en el presente, pero, al mismo tiempo, buscando claves interpretativas de la persistencia del con icto, el historiador peruano Daniel Parodi ha escrito que, mientras

La memoria, el olvido y el silencio parecen estar presentes en la construcción del discurso chileno acerca del con icto […], la nación peruana parece saturada de pasado, el que se confunde constantemente con el presente y le impide distinguir a la realidad de la evocación7 .

En las últimas décadas, el problema de la “memoria” ha pasado a ser uno de los grandes temas de la historia (no con el mismo vigor en la historiografía) e incluso ha llegado a superar los contenidos intrínsecos de la misma historia. Conceptos muy relacionados:

la memoria es un conjunto de recuerdos individuales y de representaciones colectivas del pasado. La historia, por su parte, es un discurso crítico sobre el pasado: una reconstrucción de los hechos y los acontecimientos pasados tendientes a su examen contextual y a su interpretación8 .

6 Iván Millones M. (2009) “Odio y venganza: Lima desde la postguerra con Chile hasta el Tratado de 1929”. C.

Rosas L. (Ed.), El odio y el perdón en el Perú. Siglos XVI al XXI. Lima: Ponti cia Universidad Católica del Perú: 165. 7 Daniel Parodi. (2009). “Entre el ‘dolor de la amputación’ y el ‘complejo de Adán’”. C. Rosas L. (Ed.), El odio y el perdón en el Perú. Siglos XVI al XXI: Lima: Ponti cia Universidad Católica del Perú: 173. 8 Enzo Traverso. (2012). La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX [2011]. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica: 282.

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Los historiadores juegan su parte, pero tanto en el caso de la memoria colectiva como en las imágenes del cómo se recuerda la historia propiamente tal (situaciones muy semejantes), “lo o cial” termina validando el cómo las sociedades aceptan una determinada narración de los hechos. Aun cuando memoria e historia no sean lo mismo, existe, en todo caso, una memoria histórica que puede ser dirigida, para mantenerla o transformarla según sean las necesidades de presentes diferentes. Después de la caída del muro de Berlín, el propio Stalin fue despojado de algunos de “sus méritos” y redimensionado en lo que había sido su liderazgo. Los nuevos análisis del personaje no vinieron desde la sociedad, sino desde intelectuales y políticos en el gobierno. En diciembre de 2007, el Parlamento español votó una ley de reconocimiento y reparación a las víctimas del franquismo y dicha ley se llamó de memoria histórica, es decir, de una memoria establecida desde el Estado. Ejemplos de construcción y deconstrucción histórica de la memoria no faltan. Las celebraciones o ciales del Bicentenario de la Revolución francesa inauguraron un cuestionamiento general de las revoluciones. En las últimas décadas, es difícil localizar la Revolución alemana de 1918-1920, a la húngara de Béla Kun o al Bienio Rosso italiano. Desapareció la dimensión revolucionaria de la Guerra Civil española y el mayo francés pasó de ser la mayor huelga general de la Francia de postguerra a solo un psicodrama re ejo de la modernización social y cultural del país galo. Ello forma parte de una situación mayor. Para Europa y parte importante del mundo occidental globalizado, el cambio de siglo signi có un cambio de paradigma: el pasar de un “principio de esperanza” (combates y revueltas del siglo XX) a un:

“principio de responsabilidad” que “se impuso cuando el futuro comenzó a darnos miedo, cuando descubrimos que las revoluciones podían engendrar poderes totalitarios, cuando la ecología nos hizo tomar conciencia de las amenazas que pesaban sobre el planeta y cuando comenzamos a preocuparnos por el mundo que legaríamos a las generaciones futuras. Muy a menudo, sin embargo, el ‘principio de responsabilidad’ no ha sido más que un síntoma de “realismo”, es decir, la adaptación y nalmente la aceptación del orden existente”9 .

¿Podemos obtener enseñanzas o, a lo menos levantar re exiones sobre las experiencias de la historia europea contemporánea? Por el carácter universal de los grandes acontecimientos y signi caciones de la historia, por supuesto que ello es así. La celebración en Europa del 8 de mayo como recuerdo de ese día del año 1945 en que se produjo la rendición incondicional del Tercer Reich ante las fuerzas aliadas llevó posteriormente a la propia Alemania a adscribirse a este tipo de representación del pasado y el abandono de su percepción de la derrota como humillación nacional. Igual ha venido sucediendo con la conmemoración, en este caso cada cuatro años, del desembarco de Normandía que en una de sus celebraciones llegó a contar con la presencia del canciller germano Gerhard Schröder junto a Jacques Chirac, Jack Straw y George W. Bush. En todo caso, este es un buen ejemplo acerca de la persistencia de la memoria y cómo el testimonio o presencia directa de quienes participaron directamente de un acontecimiento de esta naturaleza, en la medida que son cada vez menos, van dejando sitio a conmemoraciones o ciales que reproducen, con “espíritu”, o sin este, los contenidos de una historia aceptada, pero cada vez más lejana a las inquietudes sociales, cuestión que

9 Traverso (2012): 289 y la cita en 290-291.

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igualmente es importante de considerar en términos de una correcta signi cación del pasado en el presente. En el caso del 6 de junio de Normandía, en la conmemoración del año 2014, la memoria se aleja para los que estuvieron allí. Y cada vez quedan menos personas que puedan acordarse:

De los 16,1 millones de americanos en uniforme durante la guerra, solo alrededor de un millón siguen vivos, y la desaparición nal de aquellos que todavía pueden prestar testimonio de la guerra signi ca que la autenticidad y la carga emocional que ellos arrastran habrán desaparecido10 .

¿Cuál será, entonces, la memoria y el relato histórico que prevalecerá?, ¿hasta cuándo?

La mayor lección de esos procesos históricos y del cómo la Europa actual les fue asumiendo en sus signi caciones sin necesariamente olvidar lo realmente sucedido, está en reconocer que en una historia, o en una memoria histórica, se condensan memorias distintas, entremezcladas y contradictorias.

Para escribir la historia de Europa en el siglo XX habría que superar las restricciones (a la vez psicológicas, culturales y políticas) que se derivan de estas memorias cruzadas. Esto signi ca, primero, tomar nota de la complejidad de un pasado irreductible a una simple confrontación entre víctimas y victimarios. Pero asimismo deberíamos ser conscientes de nuestra pertenencia a esos espacios memoriales, precisamente para asumir una distancia crítica respecto de nuestros objetos de investigación. El historiador, subraya Hobsbawm, no escribe para una nación, una clase o una minoría, escribe para todo el mundo11 .

¿Qué podría pasar para nuestras historias de Perú y de Chile y para una historia peruano-chilena?

Resulta básico el tratar de ubicar convenientemente un hecho que a más de cinco o seis décadas del surgimiento independiente de los Estados nacionales (en donde por lo demás hubo una historia en común) se termina transformando en el nuevo centro de esas historias, especialmente en el caso del Perú. Obviamente, no se puede pensar siquiera una historia binacional en que quedase excluida la Guerra del Pací co; pero dicha historia binacional no es tampoco solo la Guerra del Pací co. Queda claro que en la historia, siempre el con icto tiene mayor repercusión que los tiempos serenos de la armonía y la cooperación, que entendiéndose como una situación de normalidad se ve disminuida históricamente respecto de grandes eventos que siendo excepcionales marcan de nitivamente sus ritmos y proyecciones. Efectivamente,

no se puede escribir sobre temas de las historias de Chile y el Perú durante el siglo XIX, haciendo caso omiso de la Guerra de la Confederación y, particularmente, de la Guerra del Pací co. Tampoco se trata de reescribir la historia. Algunos piensan que ni siquiera debe revisarse, porque lo que pasó ya es un hecho y no hay vuelta atrás. Otros creen que, aunque ello sea cierto, la historia siempre puede revalorizarse y resigni carse a objeto de superar sus efectos y solucionar sus remanentes. En estos términos, podría pensarse en alrededor de dos situaciones de la historia general.

10 Marc Bassets, “La memoria menguante del día D”, Internacional, El País, 07-06-2014. 11 Traverso (2012): 315-316.

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En primer lugar, sobre el ambiente de ánimo histórico existente durante la segunda mitad del siglo XIX. En segundo lugar, en lo dramático que siempre resulta un con icto y en el problema de la inevitabilidad de los hechos históricos12 .

Junto con lo anterior, se trata, además, de no romper con las lógicas de las identi caciones nacionales, cuyas miradas respecto de las causas, desarrollos y consecuencias del con icto siempre resultan dispares. No se pueden negar esas miradas, pero sí se puede reconocer que existiendo algunas realidades fácticas indiscutibles, ellas se fueron mediatizando en el tiempo por diversas circunstancias que igualmente les afectan en su transmisión hasta el presente. Por un lado, así como se condena legítimamente una ocupación que siempre resulta oprobiosa, por otra se debe reconocer que los empates no conforman la lógica de una guerra; igualmente, así como se valoriza la legitimidad de la victoria, se debe también pensar en las heridas sufridas por el contendor vencido. Muchos historiadores peruanos, pensando altruistamente una salida de nitiva a los efectos del con icto, aceptando incluso la necesidad mutua de superar esos efectos, piensan en que Chile debiera expresar “gestos” que permitieran debilitar los niveles de descon anza existentes en el Perú respecto de sus vecinos del sur. Aún así, con todos los razonamientos que puedan existir, se necesita de gestos recíprocos en demandas de verdaderos tiempos de cooperación. Por el momento,

de uno y otro lado se ha establecido una dialéctica hostil en la que la alteridad aparece anclada en representaciones decimonónicas de naciones en construcción. De ambos lados de la Línea de la Concordia se reconoce sin embargo que, a 1879, Chile llegaba mejor posicionado en su proceso de institucionalización republicana. La consecuente capacidad de optar por aventurar el con icto es implícita en la controversia central sobre la legitimidad y la legalidad de la ocupación de Antofagasta, entendida como factor precipitante. La incidencia de dicha capacidad y su consistente despliegue a lo largo de la guerra han propiciado, como segundo eje de discusión, estudios enfocados en los procesos políticos internos y en la comparación de las estructuras observables en las potencias beligerantes13 .

Por lo tanto, si bien es cierto que las lógicas de las historias o ciales, por ambos lados, son difíciles de desatar, una mejor comprensión social de los signi cados del con icto se puede facilitar a partir de un previo esfuerzo historiográ co por tratar de explicar que los enfrentamientos entre naciones no son necesariamente inevitables y que los recorridos previos hacia ellos hablan también de la incapacidad o no voluntariedad de los sectores dirigentes para esquivar o superar actitudes o decisiones mal comprendidas y mal asumidas. Provocado el choque militar no es fácil volver atrás y, en de nitiva, las victorias o derrotas, los éxitos o fracasos, los discursos y las disculpas siempre terminan sociabilizándose

12 Eduardo Cavieres y Cristóbal Aljovín. (2005). “Re exiones para un análisis histórico de Chile-Perú en el siglo XIX y la Guerra del Pací co”. E. Cavieres y C. Aljovín (Comps.), Chile-Perú, Perú-Chile, 1820-1880.

Desarrollos políticos, económicos y culturales. Valparaíso: Ponti cia Universidad Católica de Valparaíso / Convenio Andrés Bello / Universidad Nacional Mayor de San Marcos: 19. 13 Glauco Seoane Byrne. (2013). “Revisando una historiografía hostil: Sobre el origen de la Guerra del Pací co, la industria del salitre y el papel de la Casa Gibbs de Londres”. Cuadernos de Investigación del Instituto

Riva-Agüero, 1. Lima: 19.

La Guerra del Pací co en perspectiva histórica. Re exiones y proyecciones en pasado y en presente

(nacionalizándose) aun cuando en la práctica ello no signi que una real integración social. Desde hace un par de décadas, un mayor número de historiadores chilenos y peruanos, sin dejar de hacerse cargo de sus propias historias nacionales, han entrado desde diversas perspectivas a tratar de comprender el fenómeno de la guerra en sí misma, y sus consecuencias sociales de larga duración, dejando el relato descriptivo en manos de las propias y ya clásicas historiografías.

El presente volumen, titulado Re exiones sobre la Guerra del Pací co en perspectiva histórica editado por un chileno (Eduardo Cavieres Figueroa) y un peruano (José Chaupis Torres) trata precisamente de avanzar abriendo nuevos temas de investigación, para conocer mejor el pasado, pero también para entender mejor el presente. En este caso, el volumen reúne por primera vez artículos de historiadores y otros intelectuales chilenos y peruanos sobre la Guerra del Pací co y, al mismo tiempo, prosigue una línea historiográ ca que ya cuenta con experiencias anteriores14. En este caso, las secciones del libro son dos: “Entre la historiografía y la enseñanza de la guerra en la escuela” y “El proceso histórico del con icto y las secuelas de la postguerra”. Desde allí se detallan re exiones sobre la historiografía; lo que se escribe y lo que se enseña para la escuela; la economía y los actores externos; las relaciones chileno-peruanas y bolivianas antes de la guerra; la política y la cultura; empresarios, intelectuales y héroes; el soldado, las conmemoraciones, la diplomacia, etcétera. Muchas entradas, una salida: abandonar la idea de una guerra en sus propios contextos y que se explica a sí y en sí misma, que la aísla del mundo y de los conceptos de la historia más amplia de la segunda mitad del siglo XIX, de las relaciones políticas entre los nuevos Estados, de la economía y del capitalismo en expansión, de los proyectos socioculturales en ciernes, de las condiciones de vida reales de las sociedades chilena y peruana, y reubicarla en sus complejidades mayores, tanto de antes de ella misma como en sus proyecciones hasta el propio presente. Toda contribución tendiente a lograr lecturas adecuadas y actualizadas de la historia responde al gran n didáctico de la misma en el sentido de entender que ella no es solo con icto, sino también entendimiento y comprensión del otro. Como se insiste tantas veces, al nal somos irremediablemente vecinos y nuestro destino es compartir tiempos y espacios comunes.

Sobre el problema de la historia y los pesos del pasado

“Los pueblos tienen certezas sobre una historia lejana. Se les ha enseñado que su destino está marcado por la lucha defensiva contra un enemigo hereditario”15. Esta expresión, abundantemente ejempli cada en decenas de casos de la historia europea del siglo XX, con raíces profundas en tiempos pasados, no deja de ser aplicable a nuestra América Latina y, particularmente, a nuestras realidades vecinales chileno-peruanas.

Una de las bases en que se fundamenta esa teoría del enemigo hereditario es el resentimiento:

14 Al respecto ver Cavieres y Aljovín (2005). 15 Marc Ferro. (2007). Le XXe siècle expliqué à mon petit- ls. Paris: Senil.

Eduardo Cavieres F., José Chaupis Torres

el resentimiento es como un explosivo, que explota de vez en cuando. No se sabe por qué en ese momento preciso, pero tiene raíces muy profundas en el pasado. Recientemente, se podría comparar con un virus: uno cree que está dormido y repentinamente una enfermedad tropical resurge, cuando uno pensaba que ya se había extinguido. El resentimiento corresponde al resurgimiento de un evento que nos ha traumatizado y que suscita reacciones en nosotros. Y cuando digo “reacciones en nosotros”, quiero decir tanto en un individuo como en un grupo social, una nación, una cultura16 .

En la medicina, el virus se elimina; en historia, ¿es posible eliminar la causa? La respuesta a ora inmediatamente: no se puede. Pero sí se puede actuar sobre las consecuencias.

Por lo menos, entre otros, hay dos niveles importantes para incidir respecto de las consecuencias del con icto y sus correspondientes resentimientos. Por una parte, la acción del Estado y de la historia o cial en términos de la conmemoración; por otra, el muy importante papel de la escuela y de los maestros.

En el primer caso, no hay que olvidar que es el presente,

el que crea sus instrumentos de conmemoración, el que corre tras las fechas y las guras a conmemorar, el que las ignora o las multiplica, el que las coloca arbitrariamente dentro del programa impuesto […] o al que se asigna una fecha […], pero para transformar su signi cado. La historia propone, pero el presente dispone, y lo que sucede es regularmente diferente de lo que se quería […] las –conmemoraciones– más vacías desde el punto de vista político e histórico han sido las más plenas desde el punto de vista de la memoria17 .

Aun cuando se trate de apreciaciones respecto de la experiencia francesa en torno a un par de recuerdos de situaciones importantes, lo interesante es la transición de la historia a la memoria, aspecto al cual ya nos hemos referido en los primeros párrafos de este prólogo. Pareciera ser, efectivamente, que en las últimas décadas la memoria, como concepto, ha venido distanciándose de la historia. Y esto puede tener efectos positivos o muy negativos, según seamos capaces o no de visualizar los trasfondos y contenidos de lo que se trata de subrayar. El problema arranca del hecho de que:

el pasado ya no es la garantía del futuro: allí está la razón principal de la promoción de la memoria como agente dinámico y única promesa de la continuidad […] Identidad, memoria, patrimonio: las tres palabras clave de la conciencia contemporánea… Identidad remite a una singularidad que se elige, una especi cidad que se asume, una permanencia que se reconoce, una solidaridad hacia sí misma que se pone a prueba. Memoria signi ca a la vez recuerdos, tradiciones, costumbres, hábitos, usos, y cubre un campo que va de lo consciente a lo inconsciente a medias. Y patrimonio pasó directamente del bien que se posee por herencia al bien que nos constituye18 .

16 Marc Ferro. (2006). “Enseñanza de la historia y resentimiento. Francia, Alemania y algunos otros ejemplos”; en

Foro Bicentenario, Mitos, tabúes y silencios de la historia. Santiago: Comisión Bicentenario: 53-54. 17 Pierre Nora. (2009). Pierre Nora en Les lieux de mémorie [1984]. Santiago: LOM: 178. 18 Nora (2009): 196-197.

La Guerra del Pací co en perspectiva histórica. Re exiones y proyecciones en pasado y en presente

Lo importante es, por lo tanto, cómo asumimos esos conceptos y qué signi caciones les damos, tanto al interior de nuestras sociedades como respecto de nuestros vecinos.

En el segundo caso, resulta fundamental repensar la historia y la educación, manteniendo sus objetivos humanistas y principios universales y, al mismo tiempo, buscando sus aportes en términos de las necesidades actuales. El problema de la integración y la búsqueda de una cultura de paz descansa fundamentalmente en cómo el sistema escolar puede formar a personas más que a individuos alrededor de conceptos claramente sociales, cívicos y de respeto hacia los otros. La inclusión, por sobre la discriminación, no responde solo a un problema local o nacional; traspasa las fronteras nacionales. Una mayor integración social interna, en cada país, facilitará una mayor integración con las sociedades vecinas. La educación tiene también propósitos políticos, en el mejor sentido del término y, uno de ellos, es contribuir, precisamente a sociedades interna y externamente bien relacionadas.

Nuevamente, y entonces, ¿qué hacemos con la historia? Más precisamente, ¿qué hacemos con la Guerra del Pací co? La debemos mantener en nuestras memorias nacionales y en nuestros textos escolares, pero no como algo que sea necesario reproducir en el presente, sino como algo deseable de ser evitado en nuestros futuros. Las conmemoraciones también pueden ser positivas, pero no pueden ser únicas. En general, en los sistemas escolares chileno y peruano conmemoramos situaciones infelices. Es necesario también conmemorar otras situaciones, incluso pertinentes a la misma guerra, en que se subrayen acciones, actitudes, proyectos comunes. Siempre, la historia social podrá encontrar muchos más ejemplos en este sentido. Se trata de pensar el pasado como una lección y no como base de mantenimiento de prejuicios y resentimientos. Historiadores chilenos y peruanos cada vez en mayor número avanzan por estas nuevas inquietudes e intentos de desacralizar la guerra (no es necesario hacerlo con los héroes) y para pensarnos no solo en pasado, sino también en presente. En este sentido, la escuela tiene mucho que decir y es fundamental en la base de las inquietudes y proyectos de integración. Este libro es una nueva contribución a estas tareas y responsabilidades. No podemos pensar un presente en común sin conocer nuestro pasado en común y sin haber intentado utilizar la historia en su correcto sentido de futuro. Tarea compleja, pero no imposible.

I. EL PROCESO HISTÓRICO DEL CONFLICTO Y LAS SECUELAS DE LA POSTGUERRA

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