DARWIN EL ARTE DE HACER CIENCIA

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Darwin, el arte de hacer ciencia

Pero lo que también llama la atención en estas variaciones del tema darwiniano es qué tan hondo penetraban las ideas evolutivas en la comunidad de historiadores naturales en Estados Unidos. De hecho, en 1891 Lester Frank Ward evaluó la situación y sostuvo que a la muerte de Darwin (1882) “la doctrina general de la evolución y la teoría del desarrollo en biología habían sido tan aceptadas por casi todo el cuerpo de científicos que escasamente valía la pena reconciliarse con el pequeño remanente que aún se adhería a la hipótesis de la creación especial”.6 Si Ward estaba en lo correcto en su caracterización de la situación, como pienso que lo estaba, entonces parece oportuno que los historiadores se deshagan de la dialéctica entre Darwin y Lamarck, y entre la ciencia y la religión, y busquen una interpretación más matizada para la amplia recepción de la teoría evolutiva en Estados Unidos después de 1859. Enseguida presentaré un marco más amplio contra el cual podemos obtener una mejor explicación de la diversidad de las ideas evolutivas en Estados Unidos. Parte de mi argumento representa posiciones históricas construidas por investigadores de contextos distintos a la biología. Sin embargo, si bien con frecuencia han sido consideradas tangenciales a la visión tradicional de la teoría evolutiva en Estados Unidos, estas interpretaciones de la historia estadounidense cerca de 1860-1900 proveen sugerencias que ayudan a entender la recepción de la teoría evolutiva en ese lugar. La inmediata recepción de Darwin, 1860 Según la sabiduría histórica convencional, el entusiasmo estadounidense por Darwin fue en gran parte disparado por Asa Gray, cuando reseñó El origen en un artículo publicado en dos partes en el Atlantic Monthly en 1860. Gray creó una interpretación cálida y amigable de la teoría evolutiva, comprensible para cualquier persona letrada, y concluyó su reseña sugiriendo una interpretación teísta del trabajo de Darwin. Esto era ciertamente razonable para muchos lectores del libro de Darwin, aunque el famoso autor lo objetara, dado que El origen concluía con lenguaje que rayaba en lo espiritual, especialmente con la frase, “hay grandeza en esta visión de la vida…”. Para Gray ciertamente había grandeza, y para muchos estadounidenses se volvió fácil acomodar la nueva y más elevada visión del mundo natural dentro del marco teológico que tuvieran. El presbiteriano James McCosh inició un debate en Princeton a inicios de la década de 1860, al declarar que la manera en que Dios actuaba en el mundo era la evolución teísta de Darwin. Incluso el primer número del American Naturalist reunió ideas en un creativo decreto, ya fuera Lamarck o Darwin, para explicar la evolución. Pero antes 6 ������������������������������������������������������������������������������� Lester Frank Ward (1981), “Neo-Darwinismo and Neo-Lamarckismo”, Annual Address of the President of the Biological Society of Washington, Washington, p. 13.

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06/12/2011

08�13�37 p.m.


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DARWIN EL ARTE DE HACER CIENCIA by CÉSAR GUILLERMO GONZÁLEZ DELGADO - Issuu