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Los límites de la economía virreinal (1784-1821
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(1816-1820), las bases fiscales manifestaron límites de crecimiento relacionados con el escaso dinamismo económico y la atonía comercial, y el endeudamiento acabó convirtiéndose en un lastre imposible de atender por una economía exhausta a finales del periodo colonial.18
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En definitiva, el virreinato del Perú, último bastión realista en la América continental, representó el capítulo final del complejo proceso de desarticulación comercial y monetaria. El poder económico sustentado sobre la actividad minera, la firmeza del Consulado de Lima y la relativa eficacia administrativa por parte de los virreyes solo retrasaron el final de un sistema económico condenado a la misma suerte que el Imperio sobre el que se asentaba.19 La compleja situación monetaria derivó, con el inicio de la guerra y la caída de la actividad minera, en una absoluta parálisis del circuito interior. En este frágil entorno de estrechez, exportación y atesoramiento monetario se desenvolvió la Casa de Moneda de Lima a partir de la proclamación de la independencia.
Los últimos años de la Real Casa de Moneda (1793-1821)
La ceca de Lima, principal institución monetaria del sistema colonial español en América del Sur, transitó durante las décadas precedentes a la independencia con luces y sombras. La Casa de Moneda,20 reestructurada y organizada en el siglo XVIII bajo el influjo reformista borbónico a imagen y semejanza de la ceca de la Ciudad de México, alcanzó notables índices de acuñación, dejando en un segundo plano a su vieja competidora, la Casa de Moneda de Potosí. Según se publicó el 8 de agosto de 1793 —en el número 271 del Mercurio Peruano, órgano de la Sociedad Amantes del País—, la fábrica logró acuñar en 1792 por un valor de 694.824 pesos en oro y 4.896.000 en plata. A fines de la centuria, la acuñación aun superaría ligeramente los 6 millones de pesos. En 1805, el viajero norteamericano Amasa Delano facilitó una detallada descripción de la Casa de Moneda de Lima. Según su relato, las técnicas y la maquinaria eran homologables a las utilizadas en las demás casas de moneda indianas, con volantes capaces de acuñar 15 piezas en un minuto, salvo la
18. Hamnett 2000: 8-9, Flores Guzmán 2010: 334-335 y 355-358, Anna 2003: 154, Quiroz 1993: 172-173, De Haro 2014a. 19. “Estado del producto de la Aduana Nacional de Lima en el bienio 1819-1820”, AGI, Lima 1471. 20. En Dargent 1997: 302. Ordenanzas para el gobierno de la labor de moneda de oro y plata que se fabricaren en la real Casa de Lima, formadas por las establecidas para la de México, en lo que son adaptables, y arregladas, en lo que no lo son, a lo resuelto por S. M. en R. C. de 11 de noviembre de 1755, Lima, 1788. El texto se inicia con la R. C. del 12 de noviembre de 1751.
PLATA Y GUERRA EN EL PERÚ. LA CASA DE MONEDA EN LIMA, 1808-1830 | 233
singularidad que representaba en el caso de Lima el uso de la energía hidráulica.21 Era a todas luces el principal centro de fabricación de la ciudad de Lima, llegando a disponer en 1816 de una plantilla que ascendió a 26 empleados con sueldos a cargo de la Corona.22
Sin embargo, la constatación de que la ceca se iba quedando rezagada la corroboró el virrey Gil de Taboada y Lemos (1790-1796) a fines del siglo XVIII, cuando en su acción de gobierno manifestó la necesidad de impulsar la actividad de la ceca mediante la adopción de diversas medidas que abarcaron desde aspectos técnicos hasta consideraciones organizativas, que permitiesen una mayor armonía entre la producción minera y la acuñación monetaria. El virrey se implicó en un ambicioso proyecto que pasaba por redimensionar la Casa de Moneda, dotándola de una doble línea de producción, y defender la conveniencia de traspasar la fielatura a manos de la Corona, abandonando el sistema de remates.23
Pero la ceca deambuló hasta la independencia con escaso impulso modernizador. Dargent recogió en su obra dos iniciativas que, en su opinión, podrían haber significado para la Casa de Moneda significativos avances técnicos y productivos.24 La primera pudo materializarse en 1809 con el nombramiento como superintendente de la fábrica del barón Thaddeus von Nordenflicht, metalurgista y especialista en los procesos de refinación. Su amplio recorrido al frente de misiones científicas y su experiencia acreditada como asesor del Tribunal de Minería lo convertían en un aspirante idóneo para el cargo. Lamentablemente, como señala el autor, “razones de gobierno desestimaron la solicitud”. La segunda correspondió al fabricante de máquinas galés Richard Trevithick. El gobierno del virrey Fernando Abascal (1806-1816), a semejanza de Gil de Taboada, fue consciente de los problemas relativos al atraso y la inadecuación de la Casa de Moneda en la época, y volvió a recuperar proyectos de mejora y replanteamiento de las oficinas de fundición y fielatura, incluyendo iniciativas relativas a la cualificación del personal y la introducción de nueva maquinaria. El 6 de febrero de 1817, recién iniciada la andadura del gobierno del virrey Joaquín de la
21. Ibíd., p. 315. 22. Ibíd., p. 318. “Índice de las hojas de servicios de los empleados de esta Real Casa de Moneda con sueldo por el rey que existen en fin de Diciembre de 1816”. Estructura superior de la
Casa de Moneda: superintendente: Juan Oyarsabal y Olavide; ensayador: 1º Juan Martínez de Rosas; 2º Pablo Cano Melgarejo; juez de balanza: Ygnacio Antonio de Alcázar; fiel de moneda: José Arizmendi; fundidor mayor: Manuel de Mena; guardacuños: Fernando
Gonzales de Varea; guardamateriales: Manuel de Landázuri; talla mayor: Ramón Montano; y oficial mayor de contaduría: Francisco Vega. 23. Ibíd., pp. 313-314. 24. Ibíd., pp. 317-320.
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Pezuela (1816-1821), llegó a Lima Richard Trevithick, quien desplegó un intenso trabajo de supervisión y mejora de los equipos materiales que operaban en Cerro de Pasco. Asimismo, se involucró en una serie de mejoras técnicas en la fábrica de acuñación centradas en la potenciación del uso de la energía hidráulica. Sin embargo, los cambios se limitaron a atender perentorias urgencias en una ceca que iba quedando estrecha y cada vez más retrasada tecnológicamente.25 Prueba de ello fue la evolución de la capacidad de producción de la Casa de Moneda. A lo largo de las dos primeras décadas del siglo XIX, esta se mantuvo por debajo de los máximos alcanzados en el lejano 1799, oscilando anualmente, de forma errática, alrededor de los cuatro millones y medio de pesos.
El contexto se deterioró muy rápidamente con el inicio de la guerra, y el principal problema monetario con el que se enfrentaba la economía peruana ya desde comienzos del siglo XIX, la extraordinaria escasez de numerario, explicada en parte por el vacío que provocó la desaparición de la moneda macuquina, se agravó de manera extrema a comienzos de 1820. El numerario chileno, presente en el Perú desde 1817,26 acabó siendo legalizado en su curso —agosto de 1821— con el objetivo de paliar el pobre volumen de circulante interior. Pero la escasez fue tan rigurosa que amenazó al comercio minorista limeño, dándose el curioso caso de la creación de las fichas de pulpero, piezas de plomo u otro material emitidas por colmados, pulperías y bodegas con el objeto de poder realizar compras que a futuro se hiciesen en el mismo establecimiento que las entregaba como cambio. Estas fichas, generalmente de un cuartillo, acabaron siendo aceptadas como pago por otros comerciantes y el público en general. Las pulperías consolidaron, ante la falta de respuesta oficial, una curiosa red doméstica, a modo de free banking, actuando como entidades emisoras en el estrato inferior de la circulación monetaria y logrando la confianza de parte del público. El modelo aún resistiría y competiría eficazmente con los cuartillos emitidos por San Martín en la fase del Protectorado.27
25. Ibíd., p. 320. 26. Como en parte ya ocurría en la Península con la moneda francesa desde la guerra de independencia. De Haro 2006: 288-390. 27. Decreto del 18 de febrero de 1822. “Monedas de cobre de valor de un cuarto y un octavo de peso”. Gaceta del Gobierno 1822. CDIP 1974a: 102. “Habiendo gran necesidad para el tráfico menor de una moneda que substituya a las antiguas señas de plomo de los pulperos que no deben permitirse, y a los cuartillos de plata que han desaparecido, he acordado y decreto: Que se acuñe en cobre una moneda de valor de un cuartillo, cuyo tamaño sea el de medio real de plata, que por la una cara tenga gravado un sol, y por la opuesta en el centro su valor en esta cifra ¼ que denota un cuartillo: alrededor con el año que se ha acuñado, esta inscripción: provisional. La referida moneda se admitirá y girará en todo género de mercado y contrato de la misma manera que los cuartillos de plata. Y a fin que llegue a noticia de todos para su debido