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Trabajadores de altura

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en sus 450 años

en sus 450 años

LA MONEDA EN EL MERCADO INTERNO PERUANO COLONIAL | 215

y aguardientes, y la producción textil en los obrajes rurales y manufacturas en las ciudades. Más bien, se tienen dificultades en su producción exportable a pesar de los incentivos que la España borbónica otorga para captar materias primas para su propia industria. El Perú seguía produciendo cascarilla y lanas (productos que no tenían competencia) y cacao, pero otros productos rurales tenían el serio inconveniente de las dificultades para su traslado a los mercados europeos, sin que esto incrementase sus precios al punto de perjudicar la utilidad (café, algodón, azúcar, tabaco, etc.).28

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En realidad, la minería argentífera experimenta un nuevo momento de crecimiento en el siglo XVIII tanto en el Alto como en el Bajo Perú, en un proceso diversificador en el que Potosí continúa siendo la principal mina, pero surgen numerosos asentamientos mineros: hacia 1790 se registran 670 minas en funcionamiento en todas las regiones del país. La principal en el Bajo Perú es Cerro de Pasco, pero otras importantes son las de Cajamarca (Hualgayoc) y Arequipa. En Arequipa, por ejemplo, se explotan minas como Condesuyos, Caylloma y Huantajaya, que juntas producen la quinta parte de la plata registrada en el país.29

Aunque pequeños y medianos, los centros mineros ejercen el efecto multiplicador en la economía de manera tan eficaz como lo hiciera Potosí cuando reinaba casi en solitario. La diversidad geográfica añade dinamismo a las diferentes y numerosas regiones del país bajo su influencia.

Caylloma funciona con un millar de trabajadores, de los cuales solo 125 eran mitayos, hasta que en las últimas décadas del siglo XVIII se van reduciendo conforme los pueblos dejan de enviar a su gente. De hecho, las minas arequipeñas pagaban tan solo 2 reales al día (más alimentos y coca) a sus trabajadores libres.30

Un factor de crecimiento es la consolidación de los repartos de corregidores y, posteriormente, el incremento de la población indígena desde mediados del siglo XVIII, y del cobro del tributo, que pasa de 630.000 pesos en 1780 a 1.277.000 en 1811, cuando es formalmente abolido.31

De un lado, la concentración poblacional produjo un mercado relativamente atractivo y diversificado, y de otro lado, la propia dinámica de un comercio ultra-marino e interno, que aunque no satisfizo por completo la demanda local de productos manufacturados, introdujo materias primas para el ejercicio de diversos oficios —telas, lanas, seda, tintes, sebo, cera, cueros, pellejos, plata,

28. Fisher 2000: 45, 60-61,103, 127, Morales Cerón 2015. 29. Contreras 1995, Brown 2008: 84-85. 30. Brown 2008: 91. 31. Fisher 2000: 112.

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oro, cobre, hierro, etc.—, que, junto a otros factores, produjeron condiciones propicias para actividades transformativas.

Precios controlados en un mercado imperfecto

El mercado de pueblos, villas y ciudades era libre solo en cierta medida. Tal vez se pueda señalar que con el tiempo las transacciones se vuelven más ligadas a una relación que podría ser de oferta y demanda para establecer los precios de los productos que se venden en los mercadillos y de los productos que ofrecen los artesanos y manufactureros urbanos y rurales (obrajes).

De todas maneras, sobre todo al principio del dominio colonial y cada cierto tiempo en que las coyunturas comerciales así lo exigían, las autoridades trataban de establecer precios fijos o “aranceles” como parte de su función de protección a la “república” (bien común), nunca exenta de intereses personales y de grupo. Esta preocupación se manifestaba también en las medidas para evitar el acaparamiento de productos y materias primas. Los cabildos, audiencias y corregimientos hacían las inspecciones llamadas cala y cata a fin de determinar las existencias en almacenes y talleres.

Es conocido que, durante los primeros años de la colonización, los cabildos de las ciudades pretendieron imponer precios fijos a los productos que se vendían en los mercados, y que estos precios fueron inferiores a los que establecían los proveedores. Por lo regular, esta práctica queda en desuso al poco tiempo, probablemente debido a la imposibilidad material de las autoridades para vigilar su cumplimiento, pero no debe descartarse que los precios se hayan “sincerado” con la oferta y demanda en un mercado dividido por estamentos y sectores étnicos, y controlado más por los grandes comerciantes que por las autoridades municipales.

Por otro lado, en su interés por controlar a los proveedores de artículos de amplio consumo (pan, velas, manteca, etc.), los cabildos y el gobierno colonial intentan en más de una ocasión establecer precios fijos para esos productos a través del estudio llamado cómputo del rendimiento de la materia prima (trigo, sebo, etc.). Es que los precios de las materias primas podían fluctuar mucho, y por eso las tarifas o posturas debían ser modificadas de tiempo en tiempo. En el caso del trigo y el pan, además de establecer un precio fijo por la maquila o molienda del trigo, el mayor componente del precio de venta del pan eran los precios vigentes del trigo32 en el mercado. Es que los precios del pan se elevan

32. Según datos de los libros del Cabildo y el gobierno colonial en Lima, el precio del trigo tuvo un movimiento muy lento a lo largo del periodo colonial en la costa central del Perú. Durante la segunda parte del siglo XVI, el precio de la fanega (5 arrobas y 5 libras) varió de 1 a 2 pesos de 9 reales. En el siglo siguiente, estuvo entre 3 y 4 pesos de 8 reales, hasta

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