también veremos más adelante– fueron además realizados por los mitimaes inkas y los de los pueblos más sumisos, que eran injertados en el seno de pueblos rebeldes y hostiles a la dominación inka. El poder imperial pobló los principales caminos de miles de chasquis. Sólo para cubrir la ruta Cusco–Quito fueron necesarios casi 1 500 hombres, desde que las postas donde se relevaban distaban entre 6 u 8 kilómetros una de otra 250, y albergaban a 4 de esos rápidos mensajeros –a decir del cronista Gutiérrez de Santa Clara 251–. El enorme gasto que ello representaba permitió sin embargo que, oportunamente, el poder hegemónico, allí donde se hubiese desplazado, contara con la información que requería. Una noticia entre Cusco y Quito podía ser llevada en 5, 8 o 10 días 252. De Cusco a Lima en día y medio –asevera una vez más Gutiérrez de Santa Clara 253–. Y de Ayacucho a Cusco podía llegar en alguna horas. Ilustración Nº 3
Chasqui inka
En situaciones de aguda emergencia, para avisar de algún estallido independentista por ejemplo, se recurría a un método aún más expeditivo. Gentes apostadas en las cumbres de los cerros prendían leña seca –refiere Rostworowski 254–. Al ver el humo o el resplandor de la fogata –apunta Del Busto 255–, quienes estaban en el siguiente promontorio hacían lo propio, y así hasta donde debía llegar la noticia. De esa manera, desde los puntos más remotos, podía llegar a su destino, en sólo horas, una convocatoria de emergencia, abreviando la reacción del ejército imperial que debía debelar el levantamiento. Concluidas las batallas, por lo general muy cruentas, en las que los campos quedaban sembrados de cadáveres –según refiere Del Busto 256–, cientos o miles de los derrotados eran conducidos al Cusco como prisioneros de guerra. En el desfile triunfal, el Inka pisaba los cuellos de los prisioneros postrados en las calles. Y los kurakas vencidos, desnudos para mayor humillación, eran paseados en andas 257 y luego sometidos a distintos tormentos. Restos humanos fueron algunos de los trofeos de guerra que el poder imperial inka concedió a los combatientes, siguiendo una tradición que se remonta a Sechín, Chavín, Paracas, Nazca y Tiahuanaco 258. Momias, cráneos que eran convertidos en vasos para festejar los triunfos, y pellejos que sirvieron para confecionar tambores, eran los más preciados trofeos de guerra –afirma Del Busto 259–.
El aluvión sobre los Andes El Imperio Inka, hasta alcanzar su máxima expansión territorial, y para mantener los límites conseguidos, estuvo en guerra durante todo su siglo de existencia. TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte • Alfonso Klauer
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