Jezabel Rodríguez

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Por un instante no estoy Alberto V. Miranda, aka Voet Cranf Es probable que la persona que se acerque por primera vez a la obra de Jezabel llegue a conclusiones inmediatas nada más entrar en la sala. En un mundo como el del arte contemporáneo, donde la ambigüedad y la teoría son factores exageradamente valorados, es raro encontrarse obras tan evidentes, tan rebosantes de simplicidad y tan vacías de justificaciones como las de esta artista. Y surge el peligro de extrapolar estas características al proceso creativo que las llevó a existir. Es fácil precipitarse y hablar de frialdad, de impersonalidad, de ausencia de narrativa. El gran público ansía color, historias —si son escandalosas, mejor— y una referencia pop debajo de cada piedra. Pero es que a Jezabel, en el fondo, no le importa el público. Porque, ante todo, pinta para sí misma. Conozco a la artista desde hace tres décadas. Coincidimos, aún mocosos, en ese magnífico experimento subversivo llamado Taller 3 y que hoy en día sobrevive, mutado, en un anexo del edificio que debiera llevar su nombre. En esta minúscula y enorme institución ambos aprendimos a vivir el Arte —con mayúscula— de un modo lúdico, desencorsetado y libre de los tópicos rancios que muchas veces lastran al mundo académico. Tras Taller 3, los dos hemos conservado el contacto y manifestado una lealtad mutua y duradera a lo largo de los años a pesar de los vaivenes y las distancias; nunca demasiado cerca, nunca demasiado lejos. Pero siempre ahí, dispuestos a colaborar y apoyarnos mutuamente. Porque ambos compartimos una actitud seria ante la vida que deja pocos huecos para lo frívolo —por payasos que podamos ser en muchas ocasiones— y menos aún para la impostura. Es por todos estos motivos que me arrogo la capacidad de escribir sobre Jezabel. En ella el acto de pintar se convierte en una forma de terapia, y no la típicatópica del artista torturado que expulsa sus demonios. En su caso se trata más bien de la creación de un espacio propio, no menos luminoso y aséptico que el que se refleja en su obra. Me atrevo a afirmar, incluso, que sin la posibilidad de establecer este compartimento vital estanco y pulcro, Jezabel sencillamente renunciaría a pintar. O que pintar es la excusa para encerrarse, y no al revés. En cualquier caso, una necesidad interna. ¿Qué es lo que ocurre dentro de este espacio privado? Deduzco que es el lugar donde se produce la colisión de dos importantes aspectos de la personalidad de Jezabel, en ocasiones contrapuestos: Sensibilidad y Determinación. Sí, Sensibilidad. ¿Carecen de emoción estos cuadros? En todo caso se podrá decir que en ellos no hay ni pizca de sentimentalismo. Y es que no se puede, permítanme la analogía musical, valorar a Debussy tomando como referencia a Chopin.

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