Ana de las tejas verdes 3

Page 80

CAPÍTULO DIECIOCHO

La señorita Josephine recuerda a su amiga Ana Cuando llegaron las vacaciones de Navidad, las muchachas de «La Casa de Patty» partieron hacia sus respectivos hogares; la tía Jamesina prefirió permanecer allí. —No podría ir a ningún lado con tres gatos —dijo—, y no puedo dejar solas a las pobres criaturas durante tres semanas; lo haría si tuviésemos vecinos decentes que los alimentaran, pero en esta calle no viven más que millonarios. De modo que me quedaré aquí y cuidaré la casa. Ana se fue a casa con las alegres esperanzas de costumbre, que no se cumplieron en su totalidad. Halló Avonlea azotada por el invierno más frío y tormentoso que recordaran los más ancianos habitantes. «Tejas Verdes» temblaba al azote de los vientos. Casi continuamente rugió la tormenta en aquellas desdichadas vacaciones y hasta en los mejores días soplaba sin cesar el viento huracanado. Tan pronto se secaban los caminos, la lluvia los volvía a llenar de barro y era casi imposible salir. La S. F. A. trató, en tres noches distintas, de dar una fiesta en honor de las estudiantes, pero cada vez la tormenta había sido peor y, puesto que nadie hubiera podido asistir, abandonaron la idea con gran pesar. Ana, pese a su lealtad por «Tejas Verdes», no pudo dejar de pensar en «La Casa de Patty», con su acogedor fuego, los ojos bondadosos de la tía Jamesina, los tres gatos, la alegre charla y las placenteras tardes de los viernes, cuando acudían las amistades del colegio y hablaban de todo un poco. Ana se sintió sola; durante todas las vacaciones, Diana estuvo aprisionada en su casa con una grave bronquitis. No podía acudir a «Tejas Verdes» y era raro que Ana pudiese ir a «La Cuesta del Huerto», pues el viejo sendero que atravesaba el Bosque Embrujado estaba intransitable y el camino más largo, sobre el helado Lago de las Aguas Refulgentes, estaba en iguales condiciones. Ruby Gillis reposaba en el cementerio; Jane Andrews enseñaba en un colegio de las praderas occidentales. Desde luego, Gilbert permanecía fiel y llegaba como podía a «Tejas Verdes». Pero sus visitas no eran lo que habían sido, y Ana las temía; era desconcertante alzar los ojos en un silencio repentino y hallar las castañas pupilas de Gilbert fijas sobre ella con inequívoca expresión; y todavía era más desconcertante sorprenderse a sí misma ruborizada bajo su mirada como si… como si… bueno, era muy embarazoso. Ana deseaba hallarse en «La Casa de Patty», pues allí siempre había alguien cerca para ayudar a salir de esas situaciones. En «Tejas Verdes», Marilla se escurría hacia los dominios de la señora Lynde tan pronto como aparecía Gilbert, e insistía en llevarse con ella a los mellizos. El significado de esa actitud era inconfundible y provocaba en Ana una sensación de furia impotente. Davy, sin embargo, se sentía completamente feliz. Soñaba con levantarse temprano para limpiar con la pala los caminos que conducían al pozo y al gallinero. Disfrutaba con los dulces de Navidad que Marilla y la señora Lynde rivalizaban en preparar para Ana y estaba leyendo, en un libro de la escuela, un cuento que le cautivaba: el héroe, que poseía la milagrosa facultad de meterse en situaciones difíciles, siempre conseguía escapar por oportunas erupciones volcánicas o por terremotos que arrastraban, en general, todos sus problemas, lo conducían hasta la gloria y la fortuna y permitían que la historia llegara a su término de la manera más feliz. —Te digo que es un cuento maravilloso, Ana —declaró enfáticamente—. Me gusta más que los de la Biblia.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.