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Geoglifos en las quebradas de Guatacondo y Maní

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Notas

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Geoglifos en las quebradas de

Guatacondo y Maní

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Desde hace siglos quienes recorren las pampas y quebradas del desierto de Atacama, han tenido ocasión de contemplar las inmensas y sugerentes figuras que adornan dichos páramos. En el pasado, los geoglifos -como se denomina a estas manifestaciones artísticas-, no solo fueron admirados por su monumentalidad y belleza, sino que, en tiempos precolombinos e incluso años después del arribo de los españoles, podían ser “leídos”, siendo signos o ideogramas de un sistema de comunicación compartido por los habitantes de los Andes del sur, particularmente de su vertiente occidental4 .

Hoy su significado profundo se nos escapa, aunque los estudios arqueológicos en nuestro país han podido abordar cuestiones como sus técnicas de construcción, cronologías, objetos, arquitecturas y fenómenos celestes asociados, ámbitos económicos, sociopolíticos, rituales e imaginarios relacionados con este arte monumental, presente desde la quebrada de Lluta en la provincia de Arica, hasta las sierras vecinas al río Loa entre Quillagua y María Elena, región de Antofagasta5 .

En este espacio, los geoglifos mantienen una simbiosis con elementos del paisaje que le otorgan sentido a su emplazamiento, y que ayudan a conocer en parte su papel en la antigua cultura desértica. La más relevante de tales asociaciones es la vecindad entre geoglifos y huellas -ya sea troperas o senderos-, dejando ver que estas figuras eran protagonistas en las rutas de intercambio de las poblaciones prehispánicas y coloniales de la región6. Su presencia casi exclusiva en estos escenarios permite suponer que, no obstante los símbolos dibujados en laderas y pampas son reconocibles en otros soportes y contextos (la cerámica y los textiles, por ejemplo), en las rutas contenían significados propios del ámbito de la movilidad. Por lo tanto, su elaboración e interpretación habrían sido asumidas por quienes usaban esos caminos: grupos de caminantes especializados en el intercambio de productos y el cuidado de las llamas -camélido doméstico sin el cual la epopeya caravanera habría sido imposible-, pero sobre todo, en los conocimientos necesarios para circular por vastos territorios desprovistos de agua, alimentos y soportando temperaturas extremas de día y de noche, muchas veces lejos de sus lugares de origen7 .

Es así como los geoglifos acompañan el derrotero de las rutas ubicándose en puntos estratégicos del paisaje, como afloramientos de agua, sectores con disponibilidad de forraje, lugares de pernocte (abrigos rocosos, rinconadas, parapetos), abras entre los cerros, áreas periféricas a nodos poblacionales y/o límites entre ambientes8, por ejemplo, el margen occidental de la precordillera andina o los faldeos orientales de la cordillera de la Costa, siendo ambos bordes opuestos de la pampa desértica. Pero esta asociación a hitos del paisaje natural trascendió lo utilitario, pues hicieron referencia también a la sacralización del entorno, siendo los mismos dibujos una especie de invocación de las fuerzas telúricas y cósmicas de un territorio considerado vivo9. De este modo, la elaboración de los geoglifos debió ser en sí un acto propiciatorio, que a su vez exigió de nuevos ritos cuando las caravanas pasaban por el entorno de los dibujos. Prueba de la consagración de los geoglifos y de los caminos en general, es su asociación con objetos y construcciones que aluden a lo ceremonial, como dispersiones de mineral de cobre, conchas o fragmentos de cerámica (challados), en forma aislada o junto a promontorios de piedra, oquedades artificiales, muros y cajuelas de lajas, además de líneas de piedras10 .

Pero la funcionalidad de los geoglifos no se agotó tampoco en lo sagrado, pues muchos de los motivos representados hacen alusión a otro de los rasgos distintivos de la cultura andina, cual es la existencia de espacios de interdigitación social o jurisdicciones entreveradas, siendo los caminos un claro ejemplo de ello11. Tenemos así que se diseñaron elementos representativos de todos los pisos ecológicos conectados por las rutas caravaneras, desde el Pacífico hasta la ceja de selva oriental, quizás con el afán de exponer lo visto durante los viajes, tal vez como una forma de mostrar el hábitat de los territorios de procedencia: peces, ballenas, balsas y botes, lagartijas, anfibios, camélidos solos o en caravanas, cóndores, suris, cuadrúpedos moteados que podrían ser jaguares, también cánidos, entre otros12 .

Esta situación también es graficada en las figuras humanas representadas, las que, jugando con las proporciones, muestran la importancia de vestimentas y tocados, varas o báculos, hachas, escudos y lanzas, para hacer patente los diversos orígenes sociales de los grupos que transitaban las vías del desierto13. De esta forma, los personajes con túnicas trapezoidales de orillas rectas o curvas, y tocados también trapezoidales, estarían representando a miembros y/o deidades de grupos tarapaqueños, específicamente, del llamado período Intermedio Tardío (900-1450 años d.C.), en contraste con las túnicas rectangulares y tocados semilunares, propios de la cultura atacameña de ese tiempo14 .

Los lagartos y rombos escalerados, representados ampliamente en los geoglifos del norte de Chile, evidencian igualmente la multiplicidad cultural presente en las rutas prehispánicas y coloniales, no obstante, apoyarse en un sustrato cultural común que permitía compartir los signos. Las representaciones de lagartos por su lado, soportaron numerosas variaciones, demostrando una enorme adaptación a las distintas realidades sociales donde se recrearon15; los rombos escalerados -llamados también cruz andina o “chacana”-, al contrario, son de diseño uniforme, representando la conectividad existente entre poblaciones, a partir de un principio ordenador único y de antigua data16 .

Período Formativo 1000 años a.C. hasta los 400 años d.C.

Momento en que los camélidos y guras humanas fueron representados de modo naturalistas, gráciles y con movimiento.

Fase San Miguel 1.000-1.200 años d.C.

Diseños en espirales de líneas curvas. Período de orecimiento de Tiwanaku ca. 500 años d.C.

Hacen su debut los círculos radiados, y antropomorfos con cabeza radiada y báculos, asociados a la deidad Tunupa o Tarapacá.

Fase Gentilar 1.300 años d.C.

Diseños en espirales de ángulos rectos. Período Intermedio Tardío 900-1450 años d.C.

Representaciones de personajes y/o deidades de grupos tarapaqueños, con túnicas trapezoidales..

Hasta aquí hemos mencionados los tres grupos de diseños característicos del arte rupestre del desierto de Atacama -tanto en geoglifos, pinturas como en grabados-, esto son, los geométricos, zoomorfos y antropomorfos17. Como vimos, sus referentes y componentes permiten distinguir diferencias culturales entre sus creadores y usuarios, y al mismo tiempo, posibilitan establecer los períodos en los cuales fueron elaborados. Es así como la fi gura antropomorfa representada de forma frontal, con un báculo en cada mano, brazos abiertos en “V” y cabeza radiada, ha sido relacionada con Tunupa o Tarapacá, deidad característica durante la expansión tiwanakota en la zona (ca. 500 años d.C.)18. En tanto los camélidos, por lejos los animales más representados en los geoglifos, hacen más antiguo este arte, pues se asume que aquellos representados de modo naturalista estarían vinculados al período Formativo (1000 años a.C. hasta los 400 años d.C.), y los que muestran trazos más rectilíneos son característicos de tiempos prehispánicos tardíos. Algo similar se supone para algunos antropomorfos que muestran gracilidad y movimiento, proponiéndose un origen Formativo para ellos, en tanto en los períodos tardíos se observan rígidos, esquemáticos, de mayores dimensiones y notoriamente ataviados19 .

Respecto a los motivos geométricos, se ha supuesto que aquellos circulares ubicados cerca del poblado Formativo de Pircas (quebrada de Tarapacá), serían contemporáneos con dicho asentamiento20 . Posteriormente, habrían hecho su debut los círculos radiados, identificados como soles, deidades solares asociadas al período de florecimiento de Tiwanaku (ca. 500 años d.C.)21. Por otro lado, los diseños en espiral observados sobre todo en Ariquilda (quebrada de Aroma), permiten distinguir dos momentos dentro del período Intermedio Tardío: espiral de líneas curvas perteneciente a la fase San Miguel (1.000-1.200 años d.C.), y espirales de ángulos rectos, muy populares durante la siguiente fase, denominada Gentilar (1.300 años d.C.)22 .

Las investigaciones coinciden en que la mayoría de los geoglifos fueron dibujados durante el período Intermedio Tardío (900-1450 años d.C.)23, profusión explicada por la intensificación que tuvo la actividad caravanera en esos años, instaurándose la red de caminos, asociaciones y obras de ingeniería sobre las que luego se asentaría el dominio incaico en la zona y, posteriormente, las administraciones españolas y republicanas24. Por otra parte, la disolución de la influencia tiwanakota en estos territorios, provocó la fusión de comunidades, relocalización de poblaciones en nuevos centros urbanos, regionalización y el surgimiento de conflictos sociales, que resultaron entre otras cosas, en la aparición de elementos distintivos en las formas y decoraciones de objetos cotidianos y sacros, públicos y privados. Fue así que, como ya vimos, en los geoglifos se representaron las diferencias sociales de quienes recorrían las rutas, evidenciando la existencia de ciertos derechos de uso sobre tales corredores. Por otro lado, el mayor volumen de producción de estas figuras estaría mostrando la creciente necesidad de apropiarse de espacios en disputa, por medio de una ritualidad intensiva25 . No obstante, tanto los geoglifos elaborados durante esta época y el período inmediatamente posterior -caracterizado por la preeminencia inka en el mundo andino-, fueron respetuosos de las figuras más antiguas, existiendo escasa superposición, siendo en cambio lo más frecuente, la agregación de motivos en los paneles26 . Así se hizo manifiesta la veneración que los artistas precolombinos tuvieron por los espacios anteriormente sacralizados, actitud que no fue compartida por las poblaciones de tiempos históricos, que dibujaron sobre los motivos de origen local otros alusivos a la nueva cultura arribada: la europea. Aparecen entonces sobre las caravanas de llamas imágenes de caballos y jinetes, burros, cruces, calvarios y soldados27. Con el correr de los siglos ni siquiera el impulso creativo se conservó, viéndose los geoglifos afectados por la actividad minera, sobre todo salitrera durante los siglos XIX y XX, siendo en la actualidad afectados por el paso de vehículos motorizados28 .

El impacto ocasionado por la actividad antrópica en este arte monumental, es prácticamente imposible de corregir, así como también lo es el daño provocado por agentes naturales, tales como el viento, la lluvia, los sismos y/o la oxidación del suelo29. Si bien los materiales y técnicas utilizados para su confección son simples y de disponibilidad inmediata, la remoción del sustrato donde se emplazan las figuras, afecta al mismo principio a partir del cual fueron construidas, es decir, el contraste, logrado por medio de distintas técnicas, entre ellas se encuentran la extractiva o de raspaje de sedimento superficial; la aditiva o de acumulación de piedras; o bien una mixtura entre ambas, consiguiendo con ello un mayor efecto de contraste entre la superficie (con mayor oxidación) y la capa inmediatamente inferior, de tono más claro30 (ver cuadro Materiales y Técnicas para el Diseño de Geoglifos).

El contraste obtenido busca ante todo permitir la visualización de las figuras desde una mayor distancia, lo cual se complementa con las dimensiones monumentales de estas representaciones rupestres, las cuales fueron posicionadas estratégicamente en lugares de fácil observación, como laderas de cerros y quebradas31. Sin embargo, hay algunos geoglifos dibujados en terrenos planos y horizontales, por lo que su vista es menos favorable desde la distancia, en cambio, se debe estar junto a ellos para poder observarlos. En este sentido, el tipo de emplazamiento escogido estaría reflejando diferentes funciones entre los geoglifos, pero lamentablemente aún no existen evidencias concluyentes que permitan aclarar las razones de esta diferencia32 .

Otro rasgo distintivo de la composición de los geoglifos tiene que ver con la exageración de las proporciones en algunos motivos, especialmente en las figuras humanas, que presentan cabezas y troncos enormes respecto al tamaño de las extremidades inferiores, y con atuendos cuyas dimensiones también son exageradas, haciendo notar la significación de las prendas de vestir y accesorios en los contactos y comunicación intersocietal andina33 .

Por otra parte, los dibujos pueden presentarse aislados o constituyendo escenas que involucran varios motivos, siendo las más características aquellas que muestran caravanas de llamas junto a sus guías. En cualquiera de los dos casos, su observación y descripción se aborda desde la noción de panel (ver cuadro Materiales y Técnicas para el Diseño de Geoglifos).

Tal como se indicó más arriba, los geoglifos en el norte de Chile se extienden desde las regiones de Arica y Parinacota, hasta el sector norte de la región de Antofagasta, contabilizándose alrededor de 50 sitios arqueológicos que contienen estos motivos rupestres34, la mayor parte de los cuales se concentran en torno a la pampa del Tamarugal, especialmente, en las laderas orientales de la cordillera de la Costa, y los cerros que circunscriben las desembocaduras de las quebradas precordilleranas andinas. Es en este último sector donde se localizan los geoglifos destacados en el presente libro, más precisamente, entre las quebradas de Guatacondo por el norte y Piscala por el sur, organizándose alrededor de una importante vía prehispánica de orientación norte-sur, denominada Sendero Principal Longitudinal, senderos secundarios y otros senderos que bajan desde las quebradas andinas para alcanzar la pampa desértica, llegando a la cordillera de la Costa y el litoral vecino35. Se trata de la porción meridional del territorio reseñado como propio de la tradición cultural tarapaqueña, la que cristaliza hacia el período Intermedio Tardío, a partir de las manifestaciones materiales del llamado complejo PicaTarapacá (980-1400 años d.C.)36. En este momento, cabe recordar que la elaboración y fuerza simbólica de los geoglifos alcanzó su clímax.

En tal espacio se han registrado 13 sitios arqueológicos con un total de 202 paneles de geoglifos y 1037 motivos. Destacan entre ellos los ubicados en la intersección del Sendero Principal Longitudinal con las quebradas de Los Pintados, Honda y Maní (Alto de Piscala Norte y Alto de Maní Norte), denotando la importancia de este sendero en la movilidad en sentido norte-sur, conectando los poblados tarapaqueños entre sí y con regiones más alejadas, como Arica, Tarapacá y Pica por el norte, y Calama y San Pedro de Atacama hacia el sur37. Debemos señalar además que en el área que nos ocupa, los geoglifos se encuentran asociados de forma directa o indirecta a manifestaciones aldeanas, como el poblado antiguo de Guatacondo y el “gentilar”; extensas áreas de cultivos (Tamentica en quebrada de Guatacondo, quebradas Honda y Maní); campamentos, parapetos38, mojones y alineamientos de piedras, fragmentos cerámicos, restos de cobre, herraduras, vidrios, latas y loza39, entre otros bienes muebles e inmuebles que demuestran el uso constante de las rutas del área, y como consecuencia, las permanentes visitas y resignificaciones que sus geoglifos han tenido durante siglos.

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