MEMORIA VIVA

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10. teresa ¡podíamos acampar por nuestras anchas, y era matacerdo! Empezaron a venir los vecinos, pusieron una mesa de madera en la calle y trajeron aliagas que dejaron en un montón allí cerca. Mi madre acercó un enorme lebrillo amarillo. Mi abuelo venía de la casica trayendo un cerdo enorme que habían criado durante todo el año con comida del caldero. El caldero que estaba al fuego en la cocina de leña desde buena mañana lo llenaban con patatas, nabos, calabaza, y al que añadían los desperdicios o restos de las comidas de ese día, era la comida del cerdo. A nosotras nos daban, como aperitivo, patatas del caldero y he de decir que nos encantaban. Un año en que mi hermana estaba muy flaca y no quería comer, la dejaron una temporada en el pueblo con los abuelos. Mis padres cuando la recogieron se la encontraron bien rolliza, la habían sacado a flote a base de cebarla con las patatas del caldero del cerdo.

En cuanto veíamos que entre varios hombres subían el cerdo de casi 80 o 90 Kg. a la mesa, echábamos rocha arriba a escondernos de los berridos del pobre animal al matarlo. Cuando el silencio volvía, aguzábamos el oído, y cuando presentíamos que todo había pasado, bajábamos corriendo, para no perdernos nada de aquella, para nosotras fiesta, y para los mayores un trabajo cansado en el que debía estar todo apunto y que permitía llenar la alacena y nuestros estómagos en los largos días de invierno.

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