Romper el silencio, 22 gritos contra la censura

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Shangai”, “El Coquis” y “El Gato” tienen una misión que terminar. Aprendí desde hace mucho tiempo no tenerle miedo a la muerte. A la muerte le gusta el miedo. Es el olor preferido de sus víctimas. —Se han tardado mucho. Desde mi ingreso, ustedes me golpearon hasta el cansancio. Aquí estoy a la orden —les digo. Me aferro a un lápiz con punta filosa entre las páginas del libro La otra guerra secreta: Los archivos prohibidos de la prensa y del poder, de Jacinto Rodríguez Munguía, que me sirve de escudo. Tengo los ojos puestos en las puntas cortantes de esos presos y sus dos compañeros. Un movimiento y por lo menos uno de ellos se queda tuerto. Unos veinte compañeros del Módulo 2 sabían que esos malandros llegarían a terminar su misión. Los medios nacionales exigían a Borge mi excarcelación, y el gobernador perdía ante tribunales federales su ridícula acusación de “sabotaje” en mi contra. Los compañeros, solidarios ante la injustica, entraron a apoyarme y los sicarios de Borge se retiraron apresuradamente. “Acuérdate de nosotros, periodista, los pobres nos pudrimos aquí por falta de dinero. No tenemos abogados”, fue la petición que me hicieron. *** Hace unos días, un domingo de junio de 2017, el veterano periodista chetumaleño Luis Cabañas Basulto me contaba que el entonces secretario de gobierno de Borge, Gabriel Mendicuti, le dijo tímidamente a su jefe que encarcelarme y mandarme a golpear en la cárcel era una mala idea. —¡Me vale madres! —era la respuesta recurrente de Borge. Bajo las órdenes del corrupto Borge fui golpeado el 30 y 31 de agosto, apenas ingresé al penal. El mango ro133


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