Romper el silencio, 22 gritos contra la censura

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* Hace diez años, Ángeles era una atractiva mujer de cuarenta años que, a fuerza de gimnasio, tenía todo para llamar la atención. Su pelo era largo, rizado, voluminoso y negro, brillantemente negro. Desde aquel tiempo las zapatillas altas ya eran su debilidad. La he visto trabajar entaconada en parajes pantanosos y en muchas más escenas del crimen. Pero sus tacones son otra historia. Decía yo que Ángeles tenía todo para llamar la atención y que desde el primer día que entró a trabajar a un periódico aprendió a contener el coraje que le provocaba cada mirada acosadora o desafiante. La primera iba acompañada de invitaciones para salir a cenar o de ofrecimientos para mantenerla a ella y a los niños. Con la segunda mirada, la altanera, Ángeles siempre ha pensado que tratan de decirle: “Estás bien pendeja”. Cómo aquella vez cuando, gritando y reclamando, llegó un reportero de la vieja guardia que se enorgullecía por haber recibido el Premio Nacional de eriodismo de manos de Carlos Salinas de Gortari. “Ninguna vieja pendeja me va a quitar mis fuentes”, bufaba. Su enojo era porque Ángeles había asistido a una conferencia de prensa en la fiscalía estatal que, según el reportero, a él le correspondía cubrir. * En 2008, Ángeles retrataba entre diez y doce muertos al día. Ese año mataron a más de 800 personas en Tijuana. Ángeles entraba a las tres de la tarde y salía hacia al amanecer, cuando llegaba alguien para relevarla. Muy pronto, el vals de la quinceañera, el bossa nova de los desayunos de beneficencia, el mariachi en las fiestas de Jorge Hank Rhon se le fueron olvidado. Los cambió por los gritos de aquella mujer que escuchó llorar cuando fotografió a su primer muerto. Los cam111


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