MEMORIA PREMIOS NACIONALES DE CULTURA UDEA

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Luis VIDALES

Siempre timbres

BOGOTÁ – El país colombiano le debe al Maestro Vidales dos extraños, insólitos y profundos estremecimientos. El primero tuvo que ver con esa llamada de atención con la que sus eléctricos timbres de 1926 llegaron como a subvertir la siesta melancólica y gris de una poesía que se había dormido a rumiar la intoxicación provocada por unos símbolos desdibujados y por las antipiruetas gramaticales de unas formas sosas y pesadas que le servían de marco perfecto y aletargado a ese mundo de castas, pudorosas y morbodepresivas, imágenes provincianas con las cuales deliberadamente se autoclausuró esa poesía para no contaminarse con el viento renovador de la historia ni con el ajetreo ruidoso y mecánico de un tiempo que ahora venía montado en tranvía y le peleaba el resplandor a la luna con el centelleo de las bombillas eléctricas. Con Vidales el siglo XX ocupa los espacios que el siglo XIX se negaba a desalojar en el vacilante edificio de la cultura colombiana. Sus versos venían a “cantar” y a dibujar el mundo con las líneas de los cuartos, de los asientos, de las mesas; venían vertiginosamente a instalar sus nuevos objetos, los prosaicos y elementales objetos de la época nueva en medio de esas salas retóricas, adornadas ingenua y tantas veces ridículamente con panoplias postizas, con candelabros de mal cobre y con polvorientas poltronas donde fingían desfallecer de tisis virginales doncellas olvidadas de Dios y del mundo, pero quizás de vez en cuando tentadas por las argucias del demonio y socorridas por el obispo.

de estar vivo. Con Vidales poema, poeta y poesía se integran a una “nueva teoría de los objetos” y hasta una nueva función de los sujetos, sin que ello necesariamente implique que sobre la cola del pavo real no se sigan abriendo en las mañanas los ojos de las mujeres muertas. Por otro lado un ciclo político, que como macabro elemento de “modernidad”, nos aproximó a las más sofisticadas, refinadas y elaboradas técnicas para la práctica de la tortura y la violación sistemática de los derechos humanos. El reconocimiento que la Universidad de Antioquia ha hecho en días recientes a la figura y a la obra del poeta Luis Vidales es también por eso doblemente significativo y enaltecedor. Pues por un lado es reconocer la poesía simple y pura, aquella poesía que convierte y sabe que la máquina de escribir es un piano de teclas redondas donde el gato se acomoda en el hueco del sueño y desde donde el verso lógico y sencillo puede decirnos las cosas que hay en el mundo. Y por otra parte, ese galardón premia la discreta y silenciosa vida de alguien dedicado con total lealtad a tejer en el espacio de las horas el sueño de un mundo más limpio y más amable para el hombre. – Víctor Paz Otero Magazín Dominical EL ESPECTADOR. Noviembre 7 de 1982, página 2

El segundo estremecimiento sobreviene cuando al poeta Vidales, en un acto despreciable que sólo se explica y se corresponde con esa “poética” de gendarmes que pareció querer implantarse en época bien reciente y todavía no olvidada en la memoria colectiva de los colombianos, fue conducido en un turbio amanecer “democrático” hasta los establos donde oficia y ejerce el pensamiento militarista. Ese vergonzoso episodio convocó de nuevo la atención sobrecogida del mejor país que nos queda, en torno a la vida y la obra de un hombre cuyo único delito es haber ejercido y combinado la poesía con el ritmo frenético pero inevitable de las cambiantes estadísticas. Con ese acto se quiso herir en lo más hondo el sentimiento de algo que relativamente habíamos respetado un poco: la dignidad y los derechos elementales de la persona humana. Curioso este azar que coloca al poeta Vidales en el inicio de dos ciclos que tienen una profunda y a veces no muy bien comprendida significación en el acontecer de la historia colombiana. Por un lado un ciclo poético, en donde la poesía desciende de nebulosas e irreales atmósferas y se pone a caminar por las calles, estrena ritmo y traje nuevo, se unta de mundo, toca los objetos y se monta en automóvil para pasar sobre sus ruidos. Ciclo donde el poeta pierde esas dudosas atribuciones míticas, para confundirse con el hombre común y corriente que en la calle, la fábrica, y hasta en la sórdida oficina, construye a verso limpio el tanta veces cotidiano e incomprendido poema

EL ESPECTADOR, octubre 31 de 1982, página 3-A

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