PERIÓDICO ALMA MATER 622 JULIO DE 2013

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Nº 622, UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Medellín, julio de 2013

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Cincuenta años de Rayuela Por LUIS GERMÁN SIERRA J.

Foto Sara Facio, Alicia D´Amico

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ayuela, la novela de Julio Cortázar (1914-1984) publicada en Argentina por la Editorial Suramericana en 1963, cumplió cincuenta años el 28 de junio. Experimental, juguetona, política, irreverente, poética, mordaz, cruel, amorosa, entrañable, a tono perfectamente con los tiempos que corrían, rompió los esquemas y la manera de narrar, sobre todo en la literatura latinoamericana. Despuntaban, con Cortázar, Carlos Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa, que no fueron los únicos en importancia literaria de ese momento (estaban también Borges, Rulfo y Onetti, entre otros), pero fue a ellos sobre todo a quienes la industria editorial, para bien a para mal, agrupó bajo el nombre de boom latinoamericano en los años sesenta y setenta, y en adelante, por muchos años, no se habló, en literatura, de otra cosa que de sus autores, de sus nuevos libros, de sus premios y de sus andanzas por Europa, para ese entonces rendida a sus pies. Después de Rayuela, Cortázar se hizo un autor entrañable para muchísimos lectores en el mundo que descubrieron, además, al gran cuentista que era el argentino, quien había comenzado a publicar libros de relatos (Bestiario, Final del juego, Las armas secretas) aun antes de su famosa novela, pero también al magistral traductor de las Narraciones extraordinarias (del inglés) de Edgar Allan Poe y, andando el tiempo, de Memorias de Adriano (del francés) de Marguerite Yourcenar. Cortázar es autor, además, de libros sin género maravillosos como La vuelta al día en ochenta mundos, Último round o Los autonautas de la cosmopista, y libros llenos de humor e ironía como Historias de cronopios y de famas y El libro de Manuel, además, claro, de otras novelas, libros de poemas, y nuevos libros sin género. Cincuenta años después, Rayuela continúa inquietando el mundo de la literatura, sobre todo porque ella, como debe ser cuando hablamos de verdaderas novelas, se parece a la vida (“una novela es una cosa viva”, dijo Henry James). O la vida continúa pareciéndose al complejo entramado de circunstancias y personajes plasmados por Cortázar en un libro donde el amor, la libertad, las ideas, la ciudad, la música, los conflictos, la noche, los amigos y la muerte son mucho más que más de setecientas páginas llenas de palabras. Sus personajes, la Maga

y Horacio Oliveira (pero también Traveler y Talita y todo el Club de la Serpiente), siguen latentes, entrañables, en los lectores que han venido a lo largo de los años. Aunque hayan cambiado los tiempos y también la literatura se escriba hoy de manera distinta, el arte y la poesía de Rayuela la conservan con la vitalidad, no de un recuerdo, sino de aquello que la realidad necesita para no ser un fósil, para no ser las aguas estancadas que a veces parece (y en nuestra realidad sabemos a ciencia cierta por qué lo decimos). Roberto Bolaño (Chile), autor casi de culto hoy en el mundo

hispanoamericano, que mandó lejos toda la literatura anquilosada y promovida por el marketing, admitió que “decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y de Cortázar es una obviedad”. En las bibliotecas de Medellín es casi imposible conseguir un ejemplar disponible de Rayuela (en la de la Universidad de Antioquia hay doce, prestados por estos días), e igual ocurre en las librerías. A algunos despistados, como a mí, se la han sustraído de sus casas. Porque “es una cosa viva”. Porque avivó años turbulentos de política y de poesía y de amores sin permiso

en tiempos en los cuales el poder se hizo una especie de caricatura, una especie de estorbo para vivir. Al lado de otras obras de magnífica literatura y de un arte que no entendía de fórmulas ni de límites establecidos, Rayuela fue como un talismán, una señal de buena suerte, un conjuro para los días aburridos. Y nos alcanzó a los que llegamos después. Y les alcanza a los que llegan hoy. Porque es una cosa viva llena de lenguaje. Rayuela nos enseñó para siempre, sin lugar a dudas, que la poesía y el humor son el mejor antídoto contra la estupidez de todos los tiempos.


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