PERIÓDICO ALMA MATER 622 JULIO DE 2013

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Nº 622, UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Medellín, julio de 2013

“La Universidad debe mostrar el rumbo: María Teresa Uribe”

Verdad y no repetición

Foto Martha Hincapié Uribe

Autora de libros como Nación, ciudadano y soberano (2001); Urabá: región o territorio (1992), y coautora de Las palabras de la guerra (2006); Cien años de prensa en Colombia, 1840-1940 (2002); Universidad de Antioquia. Historia y presencia. 1803-1999 (1999); Las raíces del poder regional: el caso antioqueño (1998); así como de innumerables publicaciones. Todo ello la han hecho merecedora de reconocimientos, pero sobre todo de que sus ideas y pensamientos, explícitos en sus textos y en su cátedra por más de treinta años de docencia en la Universidad, sigan vigentes, y que su preocupación por la historia, los desplazados, la violencia, la justicia y la paz siga siendo relevante.

Por GISELA SOFÍA POSADA M.

E

n la tertulia, en el café y en el aula, la voz clara de María Teresa Uribe sigue estando presente. Sus publicaciones y su lucidez de pensamiento constituyen fuente obligada para entender lo que ella llama “las razones del lobo” —en alusión, quizá, a evitar polarizaciones e invocar la capacidad reflexiva para producir un sano debate—. Ahora, tras su retiro, en la tranquilidad de su casa reconoce que la Universidad de Antioquia significó un reto permanente desde el día en que se vinculó como profesora de sociología, a comienzos de los setenta, hasta su jubilación en 2004. Cómodamente sentada frente a una mesa colmada de libros, papeles y un computador, sus afirmaciones advierten caminos, mientras la luz de la tarde entra haciendo más acogedor el cuarto soportado en piso de madera, decorado con fotos familiares y detalles. Desde allí accedió a salir de la “clandestinidad de su estudio” para volver a decir, en voz alta, algunas cavilaciones necesarias en épocas de parloteo. “Estar con la gente joven es una manera de estar siempre joven. Me

volví vieja cuando dejé la Universidad”, dice. La Universidad, ese espacio entrañable, le enseñó a entender lo que pasa, a discutir y escuchar las razones del otro. Su sueño ha sido que ese ambiente se extrapole a la sociedad; ese microcosmos de las diferencias —el resumen de las clases sociales, de las etnias, de los grupos—, donde es posible hablar de lo innombrable. Su reflexión, desde la perspectiva que da la distancia y el tiempo, refuerza la naturaleza que le es propia a la universidad pública: “el lugar en donde los diferentes se encuentran en condición de igualdad y lo único que rige la diferencia es el conocimiento”. Ante la convicción de que esta sociedad tiene que contar con una universidad pública de prestigio y de que su privatización sería un “desastre ecológico”, María Teresa, como pocos, encarna, en su interpretación, el sentido pleno de universidad como una de sus más declaradas defensoras. “Si la universidad pública no se preserva, quedaría por fuera de la educación un sector muy importante de la sociedad: los sectores desprotegidos. La universidad pública es una condición de la democracia, sin ella la democracia falla por una de sus patas…la universidad pública

tiene la posibilidad de verdaderamente ocuparse del conocimiento, no solamente de transmitir conocimiento, eso lo hacen todas las universidades, sino de crear conocimiento nuevo.” En su batalla contra el aislamiento, y en contraste con una sociedad aturdida por la información, a la universidad le es difícil llegar a la sociedad y, por lo general, lo hace con jergas académicas alejadas del ciudadano, que no logran influir con opinión y pedagogía a la mayoría social, preocupada por la supervivencia. En ese dilema la profesora plantea que la universidad tiene que aprender a hablarle a la sociedad y que ésta debe aprender a oírla (aunque el déficit persista en ambos lados). “Generar opinión, una nueva palabra, una palabra distinta a lo que la gente está acostumbrada a oír a través de los noticieros, de los medios, de los políticos. La universidad debe aprender a hablarle a la sociedad, sin perder su carácter pedagógico. Tiene que aprender a llamar la atención, con la agresividad necesaria, para que las reflexiones no se queden en la universidad y sus orientaciones logren el eco que deberían. La universidad es la maestra y debe mostrar el rumbo”.

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En momentos en que el país transita por un proceso de paz, desde su percepción el reto de los universitarios es ayudar a comprender el drama que ha vivido esta sociedad y reconocer la hondura y dimensión de la tragedia de la guerra. “Hay que pasar por un proceso de verdad, que la gente recuerde para no repetir…hacer una pedagogía de la pluralidad, una pedagogía del respeto, de aceptarnos diferentes. A mí la cúpula de la guerrilla no me preocupa, porque mal que bien se acomoda, pero ¿qué hacer con los quince mil muchachos? La pregunta no es sólo qué hacer con ellos sino también qué hacer con la sociedad a donde regresan. ¡Ojo! yo no diría que perdón, diría aprender a respetar esa vida y a darle una oportunidad…un escenario de posconflicto que nos lleve a la no repetición. Eso no es de un día, ni de un año, ni de la vigencia de un gobierno, eso es de cincuenta años.” Y ante la pregunta: ¿Qué hacer con la memoria de los colombianos, de sus heridas abiertas y de la condición de víctimas que reclaman los victimarios?, sus advertencias quedaron en el aire con un dejo, también, de pregunta: ¿Hasta dónde este país aguanta la verdad? ¿Hasta dónde van a aceptar la verdad las Farc que dicen que no hicieron nada? ¿Hasta dónde la va a aguantar la oligarquía de este país que está untada de sangre hasta los ñames? ¿Hasta dónde lo va a aguantar la iglesia católica? Su talante y agudeza de pensadora de las ciencias sociales hizo que sus reflexiones fueran exigentes e inagotables como ejercicio que, en suma, deja una agenda ética impostergable para la universidad pública, llamada a encarar dicha agenda en los actuales momentos. Volver a ella, como dice el profesor Fabio Giraldo, es “el arte de tejer y destejer ideas”. Aquello que en el libro de sus amigos, Las tramas de lo político, inicia diciendo: “La metáfora más hermosa sobre el ejercicio de pensar y el arte del pensador, la elaboró Hannah Arendt al compararlos con el eterno trajín de Penélope quien «deshace cada mañana lo que acabó a la víspera»”. En el caso de la profesora María Teresa Uribe de Hincapié se trata de la madurez de un pensamiento intelectual que es tejido y consistencia para bien de los demás con una prolífica existencia que se traduce en una sensibilidad hacia cosas cotidianas como confesar que el sonido que más le gusta es el de los pájaros que la despiertan todos los días, en la remembranza de esos sonidos de la naturaleza y del buen viento cuando silba en los cafetales, quizá en concordancia con el origen campesino del cual se siente orgullosa. Que la palabra que más le gusta es amistad y que todas las palabras le agradan, pero habría una que sacaría del diccionario y de la boca de los hombres: prohibir.


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