PERIÓDICO ALMA MATER N 598, MAYO 2011

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Nº 598, UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Medellín, mayo de 2011

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Las barras del fútbol: les llegó la mayoría de edad Lejos en el tiempo pero cerca en la emoción está la imagen de un sicario paisa con cara de niño llamado Byron de Jesús Velásquez Arenas, cuando en la noche del 30 de abril de 1984 fue capturado en Bogotá como el motociclista que acompañaba al pistolero Carlos Mario Guizado, el mismo que le vació la metralleta Ingram al entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, para después perecer estrellado contra un poste. No obstante nuestra bicentenaria historia de guerras fratricidas, con la participación abierta de niños y adolescentes defendiendo causas que ignoran y orgullosos posando con sus gigantescas armas en múltiples fotos, el rostro casi infantil de Byron de Jesús pareció poner al descubierto una realidad sin antecedentes. Poco a poco emergió la bestia que la sociedad paisa venía incubando, producto del afán irracional, antiético y desmedido de enriquecimiento material y que el narcotráfico contribuyó a profundizar con todo su poder corruptor e intimidatorio. Se convirtió así en pan de cada día la irrupción de jóvenes gatilleros y secuestradores, muchos de ellos por debajo de los 18 años de edad pero con la seguridad y convicción de lo que hacían, de por qué lo hacían y de para quién lo hacían: “la cucha, papá, la cucha”. De los últimos 25 años de nuestra historia urbana, y sin desconocer algunos esfuerzos de cambios promovidos desde ciertas administraciones, el mapa de violencia de Medellín conserva un rasgo característico como es la pervivencia de fenómenos delictivos en sus comunas y el triste protagonismo de los jóvenes, bien en su condición de víctimas o en la de victimarios, gracias al auge de prácticas como el narcotráfico, el sicariato, el secuestro y los ajustes de cuentas entre bandas y combos, muchos de cuyos miembros –nietos y sobrinos– pertenecen a la tercera o cuarta generación de los grupos delincuenciales de los años ochenta. La realidad nacional a su turno no

GONZALO MEDINA P. Profesor Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia

es muy diferente: entre diversidad de estadísticas, destacamos cómo el diario El Tiempo registró que durante dos años fueron cometidos en el país 542 homicidios por menores de edad (El Tiempo.com. Publicado el 6 de junio de 2009).

Ser mayores antes de… En ese contexto, y con actores más o menos similares en lo generacional y en lo social, también irrumpió en Medellín el fenómeno de las barras del fútbol, algunas de cuyas particularidades son las de contar con sectores integrados por menores de edad que en ocasiones, y por una u otra razón, buscan el choque violento con las autoridades, con los miembros de las barras contrarias –léase enemigas–, sin descartar incluso como oponentes a sus propios compañeros de divisa. Casos de asesinatos, de lesiones personales, de daños en cosa ajena y en bien público, son algunos de los desenlaces del accionar de las barras antes, durante y/o después de un partido de fútbol. La pregunta obligada que ambienta la discusión cada vez que un menor de edad comete un delito, es tan concreta como compleja: ¿Debe o no debe dicho menor responder penalmente ante la ley?

De la cédula a la práctica Advirtiendo por una parte que me anima el interés por un debate público amplio acerca de un tema que sólo es noticia cuando ocurren enfrentamientos y se producen víctimas y daños materiales, y reconociendo por otra que debemos avanzar en un diagnóstico sobre el fenómeno de las barras en Medellín, me propongo

consignar algunas breves reflexiones al respecto. Las mismas parten de constataciones empíricas, de un lado, y de unas anotaciones teóricas que pueden ayudar a clarificar la lectura del problema: las primeras se orientan a llamar la atención sobre una suerte de nuevo perfil de adolescente en nuestra ciudad, e incluso en el país, el cual vive una suerte de experiencias tan variadas y tan decisivas que se proyectan en su estructura mental representativa de la sociedad, de su semejante, de la autoridad, de la mujer, del trabajo, del estudio, de lo ético, de lo antiético. Ello explica a mi juicio que tengamos menores de edad que sin haber cumplido los 18 años arrastran una práctica intensa y variada, empezando porque se entremezclan lo legal y lo ilegal: así como tienen su acumulado delictivo, también comportan sus roles de compañero de pareja y de padre de familia, como también de estudiante de bachillerato o de universidad. Estamos, pues, frente a un prototipo de menor de edad con mucha más vida, diferente al de otras generaciones propias de nuestra historia reciente. Por tanto afirmo que tal referente experiencial debe ser tenido en cuenta a la hora de pensar en la posibilidad de que un menor de edad responda penalmente ante la ley ((El Código de la Infancia y la Adolescencia, ley 1098, de 2006, establece en su artículo 140 que las medidas que se tomen

contra menores de 14 a 18 años, por hechos punibles, son de carácter pedagógico, específico y diferenciado respecto de los adultos). Y si ha de responder ante esa ley, es porque ha tenido la opción de elegir entre obrar correctamente y obrar al margen de aquélla; es decir, aunque no haya completado los 18 años, pero como resultado de sus múltiples vivencias –que son otra manera de relacionarse con la realidad–, puede ejercer la libertad que todos conocemos como el libre albedrío. El uso teórico puro de la razón consiste, en ese sentido, en determinar cómo debemos comportarnos en el mundo en general. Y si el fruto de la razón pura teórica es la teoría del conocimiento, el producto a su vez de la razón pura práctica es la ética, ese referente que guía nuestros actos y nos permite tomar las decisiones por las cuales hemos de responder en la vida. Una conclusión provisional sobre esta relación entre barras de fútbol, minoría y mayoría de edad, teniendo como contexto inmediato y mediato el conflicto armado y sus diversas expresiones de violencia en Medellín y Colombia, obliga a plantear la discusión sobre la necesidad de que los menores de edad respondan penalmente ante la ley pero siendo acogidos desde un espíritu integral de autoridad, entendida más allá del simple y arbitrario ejercicio de la coerción. Y alcanzar ese ambiente de cambio legal y actitudinal implica al mismo tiempo una nueva postura de medios, academia, equipos de fútbol, barras, líderes, patrocinadores, padres de familia, entre muchos otros estamentos, de comprometerse con hacer del tema de las barras del fútbol un asunto sistemático de opinión pública que contribuya a que de aquéllas se hable con el respeto, el conocimiento y la amplitud que merece un fenómeno mundial de repercusiones sociales, culturales y políticas. Será el primer paso de un decisivo camino que la sociedad colombiana debe cuanto antes emprender.

haz parte de nuestro grupo en Encuéntranos en Dora Quiroz García, egresada Escuela de Bibliotecología


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