Yo creo en la Esperanza

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24 todas las opresiones, no se le puede despachar, sin más, por inevitablemente totalitario. Y, menos que nadie, le podrían despachar los católicos socialmente conservadores, que, sépanlo o no lo sepan, están aceptando la dialéctica del «amo» y el «esclavo». Otra limitación de mi escrito es la demasiado sumaria descalificación de la lucha de clases, tal como Marx la concibe. En conjunto, Marx (a diferencia de Engels) concibe la dialéctica más como rigurosamente histórica que como quasimetafísica. No se trata, necesariamente, de una violencia radical, sino de una violencia impuesta por la violencia del «amo» y que tiende a suprimir la violencia («sociedad sin clases»). Pero el problema de la violencia del «amo» y de la necesidad de la lucha de clases para suprimirla, es un problema que pertenece a la trama profunda de la historia y es verdaderamente, en la realidad histórica, punto clave. Por eso es una necesidad dialéctica. Me ha costado siete u ocho años de reflexión esclarecerme a mí mismo estos puntos, librándome de los residuos de antimarxismo ideológico, que me quedaban a causa del influjo de la tradición católica conservadora. En una conferencia, pronunciada en Oviedo, el 8 de octubre de 1970, dejé fijada mi posición sobre el problema de la lucha de clases: Algunos pretenderían eludir la cuestión radicalmente, afirmando que, en la moderna sociedad neocapitalista, el concepto de «clase» ha perdido todo sentido. Es verdad que un concepto rígidamente dicotómico de «clase burguesa» y «proletariado» no puede ser mantenido hoy. Pero de aquí a sostener que no hay «clases» y que no hay problema de «discriminación» entre las clases, hay un abismo. Una fuente nada sospechosa de marxismo, el Staatlexikon de la editorial Herder, en su sexta edición (vol. 4, 1959, col. 1062 ss.), en el artículo Klasse, nos da la siguiente caracterización de «clase» social, llena de actualidad. A diferencia de los «grupos» sociales (que son diferenciaciones, que pueden estar, entre sí, en relación horizontal), las «clases» son estratos (capas) con orden de superioridad e inferioridad social (relación «vertical», de arriba a abajo). La comunidad de clase (y la «condición» de clase) afecta a la familia entera, no sólo al individuo. La diferencia de clase se manifiesta por signos externos de discriminación: no es posible prácticamente el matrimonio y la comensalidad (connubium et convivium) entre miembros de diferente clase. Detrás de esto hay todo un sistema de costumbres, concepciones e intereses materiales. La propiedad (el sistema de propiedad) y el privilegio juegan un importante papel en la consolidación de las «clases». (El artículo de Staatlexikon está firmado por F. A. Hermens). No será fácil enumerar las clases y trazar con toda precisión los límites de unas y otras. Las posibilidades de paso de unas clases a otras han podido aumentar algo. Pero el hecho de las «clases», en el sentido descrito, es evidente. Y es evidente que clases de ese tipo suponen una discriminación. (La discriminación racial, en los países plurirraciales, no es más que un caso particular, más inmediatamente visible). Es también evidente que el Concilio Vaticano II, en la Constitución «Gaudium et Spes», exige la eliminación de cualquier género de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, sea en campo social, sea en campo cultural, por razón de raza, «condición social», (es decir, «clase»), etc. (G. S. n. 29). Exige a superación de discriminaciones de clase de tipo cultural (n. 60). Exige la superación de discriminaciones de clase en las condiciones de trabajo y remuneración» (n. 66). Exige la superación de discriminaciones de clase de tipo político (n. 75). Considera que las excesivas diferencias económicas constituyen un elemento de «discriminación», («son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana, y también a la paz social e internacional»: n. 29). Todo esto pone de relieve el tremendo equívoco de presentar como ideal cristiano la «colaboración de las clases». La colaboración de las clases supone la aceptación de un sistema de clases fuertemente discriminatorias. No. El ideal cristiano es el de una sociedad sin clases. Lo cual no significa una sociedad uniforme, sino una sociedad en que, en vez de «clases», hay sólo «grupos» sociales funcionales, cuyas diferencias no son discriminatorias (se mantienen sustancialmente en una línea horizontal y no se apoyan en el privilegio). Este es un ideal orientador, al que hay que tender con toda seriedad. Aceptar este ideal orientador supone una revolución de estructuras en nuestras sociedades capitalistas burguesas. (En las sociedades socialistas pueden surgir nuevas contradicciones de «clase», que habrá que trabajar para superar. Pero, de hecho, respecto al problema de la eliminación de discriminaciones de clase, a mi juicio, las sociedades socialistas marcan un progreso efectivo. Basta para eso leer una novela tan independiente como «Sección Cáncer», Rakovij Korpus, de Soljenitsyn). Ahora bien, si se ha de procurar, con toda la eficacia posible, pasar de nuestra sociedad (liberal, burguesa, capitalista), de fuerte estructura discriminatoria de clases, a una sociedad que se aproxime al ideal de la sociedad sin clases, ¿podrá esto llevarse a término sin una lucha, no necesariamente armada, pero en todo caso enérgica, en el


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