Leonor admirando aquella columna, símbolo independentista, con sus ojos marrones bien abiertos cuando un terrible vendaval nos azotó levantando una cortina de hojas secas y caída de pesadas ramas de los árboles; era el mismo invierno llegando a cobijar con sus manos de hielo. Pronto me acerqué a proteger a tan bella mujer con piel del color del trigo, tan suave. Situación del destino en la que no dejé pasar oportunidad. Ironías, ironías las de la vida… La llegada del invierno me dio tal regalo, y en uno muy crudo me la arrebató, en otro peor a mi madre, la anciana que me acompañó también partió y ahora estoy por despedir a mi
amigo
de
más
de
diez
años
en
la
llegada
de
glacial
temporal… ―Viejo Leopoldo, acuérdese de que la antesala al sepulcro es el otoño y la sepultura es el invierno, una armonía natural donde se vuelve a nacer con sol fulgurante, flores, arcos de colores y mucha agua siendo vida; algo, mi amigo, en lo que no crees. ―¡Oh! Cierto es que no he logrado solidificar la concepción de Dios, empero, la reencarnación es aún más inverosímil. ―Existe, mi buen señor de conflictos, en el amplio mundo de la mente. ―Digamos, pues, que existe. No se recordaría quién se fue, qué lugar ocupó en este plano. ―Planos, potestades, materia, universos paralelos, ¡Vamos, mi amigo! No entremos en esas complejidades, por ahora sólo somos Leopoldo y el gato agonizante. ―Dejemos el asunto atrás… Me invade la curiosidad, la misma
que
les
acecha
a
ustedes,
un
mal
parecido
a
una
adicción. ―Pregunta, amigo mío, la curiosidad es nuestro mal, como la paciencia nuestra virtud, pregunta entonces. ―Sí
vida
reencarnada
existe,
reencarnar?
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¿en
quién
desearías