PENUMBRIA 29

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Un altero de cartas nos brincó encima, como si desearan escapar de la cárcel en la que estaban atrapadas. El polvo que guardaban nos asfixió sólo por unos minutos. Joshua levantó una del piso. Su rostro se deformó al instante. Tomó otra al azar y la leyó apresurado. Me daba miedo interrumpirlo por su expresión, así que tomé la primera que había leído él. La sangre se me heló en todo el cuerpo. Eran cartas de mi madre, dirigidas a un tal Peabody. Hablaban del primer nieto en la línea de sangre. Estaba prometido a unos dioses como ofrenda, de eso dependía la fortuna familiar. Las cartas hablaban de rituales y libros de brujería. Sofía, al pie de las escaleras, nos dijo que la comida estaba lista. Mi hermano apenas podía mantenerse en pie. Lloró como niño asustado de manera callada, no quería alterar a su esposa. Yo estaba aterrada. Me entregó la hoja que tenía en las manos: Cuando el libro de Dhol toque el fuego, el alma del infante pertenecerá a los dioses. Luego se aparecerán por él. Nada detendrá los engranes que comunican las dimensiones. De manera clara pude ver las manos frías de mi madre. Sus dedos cruzados habían quedado justo debajo del título del ejemplar con el que fue incinerada. Joshua lo recordaba también: Dhol. A partir de ese día veíamos nacer figuras de las sombras. Rodeaban a Sofía durante el día, sin que ella lo notara, y mientras dormía. Nosotros las percibíamos asustados, sin poder hacer nada, excepto esperar. Así como surgían, se desvanecían una y otra vez. i

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