PENUMBRIA - 38

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nadie se abrazó dándose la paz; sólo estaban ahí sentados, mudos, observándole. Se pararon, eso sí, para comulgar y después sencillamente se retiraron. No fue la primera ni la última vez que se comportaron así; aún en las calles nadie le hablaba. De a poco y furtivamente estos seres humanos fueron tomando rasgos caprinos, se les alargaban las orejas y los dientes les crecían. Vivía en medio de la alucinación de los chivos hasta el punto de que los ojos de los chivos reales le parecían más expresivos. En el púlpito pestañeaba y veía a los chivos, luego se restregaba los ojos y veía de nuevo a los humanos. Leía la Biblia y escuchaba un balido burlón, pero al alzar la vista sólo estaban los campesinos, mudos, mirándolo. Hasta que un día sucedió: los chivos en la misa se pararon de las bancas y comenzaron a fornicar entre ellos, a balar, a comerse los ropajes de los santos, a romper las sillas y el yeso. Orinaban en la pila bautismal, besaban y lamian las partes íntimas de la estatua de la virgen, al igual que con la de Jesucristo y, finalmente, un gran macho cabrío negro se apostó a la entrada de la iglesia haciendo llegar su sombra negra hasta el altar. Andrés salió huyendo de allí como un poseso y se refugió en la sacristía, convencido de que Lucifer en persona se había apropiado del pueblo y todos sus habitantes. Pensó en huir, pero su fe lo impelía a actuar de manera más valerosa. Pensó: «Ellos comulgan con el cuerpo y la sangre de Cristo, puede que yo haya cometido un error y lo voy a reparar, volveré a elaborar el pan y el vino y a consagrarlos, nos salvaremos todos». A pesar de toda su pena y horror, notó que el agua que encontró a mano y que iba a utilizar tenía un cierto olor a almendras dulces. Ese domingo todos comulgaron y todos, incluido Andrés, murieron. Extracto del Diario La Región, 04 de Enero de 19xx “Horror en las montañas En la Iglesia de Nuestra Señora de las Aguas Profundas, en la zona de los Andes, el recién consagrado padre Andrés Gutiérrez murió junto con el resto de sus feligreses cuando en la última misa que ofició les dio para comulgar hostias elaboradas con cianuro. La única sobreviviente, la señora Blanca, no pudo (o no quiso) dar detalles sobre los sucesos que precedieron a tan horrible desgracia. De las pruebas toxicológicas se desprende que parte del trigo utilizado estaba invadido por el hongo llamado cornezuelo, que contiene ácido lisérgico, precursor del alucinógeno conocido como LSD, lo que lleva

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