PENUMBRIA 33

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Galatea

Andrea L. Chapela

Todavía piensas en ella, ¿verdad? A pesar de su naturaleza, aún recuerdas la sombra que eran sus ojos al hablarte a través de la oscuridad. Todavía puedes sentir cómo tus manos encontraban aquel sitio en su cintura, donde amoldaban a la perfección. La viste desayunar sin maquillaje, desnuda, como la habías dejado la noche anterior. Protegida en tu cocina podía comer dejando caer las morusas en el fregadero sin cohibirse porque la miraras. La vergüenza es de los conceptos más difíciles de imitar y, después de todo, sabía que conocías todas sus imperfecciones: aquel dedo más largo, los tres lunares en su mejilla, la cicatriz cerca del ombligo. A diferencia de mi piel, te tomaste el tiempo de conocer cada milímetro de la suya. Todos sus defectos estaban fríamente calculados para verse atractivos, pero no perfectos. ¿Cuánto tiempo te tomó darte cuenta de qué era? ¿Lo sospechaste cuando cruzó el salón hasta aquel puesto en la barra a tu lado? Sé que recuerdas su voz suave al decir algo dulce para olvidar. Su cara de niña se voltea hacia ti con la sonrisa triste que llegarás a conocer en todas sus formas. Aquella sonrisa, esa cara, contrastaban con el vestido rojo y el andar tan ensayado que el movimiento de cadera salía ya con engañosa naturalidad. Bebió, bailó y te sonrió con la coquetería de una mujer en su cara infantil. ¿Lo sospechaste entonces? Las luces de colores, el alcohol, la oscuridad lograron esconder su torpeza, la desesperación de sus ojos, la falsedad de su risa. ¿Tuviste miedo de aquella quimera etérea que se contoneaba a lo lejos, pero que no dejaba de observarte? Esa primera noche saliste del bar con tus amigos, distraído, perturbado… sin ella. 7


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