Abraham Valdelomar - Cuentos Completos

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detenía, prendía enormes fogatas y la calentaba. Hacíale masticar coca, y cuando llegaban a un arroyo, le daba de beber en sus manos cóncavas. En los días de mayor tristeza, cuando la bebida comenzó a escasear, por haberse el pueblo alejado más de lo prudente del río, él conseguía de sus compañeros un poco de chicha para ofrecérsela. Así caminaron largamente. A veces, cuando el cansancio los rendía, deteníanse, tomaban un poco de agua del arroyo más cercano, porque toda la chicha que había estaba destinada a los sacrificios. Su alimento era frugal. Un poco de coca, a veces unas tortas de maíz o una fruta cogida al paso. Los primeros días fueron tranquilos. De las aldeas las gentes abandonaban sus casas y se iban en pos de ellos. El pueblo peregrino iba detrás del Sol. Seguía sus pasos. Y allí por donde el Sol se ocultaba, allí encaminaba su cansada peregrinación. Así transcurrieron veinte jornadas. Muchas ancianas se sentían extenuadas y no deseaban dar paso. Entonces acordaban ir a reunirse con el Inca. Tomada esta disposición, al crepúsculo se detenían en lo alto de un cerro: los mozos cavaban una fosa; dábase a las mujeres que no querían seguir, las mágicas bebidas que insensibilizaban, y ellas, rodeadas de sus riquezas, de sus vasos, de chicha y de maíz y de sus trajes de gala, disponíanse en humilde y conformada actitud dentro de la fosa en la cual sentábanse y, mientras el grupo de mozos iba cubriendo sus cuerpos de tierra, ellas iban repitiendo las palabras del rito. Así, aquel pueblo en su éxodo sublime hacia el Sol, iba dejando sembrada la ruta incierta con los huesos de sus padres y abuelos. Los mozos esperaban en la fe de los viejos y éstos en el amor del Sol. Por las tardes, al crepúsculo, reuníase el pueblo y entonaba Illarimuy, en medio de una solemnidad hermosa y sencilla. Las mujeres lloraban; los mozos de cuadrada cara y salientes pómulos invocaban en silencio a la divinidad; el himno terminaba con las últimas claridades solares y el pueblo esperaba que el día siguiente el Sol les abriría las puertas de su ciudad encantada. Pero al día siguiente caminaban, febriles, de prisa, como poseídos. Muchos no querían detenerse a tomar alimento y 260


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