Taggert 24

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JUDE DEVERAUX

MAREA ALTA

—Déjame ver —Fiona avanzó hacia él, que ahora mantenía levantado sobre su cabeza un tarro bajo y ancho—. ¡Lo es! —chilló, y trató de alcanzar el tarro, pero él se retorció y lo cambió de mano. —Si lo rompes, te mato —le amenazó Fiona, hostigándolo y tratando de alcanzar el tarro de nuevo. La primera noche que pasaron allí un vecino les había ofrecido las odiadas magdalenas, pero acompañadas con una exquisita mermelada de manzana y ciruela. A Fiona le había gustado tanto que casi acabó ella sola todo el tarro. El vecino le dijo que la vendían en el pequeño supermercado, pero cuando Fiona preguntó en la tienda, le dijeron que el fabricante ya no hacía ese sabor. Pero ahora As tenía un tarro que sostenía en alto por encima de su cabeza. Aunque no tan alto como para quedar fuera del alcance de los largos brazos de Fiona. Se estiró, lo agarró por la muñeca y tiró de ella. Al comprobar que con una mano no era capaz de obligarle a bajar el brazo, también le aferró la muñeca con la otra mano. Luego, para afianzarse, enroscó una pierna en torno a la de As y puso todo su empeño en quitarle el tarro. As reía mientras Fiona forcejeaba con él. —Oh, vaya, bien se ve que os acabáis de casar —llegó una voz desde la puerta de cristal corredera que comunicaba la cocina con la piscina. Como si fueran niños revoltosos sorprendidos en plena travesura, tanto As como Fiona pararon de pelear y se volvieron para mirar a la mujer. Se llamaba Rose Childers, y vivía con su marido cuatro puertas más abajo. La primera noche les habían propuesto a As y a Fiona un «intercambio de esposas». Se denominaban a sí mismos swingers. «Somos los últimos de una raza en extinción», había dicho Rose. As había murmurado: «Confiemos en que así sea», y Fiona le había dado una patada por debajo de la mesa. Pero ahora Rose estaba en su cocina, donde había entrado sin llamar, abriendo la puerta y pasando sin más. «No os preocupéis por mí —decía cuando entraba en casa de alguien—. Antes vivía en una comuna, y nunca cerrábamos las puertas con llave. Si nos encontrábamos con algo, ya sabéis, privado, normalmente nos uníamos a 186


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