Taggert 20

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-Yo tengo algunas ideas que se podrían incluir en ese programa tuyo -respondió abriéndole la puerta del taxi. -¿Ah, sí? ¿En qué tipo de textos se basa tu investigación? -Yo me he inventado mis propias posiciones -confirmó en tono amistoso-, mis propios movimientos y hasta mis propios sentimientos. No he leído ni un solo libro sobre sexo. Cuando Samantha se subió al taxi, se sentó en el otro extremo del asiento. -Yo sí. Yo he leído muchos libros sobre el tema. -Ya. ¿Y quién te pidió que leyeras esos libros? -Richard. Decía que me podrían servir -dijo y se volvió. Vio a Mike bajo la penumbra de la luz de la calle, pero él se había girado hacia el otro lado, como si no quisiera mirarla-. ¿Me entiendes ahora? -Sí -respondió-. Ahora lo entiendo todo perfectamente. No volvió a hablarle en todo el trayecto de vuelta a casa. A cada paso del taxímetro, Samantha se sentía más deprimida. No debería haberle contado nada. ¿Cómo se dice? ¡Ah, sí! Es preferible que la gente piense que eres tonta a abrir la boca y despejar todas las dudas. Y bien, ella había abierto la boca y le había contado a Mike su vida sexual. El la había acusado de no ser más que una farsante, y eso es lo que era, una farsante. Podía vestirse como una mujer de la noche, pero no sabía comportarse como tal. Al llegar a casa, Samantha ya tenía pensado que le diría a Mike que se marcharía a la mañana siguiente si es que él no quería que se fuera esa misma noche. Lamentaba haberle hecho perder tanto tiempo y tanto dinero y haberle causado tantos problemas. Con mucha calma, Mike pagó al chófer, abrió la puerta de la casa, dejó entrar a Samantha y la cerró. -Mike -comenzó a decir ella, dispuesta a recitar el discursillo que había preparado, pero Mike no le dio la menor oportunidad, porque a grandes zancadas se fue hacia ella, como un depredador sigiloso y avisado-. ¡Mike! ¿Te encuentras bien? -Todo este tiempo pensé que el problema era que no te gustaban los hombres. Había momentos en que creía que el problema era yo, que yo no te atraía, pero no te apartabas de mí cuando te tocaba, a menos que pidiera más, que me hiciera pesado. -Desde luego que no -repuso ella, retrocediendo hacia el salón-. Mike, me das miedo cuando me miras de esa manera. -No me lo creo. No creo que haya nada que pueda asustarte a ti. No es que me tengas miedo, al menos no en ese sentido ordinario -dijo Mike, y entornó los ojos-. Lo que pasa es que tienes miedo a no gustar tú a los hombres. Samantha sintió que se ruborizaba desde la punta de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Tal vez con ese vestido rojo Mike no se percató de su rubor.

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