Taggert 09

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— ¿Perdón? — dijo ella al darse cuenta de que el capitán Montgomery le estaba hablando. — Le preguntaba si LaReina era su nombre completo. — Sí — respondió mirándole fijamente a los ojos. Una sola vez había intentado explicarle que ése era su nombre artístico. El no la había escuchado, así que no haría un nuevo intento. — Sí que es extraño, entonces, que la señorita Honey la llame Maddie y que en sus baúles estén grabadas las iniciales M.W. — Si quiere saberlo, LaReina es mi segundo nombre. Mi nombre completo es Madelyn LaReina... — Rebuscó en su mente un apellido acorde para alguien de Lanconia, pero fue inútil. — ¿Ningún apellido, como en la realeza, o debo decir aristocracia? — continuó él— . ¿Su familia desciende de duques reales o de duques aristocráticos? ¿Distinguen entre unos y otros en Lanconia? Maddie no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. Podía preguntarle sobre la diferencia que existía entre un trino y una cadencia, pensó. O la extensión de la voz de una contralto comparada con la de una soprano. Que le preguntara las letras de la mayoría de las óperas, en italiano, francés, alemán o español, pero nada fuera del mundo de la música. — No hacen ninguna distinción — respondió con una sonrisa que esperó diera la sensación de absoluta seguridad— . Un duque es un duque. — Puede ser, pero por otro lado, supongo que el rey es su pariente. — Es primo en tercer grado — contestó sin parpadear siquiera. Era sorprendente lo fácil que le estaba resultando mentir con la práctica. Quizás era como con las escalas. — ¿Por línea materna o paterna? Abrió la boca para decir "materna", pero él habló antes de que ella pudiera responder. — Esa fue una pregunta tonta. — Estiró las piernas para sostenerse cuando el coche dio un tumbo.— Tiene que ser por línea paterna para que el título se herede. — Le chispearon los ojos.— Su padre, ese que no puede escalar muy bien. A menos que la sucesión en Lanconia sea por la línea materna o que su madre haya heredado uno de esos raros títulos que también puede heredar una mujer, en cuyo caso, su padre probablemente no podría usarlo. — Hizo otra pausa cuando el coche volvió a dar otra sacudida.— Pero por otra parte, si usted ha heredado el título, entonces sus padres deben estar muertos y en ese caso existe la herencia por vía materna. — Mire — exclamó Maddie— , ahí hay un alce. Quizá mañana, después de mi actuación de esta noche pueda salir a recorrer un poco la campiña. Es tan diferente de la de mi país. — ¿Cómo es? — ¿Cómo es qué? — preguntó ella sabiendo perfectamente a qué se refería. — ¿Su titulo se hereda por vía materna? Rechinó los dientes. Desde luego era muy persistente. — Por favor, estamos en América. Mientras estoy aquí quiero ser tan americana como me sea posible. Ser una duquesa es tan — tan... — ¿Una vida cargada de obligaciones, acaso? — Sí. Precisamente. La vida en el palacio era tan aburrida. Lo único que siempre me ha interesado es cantar. Pasaba todos los días con madame Branchini. Sólo me preocupaban mis lecciones de canto. — Por fin sus afirmaciones tenían algo de verdad. Enderezó su cofia. Quizá si le contaba alguna anécdota él se callaría.— Una vez, en los alrededores de París, después de haber cantado Puritani tres noches seguidas, un príncipe ruso me invitó a una recepción en su casa. Esa noche había cerca de media docena de mujeres en la recepción, todas damas de gran alcurnia: inglesas, francesas, una dama italiana y una bella y melancólica princesa rusa. El primer plato de la cena fue una exquisita sopa muy cremosa con una pizca de jerez y al vaciar nuestros platos, cada dama encontró una perla en el fondo. Una perla realmente hermosa y bastante grande. El la contempló por un momento con aire pensativo. — Después de una niñez pasada en un palacio y cenas con perlas en la sopa, vino a América. América debe resultarle decepcionante. — No es tan malo. Quiero decir, América y los americanos tienen mucho de qué enorgullecerse. — Es usted muy amable al decir eso, pero una dama como usted... debería tener champán y rosas, y caballeros ofreciéndole diamantes. — No, en serio — dijo, inclinándose hacia adelante— . Igual me daría no tener esas cosas. De hecho, he recibido eso toda mi vida. Hasta cuando era una niña tenía que usar una pequeña corona cuando aparecía en público. "Es un milagro que Dios no me haga caer muerta aquí mismo," pensó asombrada.

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