Taggert 03

Page 34

Promesa Audaz

Jude Deveraux

- ¡Pequeña mentirosa y falsa! ¡No tienes derecho a espiarme! - ¡Espiarte! - bramó ella -. Salí del salón para to mar un poco de aire, puesto que mi esposo pronunció con burla esa palabra - me dejaba sola. Y aquí, en el jardín, he visto cómo mi esposo se arrastraba a los pies de una mujer llena de afeites, capaz de manejarlo con el dedo meñique. Gavin levantó un brazo y le dio una bofetada. Una hora antes habría jurado que por nada del mundo era capaz de hacer daño a una mujer. Judith rodó por tierra, en un alboroto de cabellera arre molinada y seda de oro. El sol pareció arrimarle una antor cha. De inmediato Gavin se sintió contrito, asqueado de lo que había hecho, y se arrodi11ó para ayudarla a levantarse. Ella se apartó, con el odio brillando en sus ojos. Su voz sonó tan serena, tan seca, que él apenas pudo entender lo que decía. - Dices que no querías casarte conmigo, que só1o lo has hecho por las riquezas que yo te aportaba. Yo tampoco quería casarme contigo. Me negué hasta que mi padre, de lante de mi vista, rompió un brazo a mi madre como si fuera una astilla. No siento amor alguno por ese hombre, pero menos aún por ti. El, por lo menos, es sincero. No jura amor eterno ante un sacerdote y cientos de testigos, para jurar ese mismo amor a otra apenas una hora después. Eres más des preciable que la serpiente del Edén. Siempre maldeciré el día en que me unieron a ti. Has hecho un juramento a esa mujer. Ahora yo te haré otro. Ante Dios juro que lamentarás este día. Puedes obtener la riqueza que ansías, pero jamás me entregaré a ti de buen grado. Gavin se apartó de Judith, como si se hubiera conver tido en veneno. Su experiencia con las mujeres se limitaba a las rameras y a su amistad con unas pocas damas de la Cor te. Todas eran castas y pudorosas, como Alice. ¿Qué dere cho tenía Judith a plantearle exigencias, a maldecirlo, a ha cer juramentos con Dios como testigo? El dios de toda mu jer era su marido. Cuanto antes se lo enseñara, mejor sería. Gavin tomó a Judith por la cabellera y tiró de ella ha cia sí. - Te poseeré cuantas veces lo desee y cuando quiera que se me antoje, y deberás estar agradecida. - La soltó y le dio un empujón que volvió a dar con ella por tierra.- Aho ra levántate y prepárate para convertirte en mi mujer. - Te odio - dijo ella por lo bajo. - ¿Qué me importa? Yo tampoco te amo. Sus miradas se encontraron: gris acero contra oro. Nin guno de los dos se movió hasta que llegaron las mujeres encargadas de preparar a Judith para la noche nupcial. Se había preparado un cuarto especial para los novios, separando un rincón grande de las habitaciones altas, alre dedor de una chimenea. Allí había una cama enorme, cu bierta con las más suaves sábanas de hilo y un cubrecama de ardilla gris, forrado de seda carmesí. El lecho estaba sem brado de pétalos de rosa. Las doncellas de Judith y varias de las invitadas ayu daron a desvestir a la novia. Cuando estuvo desnuda, apar taron los cobertores y la joven se acostó. No pensaba en lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sino en su propia san dez. En unas pocas horas había olvidado una

Página 34 de 242


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.