BAND

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La entrada de la tecnología ha cambiado los procedimientos, pero no la taxonomía de la mirada. Las obras ahora son combinaciones de colores distribuidos en haces, como los que componen la pantalla. Las series ahora se llaman “Band” (2006), conjunto de pinturas en acrílico sobre cartón museo; “VAR”, “INC” o también “Linha dupla” (2006), conjunto en acrílico sobre aluminio, colocados según un diagrama definido por el artista. Ese cruce de fondo de color con planos de materia imprime una dinámica muy peculiar a la obra de este artista. Su gran interés por la arquitectura no podía dejar pasar la posibilidad de imprimir espacios, ya sea a través del trazo, del color o de los vacíos existentes entre las piezas que componen los conjuntos, ordenando las geometrías en planos, inferior y superior, cubriéndolas unas veces con espesa pintura y otras con material aplastado, aludiendo así a la pureza neoplasticista. Los vacíos que separan las piezas están incorporados en el discurso,

como Mondrian incorporó el vacío circundante en el cuadro. Esa elaboración visual diferente le confiere al trabajo de Pedro Calapez unas posibilidades que resultan en una agradable visión, una visión que nos remite a los procedimientos y rupturas de la pintura moderna, además de a una naturaleza desconocida y, por ello, enigmática. Sus campos de color y, ¿por qué no decirlo?, de materia, poseen algo real y virtual al mismo tiempo, algo que, sin embargo, no dominamos, pues se forman más allá del ojo. Son inputs de color necesarios para que tenga sentido lo que vemos y sentimos, pero que no podemos tocar. Esa fenomenología bachelardiana del ojo y del espíritu es lo que alimenta la curiosidad por su obra. El gesto es ante todo el acto de dejar una huella sobre un soporte. “Su existencia depende del trabajo que se está haciendo, con sus propias premisas, y que, por encima de todo, no se debe notar, es decir, no debe existir más allá de la función que cumple.

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No sé cómo incorporo lo que todos los días constato en mi trabajo con la máquina y en mi trabajo con la mano” (Calapez, 2006). Pienso que, para el pintor, todos los sistemas se vuelven compatibles en su mirada y lo que aparece en la pantalla, sobre el papel o sobre el lienzo, o sobre el soporte que sea, le hará reaccionar y desplegar un proceso creativo singular. “El ordenador añade posturas que el hacer ya no podrá ignorar”, piensa Calapez. Los ordenadores hacen ciencia, los hombres hacen arte.

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ciones cromáticas en una suerte de “opticalismo” lírico y de gran hedonismo a la hora de usar la estructura del comportamiento del color. Aunque el artista esté interesado en la afirmación de la superficie del cuadro, poniendo de manifiesto la liquidez o densidad de la pintura (materia), las varias capas de color se mezclan, interpenetrándose y generando nuevos campos de color que, en su mayoría, revelan la luz y sus espacios intermitentes. “Puedo ahora iniciar los trabajos. Encerrado en el taller voy ensayando mezclas de colores. Un color para el fondo, otro para la línea que define el dibujo que deja entrever imágenes del claustro, otro color para la línea espesa que se sobrepone” (Calapez, 2002). Un riesgo calculado al dejar que la imprevisibilidad del acto de pintar se revele en el propio hacer. Se produce de este modo un lirismo orquestado, como una suite para un cuarteto de cuerdas en el que cada instrumento va entrando, uno sobre otro, color a color, hasta explotar en un cromatismo sonoro.

Lisboa, Junio de 2006


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