Como suprimir las preocupaciones y disfrutar la vida libro

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Dale Carnegie

Cómo Suprimir las Preocupaciones y Disfrutar de la Vida

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Quinta Parte El Modo Perfecto de Suprimir las Preocupaciones I Como mis Padres Suprimieron las Preocupaciones Como he dicho, nací y me crié en una granja de Missouri. Como la mayoría de los agricultores de aquellos días, mis padres tuvieron que trabajar muy duramente. Mi madre había sido maestra rural y mi padre peón de granja con el sueldo de doce dólares al mes. Mi madre hacía no solamente mis ropas, sino también el jabón con que nos lavábamos todos. Rara vez teníamos algún dinero, salvo una vez al año, cuando vendíamos nuestros cerdos. Cambiábamos nuestra manteca y nuestros huevos en el almacén por harina, azúcar y café. A los doce años, no gastaba en mi persona más de cincuenta centavos anuales. Todavía recuerdo el día en que fuimos a la celebración del Cuatro de Julio y mi padre me dio diez centavos para que los gastara en lo que quisiera. Tuve la impresión de que era mía toda la riqueza de las Indias. Tenía que recorrer más de kilómetro y medio para asistir a una escuela rural de una sola clase. Hacía a veces este recorrido con una espesa capa de nieve y el termómetro señalando quince grados bajo cero. Hasta que alcancé los catorce años, nunca tuve botas de goma ni chanclos. Durante los largos y crudos inviernos mis pies siempre estaban mojados y fríos. Durante mi infancia nunca me imaginé que hubiera alguien con los pies secos y calientes en invierno. Mis padres trabajaban dieciséis horas al día y, sin embargo, siempre estaban agobiados por las deudas y acosados por la mala suerte. Uno de mis recuerdos más tempranos es el de las aguas del Río 102 inundando nuestros campos de maíz y heno y destruyéndolo todo. Las inundaciones destruían nuestras cosechas seis años de cada siete. Año tras año nuestros cerdos morían de cólera y teníamos que quemarlos. Puedo cerrar mis ojos y percibir todavía el olor de aquella carne quemada. Un año no hubo inundaciones. Obtuvimos una espléndida cosecha de maíz, compramos ganado y lo engordamos. Pero las inundaciones hubieran podido venir también aquel año, porque el precio del ganado se hundió en el mercado de Chicago; después de engordar a nuestros animales, obtuvimos por ellos sólo treinta dólares más de lo que nos habían costado. ¡Treinta dólares por el trabajo de un año!

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