escribió el autor británico y líder budista Richard Causton en su libro El Buda en la vida diaria: . El sueño, al igual que la muerte, es un aspecto fundamental y misterioso de toda vida. Nos vamos a la cama cansados y nos despertamos como nuevos. El budismo enseña que morimos cuando estamos agotados y nuestra entidad vital nace de nuevo. Así pues, tanto el sueño como la muerte expresan el ritmo continuo y la energía de myojo, la Ley Mística. Le lección es clara, ya que cuando de verdad seamos capaces de ver la muerte igual que el sueño, como un periodo de descanso y recuperación en nuestra vida eterna, no nos dará miedo. De hecho, podemos incluso esperarla del mismo modo que esperamos dormir bien por la noche después de un duro día de trabajo, seguros de que nuestras vidas volverán a empezar frescas y vigorosas la próxima vez. Los investigadores han demostrado que existen distintos niveles de sueño. Durante la fase de REM (movimiento rápido del ojo), los modelos de ideas brillantes son especialmente intensos y los sueños interrumpidos pueden recordarse fácilmente. Según Caustón, el budismo ve los sueños como la "liberación" de los diversos pensamientos, palabras y hechos almacenados en las ocho conciencias cuando la mente consciente abandona el control durante unas horas. Una persona que se despierta durante el sueño REM enseguida reconoce lo que le rodea. Pero alguien que se despierta durante un sueño profundo o sueño-delta, puede estar muy desorienta- do o fallarle la memoria. En un pasaje muy evocador de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, se ilustra esta idea: Pero para mí no era bastante si, en mi propia cama, tenía un sueño tan profundo que me relajaba totalmente la conciencia; ya que entonces perdía todo el sentido del lugar donde me había ido a dormir, y cuando me despertaba en plena noche, no sabía dónde estaba, y al principio ni siquiera podía estar seguro de quién era; sólo tenía el sentido más rudimentario de la existencia, como el que podía haber latente e intermitente en lo más
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profundo de la conciencia animal; estaba más desnudo que los habitantes de las cavernas, pero entonces la memoria - no del lugar donde estaba, sino de todos los demás lugares donde había vivido antes y donde ahora podía estar muy probablemente-me caía como una cuerda desde el cielo para subirme del abismo del no ser, de donde no podía haber salido por mí mismo: en un breve instante atravesaría siglos de civilización, y a partir de una visión borrosa de lámparas de aceite, luego de camisas y cuellos vueltos, reconstruía los componentes originales de mi ego. Este estado de "no ser", que tan elocuentemente describe Proust, sugiere la existencia de un nivel de conciencia aún más profundo que el que experimentamos durante un sueño normal. Es parecido a las experiencias documentadas de gente que ha vuelto a la vida tras estar al borde de la muerte. Las experiencia cercanas a la muerte, de quienes cuentan de un modo similar y gráfico cómo observan el propio cuerpo de un modo sereno e imparcial, sugieren que el propio yo sigue vivo aunque el cuerpo haya muerto prácticamente. En los relatos budistas, las personas fallecidas normalmente cruzan un río, lo cual indica el paso de la mano conciencia a la conciencia alaya. Estas experiencias y relatos indican la noción de que, en lo más profundo de este torrente apresurado de la conciencia alaya, existe un depósito puro y pacífico, la naturaleza eterna e inmutable de Buda.
LA NOVENA CONCIENCIA O BUDEIDAD
Puede decirse que la razón por la que las enseñanzas budistas pueden plantear la perspectiva de la muerte es que descubrieron el ámbito supremo de la propia vida, libre de toda impureza kármica. Este ámbito se denomina la conciencia «mala o iluminación. Amala significa aquí pureza absoluta. Es un reino directamente conectado con la ley del universo, que se entiende que es Nam-myojorengue-kyo, la ley suprema de la vida y la muerte.