Todo está en tu cabeza pdf

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4 Shahina Si quieres guardar un secreto, debes ocultártelo también a ti mismo. GEORGE ORWELL, 1984 (1949)

Casandra era la hija del rey de Troya. Había sido bendecida y también maldecida. Su bendición era una profecía: Casandra podría predecir el futuro. Su maldición era que nadie la creería. Así es como se sienten las personas con trastornos psicosomáticos. Su sufrimiento es real, pero tienen la sensación de que no les creen. Explicarle a alguien que su incapacidad tiene una causa psicológica crea en la persona la sensación de que la están acusando de algo, de que le dicen que miente, finge o se imagina sus síntomas. Para que mis pacientes puedan recuperarse necesito que al menos tengan en cuenta que su dolencia puede tener una causa psicológica y que accedan a ver a un psiquiatra. E incluso cuando ellos lo hacen, sus familias suelen oponerse. El aspecto más importante y el más desafiante de mi papel es proporcionar apoyo al paciente y a su familia a lo largo del difícil periplo que deben realizar. No siempre me resulta fácil y no siempre lo consigo. La enfermedad de Shahina había dado comienzo seis meses antes de nuestro encuentro, tras un incidente en la universidad. Shahina había llegado tarde a su clase aquel día, una nimiedad que le cambiaría la vida. Todos los asientos exteriores de las largas gradas estaban ocupados. En lugar de abrirse camino ruidosamente entre sus compañeros de clase, Shahina se quitó el abrigo y se sentó en un escalón, tras la fila en la cual habían tomado asiento otras personas que también habían llegado tarde. Se colocó el abrigo sobre las rodillas y se reclinó, con las manos apoyadas en el suelo tras ella para estabilizarse. Durante los cinco minutos que siguieron la puerta del aula se abrió esporádicamente y fueron entrando otros alumnos. Shahina estaba inclinada hacia un lado, asomándose para ver al ponente cuando notó un dolor punzante. Soltó un grito que desató risitas nerviosas entre los alumnos situados cerca de ella. El muchacho de rostro sonrojado que le había pisado la mano farfulló una disculpa. Se agachó de manera refleja para tocarle el brazo, como si eso fuera a deshacer el pisotón. Shahina lo apartó de un empujón y notó que se le deslizaba una lágrima por la mejilla mientras se sujetaba la mano contra el pecho. Durante el resto de la clase, Shahina no pudo concentrarse, pues se limitó a observar cómo le aparecía un gran moratón. La familia de Shahina mostró poca compasión por ella aquella noche cuando se quejó amargamente del dolor y se negó a ayudarla con las tareas del hogar. Reaccionaron de manera distinta cuando vieron lo hinchada y amoratada que tenía la mano al levantarse la mañana siguiente. Su madre la llevó a urgencias, donde descubrieron que tenía una fractura delgada como un cabello en un hueso metacarpiano. Le entablillaron la mano y le sujetaron el brazo con un cabestrillo. Su madre, avergonzada, la condujo de nuevo a casa y se tomó el día libre del trabajo para cuidar de ella. Durante las tres semanas siguientes, Shahina no pudo utilizar el brazo derecho. Mecanografió con una mano y utilizó un dictáfono para grabar las clases. Cuando por fin le permitieron quitarse la tablilla, se le había quedado la mano delgada e inútil. Al


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