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Los abogados debían entenderse en la “sustanciación del juicio de inventarios y el de partición y de todos sus incidentes y dependientes, con inclusión de las diligencias necesarias para pedir la posesión efectiva y la administración de los bienes hereditarios, y cuantas mas digan relación á la mortuoria, hasta dejarla concluida definitivamente”. El 14 de febrero, el abogado de la viuda solicitó que se tomara declaración a varios testigos para certificar la muerte de Thomas Reed. Esta diligencia se realizó en la población de Daule, ante Manuel Morán Irrazábal, alcalde segundo cantonal. Se trataba, nada más, de contestar dos preguntas: una, la edad del declarante y más generales de ley, y otra, que el declarante testificara que “en el mes de enero del presente año falleció el Sor. Tomas Reed en su hacienda de ‘Chonana’, ó sea de tránsito de esta para Guayaquil”. Los informadores fueron Vladislao Avilés y Mariano Huayamabe, quienes confirmaron que Reed falleció en viaje a Guayaquil y que el cadáver lo “llevaron en el vapor para arriba cuando ya este falleció” (Avilés) y “que en el camino murió, y que al siguiente dia lo llevaron el cadáver y lo sepultaron en un palmar frente á Santa Lucia, pues que el palmar aducido es parte de la hacienda de Chonana” (Huayamabe). La siguiente etapa en el proceso fue nombrar un abogado en Quito para que se encargara de los trámites de apertura del testamento de Reed. Así, el 16 de febrero, el Dr. Segundo Cueva, ante el mismo escribano público de Guayaquil, otorgó poder al Dr. Carlos Casares para que lo representara y solicitara la apertura y publicación del testamento. Este
abogado había sido muy cercano a Reed en Quito, pues nueve años antes, el 5 de abril de 1869, el arquitecto le entregó al abogado el poder judicial para que lo representara en cualquier pleito o trámite legal195. Certificada en Daule la muerte de Reed, los trámites pasaron a Quito. El abogado Casares presentó el 26 de febrero al alcalde primero municipal, Aparicio Cornejo, una petición para que se testificara sobre el testamento cerrado de Reed. Los puntos eran: si se trataba del mismo documento que ellos conocieron, si aparecía con signos de haberse abierto o violado, y que los testigos que firmaron con Reed, así como el escribano que autorizó el testamento, reconocieran sus firmas y la del testador. En estas declaraciones no se produjo ninguna novedad. El escribano público Nicolás García confirmó que se trataba del testamento de Reed, que el documento no había sufrido ninguna alteración, y reconoció su firma y las de los testigos José María Cervantes, quien había fallecido, y de los ausentes Prudencio Cueva, Felipe Moreno y Juan Dávalos. Francisco Eugenio de la Portilla, el único testigo presente, confirmó lo mismo. Sin embargo, días más tarde, el 14 de marzo, compareció Felipe Moreno y, a más de reconocer su firma, dijo que recordaba que Reed iba a realizar un viaje, como se mencionó líneas arriba.
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AN, Notaría Sexta, 1869-1870, Sección Protocolos, vol. 156, f. 50 v.