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En el caso de nuestro himno, vemos como el autor no puede negar la presencia y el aporte de indígenas, negros, y castas a la historia de Bogotá. Sin embargo, no los nombra, sólo menciona el resultado, la síntesis de la unión de las razas, una flor, un compendio, una corona, figuras que representan el mestizaje. Si leemos esta estrofa a contraluz de todo el resto del himno, vemos cómo esa amalgama ha sido liderada por el componente blanco, español o criollo, que ha sido el modelo, el ejemplo a seguir de los demás grupos sociales: el molde del mestizaje. Se hace un uso del concepto mestizaje que no entra en contradicción con la matriz cultural central del poema, el hispanismo. Como afirma Zermeño, “la invención del mestizaje es un fenómeno moderno con implicaciones negativas para la ubicación y valoración del mundo indígena en el campo de las representaciones” (2008: 80), a lo que nosotros debemos añadir, del mundo negro 35. Se admite la mezcla, la heterogeneidad, pero sólo circunscrita dentro de una pretendida homogeneidad; se acepta que somos “diferentes”, pero a la vez somos “iguales”, producto de una mezcla en la que ha predominado la cultura dominante, blanca, civilizada. El indio, el negro, no existen. Se absorben en el mestizo, se blanquean 36. Las otras partes de la estrofa lo único que hacen es insistir en ideas ya planteadas a lo largo del himno. “En la patria no hay otra ni habrá” se refiere a la centralidad de Bogotá en la historia y en la configuración de la cultura nacional (ver estrofas 6 y 8). “Nuestra voz la repiten los siglos, Bogotá, Bogotá, Bogotá”, es una nueva alusión a la actualización de la historia por medio del himno entendido como un ritual performativo (ver segunda y tercera estrofa).
Conclusiones En su conjunto, el himno de Bogotá despliega una lectura de la historia de la ciudad con las siguientes características:
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Para una historia de los afrodescendientes en Bogotá, véase Díaz (2001) y Rodríguez (2006). En este sentido, el himno de Bogotá entiende el mestizaje de una manera similar como lo hace Pimentel en México hacia finales del siglo XIX (Zermeño, 2008: 88-90), o los defensores de la eugenesia en Colombia hacia los años veinte (Uribe, 2008: 212-221). 36