Santiago Sebastián: estudios sobre el arte y la arquitectura coloniales en Bogotá

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veces se sirvió de la arquitectura, no para lograr puros valores estéticos, sino para impresionar. Esta monumentalidad no era para ornar la ciudad como prescribían las Leyes de Indias, sino para destacar el poder y la inmortalidad de la religión católica. Este ejemplo fue imitado por los habitantes de la ciudad, aspecto que por razones políticas hasta recomendaba la legislación indiana, así se ordenaba que se construyan “las casas de forma que cuando los indios las vean, les causen admiración, y entiendan que los españoles pueblan allí de asiento”. Santa Fe fue uno de esos centros donde más se arraigó el orgullo español, a este respecto es interesante la impresión del viajero Saffray: “algunas familias se jactan de no tener en las venas sino sangre azul, por descendencia directa de los chapetones y por alianzas entre godos”. [lam. 204]. Si en la creación de las plazas no predominaron los valores puramente compositivos, el artista local estuvo más afortunado al concebir los patios, y, en general, la casa de la cual formaban parte. No hubo esos prejuicios de carácter simbólico, y se logró un conjunto propio y auténtico. Ya la planta de la casa nos revela esa especial manera de articular los espacios, según la fórmula de raigambre hispano-musulmana, formando composiciones trabadas y asimétricas de directriz quebrada o acodada. Con ello se huyó de la trivial simetría axial, y no recuerdo una sola casa dispuesta así. Las casas poseen generalmente un patio y un traspatio, que se articulan con el ingreso siguiendo la fórmula aludida, muy frecuentemente en la Nueva Granada por el aspecto mudéjar de la arquitectura colonial. En muchos casos el zaguán está limitado con el patio por el entreportón, que más que una puerta es una pantalla porosa, gracias a una interesante labor de celosía: a este respecto se ha dicho que la función del entreportón era permitir el paso del aire, pero yo pienso, considerando las magníficas soluciones de la casa santafereña, que, además de ese fin práctico, el artífice local buscó una compartimentación espacial, sin otro ritmo arquitectónico que el del asombro o deslumbramiento que ha de producir la mancha impresionista tropical del patio. Los patios de Santa Fe son los más hermosos que conozco de Colombia, y afortunadamente están intactos. Las zonas verdes no siguen esquemas geométricos.

Un pavimento de grandes ladrillos suele cubrirlo, dejando tan solo unos espacios en los que crecen palmeras y arbustos cuajados de fragantes flores. Macetas y enredaderas completan la decoración vegetal de este rincón familiar. Es inevitable que el viajero piense en la ilustre ascendencia de este patio santafereño: primero recuerda los ejemplares de Andalucía y del Norte de África, y de aguas arriba de la historia están los patios árabes y los romanos, levantados también en las riberas del Mediterráneo. Cuando el viajero de marcha hace promesa de volver, porque el patio el patio santafereño es inolvidable. “Aquí está la dulce paz de Antioquia –ha escrito Germán Arciniegas–, en este patio de las tinajas, en este rincón que guarda y que vigila un silencio sereno de nobleza, un silencio macizo de dignidad. La sombra de los almendros y de los icacos, la sombra fresca de los limoneros tiene el encanto de la juventud inextinguible”. Finalmente, vaya un recuerdo de mis amigos santafereños: el Excmo. señor Obispo, señorita Mercedes Gómez, don Miguel Martínez, el corresponsal de El Tiempo y otros. A ellos debo numerosas atenciones durante mis dos visitas a la ciudad inolvidable.

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