Bogotá, Colombia. Número 11. 2015
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Café de los poetas El Café de los Poetas nace precisamente como una idea del poeta Eduardo Escobar, el menor de los fundadores del movimiento literario nadaísta. Aparece cuando El Cisne, mentidero de artistas, actores, cinéfilos y cineastas, arquitectos y nadaístas, dejó de existir para dar paso a la Torre Colpatria en el centro de Bogotá, dejando un grato recuerdo de la vida bohemia de la ciudad. El poeta Escobar soñó siempre con un Café como los de París de comienzos del siglo pasado. Y cuando el dueño del bar Casa Colombia se enteró de que la casa vecina estaba para alquilar, le avisó a su amigo y fundaron el lugar, en la carrera 5.ª, enfrente de las Torres del Parque, proyecto de Rogelio Salmona construido en la década del sesenta. En esa misma cuadra estaban otros bares como Equus y Quiebracanto, que conformaban lo que podría llamarse la “zona rosa” de los años setenta. El sector había tenido cierta notoriedad desde los años de La Calle, sitio de encuentro de los jipis, cerca al hotel Hilton, en donde abrió una legendaria discoteca: El Templo. En la fachada del Café de los Poetas había un gran aviso, un afiche impreso sobre hojalata en el que aparecían dos mujeres de tamaño natural y el nombre del establecimiento, obra de Gustavo Vejarano, un artista que después se fue a Paris y se dedicó con éxito a pintar mandalas. Muy pronto el lugar se convirtió en refugio de los nadaístas, que siempre ocupaban la misma mesa en un rincón del salón presidida por una foto de Gonzalo Arango, fundador del movimiento y muerto unos pocos años antes. Según la revista Cromos de febrero de 1979, veinte años después de la aparición del nadaísmo, ahí se encontraban quienes se autoproclamaban geniales, locos y peligrosos, y se consideraban profetas de una nueva oscuridad en el mundo: Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Pablus Gallinazo y Elmo Valencia -el Monje Loco-. Ellos, según el poeta, “contribuyeron a su modo a la bancarrota porque no pagaban. Y yo, el dueño, no me atrevía a cobrarles… porque sabía que siempre andaban en los rines, como se dice”. El Café era visitado además por intelectuales, teatreros como Santiago García, pintores como Manolo Vellojín y Enrique Grau, bailarinas del ballet de Colombia y modelos. Allí se presentaban pequeñas obras de teatro de cá-
mara, se hacían lecturas de poemas y había música en vivo, muchas veces con la colaboración de los músicos de la Orquesta Sinfónica y uno que otro jazzista de paso por Bogotá. También se realizaban exposiciones de pintura y se hacían fiestas multitudinarias en las que todos a veces se pintaban la cara, se maquillaban y se disfrazaban de cualquier cosa. La más recordada de todas es el acto de desagravio al poeta Luis Vidales que había estado preso. Contó con la participación de la gente del teatro La Candelaria, que interpretó las canciones de Guadalupe años sin cuenta. Gracias a un pariente político de Eduardo Escobar, exmilitar, se evitó que la policía militar entrara en el sitio y cancelara la fiesta homenaje. Era la época de la presidencia de Turbay Ayala. La música que ambientaba el Café era de la discoteca del dueño: clásica de compositores del siglo XX, como Erik Satie y Maz Reger, y jazz de los iniciadores del bebop, y Thelonious Monk. También, por supuesto, las canciones protesta del Pablus Gallinazo, como “Una flor para mascar” y “La mula revolucionaria”. El Café de los Poetas fue un sitio precursor de otros lugares que aparecieron después en la ciudad, como Andrés Carne de Res, Salomé y Café Libro, que se inspiraron en su decoración. El
Café de los Poetas. ca. 1980. Archivo Particular.
mobiliario fue adquirido en los talleres del ferrocarril: bancas de trenes y mesas inventadas con grandes carretes industriales. Los adornos eran simples chécheres, como triciclos viejos y muñecas deterioradas, pero, añade el poeta, “mi orgullo era una pequeña colección de maniquíes france-
ses que salvé de un taller del barrio Egipto, hermosos, maquillados como en la bella época, con profundas ojeras moradas y ojos de vidrio llenos de vivacidad, y pestañas de seda. Como para enamorarse”. Este memorable lugar no perduró porque los socios pre-
firieron conservar la amistad por encima de algunas desavenencias que se presentaron. Cuando se retiró el poeta Eduardo Escobar, los nuevos dueños hicieron intervenciones drásticas y le cambiaron el nombre por La Teja Corrida. Así desapareció para siempre el Café de los Poetas.
Café de los Poetas durante una protesta por la censura al poeta Luis Vidales. ca. 1980. Archivo Particular.