corredores automovilísticos Los Tortugas, a quienes compraron la mitad del local. Se les llenó de nuevo, pero ahora estaban en una esquina residencial y hacían demasiada bulla para el mundo doméstico. Los sacaron las quejas de los vecinos. La opción fue moverse hacia el norte, a la calle 116 sobre la avenida 19, coordenadas que para el mundo de la rumba en 1978, cuando Willie y su combo abrieron La Disco, enmarcaban una suerte de norte profundo y todavía “suavesongo”, que apenas empezaba a poblarse de rumbeaderos. Alrededor estaba uno de los más reconocidos templos de la salsa, El Scondite del Norte, y el resto eran discotecas elegantes, con música cross over para un público adulto: Topsi, Cabaret y Unicornio, sobre la calle, y La Fuente Azul, sobre la avenida. La Disco estaba en un segundo piso y tenía su tarimita y cabina para el DJ. Le cabían unas 150 personas cuando estaba repleta. Allí empezó el movimiento de Willie Vergara con la salsa en vivo, aún sonaba algo de rock, pero la esencia era la rumba y el objetivo era bailar. Primero tuvieron un par de veces a Fruko y sus Tesos; se habían hecho amigos desde que Willie tomara la costumbre de ir a la Feria de Cali cada fin de año. Después, ya separado de Fruko, se presentó en La Disco el Joe Arroyo. Llegaron también a la tarima los músicos de la escena local, con Washington y sus Latinos. Con el paso de los años la rumba de la avenida Pepe Sierra comenzó a volverse más pesada y La Disco empezó a ahogarse en ese ambiente. En ese momento, ya tenían los ahorros suficientes para comprar un lugar propio y lo buscaron en el barrio El Chicó. Entonces llegó el momento de Keops y el tema tomó fuerza con su pirámide rumbera. Primero fueron cuatro socios. Dos emigraron. Al final, quedaron Willie Vergara y José Ignacio “el Nano” Pombo. Teddy Raad, dueño del lote, nunca quiso venderlo, pero les decía “tranquilos, que esto es suyo”. Se animaron a construir en tierra ajena, sobre los planos de Santiago Martínez, arquitecto, hoy famoso por sus estudios y libros sobre la Atlántida, pero entonces en su faceta de egiptólogo; razón por la cual las energías cósmicas estuvieron calculadas. Discutieron el nombre y aunque “Keops” sonaba raro, pensaron que al fin y al cabo la familiaridad hace que nombres extraños peguen en el imaginario, y así se quedó. Keops Club. Un escenario con un sistema de sonido comprado de a pocos en Nueva York e importado gracias al correo de las brujas para ensamblarse aquí: cables, luces, insonorización. Abrieron el 21 de noviembre de 1982. La noche anterior habían cerrado La Disco. Funcionó. Tenían una clientela cautiva. Justamente por “los asuntos” propios de la seguridad en Colombia, y por la cultura tropelera común y rampante en las noches bogotanas del momento, repaso de un álbum salsero
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