ramelados y las cuerdas de Violeta Parra, los amigos de Quiebra Canto traían música del exterior. Desde el principio, Julián Serna se había encargado de alternar el repertorio contestatario con dos temas de salsa –“Sonido Bestial” de Richie Ray y Bobbie Cruz, y “El preso”, de Fruko y sus Tesos–. Hasta que algún cliente llevó la música de Eddie Palmieri. “Y nos gustó”, dice Manosalva. “Las composiciones de Palmieri duraban quince minutos. Ni en emisoras ni en bares sonaba eso. (O sí, quizás en el Goce Pagano que había surgido pocos meses antes que Quiebra Canto y desde el primer día como un lugar de salsa, pero nosotros no lo conocíamos y fue tiempo después de que nos enteramos de su existencia). Nos identificamos con Palmieri porque sentíamos que esa música era nueva, fusionaba el jazz con unas descargas elaboradas de piano. Comenzamos a comprar música de puertorriqueños como Ismael Rivera. Y Rubén Blades apareció. Era un sonido muy extraño y buenísimo. En Siembra cada tema era una letra política que sentíamos como nuestra revancha contra la penetración cultural de los Estados Unidos con el pop y la música disco”. Al año de vida de Quiebra Canto, remplazaron la vitrola por un equipo de sonido. Si desde antes, los vecinos ya estaban incómodos con la gente agolpada en los andenes, las peleas y las botellas toteadas por doquier, con el volumen del nuevo aparato protestaron y les exigieron a los dueños que buscaran otro local. Al mismo tiempo, los clientes pedían una ampliación. “Me puse a buscar otro local. Yo caminaba siempre por la carrera quinta y veía la casa de la calle 17. Allí funcionaba una tipografía. Me gustaba su arquitectura, su forma. Imaginaba que era perfecta para el bar. Un día la pusieron en alquiler, 40.000 pesos mensuales. Un platal imposible para nosotros. En Las Aguas pagábamos 7.000 pesos. Entonces metí de socios a mi papá y a mis primos Rafael y Francisco Rojas. Alquilamos la casa, la remodelé y adecué el bar. A comienzos de 1982 y sin cerrar el local de Las Aguas abrimos Quiebra Canto en el primer piso de la casa que hoy todos conocen”. Poco tiempo tardó esta nueva sede en llenarse. A la música, Serna y Manosalva agregaron exposiciones de fotografía, de pintura, recitales de poesía, conciertos de cantautores, presentaciones de mimos, de títeres para adultos y en el segundo piso adaptaron una sala para proyectar cine en formato de 16 milímetros. Quizás por su ubicación y el prestigio de la oferta musical, esta sede terminó siendo frecuentada por otra clientela: gente que no le interesaba ni las exposiciones ni el arte, que solo iba a escuchar salsa. “Cuando el bar se volvió muy exitoso”, explica Manosalva, “la música comenzó a cambiar, tocó volverla más comercial: de la onda de Palmieri pasamos al Gran Combo de Puerto Rico y al grupo Niche. Pero el único ron que vendíamos era el Habana, apoyando la causa cubana. Nada de Bacardí porque esa empresa había desmantelado la planta de la isla y la había instalado en México”. GENTE PA’ GOZAR
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