Fuera Zapato Viejo. Crónicas, retratos y entrevistas sobre la salsa en Bogotá (Parte 1)

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en Juanchito. Cuando Nicolás tenía once años, su padre ponía música en las fiestas de los Neira, famosas en Kennedy. En una de ellas conoció a Édgar Estrada, patriarca de otra familia salsera, bailarín aficionado y amigo de los grandes rumberos de la vieja guardia. Gracias a él, desde pequeño Nicolás pudo ver bailar a Chucho Bonbonbum y a Rubén Toledo. A mí el baile de Édgar siempre me gustó, pero el de Rubén Toledo era único – afirma Nicolás–. Su estilo completamente innovador y muy elegante tuvo una gran influencia en mí. Después empecé a conocer mucha gente que a pesar de ser bogotana bailaba muy bien. Había un bailarín al que le decían Tatú, era bajito y murió hace años. Conocí también a la Momia, a Zapatico, a Chucho Bonbonbum, todos grandes exponentes de la salsa en Bogotá. Mis ídolos. La admiración entre Rubén y Nicolás es mutua. En ellos parece repetirse la historia que veinte años atrás protagonizaron Mamboloco y el mismo Rubén: un bailarín consagrado, todavía joven, encuentra en medio de rumberos salvajes a un niño que tiene algo especial, único, y en quien ve reflejados raramente algunos de sus pasos, la elegancia y el estilo. Yo conocí a Nicolás en las fiestas de Kennedy –recuerda Toledo–. Él se metió en el cuento de vernos bailar cuando era un peladito. Luego volví a verlo y quedé muy impresionado. Había aprendido mucho, tenía un estilo como el mío o el de Mamboloco, pero con su marca personal. Nicolás, sin embargo, no era un prodigio precoz como lo fue Rubén, ni instinto puro y negro como Chucho Bonbonbum. Aprendió poco a poco, viendo a los grandes y practicando horas enteras de la mano de Édgar Estrada. En esos ensayos conoció a las hijas de Édgar, todavía muy niñas para que las dejaran salir a los rumbeaderos. Nicolás tenía 17, y Catherine, la mayor de las Estrada, 14 años, cuando comenzaron a bailar juntos. En esa época ella bailaba mucho mejor que yo –recuerda Nicolás–. También creo que la idea de convertirme en bailarín maduró al conocerla. Yo le dije un día a mi papá que quería bailar y entonces se lo comentó a Édgar Estrada. Él reunió un grupito muy familiar con las hermanas de Cathe y con los míos y así nació la academia Nueva Generación de Mambo y Chachachá. Ahí fue donde Cathe y yo comenzamos a bailar juntos. A finales de 2003 ya éramos campeones distritales. Antes de enamorarme de ella como persona, me enamoré de su baile, de su delicadeza, de sus movimientos, de su expresión corporal. Lejos de los grandes bailarines solistas como Mamboloco, y de seductores empedernidos como Chucho, Nicolás siempre ha bailado con la misma GENTE PA’ GOZAR

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