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temas precarios de cultivo y donde había áreas planas con potencial productivo, la propiedad estaba en muy pocas manos. La producción industrial se concentraba en algunas ciudades, por lo demás desconectadas entre sí, además de tener un mercado reducido por los bajos ingresos de la población, para la cual tanto la vivienda, como la nutrición y la salud eran deficientes. Además, el gasto público era elevado y la inflación desbordada, por lo que se hacía urgente reorganizar la moneda y la banca (Del Castillo, 2008, pp. 43-47). Para superar esto, se requería una solución integral, un programa que articulara las diversas iniciativas en el tiempo. Con el fin de mejorar el nivel de vida de la población, debía aumentarse la productividad y hacer que los grandes propietarios trabajaran las tierras subaprovechadas mediante impuestos a su baja explotación, o adelantar una reforma agraria que se apuntalara con crédito, educación rural y apoyo técnico para llevar a cabo una moderna producción. A su vez, debía propiciarse la urbanización del país e incentivar la migración a las ciudades, donde la mano de obra se emplearía en otros ramos. Asimismo, apoyar la industria al mejorar los transportes, abaratar las materias primas, propiciar capacitación, investigación y renovación de tecnología. De igual forma, construir infraestructura, desarrollar las fuentes de energía, atender la higiene y los servicios públicos de las poblaciones, lo mismo que la vivienda, tanto en el campo como en la ciudad (Del Castillo, 2008, pp. 46-51). En lo fiscal, debía controlarse la inflación, atender al crédito, precisar el papel de la banca central, mejorar la administración de rentas e impuestos y preparar mejor el presupuesto. Se dieron especiales facultades al Banco de la República, como banco central que debía controlar la inflación desbocada, y aparecieron bancos semioficiales como el Popular, el Cafetero, el Ganadero y, poco después, el del Comercio. También se crearon Acerías Paz de Río y Ecopetrol, al tiempo que la Federación de Cafeteros organizaba la Flota Mercante Grancolombiana, un poco en contravía con la recomendación de la Misión en el sentido de que el Estado no asumiera proyectos demasiado costosos (Henderson, 2006, pp. 486-487). Los bancos apoyaron la agricultura comercial, lo que diversificó la producción diferente al café: arroz, algodón, sorgo, ajonjolí, azúcar, pero poco a poco se olvidó toda
posibilidad de reforma agraria. De esta forma, se traza otro rasgo de nuestra modernidad: campesinos minifundistas en subsistencia con precarios niveles de vida; latifundios dedicados a la ganadería con propietarios ausentes que manejan sus fincas por medio de mayordomos; y en algunas áreas especiales, agricultura industrializada y para la exportación. Mientras tanto, mucha gente emigra a las ciudades a engrosar las filas del desempleo, el rebusque y el empleo informal; todo bajo el poder simultáneo y a veces combinado de lo señorial y las armas que se incrusta de manera progresiva en el país.
La aparente paradoja Entre 1930 y 1946, poco a poco más liberales llegan a los cargos principales y eso no es bien recibido por los conservadores que se ven desplazados del sistema. De manera creciente, se calientan los ánimos y la lucha por los cargos exacerba cada vez más las luchas partidistas; la pugna arrecia, no hay espacios para la discusión, prima el radicalismo y el rechazo de toda forma diferente de pensar. Entonces, ¿cómo es posible que se lograra un desarrollo económico tan notable en tiempos de violencia y crueles guerras partidistas? ¿Cómo explicar que la dirigencia dijera que “el país va mal pero la economía bien”? El historiador norteamericano James Henderson, en su estudio sobre la modernización en Colombia, plantea que no existe una paradoja real en aquello, pues desde la década del treinta los gobiernos liberales han venido prestando atención, en sus esfuerzos reformadores y progresistas, a las políticas económicas. Por la misma razón, se preocupan por el bienestar de la economía, fundamentalmente en el tema cafetero y de industrias, como mecanismo de desarrollo y progreso de la Nación. Las élites se habían unido para desarrollar sus empresas económicas, mucho antes del Frente Nacional, y ahora, en tiempos aciagos, dejan que un grupo minoritario lleve la política y se ahogue en esas luchas dogmáticas y violentas, mientras ellos continúan en la consolidación de sus grandes negocios. E hicieron muy buen manejo económico (Henderson, 2006, p. 477). Cuando, en 1948, con el asesinato de Gaitán y las revueltas que le siguieron, el descontento no logró de-
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