Atlas histórico de Bogotá (1911-1948)

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sellado de un profundo aljibe. En este sitio la casa era de tres plantas. En la segunda planta, de cuartos que posiblemente fueron de servicio, los unieron y habilitaron para instalar, en uno, el salón de armada, y en otro, que formaba escuadra con el primero, el salón de linotipos. Al final de este patio estaba el salón donde funcionaba la máquina impresora, vieja, reumática, llorosa de aceite, que Luis Sánchez a duras penas hacía caminar. Y en seguida, el solar que caía sobre la angosta y fangosa calle que, bordeando el río, unía la carrera quinta con la séptima”18. Por su parte, el escritor Germán Arciniegas Angueyra (1900-1999), quien entró a trabajar en El Tiempo en 1918, cuando no era más que “un estudiante revoltoso”, recordaba: “cuando entré allí no había sino dos trabajadores, los únicos de planta fija: Eduardo Santos y Lorencita”. En efecto, Santos había contraído matrimonio con la hermana de Alfonso Villegas el 17 de noviembre de 1917; desde entonces y hasta el día de su muerte, en 1960, sólo estuvieron separados 39 días, “que ella tenía cuidadosamente anotados, con fechas y explicaciones sobre el motivo de las ausencias”19. Sobre el interior de la sede de El Tiempo, Arciniegas escribió: “La dirección, la redacción y todo se reducía a una sala grande, casi vacía, donde el único mueble de calidad era un sofá de caoba, mueble de familia que durante 20 años, cuando menos, se tuvo siempre en la oficina de la Dirección”20. A diferencia de otras publicaciones, El Tiempo siempre se ha caracterizado por su continuidad. El único episodio que marcó una ruptura en su circulación ocurrió en 1955, cuando bajo el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla (1954-1957) el diario fue clausurado por un mensaje escrito por su director, Roberto García-Peña (1910-1993), por razones que él narró años después: “Yo fui llamado por el Estado Mayor a que rectificara una versión sobre el asesinato de los Correa, cerca a Pereira, que había sido publicado en El Comercio, del Ecuador, estando de

“Después de muchas mudanzas y peregrinaciones, El Tiempo se estableció al fin en su moderno edificio de la avenida Jiménez de Quesada”. Revista Estampa, No. 25, vol. 2, año 2, Bogotá, 13 de mayo de 1939, p. 17.

18. Juan de Dios Uribe, “Recuerdo de días inolvidables en El Tiempo”, en Las sombras protectoras, Bogotá, edición privada de 98 ejemplares, Talleres Antares, 1961, pp.157-158. 19. Eduardo Santos Montejo, “Lorencita, apuntes para la biografía de un ser excepcional”, en Las sombras protectoras, op. cit., p. 17. 20. Germán Arciniegas Angueyra, “Evocación y presencia de Lorencita”, en Las sombras protectoras, op. cit., pp. 91-93.

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