planetas prohibidos

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prioritario para mí sacar todas aquellas palabras. Era algo que debía hacer por necesidad, puesto que si no enfermaba. Las palabras literalmente me devoraban por dentro, si quedaban encerradas... Debía dejarlas salir a toda costa.

escribiendo. ¿Tanto había escrito? Casi ni había sido consciente. Y entonces sucedió... Las sombras arcanas se alargaron por toda la celda y yo miré sorprendido como mis creaciones escritas tomaban forma y cuerpo desde la absoluta nada. Eran mis criaturas, mis demonios... Mis monstruos que rugían ferozmente, después del parto forzoso a la realidad. Y los robots fueron aplastados sin piedad por su furia, convertidos en absurdas chapas desencajadas.

Escribía con lápices y folios; que había encontrado escondidos en unas cajas, entre los desperdicios de un escombrero durante los trabajos forzados de limpieza. No lo sé, a lo mejor aquellos útiles fueron los que me magnetizaron... No lo sé, ciertamente... Pero a partir de entonces, esa ansia por escribir inundó mi cabeza como un baño de aguas turbulentas. Y así me convertí en un escritor necesario.

Allí estaban los poderosos primigenios, ante mí. Sus tamaños se doblaron y se doblaron, creciendo descomunalmente hasta que reventaron la torre de hormigón y los colosales cuerpos viscosos repletos de tentáculos y protuberancias repugnantes, me parecieron lo más hermoso y místico que había visto... Oh, sí... Bello en verdad, ver tanta furia incontrolada e innata aquella noche perfecta de estrellas relucientes.

Y todos aquellos demonios primigenios fueron saliendo, de mí adentro... Mi manifiesta actividad, puso enseguida en acción al brazo represor. Las sombras entraron silenciosamente en mi celda y me rodearon.

En aquel éxtasis místico estaba, cuando uno de los gigantescos monstruos se acercó a mí. Sus ojos amarillentos y llenos de nervios me parecieron más grandes que la luna cuando me miraron, escrutándome. No tuve miedo. Los zarcillos tentaculares de su boca se agitaron y una poderosa voz entró en mí. ¡Sí! ¡Me comunicaba telepáticamente con el engendro! ¡Y lo entendía!

—¿Carlos Lovecraft? —preguntó una voz robótica, neutra. —Sí, soy yo —respondí yo tranquilamente, mientras dejaba de escribir. —Queda usted detenido por profesar actividad no autorizada, contradiciendo las leyes establecidas para la reglamentación de actividades humanas dictadas en 1999; año de la entrada del Tecno-Régimen, salvador de este arcaico mundo, y cuyo Caudillo el Comandante Exeror creado por la gracia de los Superordenadores es supremo mandatario y benefactor de esta nueva era de esplendor.

«PEQUEÑA CRIATURA, HA LLEGADO EL NUEVO ORDEN. EL REINO DE LOS PRIMIGENIOS Y SU NUEVA ERA.» A continuación, después anunciarme aquellas terribles palabras, azotó lo que quedaba de torre y yo caí entre los escombros. El pánico ascendió de golpe a mi recargado cerebro, formando terribles pensamientos. ¡No... no... no! No podía ser, resultaba de lo más irónico. Creo que hasta reí, mientras caía entre aquel rompecabezas de cascotes.

Una molesta luz se encendió y mis ojos se deslumbraron. Después noté como algo, rodeaba y apretaba mis muñecas. Mi exterminio había llegado... No tardaría en ser volatilizado en algún acto público de escarmiento. Y yo extrañamente me sentía bien... Muy bien... Relajado ante mi fin.

Un nuevo régimen absolutista iba a ser depuesto para que entrara otro. Y éste nuevo iba a ser peor... Mucho más terrible y espantoso.

Pero todo cambió de repente... Sí... Cuando uno de los robots soldados, husmeó entre las altas pilas de folios que había estado

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