Dios y Su Iglesia

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CAPítulo

1

LOS MÁRTIRES

Fechas de extensión: d.C. 100-313 Personas clave: Ignacio, Policarpo, Perpetua, Felicitas

R

ostus, sentado y reposando el mentón sobre sus rodillas dobladas, miraba fijamente por encima de los tejados de Roma, observando como la luna se deslizaba detrás de una nube. Apretó la espada de madera que su padre le había tallado como regalo de su séptimo cumpleaños. Rostus podía sentir entre sus dientes pedacitos de la galleta de miel y almendras que su madre le había preparado. Sonrió recordando la fiesta con sus primos y sus amigos cristianos. Pero su sonrisa se volvió una mueca al oír en el piso de abajo las voces de su padre y su tío en una apremiante discusión. “Hemos pasado por esto antes, Lehue,” se oía la voz de Nascious, padre de Rostus. “De todos maneras, es muy tarde. Esta mañana me rehusé ir al estadio. No puedo decir, ‘César es el Señor’, cuando sé que Jesús es Señor.” “¡Vete mañana temprano! Todavía hay tiempo. El sacrificio es solo un ritual. Un poco de polvo al fuego. No significa nada”, argumentó Lehue. “Pagas tus tributos, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no declarar tu lealtad a Roma en una ceremonia pública? Yo planeo hacerlo, si es que debo hacerlo. No dejaré mi esposa y mis hijos sin alguien que les provea. Piensa en Rostus allí con sus presentes de cumpleaños.” “Moriría por mi hijo, Lehue, y tú lo sabes. Pero si tengo que morir por Jesús antes que Rostus crezca, a menos sabrá que Jesús es mi Señor. ¿Qué ejemplo le daría si comprometo me fe en Cristo por adorar al emperador Valerio?” “Serás hecho pedazos. Por favor, Nascious, prométeme que irás mañana a las autoridades y ¡les dirás que lo harás!”


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