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Matrimonio y Milagros Miranda Lee

6º Serie “Corazones de Fuego”

Matrimonio y Milagros (2007) Título Original: Marriage and miracles (1994) Serie: 6º Corazones de fuego Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca Miniserie 18 Protagonistas: Nathan y Gemma

Argumento: Gemma sabía que su matrimonio estaba en peligro y que Nathan creía que lo único que les quedaba era el sexo. Pero Gemma iba a recuperar a su esposo. Iba a hacer todo lo que estuviese en su mano para arreglar su matrimonio. Sabía que iba a necesitar un milagro, pero era un milagro posible si, como creía, estaba embarazada…


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C a p ít u lo 1 El estreno de las nuevas obras de teatro de Nathan Whitmore se había convertido en todo un acontecimiento en Sidney durante los últimos años. Gemma observaba los rostros famosos que había en el vestíbulo con una sincera falta de interés. La fama no le impresionaba. ¿Por qué iba a hacerlo? Hacía muy poco tiempo no habría sido capaz de reconocer a ninguna de las personas que estaban allí aquella noche. —Sonría, señora Whitmore —le pidió un fotógrafo— . Y usted también, señorita Campbell. —Sonríe, Gemma —le susurró Celeste—. Esto ha sido idea tuya, ¿recuerdas? Yo te advertí que no vinieses, pero ahora que ya estás aquí, tienes que sonreír. Las dos mujeres sonrieron y Gemma se preguntó qué diría el fotógrafo si supiese que, en realidad, estaba haciendo una fotografía de una madre y una hija. No cabía duda de que la noticia causaría un gran revuelo el Sidney, sobre todo si también se sacaba a la luz que el suegro de Gemma, Byron Whitmore, era además su padre biológico. La larga enemistad entre la glamorosa jefa de Joyas Campbell y el guapo jefe de Whitmore Opais había alimentado muchas discusiones a lo largo de los años. Se había rumoreado a menudo que los dos empresarios habían tenido una aventura en el pasado, pero nadie habría adivinado las extraordinarias circunstancias que rodeaban el nacimiento de Gemma, su niñez a manos de Nº Páginas 2—208


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un hombre que la había robado pensando que era su padre, y su vuelta a las vidas de sus verdaderos progenitores veinte años más tarde. Sólo hacía tres días que Gemma se había enterado de la verdad, pero ya tenía un lazo de unión con su padre y su madre. En su opinión, ambos eran personas formidables. No eran santos, por supuesto, pero eran buenas personas y sólo querían lo mejor para su hija, a la que habían encontrado después de tanto tiempo. Además, el hecho de que por fin fuesen a casarse, la hacía a Gemma feliz. Su propio matrimonio era otro tema… A Gemma se le hizo un nudo en el estómago. Su plan para volver a conquistar a Nathan le había parecido bueno en teoría. En la práctica, era peligroso y arriesgado y le estaba destrozando los nervios. Pero no tenía alternativa. Quería a Nathan más que a su propia vida y estaba segura de que él también la amaba, a pesar de todo. No podía permitir que un malentendido y la mala suerte acabasen con su matrimonio. Sobre todo, no en esos momentos, cuando cabía la posibilidad de que estuviese embarazada. —¿Por qué tarda tanto Byron? —preguntó preocupada cuando se marchó el fotógrafo—. Espero que no esté intentando hacer de intermediario entre Nathan y yo. Le he pedido que no lo haga. —Por favor. Byron nunca haría algo así, Gemma. —Él sabe que ahora mismo tiene poca influencia en Nathan, al que no le gustó enterarse de que Byron se había acostado conmigo estando todavía casado. Y Nº Páginas 3—208


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cuando le dijo que íbamos a casarnos… —Celeste puso los ojos en blanco—. Creo que Nathan lo miró como si pensase que estaba loco. Gemma suspiró. —Pobre Byron. No se merece esa reacción por parte de Nathan. —Francamente, Gemma, nadie se merece el trato que está dando Nathan. Lo que me sorprende es que tú lo sigas queriendo. Que no te contase que yo era tu madre me parece despreciable, pero lo otro… —Me prometiste que no volveríamos a hablar de ello. Sabes muy bien que Nathan estaba fuera de sí cuando lo hizo. Si yo puedo perdonarlo y olvidar, ¿por qué no lo haces tú también? —Lo siento, pero no soporto que los hombres traten con violencia a las mujeres. No obstante, no volveré a mencionarlo. Es tu vida y sé que estás decidida a intentar salvar tu matrimonio. —Y tú me has prometido ayudarme. —Sólo Dios sabe por qué… —murmuró Celeste. —¿Porqué me quieres? —dijo Gemma tocándola cariñosamente en la muñeca. A Celeste le sorprendió verse invadida por aquel amor materno que hizo que se le llenasen los ojos de lágrimas. Parpadeó rápidamente y asintió, al tiempo que le apretaba la mano a su hija. —Tendré que fiarme de ti si dices que merece la pena luchar por Nathan, y que no es el cretino más frío y cínico que he conocido nunca. Nº Páginas 4—208


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—Lenore piensa que merece la pena —razonó Gemma—. Y ella estuvo doce años casada con él. —A pesar de sus errores, es evidente que ese hombre sabe inspirar lealtad en sus mujeres. —¡Sólo ha tenido dos! —Hasta ahora. Si se divorcia de ti, tal y como dice, algún día podría haber una tercera. —No vamos a divorciarnos —replicó Gemma—. ¡Y no habrá ninguna tercera! —¿Y cómo pretendes hacerlo cambiar de opinión? —Utilizando todos los medios que estén a mi disposición. —Umm. Ya entiendo. Lo que querías no era venir a la obra, sino a la fiesta que hay después. Gemma se ruborizó, pero se negó a avergonzarse por su plan. Al fin y al cabo, Nathan era su marido. Además, no iba vestida tan provocativamente como se había vestido Celeste otras veces. De acuerdo, se había puesto un vestido rojo muy ajustado y sí, con un escote que dejaba intuir que no llevaba sujetador, pero eso no era ningún crimen. —Sólo quiero hablar con él conseguiré nada si no hablo con él.

—mintió—.

No

—El que juega con fuego se acaba quemando —le advirtió Celeste—. A mí también me pasó. —Y has terminado con el hombre al que amas. Esa es también mi intención.

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Celeste se sorprendió al ver la dureza con la que le hablaba su hija. Al fin y al cabo, sus padres eran los dos muy testarudos. Casi sintió lástima por Nathan. —Ah… Aquí está Byron —dijo Celeste sonriendo y entrelazando el brazo con el de él—. Pensábamos que te habías perdido. ¿Qué tal van las cosas entre bastidores? —Todo el mundo está muy nervioso. Salvo Nathan, por supuesto, que tiene los nervios de acero. «Igual que el corazón», pensó Celeste, pero no lo dijo en voz alta. —¿Te ha dicho algo de mí? —quiso saber Gemma. —Ni una palabra. Gemma se sintió alicaída. —¿Sabe… sabe que estoy aquí, y que voy a ir la fiesta de después? —Se lo he mencionado de pasada, pero a él no ha parecido importarle. Sinceramente, me sorprende que siga queriendo divorciarse. Nunca lo había visto tan inflexible, tan insensible. Es como si se hubiese puesto una coraza imposible de penetrar. —Es sólo una fachada detrás de la cual se esconde — le aseguró Gemma, o al menos, eso esperaba. —Es hora de que entremos, ¿no? —sugirió Celeste para cambiar de conversación. Había visto a Gemma dolida y esperaba que ese canalla no volviese a hacerle daño, si no, ella sería capaz de matarlo con sus propias manos.

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—Todavía no ha sonado el timbre —contestó Byron—, pero, sí —rectificó al ver la persuasiva mirada de Celeste—, será mejor que entremos. Un fotógrafo los retrató a los tres mientras entraban al teatro. Celeste y Byron sonrieron. Gemma, por su parte, parecía muy triste. Estaba empezando a perder la fe en su plan, y la fe en que Nathan la amase. Se sentó y ojeó el programa que Byron le había dado al llegar, todo con el fin de calmar el cosquilleo que sentía en el estómago. Se sobresaltó al ver la fotografía en blanco y negro de su marido, que parecía mirarla y que desprendía una dureza de la que ella no había sido consciente hasta entonces. Para ella siempre había sido como un dios. Tenía un rostro perfecto, una boca sensual y unos preciosos ojos grises. La mirada de aquella fotografía era heladora y la sonrisa, cínica. Gemma siempre había odiado que le sonriese así, como si hubiese muchas cosas en el mundo que ella todavía no conociese. Nathan siempre había dicho que el mundo estaba podrido. Hablaba de la raza humana con cinismo, sobre todo del sexo femenino, probablemente debido a que las mujeres a las que había conocido en su infancia habían sido mujeres depravadas, malas. Primero había sido su madre, una chica rica y mimada, que se había marchado de casa en la adolescencia y había llevado una vida disipada, se había drogado y había abusado de todo. Al parecer, lo había metido en un internado cuando Nathan tenía ocho años, y lo había sacado de allí cada vez que un amante la Nº Páginas 7—208


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dejaba, para volver a meterlo cuando encontraba otro nuevo. Había muerto de una sobredosis cuando Nathan tenía dieciséis años y él había vivido en la calle. Cuando Byron se lo había encontrado, varios meses más tarde, Nathan estaba viviendo con una mujer con edad de ser su madre. Byron se había hecho amigo suyo y, más tarde, lo había adoptado. Gemma se estremeció al pensar qué habría pasado con Nathan si Byron no lo hubiese recogido. Aunque, bajo la tutela de Byron, Nathan había seguido teniendo sus problemas, sobre todo con el sexo opuesto. Según lo que había oído Gemma, las relaciones que había mantenido con las mujeres de su familia adoptiva habían sido, cuando menos, dudosas y su rápido matrimonio con Lenore tampoco había tenido éxito. Cuando Gemma lo había conocido, a principios de ese mismo año, en Lightning Ridge, Nathan ya era un divorciado de treinta y cinco años que estaba hastiado de la vida. Nada más verlo, Gemma se había quedado prendada de su belleza madura, de su estilo y sofisticación y él parecía haberse entusiasmado con la belleza joven, la inocencia e inexperiencia con los hombres de ella. Al principio, Gemma no había querido tener nada que ver con un hombre divorciado y mucho mayor que ella, pero no había tardado en ser seducida y en casarse con él. Se había ido de luna de miel con un montón de advertencias acerca de Nathan. Hasta el momento, el sexo siempre había sido muy importante en sus relaciones. Aunque lo que a Gemma le molestaba más Nº Páginas 8—208


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era que fuese celoso y posesivo, y que acostumbrase a tratarla como si fuese una niña inocente. Su extremo cinismo era otro punto de discordia entre ambos, además de su falta de capacidad para comunicarse con las mujeres a cualquier nivel que no fuese físico. Pero nada de eso significaba que no la quisiera. Sencillamente, no sabía cómo expresar su amor, ni confiar en él. Gemma pensaba que, con el tiempo, podrían llegar a tener la relación que ella quería. Con el tiempo, y con amor. No estaba dispuesta a abandonar al primer obstáculo. A pesar de la importancia del obstáculo. No todas las mujeres perdonarían a sus maridos si éstos las acusasen falsamente de infidelidad y si, después, casi las violasen. Pero Gemma también lo había acusado a él de infidelidad sin que fuese cierto. Y con respecto a la violación…, entendía por qué y cómo había ocurrido aquello, y lo perdonaba. Nathan se había vuelto loco al encontrarla en el dormitorio de Damian Campbell. Y había perdido el control. Tal vez si Gemma se hubiese resistido, en vez de quedarse allí tumbada, paralizada por el horror, Nathan habría parado. Era evidente que estaba arrepentido. Y ella había acabado por comprenderlo todo. Afortunadamente, porque era posible que se hubiese quedado embarazada esa tarde. Nathan se había olvidado de que le había dicho a Gemma que no tomase más la píldora. La mayoría de las mujeres habrían sentido repugnancia ante la idea de quedarse embarazadas a Nº Páginas 9—208


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consecuencia de una violación, pero después de perdonar a Nathan, Gemma había empezado a sentirse bien. Además, tal vez eso la ayudaría a recuperar a su marido. ¿Acaso no se había casado con Lenore porque se había quedado embarazada? Seguro que volvía con la mujer a la que amaba si sabía que esperaba un hijo suyo. Por eso, esa noche Gemma iba a ir a la fiesta que se daba después del estreno, con la intención de seducir a su marido, acostarse con él y librarlo así de la culpabilidad de haberla dejado embarazada aquella horrible tarde. Porque aunque ella lo había perdonado, era evidente que él no se había perdonado a sí mismo. Gemma estaba segura de que ése era uno de los motivos por los que insistía en divorciarse. —Lenore no sale muy favorecida en la foto, ¿verdad? —comentó Celeste mirando por encima del hombro de Gemma. Ella se centró en el programa que tenía en las manos y examinó a la que era no sólo la ex mujer de Nathan, sino también la protagonista de la obra. Celeste tenía razón. La fotografía no le hacía justicia a Lenore, que era muy guapa en carne y hueso. Era pelirroja y tenía unos magnéticos ojos verdes que gritaban «mírame». Gemma se imaginó que, en cuanto saliese al escenario, todas las miradas se quedarían hechizadas con ella. A pesar de que ya había cumplido los treinta y cinco, Lenore parecía mucho más joven. Su figura era tan espectacular como su rostro, era alta, delgada y de porte elegante. Gemma siempre se había sentido torpe en Nº Páginas 10—208


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comparación con ella. Por mucho que la gente le dijese que tenía una cara guapa y unos ojos bonitos, por mucho que alabasen sus voluptuosas curvas, Gemma se sentía inferior que la ex esposa de Nathan. Si hubiese tenido más fe en el amor de su marido, se habría quedado y se habría dado cuenta de que lo que había oído, había sido el ensayo de la obra de teatro, y no una discusión acerca de su devaneo de la noche anterior. En su lugar, Gemma se había refugiado en casa de los Campbell, lo que había provocado que Nathan la agrediese. La única cosa buena que le había pasado la semana anterior había sido averiguar la identidad de su madre y enterarse de que el horrible hombre al que había considerado su padre hasta entonces no lo era. —Byron me ha dicho que Lenore tiene una aventura con Zachary Marsden —susurró Celeste—. Al parecer, tienen planeado casarse al año que viene, cuando él se divorcie. —Sí, ya lo sabía. —Lenore no es un peligro para tu matrimonio, Gemma. —Sí, eso también lo sé. Ahora. —Más vale tarde que nunca. Gemma sonrió a su madre. —¿Así es como te sientes tú con respecto a tu boda con Byron? —Por supuesto. Estoy deseando atarlo de pies y manos para siempre. Nº Páginas 11—208


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—¿Cuándo será el gran día? —Lo antes posible. No quiero ir de blanco ni nada de eso, sino sólo una ceremonia sencilla. Lo único que deseo es que Byron me ponga la alianza en el dedo. —Y yo lo único que deseo es volver a tener a mi Nathan. —¿Estás segura de que tu amor por ese hombre no es ciego, Gemma? ¿Sabes lo que estás haciendo? Eras muy joven cuando te casaste con él. Tenías veinte años. Y ahora eres sólo unos meses mayor. —Y tú sólo tenías diecisiete años cuando te enamoraste de Byron. —Eso fue diferente. —¿En qué? —¿Por qué no dejáis de cotillear las dos? —susurró Byron—. Va a levantarse el telón. —No te enfades, cariño —le dijo Celeste dándole una palmadita en el brazo. —Claro que sí. He puesto mucho dinero en esta obra. —No te preocupes, si fracasa, venderé el yate y te daré lo que me paguen por él. —Tal vez tengas que hacerlo. —SSSh —dijo alguien detrás de ellos cuando se alzó el telón. Poco después todo el mundo estaba en silencio, pendiente de lo que ocurría en el escenario. Gemma enseguida entendió por qué la obra se titulaba La Mujer de Negro. La protagonista, interpretada Nº Páginas 12—208


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por Lenore, era una viuda de unos treinta y cinco años, cuyo marido, mayor que ella, acababa de fallecer. El siniestramente atractivo hijastro de la protagonista se presentaba en el funeral y creaba una atmósfera de tensión sexual. Pronto fue obvio que había tenido una aventura con su madrastra y que ésta había tenido un hijo suyo, aunque su marido recién fallecido había creído que era suyo, y le había dejado en herencia toda su fortuna. Hacía la mitad del primer acto, la viuda volvía a correr el peligro de ser seducida por su hijastro. El entraba en su habitación la noche del funeral y conseguía atarla de pies y manos a la cama. Estaba a punto de cortarle el camisón con unas tijeras cuando cayó el telón. —Dios mío —comentó Celeste estremeciéndose y mirando a Gemma sorprendida—. ¿Y el hombre que ha escrito esto es el hombre al que amas? —Sólo es una obra de teatro, Celeste —se defendió Gemma, aunque ruborizada—. ¡No es real! —No obstante… —Va a ser un exitazo —exclamó Byron—. Mirad al público. Todo el mundo habla de la obra. Supe nada más leer el guión que sería una obra conmovedora, un drama erótico, pero verla representada… —sacudió la cabeza con admiración e incredulidad—. Y Lenore lo hace muy bien, ¿verdad? ¡Y el héroe es sencillamente increíble! —No es ningún héroe —comentó Celeste secamente.

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—Ya sabes lo que quiero decir. Además, apuesto a que no hay ni una mujer en todo el teatro que lo rechazara. —En eso tal vez tengas razón —respondió ella, y Byron la miró como si sintiese celos. —En tal caso, no te llevaré a la fiesta de después. Ese demonio seguro que va. ¡Gemma puede ir sola! —No creo que le importe —murmuró Celeste. Tal vez Gemma no quisiese que su padre viese lo que iba a hacer. A pesar de ser un hombre apasionado, Byron estaba chapado a la antigua. Para él, era el hombre el que debía dar el primer paso. Así que tal vez fuese buena idea llevarse a Byron a casa después de la obra. No le costaría ningún trabajo. Apoyó la mano con aparente inocencia en su pierna. —No seas tonto, Byron. Todo el mundo espera que asistas a la fiesta. Al menos, un rato. Pero podemos escabullirnos pronto. Si Gemma quiere hablar con Nathan, puede volver luego a Belleview en un taxi. —Eres malvada —gruñó él, pero no apartó la pierna. Celeste se limitó a sonreír. Una madre era capaz de cualquier cosa por su hija. Byron se aclaró la garganta. —¿Queréis tomar algo, chicas? —propuso con voz un poco temblorosa. —Buena idea, querido —respondió Champán. Tenemos cosas que celebrar.

Celeste—.

—Voy por él. Nº Páginas 14—208


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—¿Qué es lo que tenemos que celebrar? —preguntó Gemma cuando Byron se hubo marchado. No había estado escuchando el comienzo de la conversación. —El éxito de la obra. —Supongo que debería de estar contenta por Nathan —comentó haciendo una mueca—, pero nunca me gustará esta obra. ¿Cómo iba a gustarme, si es la causa de la ruptura de mi matrimonio? —La obra no tiene la culpa de la ruptura de tu matrimonio. El culpable es Nathan, que se ha negado a escucharte, ha cerrado los ojos y los oídos a tu amor. Gemma frunció el ceño, Celeste tenía razón. ¿Por qué le había dado Nathan la espalda a su amor? ¿Por qué había querido provocar el divorcio confesándole que conocía la identidad de su madre? ¿Era capaz de hacer algo así un hombre que estuviese realmente enamorado? Intentó encontrar una respuesta, pero no le gustó la conclusión a la que llegó. Nathan no podía quererla. Tal vez nunca la hubiese querido. Tal vez todo el mundo tenía razón cuando decía que lo que sentía por ella era sólo lujuria. Tal vez Nathan ya hubiese encontrado a una tercera mujer, tal y como Celeste había sugerido… Sintió pánico al recordar que tal vez estuviese embarazada. ¿Podía permitirse pensar cosas negativas, aunque fuesen lógicas? El amor no era algo lógico. Tal vez fuese la vergüenza y la culpabilidad lo que habían hecho que Nathan utilizase su única arma. Aquel informe. El la quería. ¡Tenía que quererla! Porque si no la quería… Nº Páginas 15—208


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—No tienes por qué ir a la fiesta de después —le dijo Celeste en voz baja. Gemma parpadeó, y se dijo que, si había alguna posibilidad de que Nathan la quisiese, tenía que aprovecharla. —Voy a ir —contestó ella más tranquila, no tenía otra alternativa—. No tengo elección. Celeste se sintió tentada a llevarle la contraria a su hija, pero luego recordó todas las tonterías que había hecho ella por amor. Dudaba que alguien hubiese podido disuadirla en aquella época. Así que guardó silencio, y Byron volvió con el champán. Luego, la obra volvió a empezar. El segundo acto fue tan sorprendente como el primero. Y, finalmente, los tres se marcharon del teatro para asistir a la fiesta.

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C a p ít u lo 2 —¿Por qué no has dado esta fiesta en Belleview? —le preguntó Celeste a Byron mientras salían del aparcamiento subterráneo—. Aunque no me quejo, Double Bay está mucho más cerca que St. Ives. —Esa es precisamente la respuesta a tu pregunta. Los actores tienen otras dos funciones mañana, dado que es sábado, y la mayoría vive cerca de la ciudad. Por eso acepté cuando Cliff me ofreció su casa. —¿Quién es Cliff? ¿Uno de tus amigotes de negocios? —Ya le gustaría. Es un productor estadounidense que quiere comprar los derechos de la obra de Nathan. Cuando Cliff la leyó, vino disparado. Tiene mucha labia y piensa que los australianos hemos nacido ayer en lo referente al negocio del cine. Aunque, en cierto modo, es cierto. —No le cedas los derechos de la obra por menos de dos millones, Byron —le recomendó Celeste—. He oído que es lo que vale un buen guión hoy en día. —Dos millones, ¿eh? ¿No te parece excesivo? —En absoluto. La obra será un éxito, ya sea en el escenario, o en la gran pantalla. —¡Tienes razón! Es probable que valga dos millones. Le pediré tres. —¡Así me gusta! —rió Celeste.

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Gemma, que iba sentada en la parte de atrás del Jaguar de Byron, guardó silencio y agradeció que sus padres estuviesen charlando tan animadamente. Así evitaba pensar en la noche que la esperaba, en su misión imposible. Se preguntó cómo sería la casa que había alquilado aquel magnate estadounidense. Suponía que un enorme piso al lado del puerto. O un ático. Cuando Byron tomó una tranquila calle y paró frente a una enorme mansión blanca de estilo mediterráneo, a Gemma casi se le salieron los ojos de las órbitas. Nunca habría creído que pudiese haber una casa que pudiese hacerle sombra a Belleview, pero estaba equivocada. Entonces se dio cuenta de que con dinero, no se podía comprar todo, ¡pero sí, mucho! Celeste debió de pensar algo parecido. —Si puede permitirse un lugar como éste, Byron — comentó mientras bajaban del coche—, entonces tres millones no serán nada para él. Un guardia de seguridad comprobó su identidad en la puerta y los dejó pasar. Gemma no perdió detalle del jardín tropical, con fuente incluida, que había frente a la casa, luego subieron unos escalones que daban a un pórtico enorme. Los floreros de cerámica que estaban alineados en la galería cubierta también eran muy grandes y debían de haber costado una pequeña fortuna. Byron llamó al timbre mientras Gemma se volvía a admirar la fuente desde la parte alta de las escaleras. —Si Ma viese este lugar… —murmuró. Nº Páginas 18—208


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—¿Ya le has hablado de mí? —le preguntó Celeste al oírla mencionar a su vecina de Lightning Ridge. Gemma asintió. —Le escribí anoche. Se va a quedar de piedra cuando se entere de que Byron es mi padre. Yo creo que siempre le gustó. —¿Sí? Me parece que tendré que poner fin a esos viajes de Byron en busca de ópalos. Nunca me ha gustado eso de que la ausencia es al amor lo que al fuego el aire, a los hombres les va más lo de «ojos que no ven, corazón que no siente». Gemma rió. —Ma debe de tener unos setenta años, Celeste. No tienes que preocuparte por ella. —¿Preocuparse? —intervino Byron—. ¿Qué es lo que te preocupa, Gemma? Escucha, estoy seguro de que Nathan acabará por ceder. Dale algo de tiempo al chico y entrará en razón. Gemma sintió nervios al recordar a qué había ido a aquella fiesta. Volvió a perder confianza en sí misma y tuvo que hacer acopio de valor para no salir corriendo. —Nathan ya no es un chico, Byron —comentó Celeste—. Y, de todos modos, no estábamos hablando de él. ¿Has llamado a la puerta? En ese momento abrieron y ante ellos apareció un hombre fornido, con rostro rubicundo y pelo canoso. Llevaba una copa de whisky en una mano y un puro en la otra. Nº Páginas 19—208


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—¡Byron, hombre! —saludó con acento estadounidense—. Estaba esperándote. Todo el mundo ha llegado hace ya un rato. ¿Qué es lo que te ha entretenido? —La prensa. —Ya los he visto rondándote. ¿Les ha gustado la obra? —Mucho. —¿Cómo no? ¡Ha sido increíble! Si no me vendes los derechos, me tendré que tirar del Gap. A Gemma le sorprendió que mencionase un lugar de Sidney conocido por los suicidios. Lo cierto era que no había estado escuchando el resto de la conversación. —Eso me parece demasiado drástico —rió Byron—. Seguro que llegamos a un acuerdo. ¿Tienes unos tres millones? —¡Tres millones! Eres un bribón. Pero no hablemos de dinero en la puerta. Seguro que negociamos mucho mejor después de un par de copas. Entren, señoras, entren —dijo mirando con apreciación primero a Celeste y luego a Gemma—. ¿Dos mujeres, Byron? Pensaba que eras un viudo conservador. ¿Acaso no te conozco bien? —Por favor, Cliff, con una sola tengo suficiente, en especial, con una como ésta —comentó haciendo avanzar a Celeste—. Te presento a mi prometida, Celeste Campbell. Celeste, éste es Cliff Overton. Celeste le dio la mano y sonrió seductoramente. Cliff dejó escapar un silbido. Nº Páginas 20—208


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—Ya veo a lo que te refieres, Byron. ¿Y quién es esta preciosa jovencita? —preguntó volviéndose hacia Gemma—. No recuerdo haberte visto en el escenario esta noche, cielo, pero una chica tan guapa tiene que ser, sin duda, actriz. Yo te haré una prueba si quieres. —Retrocede, Cliff —dijo Byron rodeando a Gemma por los hombros—. Gemma no quiere ser actriz, ¿verdad, cariño? —¡Gemma! ¡Qué nombre tan estupendo para una actriz! —Gemma es la esposa de Nathan —le informó Byron secamente. El productor frunció el ceño. —¿Su esposa? Pensé que estaba divorciado. Quiero decir, que él… Bueno, da igual. He debido entenderlo mal. Encantado de conocerte, Gemma. Debes de estar muy orgullosa de tu marido. Ha escrito una obra increíble. Por no mencionar cómo la ha dirigido. No sé si se habrá planteado venir a Hollywood a dirigir la película. ¿Tú qué opinas, Byron? —Eso tendrás que preguntárselo a él. Supongo que ha venido. El anfitrión volvió a parecer desconcertado. —Esto… sí… Ha venido… —Entonces vamos a buscarlo —sugirió Byron, y a Gemma se le hizo un nudo en el estómago. De repente, no quería ver a Nathan. No allí. No rodeados de tanta gente. Había sido una tontería ir. Nº Páginas 21—208


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Siguió a los demás hasta un salón lleno de gente riendo, charlando, bebiendo y fumando. Había música, aunque sólo bailaba una pareja. La primera persona a la que vio Gemma fue a Lenore, que estaba al lado del protagonista masculino, rodeados de un grupo de gente. Todo el mundo bebía champán y parecía muy contento. Cuando Lenore la vio, su primera reacción fue fruncir el ceño y mirar hacia el otro lado del salón. Gemma siguió sus ojos y lo que vio hizo que le faltase el aire. Nathan estaba sentado en un sofá de cuero. Y la guapa rubia que estaba a su lado no estaba actuando precisamente como si fuese sólo una conocida. Estaba prácticamente encima de él, que no hacía nada para apartarse. A Gemma se le secó la boca al ver a su marido doblarse para tomar una copa de encima de la mesa, reír y compartirla con su acompañante. Y le dieron ganas de vomitar cuando lo vio rozar su pelo rubio con los labios. De pronto, Nathan miró hacia donde ella estaba, pero apartó la mirada. Luego se puso a hablar con la pareja que estaba en el sofá de al lado, sin apartar el brazo de los hombros de la rubia. —¿Quién es ésa que está con Nathan? —soltó Celeste. —Se llama Jody No—sé—qué —respondió Byron—. Es una de las suplentes. —Esperaba estar equivocado —comentó Cliff—, pero ya veo que no. Nº Páginas 22—208


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—Gemma, cariño —dijo Celeste agarrando a su hija por los hombros y sacándola de allí—. ¿Por qué no te llevo a casa? Ya ves que Nathan no quiere que os reconciliéis. No te rebajes intentándolo. Por favor. Gemma no entendía lo que acababa de ver. Nathan la quería a ella y no a otra. ¿Pero qué estaba haciendo con aquella rubia? Su instinto le dijo que se marchase de allí, pero ya había huido una vez y se había equivocado. —Tengo… tengo que hablar con él. —Aquí no, por Dios —le dijo Celeste, señalando el salón lleno de gente. Luego, se volvió hacia su anfitrión—. Cliff, seguro que hay una habitación más tranquila en la que Gemma pueda hablar en privado con Nathan. —Sí, por supuesto. Gemma fue conducida hasta un estudio—biblioteca con muebles oscuros, donde esperó con Celeste mientras Byron iba a buscar a Nathan. Intentó mantenerse tranquila, pero tenía náuseas. Nathan entró solo en la habitación, no parecía en absoluto nervioso. —¿Querías verme, Gemma? —preguntó con una indiferencia que la sorprendió. —Eres un canalla sin sentimientos —soltó Celeste—. Acabamos de verte con esa mujerzuela. Nathan le lanzó una mirada heladora.

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—Ten cuidado con lo que dices, Celeste. Jody no es ninguna mujerzuela. Te lo digo yo, que sé mucho de eso, ahora mismo tengo a una delante. —¡Nathan! —exclamó Gemma, consternada por aquella grosería. —No pasa nada, Gemma —dijo Celeste—. Puedo cuidarme sola. Ahora, escúchame bien, cretino. Por alguna extraña razón que se me escapa, Gemma todavía te quiere, y cree que tú también la quieres a ella. O al menos eso pensaba hasta que te ha visto con esa rubia. Pero tú y yo sabemos cómo eres. No encajas como marido de una chica tan maravillosa como ésta. Así que, ¿por qué no nos haces un favor? ¡Sal de su vida y no vuelvas nunca! —Celeste, por favor —gimió Gemma, llevándose las manos a la cabeza. —Eso es lo que pretendo, Celeste —espetó él—. Pero tu querida hija parece no querer captar el mensaje. Lo que no entiendo es por qué le has permitido que venga aquí esta noche. No quiero que vuelva conmigo. Quiero el divorcio. ¿Qué más quieres que te diga? —Yo quiero que me digas muchas cosas —dijo Gemma de repente—. Que me las digas a mí. En esta habitación, Nathan. El se volvió para mirarla, parecía furioso. —A ti no tengo nada más que decirte. Gemma casi se derrumbó en ese momento, pero sabía que si se marchaba sin hacerle ciertas preguntas, nunca se lo perdonaría y se quedaría para siempre con las dudas. Nº Páginas 24—208


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—Pero yo sí que tengo cosas que decirte a ti. Nathan —dijo con frialdad. El se encogió de hombros con indiferencia. —Como quieras. Gemma se volvió hacia su madre. —¿Celeste? ¿Puedes dejarme a solas con Nathan? —Esto no me gusta nada, pero supongo que no tengo alternativa. Es tu vida, al fin y al cabo. Iré con Byron un rato, pero no estaré lejos. Lanzó a Nathan una mirada de advertencia y salió de la habitación cerrando la puerta tras ella. Se hizo un incómodo silencio, y Gemma se alejó con nerviosismo de donde estaba su marido. —No hace falta que te alejes —dijo él—. No voy a volver a atacarte. —Por Dios, Nathan, ¿es ése el verdadero problema? ¿De verdad piensas que no te he perdonado? Lo he hecho, y entiendo que estabas sometido a mucha presión cuando lo hiciste. —Me estás malinterpretando, Gemma. Me da igual que me perdones o no. Y tampoco me importa si te acostaste con Damian Campbell. —¡No me acosté con él! Te lo juro. No te negaré que yo le gustaba, y que tal vez él quisiese que hubiese algo más entre nosotros, pero no hubo nada. Y ahora que sabe que es mi tío, ya no hay ningún peligro. La risa de Nathan la hizo estremecerse.

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—Como si algo tan insignificante como un incesto fuese a detener a un hombre como ése. Veo que sigues sin crecer. Pensé que el tiempo pasado en casa de los Campbell te habría hecho abrir los ojos. —Siempre piensas lo peor de los demás, ¿verdad? No todo el mundo es malo, Nathan. El rió, y avanzó muy despacio hacia Gemma, poniéndola tensa y haciéndola sentir una mezcla de excitación y aprensión. Cuando Nathan levantó la mano para tocarle la barbilla con un dedo, ella tenía los ojos muy abiertos, tenía miedo. —Si no todo el mundo es malo, querida, entonces sólo es cuestión de tiempo y oportunidades. Hasta las mejores personas pueden corromperse. Si no, mira a Byron. Sólo necesitaba a una mujer como Celeste para tirar por la ventana todos sus principios. A una gente le corrompe el sexo. A otra, las drogas. O el dinero. O el poder. Hasta las personas más inocentes pueden corromperse si caen en manos equivocadas. Las palabras de Nathan parecieron perderse bajo el hechizo de su cercanía, y de ese dedo que en aquellos momentos le trazaba un círculo erótico alrededor de la boca. Clavó sus ojos en los de Gemma, que no fue capaz de apartar la mirada. —Yo podría haberte corrompido si hubiese querido —murmuró Nathan. Gemma gimió cuando él apartó el dedo. Aturdida, se quedó quieta un momento, hasta que se dio cuenta de que él le estaba mirando el pecho, que subía y bajaba al ritmo de su agitada respiración. Nº Páginas 26—208


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—Tal vez ya lo haya hecho —continuó Nathan metiendo las manos por dentro del escote y bajándole el vestido hasta dejar sus pechos al descubierto—. ¿Por qué si no te habrías vestido así esta noche? —preguntó acariciándole los pezones ya erguidos—. A no ser que quisieras que te tocase así, e incluso de un modo más íntimo… Gemma se vio inundada de placer, y el corazón le dio un vuelco cuando vio que los ojos de él también estaban encendidos de deseo. —Lo he hecho porque te quiero. Y porque pienso que tú también me quieres. El puso expresión de sorpresa y, poco después, de enfado. —¡Entonces es que estás loca! —exclamó mientras le colocaba el vestido—. Yo no te quiero, ni tú a mí tampoco. Dios santo, pensé que habrías crecido un poco, que habrías aprendido a llamar a las cosas por su nombre. Lo que hay entre nosotros se llama lujuria, Gemma, lujuria. Sólo los románticos hablan de amor cuando quieren decir sexo. Y ahora, vete de aquí antes de que haga algo que ambos podríamos lamentar más tarde. Gemma lo miró boquiabierta, la cabeza le daba vueltas. —¿No me has oído, zorra estúpida? —espetó él—. ¡Vete! Y llévate tu ingenuidad contigo. Ya no tengo paciencia. Nunca debí casarme contigo y nada de lo que digas o hagas impedirá que me divorcie de ti. Nº Páginas 27—208


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Gemma fue dando tumbos hasta la puerta y se agarró al pomo con fuerza. Pero no la abrió. Respiró profundamente varias veces y, cuando hubo recobrado la compostura, se volvió una vez más hacia su marido. —Dime sólo una cosa antes de que me marche —le pidió. —¿El qué? —preguntó él con el ceño fruncido. —Si no me querías, ni creías que yo te quería a ti, ¿por qué te casaste conmigo? No te hacía falta casarte conmigo para tenerme. Su risa irónica incrementó la confusión y el dolor de Gemma. —Porque pensé que quería tenerte en mi cama para siempre, y sólo para mí. Incluso estaba dispuesto a permitir que tuvieses un hijo para que siguieses allí. Una tontería, pero hasta los hombres maduros pueden hacer esas tonterías cuando están cegados por el deseo. Francamente, estaba bastante prendado de tus encantos cuando el destino quiso hacer que te marchases a casa de los Campbell, por eso reaccioné tan mal cuando te encontré en el dormitorio de Damian. —¡Pero yo no dormía allí! —gritó ella—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me he acostado con Damian Campbell? —Como ya te he dicho antes, ya no me importa lo que hicieras. Mi apetito por tu juventud y tu inocencia parece haberse saciado. Ya has visto lo que me ha curado. Tiene treinta y tres años, es rubia y muy, muy ingeniosa. Nº Páginas 28—208


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Gemma lo miró fijamente y sacudió la cabeza con incredulidad. —Nunca llegué a conocerte, ¿verdad? Damian, sí. Me dijo que eras malo, y debí haberlo escuchado. —¿Por qué no lo hiciste? —Porque era tan estúpida que creía que me querías, que creí en ti. —Pues sí, eso fue una estupidez, estoy de acuerdo contigo. —No tienes conciencia en lo que a las mujeres se refiere, ¿verdad? Eres como el protagonista de tu obra. Sólo te importa el sexo. Hasta es probable que te acostases con Irene, tal y como me contó Damian. —Ese cerdo va a recibir algún día su merecido. —Supongo que vas a decirme que eso también es mentira. —Por favor, claro que no me acosté con esa zorra patética, aunque supongo que no vas a creerme, porque eso significaría que tu querido tío te habría mentido. —Supongo… que fue Irene la que le mintió a él — dudó Gemma. —¡Buena idea! Es sorprendente que uno más uno no sean siempre dos, ¿verdad? A veces, hay que saber leer entre líneas. —¿También contigo? ¿Tal vez estés apartándome de ti porque pienses que es por mi propio bien, que no eres una buena influencia para mí?

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—Eso es muy noble por tu parte, ojala pudiera darte la razón, pero sería mentirte, querida —dijo avanzando hacia ella con los ojos brillantes. —No me toques —susurró Gemma. —¿Que no te toque? Hace un par de minutos te morías porque te tocase. ¿Qué ha ocurrido para que cambies de idea? ¿Acaso estás empezando a dudar de mi sentido del honor? ¿Te preocupa que, de repente, me convierta en el animal del otro día? —No me das miedo, Nathan. —Pues debería. Porque si te quedas aquí más tiempo, mi dulce Gemma, tal vez te corrompa de verdad. Gemma lo miró fijamente, tenía enfrente a un extraño que había sido su marido, pero al que no conocía. —Demasiado tarde —se burló él—. Retiro la oferta. Además, acabo de acordarme de que le he prometido a Jody una noche de infatigable energía. No puedo malgastarla contigo. Gemma le dio una bofetada. El echó la cabeza hacia atrás, y la mejilla se le puso colorada inmediatamente, pero no se apartó, se limitó a frotarse la cara y a sonreír irónicamente. —¿Te encuentras mejor ahora? —le preguntó a Gemma. —Te odio, Nathan Whitmore —dijo ella con voz temblorosa—. No sé cómo puedes mirarte al espejo por las mañanas. He venido aquí esta noche con la Nº Páginas 30—208


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esperanza de que pudiésemos volver a estar juntos. Estaba preparada para perdonártelo todo porque pensaba que me querías, o porque yo te quería. Pero ya no te quiero. Me niego a querer a alguien que no merece mi amor. —No sabes lo que me alegra oír eso, Gemma. Porque yo no quiero tu amor. Es lo último que querría de ti. Gemma no podía seguir negando sus frías palabras. Pero… ¿qué sería de ella sin Nathan… sin sus sueños? ¿Acaso merecía la pena continuar? —¿Qué sigues haciendo aquí? —insistió Nathan—. ¿Qué más queda por decir? Eres libre, Gemma. Libre de tu matrimonio. Libre de mí. Eres una chica afortunada, ¿no crees? Ahora, márchate. Gemma consiguió salir de la habitación e ir hasta donde estaba Celeste, que, nada más verla, llamó a Byron para que las llevase a las dos a casa.

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C a p ít u lo 3 La vida continuó. Gemma no lo había creído posible, después de su traumático encuentro con Nathan. Pensó que moriría de dolor. Nathan no la quería; nunca la había querido. Todos sus sueños y esperanzas de futuro se veían nublados por esa realidad. Su matrimonio había sido una burla desde el principio. ¿Por qué no había sabido ver las señales? ¿Por qué se había negado a ver lo que los demás veían? «Porque eres una tonta y una ingenua», le decía una enfadada voz interior. «O al menos, ¡lo eras!» Esa misma voz interior, la ira y una creciente amargura era lo que impedía que se derrumbase. Cuando se levantó el domingo y le dijeron que Nathan había hecho llevar su coche durante la noche, junto con el resto de sus pertenencias, y se había marchado de nuevo sin hablar con nadie, Gemma no pudo sentirse más indignada. ¿Qué había pasado con el hombre del que ella se había enamorado? ¿De dónde había salido ese malvado extraño? ¿Acaso siempre había estado ahí, escondido detrás de una fría fachada de persona honesta? No obstante, ella no era la única que estaba decepcionada. Byron y Lenore estaban casi como ella. Ava y Melanie, por el contrario, siempre habían tenido sus dudas acerca de él. Jade había tenido sentimientos encontrados hacia él. Nº Páginas 32—208


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En esos momentos, a Gemma le avergonzaba haberlo perdonado por la violación. Seguro que él había disfrutado de aquel perverso momento. No había sentido que había traicionado su amor, como ella había pensado al principio, sino que a su ego le había dolido que su posesión sexual se fuese con otro hombre. El domingo por la noche, Gemma se dijo que no se derrumbaría por él. No merecía la pena. Así que el lunes por la mañana hizo acopio de valor y volvió al trabajo. Nada más entrar en la tienda se dio cuenta de que todo el mundo debía de estar al corriente de su separación de Nathan, porque las chicas estaban muy simpáticas con ella, algo nuevo. Cuando Byron le había dado trabajo en una de las tiendas más exclusivas de la ciudad, Gemma había notado cierto resentimiento en el resto de la plantilla. A pesar de que enseguida había demostrado su valía, y su buen nivel de japonés, Gemma suponía que habría conseguido evitar aquella hostilidad si Nathan le hubiese permitido salir de vez en cuando con sus compañeras. Dadas las circunstancias, no le extrañaba que pensasen que era una estirada, así que, aquella mañana, se sintió emocionada por su amabilidad y le costó trabajo contener las lágrimas. Pasó la mañana sonriendo con falsedad, pero a la una de la tarde, estaba deseando marcharse a comer sola. Un par de minutos después de la una, salía del hotel cuando oyó una voz masculina que la llamaba. —¿Adónde vas? Nº Páginas 33—208


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—Damian, eres un demonio. Me has asustado. —A veces es el único modo de hacer las cosas, cuando no le responden a uno al teléfono. Gemma se ruborizó. —Lo siento. Iba a llamarte, pero se me olvidó. De verdad. He… he estado un poco complicada este fin de semana. —Ya me imagino. Celeste me contó lo que ocurrió el viernes por la noche. Por eso me sorprendió que Ava me dijese esta mañana que habías vuelto al trabajo. —Me parecía lo mejor. —Estoy de acuerdo contigo. Veo que estás decidida a no venirte abajo. La vida es demasiado corta para desperdiciarla llorando por cretinos como Nathan Whitmore. A Gemma le dieron ganas de gritarle a Damian que no tenía derecho a juzgar a Nathan, que no sabía nada de él, pero consiguió controlarse. —Bueno, preferiría no hablar de Nathan, si no te importa —dijo en su lugar. —Tus deseos son órdenes para mí —dijo Damian agarrándola del brazo—. ¿De qué quieres que hablemos mientras comemos? —¿Quién ha dicho que voy a comer contigo? — replicó ella sonriendo a regañadientes. —¿No quieres comer con tu pobre y viejo tío? — bromeó él.

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Gemma rió al oír la descripción que hacía Damian de sí mismo. Sólo tenía veintinueve años. Y era alto, moreno y guapo, elegante y muy rico. La mayoría de los hombres habrían estado atractivos con aquel traje. El estaba imponente. Y lo sabía. —Me parece bien que comamos, pero me niego a hablar de Nathan. Ni quiero oír tampoco ningún comentario sarcástico acerca del hecho de que Celeste y Byron sean mis padres. —¡Eh! ¿Qué crees? ¿Que soy un monstruo sin sentimientos? Sólo quiero comer con mi preciosa sobrina que, por cierto, está guapísima con el pelo recogido. Te tienes que peinar así para la fiesta del viernes por la noche. —¿Qué fiesta? —los piropos de Damian le parecieron inaceptables, y que la invitase a una fiesta la hizo sentir incómoda. ¿Acaso todavía tenía en mente lo que Nathan le había dicho acerca de su tío? Esa parecía la única explicación lógica. O tal vez era que había perdido confianza en el sexo masculino en general. —Una fiesta normal y corriente, de gente joven. Pensé que te vendría bien salir, bailar un poco y conocer gente nueva. Aquello sonaba bastante inocente. Y Damian era su tío. ¿Por qué dudaba? —No… estoy segura. —Eh, no te preocupes. Ya no tienes que hacer nada que no quieras hacer. Ahora sólo tú mandas en ti misma, ¿recuerdas? Piénsalo y, si te apetece animarte el viernes, Nº Páginas 35—208


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llámame. Y ahora vamos a comer antes de que se te pase la hora.

Gemma necesitaba animarse el viernes por la noche. Y no sólo el viernes… El trabajo ocupaba su mente durante el día, pero, por la noche, en Belleview no había ninguna actividad con la que distraerse, ni mucha conversación. Byron pasaba mucho tiempo con Celeste. Y Ava, o bien desaparecía en su estudio con Vince, o salía con él. Y, conociendo cómo había sido su existencia hasta entonces, Gemma no quería estropearle aquel glorioso momento de su vida. Así que Gemma fingía ser feliz quedándose en casa sola, viendo la televisión. Decía que estaba cansada después de haber estado de pie todo el día. Aunque lo cierto era que cada vez estaba más deprimida. Cuando Damian la llamó el jueves por la noche, no necesitó presionarla demasiado para que aceptarse acompañarlo a la fiesta.

Damian colgó. No se molestó en ocultar su demoníaco regocijo. Estaba solo. Celeste acababa de marcharse con Byron, y Cora estaba en la cocina, recogiendo las cosas de la cena. —Por fin —murmuró y pensó en cómo tendría que resultar el viernes por la noche. Nº Páginas 36—208


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La dulce Gemma no podría resistírsele con las drogas que le echaría en la bebida. Damian tembló al pensar en el placer de tenerla por fin en su poder. Había esperado meses. Ninguna otra mujer había poseído su cerebro y su cuerpo tanto como Gemma. La había deseado desde el primer momento que la había visto, en el baile. Y había ido convirtiéndose en una obsesión. El hecho de que fuese su sobrina no cambiaba nada. Sino que le añadía un toque todavía más perverso a la experiencia. Damian subió las escaleras sin dejar de darle vueltas a la cabeza. La primera vez tenía que tener mucho cuidado. Tendría que darle todo lo que ella necesitaba: ternura, consuelo, amor… Después, cuando las drogas hubiesen hecho efecto, la iniciaría en otros placeres más refinados. Era sorprendente el dolor que una mujer podía soportar, e incluso disfrutar, cuando se le daba a beber el cóctel adecuado. Tendría que grabarlo todo en vídeo, por supuesto, cuando llegasen a ese punto, para que Gemma no se sintiese tentada a contárselo a alguien cuando las drogas hubiesen dejado de hacer efecto. Eso no podría permitirlo. Damian sonrió. Tal vez incluso pudiese sacarle dinero. No sería la primera vez. Era sorprendente el dinero que estaban dispuestas a pagar algunas mujeres con tal de que no les enseñase las cintas de sus relaciones Nº Páginas 37—208


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sexuales a sus familias o maridos. Nunca decían ni una palabra. A Damian le resultó una ironía que hubiese sido Nathan quien le hubiese dado la idea de grabar sus encuentros sexuales para chantajear a mujeres. Pobre Irene… En cierto modo, era justo que la propia mujer de Nathan fuese chantajeada del mismo modo. Aunque la, justicia no le interesase a Damian lo más mínimo. El sólo tenía un objetivo en la vida. El placer. Estaba deseando que llegase el viernes por la noche.

Byron no fue a cenar a casa el viernes por la noche. Había quedado con Celeste después de trabajar para ir a cenar y al teatro en la ciudad. Ava y Vince también habían salido a cenar a casa de la familia de Vince. Lo que significaba que Gemma estaría sola en Belleview cuando Damian fuese a recogerla a las nueve. No le había dicho a nadie que iba a la fiesta, y le aliviaba no tener que hacerlo. A Gemma no le apetecía nada enfrentarse a los gestos de desaprobación. Todos los Whitmore tenían una muy mala impresión de Damian, aunque ella nunca había visto ninguna prueba de que fuese tan mujeriego como decían. Seguro que era tan inocente como su hermana Celeste había demostrado ser.

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Nathan había sido el que más había criticado a los dos hermanos, y había demostrado ser él el peor de todos. No obstante, a Gemma le preocupó no haberle contado a Ava ninguna mentira acerca de su salida. ¿Y si volvía y encontraba su cama vacía? La pobre se preocuparía, y Gemma no quería algo así. Finalmente, decidió dejar una nota diciendo que una amiga del trabajo la había invitado a una fiesta, que no se preocupase si volvía tarde. Byron le había dado un juego de llaves de la casa, y un mando de las puertas exteriores, así que no tendría problemas para entrar. Una vez solucionado ese problema, Gemma decidió darse un baño relajante, y, después, vestirse. Tenía mucho tiempo, porque parecía ser que esas fiestas no empezaban temprano. Ni tampoco había que ir demasiado elegante. Damian le había sugerido que fuese cómoda, con vaqueros, o una falda, y una camiseta. El armario de Gemma estaba repleto de trajes clásicos, pero tenía una falda de cuero marrón—rojiza que, conjuntada con una camisa color crema, resultaba bastante informal. Y el color resaltaba las mechas que le había dado su peluquero en el pelo castaño. Recordó que Damian le había dicho que estaba guapa con el pelo recogido, así que se lo recogió y se dejó algunos mechones sueltos alrededor de la cara y el cuello. Se puso unos pendientes de aro dorados y un par de cadenas de oro al cuello. Como era por la noche, se maquilló bien, se puso tacones altos y perfume.

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Gemma estaba lista y esperando cuando llegó Damian, poco antes de las nueve. Silbó nada más verla, algo que irritó a Gemma, al igual que sus palabras. —Estás estupenda. Tendré que quitarte a los hombres de encima a escobazos. Gemma frunció el ceño y inmediatamente para tranquilizarla.

Damian

sonriĂł

—No te preocupes, estás conmigo. Si no le contamos a nadie que soy tu tío, no se acercarán a ti. A ella no acabó de gustarle la idea, no deseaba que nadie pensase que eran novios, pero tampoco quería pretendientes esa noche. No le apetecía nada bailar con desconocidos. ¿Por qué había aceptado ir? No estaba preparada para aquello. —Aunque fuese por ahí diciendo que soy tu tío — añadió Damian divertido—, nadie me creería. Gemma se dijo que tenía razón. Aparentaba menos edad de la que tenía, sobre todo vestido de negro, como aquella noche. Todo en él era negro: la camisa, los pantalones de lana, los zapatos y calcetines. Llevaba incluso un anillo color de ébano en un dedo y un reloj con la esfera negra en la muñeca Al menos a nadie le sorprendería que estuviesen juntos, como le había pasado a menudo cuando iba con Nathan, dada la diferencia de edad entre ambos. Por un momento, se puso tensa. ¿Por qué seguía pensando en él? ¿Por qué no podía olvidarlo, como él había hecho con ella? Gemma se llevó instintivamente una mano al vientre. ¿Y si estaba embarazada? No quería estarlo. No en esos Nº Páginas 40—208


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momentos. Quería olvidarse de Nathan, sacarlo de su cabeza para el resto de la vida. —¿Te encuentras bien, Gemma? —preguntó Damian tan preocupado que la hizo sentir culpable. Ella se dijo que no tenía motivos para inquietarse, le vendría la regla en cualquier momento. —Estoy bien —contestó sonriendo rápidamente—. Y tienes razón, hacemos buena pareja. El sonrió, irradiando ese encanto deslumbrador que aceleraba el corazón de todas las mujeres. Pero Gemma sabía que su corazón no volvería a acelerarse durante mucho tiempo. Aunque tampoco se había acelerado nunca antes por Damian, Nathan había perdido el tiempo sintiendo celos de él. Pensó con amargura en todo lo que había sufrido por las cosas que Nathan había imaginado que había entre Damian y ella. En cierto modo, deseó que hubiese ocurrido algo entre ellos para justificar el trato que le había dado. No había nada peor que ser acusado, y castigado, por algo que no se había hecho. —Deja de pensar en ese cretino —dijo de repente Damian, haciéndola volver a la realidad y tomándola de la mano para hacerla bajar las escaleras. Antes de que se diese cuenta, Gemma estaba sentada en el Ferrari de Damian y con el cinturón puesto. —Tengo que cerrar las puertas —explicó ella. —Por un momento, pensaba que ibas a echarte atrás.

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—Eso nunca —contestó Gemma, decidida a apartar a Nathan de su mente para el resto de la noche—. Por cierto, ¿dónde es la fiesta? —En un bar en el norte de Sidney. Seguro que no lo conoces. El local no es demasiado nuevo, pero la música es estupenda y las copas, baratas. Gemma rió. —No creo que a ti te importe demasiado lo que cuesten las copas. —Uno no se hace rico si no mira lo que gasta. Enciéndeme un cigarrillo, por favor. Están en el salpicadero, y llevo un encendedor en el bolsillo izquierdo del pantalón. Yo no puedo sacarlo, tengo que concentrarme en la carretera. Hay muchísimo tráfico. Era cierto que había mucho tráfico en la autopista del Pacífico, no obstante, a Gemma le incomodó hacer algo tan íntimo como meterle a Damian la mano en el pantalón. Afortunadamente, enseguida encontró el mechero y le puso a Damian el cigarrillo encendido entre los labios. Sus miradas se unieron en ese momento y Gemma apartó la suya rápidamente. No había nada de platónico en la mirada que Damian acababa de dirigirle. O eso, o su imaginación le había causado una mala jugada. Lo más probable era lo segundo. Damian siempre se había comportado como un perfecto caballero con ella. Siempre. Si sospechaba de él, era por culpa de todo lo que Nathan le había dicho. Y no había que escuchar las habladurías de la gente. Con aquella determinación, Gemma volvió a sonreír a Damian. Nº Páginas 42—208


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—Muchas gracias por sacarme necesitaba. Estaba muy deprimida.

de

fiesta. Lo

—Lo sé, cielo, lo sé —dijo él con ternura—. Pero el tío Damian sabe exactamente lo que necesitas para animarte…

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C a p ít u lo 4 Luke no solía ir a fiestas. Con treinta años, se consideraba demasiado viejo para eso. Había salido mucho durante un par de años, después de la universidad, pero esos eran tiempos pasados. Su vida en aquellos momentos era Joyas Campbell. Sólo había ido a esa fiesta para hacerle un favor a su madre. Al parecer, su hermana pequeña, Mandy, iba allí todos los viernes por la noche, y su madre quería que fuese a ver cómo era el local. Luke pensó que su madre era demasiado protectora con su hermana, ya que Mandy tenía veinte años y era una chica muy sensata, pero le había prometido ir a ver si había algo de lo que preocuparse. Se quedó en un rincón, sacudiendo la cabeza al ver lo que tenía ante los ojos. ¿Cómo habían podido divertirle esas cosas en el pasado? La música estaba altísima y las luces se encendían y apagaban de un modo enloquecedor, había mucho humo y un centenar de personas sudorosas aglomeradas en un espacio para unas cincuenta. No obstante, Luke entendía que a Mandy le gustase aquel lugar, aunque le preocupó que se consumiese droga tan abiertamente. Nadie se molestaba en ocultarse para tomarse una pastilla o fumar marihuana. Y también había visto un par de intercambios de pequeños paquetes sospechosos en el lavabo. Empezó a preocuparle que Mandy fuese a aquel lugar tan a menudo. Nº Páginas 44—208


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Se quedó en su rincón esperando que apareciese para hablar con ella, pero después de media hora, seguía sin llegar. Iba a marcharse cuando le llamó la atención un hombre vestido de negro, un hombre excepcionalmente guapo de pelo moreno, ojos negros y dientes muy blancos. No le sorprendió ver a Damian Campbell en un lugar como aquél. Todo el mundo sabía que llevaba una vida decadente. Le gustaban las mujeres guapas, y no le importaba si estaban casadas. Y la chica que iba con Damian era muy guapa, y estaba casada. Luke reconoció a Gemma Whitmore, la había visto en la fotografía del periódico del domingo, en el artículo acerca del estreno de la última obra de Nathan Whitmore. En ella aparecía entre Celeste y el padre adoptivo de Nathan, Byron Whitmore. Luke era un hombre astuto. Hacía tiempo que estaba al corriente de la enemistad entre los Whitmore y los Campbell, pero no había que ser demasiado listo para darse cuenta de que algo estaba pasando entre las dos familias. Celeste Campbell y Byron Whitmore eran, de repente, como uña y carne, aun así, no pensaba que con Damian y la esposa de Nathan Whitmore la situación fuese la misma. A Luke le olió mal aquello. Observó las travesuras de Damian desde lejos. Con el pretexto de bailar, estaba toqueteando a la señora Whitmore todo lo que podía. Nº Páginas 45—208


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De repente, la chica se apartó de él, tambaleándose. Parecía confundida. Fue entonces cuando Luke se dio cuenta de que estaba bajo la influencia de alguna droga. El alcohol no solía producir aquel desconcierto. Decidió acercarse más para ver si captaba parte de la conversación. —No… no me gusta esta fiesta, Damian —dijo ella arrastrando las palabras y llevándose la mano a la frente—. Tengo calor, y me encuentro extraña. Será mejor que me lleves a casa. —Antes iré a buscarte algo fresco de beber —se ofreció Damian y la llevó hasta una pared para que se apoyase—. Quédate aquí. No tardaré. Luke no supo qué hacer. No quería tener líos con Damian Campbell, sobre todo en esos momentos, en que acababan de darle el puesto de director de marketing en Joyas Campbell. Pero el comportamiento de Gemma Whitmore le preocupaba. Ella no se daba cuenta de lo que estaba pasando y Luke sospechaba que no había tomado la droga conscientemente. Si no, no estaría tan extrañada por su estado. Con aquello en mente, siguió a Damian hasta la barra y vio cómo éste echaba unos polvos en el zumo de naranja y lo mezclaba bien. ¡Así que estaba en lo cierto! Damian estaba drogando a la chica sin su conocimiento. No obstante, aquello no era asunto suyo, ¿o sí? Durante diez minutos, Luke discutió con su propia conciencia. Finalmente, decidió buscarse problemas. Pero Damian y la chica ya no estaban en la pista de baile, ni en la sala. Se maldijo y salió al aparcamiento, donde Nº Páginas 46—208


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vio a Damian llevando a la señora Whitmore hasta el coche, y besándola. Ella llevaba los brazos colgando, inertes, como si fuese una muñeca. Luke se enfureció. No volvió a detenerse a pensar, ni a sopesar el coste de sus actos, atravesó el aparcamiento, le hizo darse la vuelta a Damian y le dio un puñetazo en la mandíbula. Damian cayó al suelo inmediatamente, quedándose inconsciente encima del asfalto. Luke supuso que ni siquiera le habría dado tiempo de ver quién le había pegado. —¡Eh! —gritó un tipo que estaba un par de coches más lejos—. ¿Qué está pasando ahí? Luke no se quedó a dar explicaciones. Agarró a la chica, que se había quedado sentada en el suelo, con los ojos en blanco, y la llevó hasta su coche. La metió como pudo en el asiento del copiloto y corrió a ponerse detrás del volante, para marcharse antes de que nadie lo viese. No estaba seguro de lo que iba hacer, sobre todo, después de haber visto por el espejo retrovisor que Damian Campbell empezaba a ponerse en pie. Esperó a haber conducido varias manzanas para detenerse y valorar la situación. Tenía a la señora Whitmore en su coche, gimiendo débilmente. ¿Qué le habría dado el cretino de Damian? Claramente, demasiado de lo que fuese. Lo único que se le ocurrió a Luke fue llevarla a casa, con su marido. Se miró el reloj, eran las once y treinta y cinco. ¿Estaría Nathan Whitmore en casa? ¿Y cuál era la dirección? La señora Whitmore no estaba en condiciones Nº Páginas 47—208


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de decírselo, y no llevaba encima ninguna tarjeta. Luke vio una cabina de teléfonos en la esquina y decidió llamar a su marido. Todo aquello era muy complicado y empezó a arrepentirse de lo que había hecho, hasta que miró el rostro inocente de Gemma Whitmore. ¿Cómo podía su marido haberla dejado salir con aquel demonio? Luke tuvo suerte, el número de teléfono de los Whitmore estaba en la guía, y el marido estaba en casa. Fue escueto y habló con seriedad, esperando que Nathan Whitmore fuese un hombre sensato. Había oído que era un tipo frío, pero los hombres no eran siempre fríos cuando se trataba de sus mujeres. —Señor Whitmore, soy Luke Barton. Siento molestarle a estas horas, pero era una emergencia. —¿Le conozco, señor Barton? —No personalmente. Tal vez haya oído hablar de mí. Soy directivo de Joyas Campbell. Acabo de ser ascendido a director de marketing y ventas. —En ese caso, ¿no se ha equivocado de teléfono? Las emergencias relativas a Joyas Campbell no son asunto mío. Aunque tal vez pueda contactar con mi padre… —Esto no tiene nada que ver con el trabajo, sino con su esposa… —¿Qué ocurre con mi esposa? —Esto es un poco violento. —Está empezando a preocuparme, señor Barton. ¿Le ha ocurrido algo a Gemma? ¿Está bien? —Eso creo. Nº Páginas 48—208


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—Eso cree. ¿Qué es lo que quiere decir? —Voy a explicárselo desde el principio. Esta noche, he ido a un bar en el norte de Sidney, en busca de mi hermana, y allí he visto a Damian Campbell bailando con una mujer a la que enseguida he reconocido como su esposa. Nathan murmuró un par de palabras de mal gusto acerca del acompañante de su mujer. —Estoy de acuerdo con usted, señor Whitmore, por eso les he estado observando de cerca, y pronto me he dado cuenta de que su esposa estaba drogada. He visto a Campbell echándole algo en la bebida sin que ella se diese cuenta. —¿Y dónde está exactamente ese bar? ¿Mi esposa sigue estando allí? —No se preocupe, señor Whitmore. Yo he alejado a su esposa de ese cerdo. La tengo en mi coche. Está… dormida. Si me da su dirección, señor Whitmore, la llevaré a casa. —¿Está seguro de que está bien? ¿Necesitará un médico? —Yo creo que lo único que necesita es dormir, y que mañana tendrá una horrible resaca. Pero, sí, estoy seguro de que está bien. Luke grabó en su memora la dirección y las indicaciones que le dio Nathan Whitmore. Afortunadamente, no vivían demasiado lejos de donde estaban.

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Nathan Whitmore iba y venía con nerviosismo por la acera cuando Luke detuvo el coche frente a su casa. Nathan corrió al asiento del copiloto, desató el cinturón y su esposa, inconsciente, cayó de lado, a sus brazos. Nathan la miró a la cara con expresión adusta. —Debí haber matado a ese cretino la primera vez que se acercó a ella —murmuró. —Sólo está dormida, señor Whitmore —le aseguró Luke—. He comprobado su pulso. Está bien. —¿Sabe qué le ha dado exactamente? Luke negó con la cabeza. Gemma se removió en brazos de su marido. —¿Eres tú, Nathan? —preguntó con un hilo de voz. —Sí, Gemma, soy yo. Ella suspiró satisfecha y volvió a su estado de inconsciencia. —¿Me puede ayudar a subirla? —le pidió Nathan a Luke. Un rato después, Luke estaba sentado en el borde del sofá de un salón muy elegantemente amueblado mientras Nathan Whitmore dejaba, supuestamente, a su esposa en la cama. Nathan le había pedido a Luke que esperase, y así había hecho. Pero estaba tardando mucho. Luke estaba volviendo a preocuparse acerca de lo que había ocurrido en el aparcamiento, a pesar de no haberle hecho daño de verdad a Damian Campbell. El Nº Páginas 50—208


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problema era qué habría visto. Esperaba que no lo hubiese reconocido, ni hubiese apuntado la matrícula de su coche. Si lo había hecho, ya podía ir despidiéndose de su puesto en Joyas Campbell. —¿Quiere algo de beber, señor Barton? —preguntó Nathan cuando volvió al salón—. Yo voy a tomarme una copa, pero puedo prepararle un té o un café si lo prefiere. —Un whisky me vendría bien. Luego, conversaron, y Nathan intentó que Luke le diese más información acerca de lo ocurrido. —Así que le pegó. —Tuve que hacerlo, pero está bien. Vi cómo empezaba a ponerse de pie, pero espero que no me reconociese. —Cuando lo vea, le aseguro que no volverá a ponerse en pie. Luke frunció el ceño. —¿Cree que es buena idea? —No, pero estoy harto de ser prudente. Ese hombre es un peligro. Alguien tiene que pararlo. —¿Pararlo? —repitió Luke—. ¿Qué quiere decir con pararlo? ¿Se refiere a…? Luke vio cómo la expresión de Nathan Whitmore se convertía en una máscara de piedra. Sus ojos grises se volvieron glaciares.

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—No se deje llevar por su imaginación, señor Barton, hay muchos modos mejores para detener a un monstruo como ése que matarlo. Se hizo un incómodo silencio en la habitación. Luke terminó su copa e iba a levantarse para marcharse cuando sonó un teléfono. Su anfitrión se disculpó y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él. Luke lo oyó hablar, pero sin entender lo que decía. Cuando volvió, tenía una expresión peculiar en el rostro. —Era mi padre —le explicó—. Parece que nuestros problemas se han solucionado solos, señor Barton. —¿Nuestros problemas? —Con Damian Campbell. —¿Qué quiere decir? —Nuestro querido señor Campbell ha tenido un accidente de tráfico. Ha estampado su Ferrari contra un poste telegráfico hace una hora. Ha muerto al instante. Luke no hizo ningún comentario y Nathan Whitmore sonrió fríamente, luego, le dio un trago a su copa.

Lo primero que sintió Gemma al empezar a despertarse fue dolor de cabeza. Gimió suavemente y se subió las sábanas hasta el cuello, apretando los ojos de dolor. El colchón se hundió a su lado y una mano le apartó algunos cabellos de la cara.

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—¿Cómo te encuentras? —le preguntó una voz que le resultó familiar. —Me duele mucho la cabeza —murmuró. Después se puso de lado y abrió poco a poco los ojos. Nathan estaba sentado en el borde de la cama, mirándola con sus bonitos ojos grises. Aunque en esos momentos no eran tan bonitos, estaban apagados y hundidos, y tenían debajo unas enormes sombras oscuras. Pero a Gemma le sorprendió más darse cuenta de dónde estaba que el aspecto de Nathan. Por un momento, se preguntó si los últimos quince días habían sido una pesadilla de la que acababa de despertarse. Pero no era el caso. Sólo tenía que mirar a Nathan a la cara para saberlo. ¿Qué estaba haciendo allí? Lo último que recordaba era haber estado en un bar con Damian, y que se había sentido extraña. Hizo un esfuerzo por recordar más. Alguien la había besado. Y la había agarrado con fuerza. ¿Había sido Nathan? Creía recordar haber hablado con Nathan en algún momento de la noche. ¿Había ido él en su busca y la había alejado de Damian? No, aquello no le cuadraba. Recordaba haber estado con otro hombre… Le dolió todavía más la cabeza al intentar recordar. Debía haberse emborrachado. No obstante, sólo había tomado un par de copas de vino antes de pasar al zumo de naranja. ¿Le habrían echado ginebra o vodka en el zumo?

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Luego recordó algo que la alarmó. La habían llevado a un sitio y alguien la había desnudado. ¿Había sido Nathan? Levantó las sábanas y vio que sólo llevaba puesta la ropa interior. Miró a su alrededor y vio su ropa doblada encima de una silla y sus joyas en la mesita de noche. —No te preocupes —dijo Nathan fríamente—. No te he tocado, salvo para desnudarte y meterte en la cama. Aunque a ti te apetecía algo más. Tuve que luchar contigo para salir de la habitación con mi virtud intacta. Podría haber hecho lo que hubiese querido contigo y no habrías puesto ninguna objeción. Menos mal que volviste a desmayarte. —¡No te creo! —exclamó ella, horrorizada porque sospechaba que era la verdad. —No te avergüences, Gemma. No fue culpa tuya. Todo el mundo se sentiría desinhibido bajo la influencia de determinadas drogas. —¡Drogas! —Eso es. Tu querido tío Damian te estuvo echando algo en la bebida toda la noche. Gemma lo miró fijamente. El sacudió la cabeza y la miró lleno de reproche. —¿Por qué saliste con él? Te advertí que el hecho de ser tu tío no lo detendría. Los hombres como él no tienen escrúpulos, ni moral, ni conciencia. Esas últimas palabras indignaron tanto a Gemma, que no pudo evitar replicar: Nº Páginas 54—208


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—Le dijo la sartén al cazo. Te he dicho cientos de veces que Damian siempre se ha portado como un caballero conmigo, ¿por qué no iba a salir con él? Además, ¿cómo sabes tú que fue él quien me puso la droga en la bebida? Pudo ser otra persona. —Es normal que no me creas, pero tengo un testigo que lo vio todo. Luke Barton. Trabaja en Joyas Campbell. Se dio cuenta de lo que estaba pasando y no le gustó. Cuando Damian te llevaba hacia su coche y empezaba a atacarte, él intervino. —¿Cómo que intervino? ¿Qué quieres decir? —Que te rescató, querida. Le dio un puñetazo en la mandíbula a Damian y te metió en su coche. Tienes suerte de que el tal Luke fuese un tipo decente. Podría haberse aprovechado de ti en vez de llamarme y traerte a casa. Gemma cerró los ojos al oír todo aquello. No quería creerlo, porque hacerlo era aceptar que todo lo que había dicho acerca de Damian era cierto. Y que todo lo que había dicho acerca de ella también lo era. Era una ingenua. Le dolió el estómago sólo de pensar en la vileza de su tío. ¿Cómo había podido llegar al punto de drogarla y…? Sintió náuseas y arremetió contra la persona que tenía más cerca, la persona cuya traición le dolía todavía más que la de Damian. Abrió los ojos y dirigió a Nathan una cínica mirada.

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—¿Y por qué no le dijiste al tal Luke que estábamos separados? ¿Por qué no le dijiste que me llevase a Belleview en vez de traerme aquí? Nathan pareció sorprendido con su tono acusatorio, y eso la enfadó todavía más. —No podías resistirte a tener la oportunidad de decirme: «Te lo dije», ¿verdad? Tenías que tratarme con prepotencia, hacerme sentir estúpida. Tenías que demostrarme que sabías más que yo y que, si te hubiese escuchado, todo esto no habría pasado. Nathan suspiró con fuerza. —Eso no es verdad, Gemma. Cuando Luke me llamó, sólo pensé en ti. Y tenía que ver con mis propios ojos que estabas bien. —¡Eres un mentiroso! ¡No te importo! ¡Siempre has pensado sólo en ti mismo! Gemma apartó las sábanas y salió de la cama, tomó la ropa de encima de la silla y se volvió hacia Nathan, que seguía imperturbable. —No pienses que eres mejor que Damian, porque no lo eres. Sois los dos unos cerdos. Os odio a los dos. Cuando pienso que he dormido en la misma cama en la que has debido de estar con Jody toda la semana, me dan ganas de vomitar. Nathan se puso en pie, lívido. —Jody no ha estado en esta cama. Ni una vez. —¿Y se supone que debo creerte? —Es la verdad. Nº Páginas 56—208


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—¿Estás diciendo que no la trajiste a casa después de la fiesta? —No, no es eso lo que he dicho. —¡Ves! Sólo estás jugando con las palabras. Seguro que le encantó complacerte en todos esos modos en los que tu inocente y tonta mujer no quería hacerlo. —Yo nunca quise que hicieses nada con lo que no estuvieses cómoda, Gemma. Ella rió. —Entonces, ¿por qué me has cambiado por una mujer más mayor, con más experiencia? ¿Ya no te satisfacía limitarte a hacer el amor? Tal vez debí preguntarle a Lenore qué hizo para mantenerte en su cama durante doce años. Es evidente que mi técnica dejaba bastante que desear. —Eso no es cierto. Sabes que me gustaba hacerte el amor. —Qué amable por tu parte. Eso me produce una gran satisfacción. De todos modos, ya es agua pasada, ¿no? Lo nuestro ha terminado, tal y como me dijiste la última vez que nos vimos. Si te quise en el pasado, ahora ya no te quiero, así que no te deshagas todavía de tu nueva amante, porque yo no pienso volver contigo. Voy a darme una ducha y a vestirme, después, llamaré a Belleview y les diré dónde estoy. Espero que no se hayan dado cuenta de que no he dormido en casa. —Ya he hablado yo con Byron. Sabe dónde estás. —Espero que no le hayas dado falsas esperanzas —le advirtió Gemma—. Los dos sabemos que quiere que Nº Páginas 57—208


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volvamos a estar juntos. Pero no permitiré que nadie me manipule. —No te negaré que se alegró de saber que estabas conmigo. —Dios mío, has cambiado de opinión, ¿verdad? Quieres que vuelva contigo. ¿Por qué? Acaso te importa tanto la opinión de Byron que estás dispuesto a volver a tener a esta zorra inocente y tonta en tu cama. —No hables así de ti misma. —¿Por qué no? A mí me parece muy apropiado, sobre todo después de los acontecimientos de anoche. Todo el mundo sabía cómo era Damian, incluso Celeste. Salvo la tonta de Gemma, que creía que era un caballero, en vez de darse cuenta de que no era más que un pervertido. A veces me pregunto si hay algo en mí que atrae a ese tipo de hombres. Nathan palideció y Gemma, sin saber por qué se sintió culpable. —Será mejor que no sigamos con esta conversación —dijo ella de repente—. Porque no hay nada que puedas decir ni hacer para que retomemos nuestro matrimonio. Pasó al lado de Nathan y entró en el baño. Se sintió bien después de dar un portazo y golpear los grifos con fuerza. Pero cuando se metió en la ducha y el agua caliente empezó a caerle encima, no pudo evitar llorar. Lloraba por su inocencia y su amor perdidos, lloraba por todos los sueños que había tenido en el pasado y que ya nunca se harían realidad. Cuando salió a la cocina, ya no quedaba rastro de sus lágrimas. Nathan estaba tomándose un café. Gemma se Nº Páginas 58—208


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sentía serena, aunque un poco frágil. El dolor de cabeza había disminuido, y todavía tenía el estómago revuelto. El reloj de la pared marcaba las once y cuarto. —Voy a llamar un taxi —dijo airadamente. El la miró de arriba abajo. —Será mejor que te sientes un momento, Gemma, tengo algo que decirte…

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C a p ít u lo 5 Gemma se sentó encima del montón de deshechos, apartándose las moscas y buscando entre la suciedad y las rocas que había a su alrededor. La probabilidad de encontrar un ópalo o piedra preciosa de valor era remota, pero a Gemma le tranquilizaba hacer aquello. La vida en Lightning Ridge la había serenado. Cuando había bajado del avión algo más de seis semanas antes, estaba destrozada. Veinticuatro horas antes había asistido al funeral de Damian. Había permanecido incondicionalmente al lado de su madre y de su abuela, fingiendo, por ellas, que todavía quería a su tío, que todavía lo tenía en alta estima. Había sido Byron quien le había pedido el favor, explicándole que habría sido cruel manchar la memoria de su hijo y hermano. Cruel, e innecesario. ¿Qué habría ganado contando lo que Damian había intentado hacerle la noche del accidente? Gemma estaba en un estado emocional demasiado débil para contradecir a su padre. Había empezado a derrumbarse desde que Nathan le había dicho que Damian había fallecido en un accidente. Nathan había intentado decírselo con tacto, pero no había podido entender sus lágrimas. Al principio la había mirado con incredulidad y, después, con ira al pensar que estaba llorando por semejante hombre. Pero Gemma no lloraba por Damian, sino por los problemas que se creaba la gente sin necesidad alguna. ¿Por qué no podía ser bueno todo el mundo? Nº Páginas 60—208


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Nathan no dijo ni una sola palabra mientras la llevaba de vuelta a Belleview. Gemma sospechó que pensaba que había tenido algo más que una relación platónica con Damian, pero estaba demasiado cansada para intentar convencerlo de lo contrario. Se sentó en el coche hecha un ovillo y temblando, a pesar de que hacía un día bastante cálido de primavera. De no haber sido por Ava, Gemma se habría hundido completamente aquel día, pero ella la había abrazado, alimentado y acostado después de darle un par de pastillas para dormir. Cuando se despertó a la mañana siguiente, el sol brillaba con fuerza. Después del funeral, Gemma había sentido que tenía que marcharse de allí. Tanto Celeste como Byron habían discutido con ella, querían que se quedase para cuidarla. Incluso Ava había intentado convencerla diciéndole que necesitaba su compañía en Belleview. Gemma había sonreído al oírla decir aquello, Ava ya no la necesitaba. Así que había hecho caso omiso de los deseos de todo el mundo y había comprado un billete para Lightning Ridge. Sólo había prometido que escribiría. Se negaba a dar una fecha definitiva de vuelta. Se disculpó con Byron por volver a dejar el trabajo, pero, en esa ocasión, lo dejaba de verdad. Si volvía a Sidney, buscaría otra cosa ella sola. Aunque Gemma se preguntaba si volvería a Sidney. A pesar de que Lightning Ridge nunca le había gustado, en esos momentos era capaz de apreciar la belleza de las rocas y del cielo azul. Y le había ido bien la tranquilidad de la vida allí. Lo único que le estaba costando era Nº Páginas 61—208


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adaptarse al calor. Gemma sacó un pañuelo del bolsillo de sus pantalones cortos vaqueros y se secó la frente. —¿Qué demonios estás haciendo sentada ahí, bajo el sol? —la regañó Ma—. Es casi mediodía. —¿De verdad es tan tarde? —respondió Gemma bajando del mentón y mirando a Ma avergonzada. Había adquirido la costumbre de soñar despierta desde que estaba en Ridge y se pasaba mucho tiempo sentada, dejando vagar su mente. La primera vez que lo había hecho, le había dado una pequeña insolación. No se había quemado, porque la piel de Gemma no era de las que se quemaban, pero le había dado un horrible dolor de cabeza que le había durado varios días. —Mírate —la reprendió Ma—. Te estás poniendo negra. ¿No has utilizado crema protectora? —Sí —se defendió ella—. De verdad. Pero tengo una piel con mucha melanina. —¿Mucha qué? —Melanina. Es un pigmento. —Es una excusa, eso es lo que es. Supongo que no quieres llegar a mi edad con un cáncer de piel. ¿Por qué no haces algo útil? —sugirió Ma—. Ve a buscar algo de beber mientras yo bajo la compra del camión. Para Ma, algo de beber era siempre una cerveza, pero Gemma no puso objeciones. A ella también le gustaba tomarse una cerveza fresca cuando hacía mucho calor. Como aquel día. ¡Y eso que estaban sólo en noviembre! Para Navidad el calor sería insoportable. Ma pensaba que el refugio en la montaña era fresco en comparación con su vieja caravana, pero no tenía nada Nº Páginas 62—208


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que ver con el aire acondicionado de Belleview. De vez en cuando, Gemma echaba de menos las comodidades. Y también otras cosas. Aun así, le había ido bien volver a sus orígenes, a una vida básica. En Sidney la habían mimado demasiado, y eso había hecho que se volviese débil. Cuando había empezado a tener problemas, había sucumbido a la autocompasión. Un par de semanas en Ridge le habían venido muy bien. Al igual que no tener televisión ni vídeo. Pasaban las noches charlando, y Gemma había empezado a ver su matrimonio de otro modo. Ma tenía un modo de expresarse que hacía que las cosas pareciesen más sencillas. —Sólo era sexo, cariño —había dicho acerca de los sentimientos de Nathan y Gemma—. Ocurre a menudo. Lo cierto es que la mayoría de los matrimonios empiezan así, pero luego llegan los niños y o la cosa dura, o se rompe. Ser padre hace que uno madure. Aunque no siempre. Algunos hombres no crecen nunca. Esa es la verdad, y no merece la pena que una se rompa el corazón por ellos. Gemma no pensaba que Nathan fuese de ésos. Era un individuo muy complicado, con traumas del pasado. Aun así, le venía bien oír algo de filosofía de andar por casa. —Tú tampoco crees que yo quisiera a Nathan, ¿verdad?

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—No. Te dejó boquiabierta con su cara bonita y su saber hacer, eso es todo. ¿Cómo ibas a quererlo? Ni siquiera llegaste a conocerlo. Salvo en el sentido bíblico. Las dos rieron en ese momento, pero Gemma todavía no se había olvidado de Nathan. Ni tampoco de cómo era hacer el amor con él. No obstante, sabía que había sido la víctima de un hombre endiabladamente sexy que había tomado su virginal cuerpo y lo había programado con respuestas que sólo él podía provocar, y necesidades que sólo él podía aliviar. Por eso le iba a costar tanto olvidarlo. Tal vez nunca lo conseguiría si lo que ella sospechaba resultaba ser verdad. Pero eso no significaba que tuviese que venirse abajo por él. No, ella era más dura que todo eso. Gemma entró en el refugio. Se estaba agachando para sacar dos latas de cerveza de la pequeña nevera que había en un rincón cuando se sintió mareada. Instintivamente, se sentó en el suelo y metió la cabeza entre las rodillas. Y así fue como se la encontró Ma cuando entró. —¡Dios mío! —exclamó dejando las bolsas de la compra en la mesa de la cocina y corriendo hacia ella—. ¿Qué te pasa? Gemma levantó la cabeza muy despacio. Ya no veía puntos negros, pero todavía tenía frío y estaba sudorosa. —Casi… casi me desmayo. —¿Ves lo que pasa cuando no haces lo que te dicen? Seguro que tienes otra insolación. Nº Páginas 64—208


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—No creo que sea eso —dijo ella en voz baja—. Creo que estoy embarazada. —¿Has ido al médico? —No. —Entonces, ¿cómo lo sabes? —Porque no he tenido el periodo, me duelen los pechos y tengo náuseas por las mañanas. —¿Y por qué no me lo has dicho antes? —Intentaba fingir que no era verdad. Ma se sentó en el suelo, a su lado, con el ceño fruncido. —¿No quieres tener el bebé, querida? —En cualquier otra circunstancia, estaría encantada, pero éste no es el momento adecuado. Siempre juré que un hijo mío no tendría que pasar las penurias que pasé yo, que no sería educado por un solo padre, sin hermanos. —¿No estarás planeando deshacerte de él? —¡No! Claro que no. —Yo te ayudaré, pero éste no es un lugar para criar un hijo. Tú deberías saberlo mejor que nadie. Gemma miró a su alrededor. —Lo sé. —¿Qué piensas que deberías hacer? —Todavía no lo sé. —¿De cuánto estás? Nº Páginas 65—208


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—De algo más de dos meses —dijo añadiendo una semana a la fecha real. Le había contado a Ma casi todo lo que había pasado entre Nathan y ella desde su última visita a Lightning Ridge, salvo lo de la violación. Sólo le había dicho que habían tenido una fuerte discusión. —¿Es de tu marido, verdad? —Oh. Ma… Tú también, no. Claro que es de Nathan. Nunca me he acostado con otro hombre. Sé que no crees que quisiera a Nathan, pero estás equivocada. Lo quería. Nunca le habría sido infiel. Ma intentó reconfortarla con un abrazo. —Te creo, cariño. Pero tenía que preguntártelo. Venga, vamos a levantarnos del suelo y a tomarnos algo fresco. A no ser que prefieras tumbarte. —Ya me encuentro bien. De verdad. Me sentaré a la mesa contigo. —Te buscaré una limonada. embarazadas no beben cerveza.

Las

mujeres

Gemma no creía que una o dos latas de cerveza fuesen a hacerle ningún mal, pero no se molestó en discutir. —¿Todavía lo quieres? —le preguntó Ma cuando se sentaron a la mesa. A Gemma se le hizo un nudo en el estómago. La verdad era que no estaba segura. Se encogió de hombros. —Tal vez. Probablemente. No lo sé. Sigo pensando mucho en él. Es un hombre difícil de olvidar. Nº Páginas 66—208


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—Tendré que conocerlo algún día, para ver cómo ha hecho para calarte tan hondo. —Dudo que llegue ese día. No creo que se pase por aquí. —No sé. Tal vez, cuando le digas que estás embarazada, venga corriendo. —No voy a decirle que estoy embarazada. A Ma casi le da un ataque al oír aquello. —¿Que no vas a contárselo? ¿Por qué no, muchacha estúpida? —Porque él no quiere saber nada de mí y estoy segura de que no querrá el bebé. —¡Tonterías! Se casó con su anterior mujer porque estaba embarazada, y no le gustaba tanto como tú. Y tampoco me creo que no quiera saber nada más de ti. Ese hombre estaba loco por ti, tan loco, que se casó contigo a pesar de haber dicho que nunca volvería a hacerlo. Es cierto que los celos le hicieron perder la cabeza, pero muchos hombres hacen locuras a causa de los celos. Estoy segura de que se arrepiente de haberte dejado. Gemma recordó la mañana después de la muerte de Damian, cuando ella había acusado a Nathan de querer volver. El no había respondido, ni había hecho nada para intentar convencerla de retomar su matrimonio. Había tenido muchas oportunidades, sobre todo, teniendo en cuenta que ella se encontraba muy vulnerable emocionalmente.

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—No puedo negar que Nathan tuviese celos. Pero no me quiere, y está claro que no quiere que vuelva. Si no, habría llamado, o escrito, o venido. No, no utilizaré al bebé para hacer volver conmigo a un hombre que no me quiere. —Entonces es que eres tonta. ¿Y si se entera de que estás embarazada e intenta quitarte al bebé? Gemma miró a Ma sorprendida. —Es un hombre rico, ¿verdad? —continuó Ma—. Me contaste que había heredado una fortuna de sus abuelos y que, además, las obras de teatro le daban mucho dinero. Gemma asintió. —Es increíble todo lo que puede comprar el dinero —comentó Ma secamente. —¡Nathan nunca haría algo así! —¿Cómo lo sabes? Tú misma has dicho que ni siquiera lo conoces. ¿Y si él siempre hubiese querido un hijo varón y tú lo tuvieras? ¿Y si se vuelve tan loco por el niño como lo estaba por ti? Ese hombre también tiene unos derechos legales. Tal vez ni siquiera necesite sobornar a nadie para hacerse con la custodia. Todo lo que necesita es un juez comprensivo. Gemma sacudió la cabeza. —Nathan nunca haría algo así. —Por favor, abre los ojos. Es el momento de ser realista, no una romántica. También debes pensar en ti. Criar a un hijo sola es muy duro hoy en día. Lleva mucho tiempo, y mucho dinero. Nº Páginas 68—208


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—Yo tengo tiempo y dinero —respondió Gemma irritada, arrepintiéndose de haberle dicho a Ma que estaba embarazada—. Si quiero más dinero, sólo tengo que buscarme un buen abogado, divorciarme de Nathan y dejarlo pelado. —Oh, cielo. ¿En eso te has convertido viviendo en la ciudad? ¿En una avara sin corazón? Gemma la miró con los ojos muy abiertos, incapaz de creer lo que Ma le estaba diciendo. —No me mires así —dijo Ma, sacudiendo una mano—. Ya no eres una niña inocente. Eres una mujer casada y vas a tener un hijo de tu marido. ¡No es el momento de divorciarse! —Tú no lo entiendes —lloriqueó Gemma—. ¡Nathan no querrá ese hijo! —¿Por qué no? Se pondrá contentísimo. Gemma iba a contarle la verdad cuando algo la hizo mantener la boca cerrada. —Probablemente no crea que es hijo suyo — murmuró. —¡Tonterías! Hoy en día hay pruebas demuestran esas cosas. Podrías demostrárselo.

que

—Ma, ya vale. Por favor, no quiero contarle a Nathan que estoy embarazada. —¡Eres una loca y una cabezota! —Tal vez, pero es mi vida, y mi bebé. —Eso es muy inocente por tu parte, Gemma. —¡No soy inocente! Nº Páginas 69—208


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—Entonces demuéstralo contándole a Nathan lo del bebé. Haz que ponga su falta de interés por el niño y su intención de divorciarse por escrito. —¡Está bien! Iré a Sidney y se lo contaré. —No. Lo llamaremos y le haremos venir aquí. Quiero ver a ese demonio con mis propios ojos. Y quiero ver cómo se toma la noticia de tu embarazo. —¿Y cómo quieres hacer que venga hasta aquí sin decirle que estoy embarazada? —Algo se me ocurrirá. No te preocupes.

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C a p ít u lo 6 Nathan iba a ir. Gemma todavía no podía creerlo. Ma había ido a la ciudad la tarde anterior y había comprado un test de embarazo en la farmacia. Cuando había visto que el resultado era positivo, había vuelto a la ciudad y había llamado a Nathan a casa. Aparentemente, Nathan volaría esa mañana, y luego alquilaría un coche. No había querido que Ma lo recogiese en el aeropuerto. Gemma supuso que, si el avión llegaba a su hora, aparecería por allí sobre las once. Dado que aún no eran las once, todavía tendría que esperar una hora. Estaba muy nerviosa. —Quiero saber qué le has dicho a Nathan para hacerlo venir —le pidió a Ma—. Le has dicho que estoy embarazada, ¿verdad? —No. —¿Por qué no me cuentas lo que le has dicho? —Porque no. —¡Eso no es una respuesta! —Pues es lo único que vas a sacarme. Ve a ponerte guapa para tu marido. Y cámbiate de ropa. —¡No! Estoy bien con estos pantalones cortos y esta camiseta. Es lo que llevo siempre y no voy a cambiarme para nadie, mucho menos para él. Ma se encogió de hombros y tuvo que luchar para no sonreír. La pequeña Gemma sabía que así vestida Nº Páginas 71—208


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llamaría más la atención a un hombre de ciudad que con ropa más elegante. Gemma tenía las piernas largas y bien formadas, y los pantalones cortos sólo le tapaban el trasero. Y si se agachaba, ni siquiera. Luego llevaba una camiseta que habría sido recatada para cualquier muchacha peor dotada que ella. Pero el embarazo había hecho que a Gemma se le llenasen los pechos y los pezones, oscurecidos y dilatados, se le marcaban a través de la fina tela. —Tampoco pienso maquillarme —espetó Gemma—. ¡Ni pienso hacerme nada en el pelo! Lo cierto era que Gemma nunca había necesitado maquillaje, con aquella piel aceitunada y esos ojos marrones de espesas pestañas, los pómulos se le sonrojaban cuando le subía la sangre y tenía unos labios muy generosos. Y con respecto al pelo, en esos momentos le caía sobre la cara de un modo mucho más sexy que cualquier peinado. Ma estaba segura de que, cuando llegase Nathan Whitmore, no podría apartar la mirada de su preciosa mujer, ni tampoco podría evitar desear volver a tenerla en la cama. —Ponte al menos un poco de pintalabios —se quejó Ma. —¿Para qué? Ya te he dicho que Nathan no quiere saber nada de mí. Ni yo de él. Espero que no le hayas dicho lo contrario. No lo has hecho, ¿verdad? —¡Claro que no! Lo único que le he dicho es que no te encontrabas bien. Nº Páginas 72—208


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—Venga, Ma, Nathan no habría venido sólo por eso. Te habría dicho que llamases a un médico. —Esto… no tenemos a ese tipo de médicos aquí. —¿Qué tipo de médicos? ¿Un ginecólogo? —No, un psiquiatra. —¿Le has dicho que me estoy volviendo loca? —Más o menos. —Ma, ¿cómo has podido? Ma se encogió de hombros. —Ha sido muy fácil. —Es Nathan el que se va a volver loco de ira cuando sepa que le has mentido. —¿No podrías fingir que estás un poquito chiflada? —Muy graciosa. —Mira, he conseguido que venga. Le aclararé las cosas en cuanto llegue, y cuando tú le cuentes la verdad, se olvidará de mi mentirijilla. —En eso tienes razón —comentó Gemma sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago al pensar en cómo reaccionaría Nathan cuando le dijese que estaba embarazada—. ¡Esto va a ser un desastre! —Claro que no. Aclarará muchas cosas en tu mente, y os dará a los dos la oportunidad de llegar a un acuerdo con respecto al niño. Como ya te he dicho, Gemma, él también tiene derechos. Es mejor que sepas qué papel quiere desempeñar en la vida de su hijo desde el principio. Tal vez sólo quiera darle apoyo económico, pero me da la sensación de que va a querer algo más. Nº Páginas 73—208


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Ahora, voy a preparar una taza de té y vamos a sentamos a hablar de otra cosa, ¿de acuerdo? —De acuerdo —accedió Gemma suspirando. Ma fue a preparar el té. No estaba segura de lo que pasaría entre Nathan y Gemma, pero era de las que creían que el matrimonio era algo muy serio. Uno no debía tomárselo a la ligera. Gemma se había casado con aquel hombre e iba a tener un hijo suyo. Los dos tenían la responsabilidad de intentarlo de nuevo, sobre todo, teniendo en cuenta que lo que los había separado había sido una serie de malentendidos. En aquellos momentos, no parecía que pudiese haber entre ellos nada más que sexo, pero tal vez aquel hijo hiciese que el señor Nathan Whitmore viese a su esposa como a algo más que un objeto sexual. Tal vez empezase a apreciar su generosidad y su cariño y, a lo mejor, con el tiempo empezarse a quererla. En cualquier caso, pensaba haber hecho lo correcto organizando aquel encuentro. Gemma estaba muy nerviosa a las once, y Nathan todavía no había aparecido. Sintió una mezcla de alivio y decepción. Salió una vez más a mirar si veía algo en el polvoriento camino. En un par de ocasiones había visto una nube de polvo a lo lejos y se le había acelerado el corazón, pero ningún coche se había acercado por allí. La tercera vez que aquello ocurrió, Gemma ya no sintió el cosquilleo en el estómago, pero entonces apareció un coche y Gemma se quedó pálida y temblorosa. —Ya está aquí —susurró. Nº Páginas 74—208


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Ma se puso en pie, era una figura imponente, a pesar de ir vestida con un vestido de flores que debía haber tirado a la basura hacía años. Le puso una mano tranquilizadora en los hombros y la miró a los ojos. —Cálmate, cariño. Es sólo un hombre. Gemma tragó saliva, sabiendo que Ma decía las cosas como las pensaba, pero que no conocía toda la verdad. A Gemma le preocupaba cuál sería la reacción de Nathan cuando supiese que habían concebido un hijo durante aquella horrible tarde. Era irónico que al principio hubiese pensado en utilizar el embarazo para recuperar a Nathan. En esos momentos, ya no lo quería. Sólo había aceptado decírselo cuando Ma le había advertido que tal vez Nathan le causase problemas más adelante. No obstante, seguía sin tener ganas de darle la noticia. —No te escondas —la regañó Ma—. Sal y recíbelo con la cabeza bien alta y la espalda bien recta. No permitas que piense que le tienes miedo. —No le tengo miedo —tenía miedo de sí misma. Gemma salió a la luz del sol con Ma justo cuando un Corolla azul aparecía donde terminaba el camino. Levantó la mano para hacerse sombra en los ojos, pero le temblaba tanto, que volvió a bajarla. Nathan salió de detrás del volante del polvoriento coche, como si acabase de salir de un despacho con aire acondicionado. Llevaba un traje de chaqueta gris claro, camisa blanca y corbata gris oscura. Ma, que era la primera vez que lo veía, se sintió intimidada al verlo avanzar hacia ellas con el sol bailando sobre su pelo rubio. Nº Páginas 75—208


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—Vaya, niña —murmuró entre dientes Ma—. No me habías dicho que fuese tan guapo. —Es sólo un hombre, Ma —contestó Gemma con perverso humor, pero el corazón le latía a toda velocidad al ver a su guapo marido. Sus bonitos ojos grises se posaron en Ma, y luego en Gemma, y la recorrieron de pies a cabeza. Ella se despreció a sí misma por la reacción de su corazón, pero al menos sabía que aquello no era amor, sino lujuria. —Tienes buen aspecto —comentó él secamente—, para alguien que acaba de tener una crisis nerviosa. —Lo primero —intervino Ma—, tengo que decirle que Gemma está perfectamente bien, como ya ha notado usted. Le mentí para hacer que viniese, señor Whitmore. Y no me arrepiento de ello. El la fulminó con la mirada, pero Ma no retrocedió ni un centímetro. —Espero que tuviese un buen motivo para hacerlo —espetó—. Y, a juzgar por la expresión de Gemma, no parece estar de acuerdo con usted, señora… —Llámeme Ma. Lo cierto es, señor Whitmore, que Gemma tiene algo importante que decirle y yo quería estar a su lado cuando lo hiciese. —¿Por qué? ¿Acaso cree que le haría algo? ¿Qué le ha contado de mí? —Nada que no haya visto con mis propios ojos en estos segundos que lleva usted aquí —replicó Ma poniéndose colorada—. Es usted un tipo muy frío. Mi Gemma estará mejor sin usted. Nº Páginas 76—208


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—Permítame que le diga que hay muchas personas que están de acuerdo con usted, señora, y con respecto a que soy frío… —se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa—. En estos momentos tengo más bien calor. Pero estoy seguro de que no me has hecho venir hasta aquí para pedirme el divorcio, Gemma. Habría sido suficiente con que hubieses llamado a Zachary por teléfono. —Esto no tiene nada que ver con el divorcio, Nathan —contestó ella—. Dejaré en tus manos todos los trámites, dado que eres tú el que tienes más ganas de deshacerte de mí. Ha surgido un problema y a Ma le ha parecido que debías estar al corriente. Nathan arqueó la ceja izquierda y miró a Ma. —Creo que deberíamos ir dentro —dijo ella. —Estoy de acuerdo —asintió Nathan, agachándose al pasar por la puerta. —Es un cerdo arrogante —le susurró Ma a Gemma— , pero muy sexy. Entiendo que te esté costando olvidarte de él. Gemma gimió en silencio. Casi se había derretido al verlo salir del coche y recorrerla con aquella sensual mirada. Nathan se quedó de pie al lado de una de las sillas que había alrededor de la mesa de madera que dominaba la única habitación del refugio, sin molestarse en ocultar lo que pensaba acerca del lugar. —Siéntate —le pidió Gemma—. Las sillas tal vez sean un tanto bastas, pero son sólidas. ¿Quieres algo de beber? Nº Páginas 77—208


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—No, gracias. Me gustaría que me dijeses por qué estoy aquí —contestó él mientras se sentaba. Gemma tragó saliva y después se lanzó, antes de que le diese tiempo a reflexionar. —Iré directamente al grano. Lo cierto es, Nathan, que estoy embarazada. Y te aseguro que es de ti. Si no me crees, estoy dispuesta a hacer las pruebas necesarias cuando haya nacido el bebé. ¿Eran imaginaciones suyas o la sangre había huido de su rostro? Debió de habérselo imaginado, porque la siguiente cosa que hizo Nathan fue reírse. Tanto Ma como Gemma lo miraron con la boca abierta. —Si tuviese que creer que existe un Dios justo, éste sería el momento —dijo por fin Nathan. Gemma no sabía de qué estaba hablando. Sólo sabía que le había dolido que se riese. Finalmente, él bajó la mirada y le temblaron levemente los hombros. Gemma se odió por sentir lástima por él, pero cuando Nathan levantó la mirada, su expresión volvía a ser implacable. —¿No querrás decir un Dios injusto? —soltó ella—. No creerás que yo quiero este bebé, ¿verdad? Sus miradas se cruzaron, la de ella proyectó toda la ira y la amargura que había en su corazón. —Me gustaría hablar a solas con mi mujer —le dijo Nathan a Ma. Ma miró a Gemma con aire vacilante, ella asintió, aunque sólo con la cabeza, no se atrevía a hablar en esos momentos. Estaba demasiado nerviosa. Nº Páginas 78—208


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Ma suspiró y se puso en pie. —No estaré lejos —le advirtió a Nathan mientras salía fuera a regañadientes. Gemma miró a Nathan y le alegró sentir ira en su interior. Era mejor que pensar lo atractivo que estaba o en lo que haría si él le sugería que volviesen a estar juntos. Tenía que estar loca para seguir considerando aquello. Aquel hombre nunca la había querido. La había utilizado y había abusado de ella. —¿Bien? —dijo Gemma—. ¿Qué es lo que querías decirme a solas? El la miró a la cara, como queriendo averiguar cómo se sentía. Gemma no estaba preparada para lo que iba a decirle. Debía haber sabido cómo querría él solucionar el problema. —Supongo que quieres abortar —comentó Nathan— . Y supongo que quieres que yo te pague el aborto. Dadas las circunstancias… —No —lo interrumpió ella—. No quiero abortar. Voy a tener este bebé, pase lo que pase. La respuesta pareció dejarlo perplejo. —Pero, ¿por qué? Cada vez que mires al niño, recordarás cómo fue concebido. Acabarás odiándolo, como me odias a mí. —Qué poco me conoces, Nathan. Pero no tengo por qué darte explicaciones de mis motivaciones. Ni de mis sentimientos. Ya te he informado de la existencia del bebé, y de mi intención de tenerlo. Ahora, querría saber cuáles son tus intenciones. ¿Quieres desempeñar algún Nº Páginas 79—208


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papel en su vida? En cualquier caso, te aseguro que vas a pagar por ello, y mucho. —¿Así que eso es lo esencial? El dinero. Vas a tener el bebé porque me sacarás más dinero cuando nos divorciemos. Gemma estaba escandalizada, pero no dejaría que él dijese la última palabra. —¿Y por qué no? Si es eso lo que quiero. La niña tonta e inocente por fin ha crecido, Nathan. Te voy a exprimir, como me exprimiste tú a mí. Sin piedad. Y sin amor. En esos momentos, Nathan se quedó realmente pálido y Gemma sintió remordimientos. ¿Cómo había sido capaz de decir aquellas cosas? —¿Y cuánto dinero quieres, Gemma? —preguntó él—. Dímelo. —¿Acaso crees que sólo quiero dinero? —¿Qué es lo que quieres entonces? —quiso saber él, exasperado—. Dímelo y, si es posible, te lo daré. Ella rió. Y los ojos se le llenaron de lágrimas. —¿Y si te dijese que quiero que vuelvas conmigo, que seas mi marido y el padre de mi hijo? ¿Y si te dijese que quiero tu amor? ¿Podrías darme eso, Nathan? Él no contestó. —Justo lo que pensaba —continuó Gemma con amargura, secándose las lágrimas. Cuando volvió a levantar la mirada, tenías los ojos brillantes y duros—.

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En ese caso, me conformaré con que seas un verdadero padre para el bebé, no sólo una chequera. —Nunca he intentado rehuir mis obligaciones como padre. —Una postura muy noble por tu parte. —Creo que ya ha quedado claro que no soy noble, Gemma, pero tengo mis propias obligaciones morales. Si estás dispuesta a olvidar mis evidentes deficiencias como marido, yo estaría dispuesto a darle otra oportunidad a nuestro matrimonio. ¿Qué opinas? —¡Qué te vayas al infierno, Nathan Whitmore! No quiero un marido que no me quiera. ¿Quién te crees que eres para hacerme semejante oferta? Vuelve a Sidney, con tu querida Jody. Seguro que no te sientes culpable exprimiendo a alguien como ella. Y si se queda embarazada, seguro que abortará. —¿Qué está pasando aquí? —preguntó volviendo a entrar—. ¿Por qué estáis gritando?

Ma

Gemma estaba casi fuera de sí. —El tiene la culpa de todo. Primero, quería que abortase y, cuando le he dicho que no, me ha sugerido que volviese a Sidney con él y fingiésemos que somos una familia feliz. —Bueno, ¿y cuál es el problema? —quiso saber Ma, desconcertada con la actitud de Gemma—. A mí me parece que tiene sentido. Seguro que no quieres tener al niño sola, y educarlo sola, ¿verdad? Sobre todo teniendo un marido que desea cuidar de vosotros dos.

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Gemma no podía creer lo que estaba oyendo. Ma, en quien confiaba y se apoyaba, se estaba volviendo contra ella. —Aquí no estaré sola. Te tendré a ti. —¿Durante cuánto tiempo, cielo? Soy cada día más vieja. Me encantaría teneros aquí, a ti y al bebé, pero no me parece práctico. Seguro que quieres algo más para tu hijo —avanzó y tomó las temblorosas manos de Gemma entre las suyas—. Inténtalo, cariño. Y si no funciona, al menos no tendrás nada que reprocharte. —¿Cómo va a funcionar si no nos queremos? — gimió Gemma. —Los dos querréis al niño —insistió Ma—, y tal vez así aprendáis a quereros el uno al otro. —¿Quién ha dicho que los dos querremos al niño? — murmuró Gemma, sabiendo que Nathan no lo querría. Era él quien no quería que le recordasen constantemente lo que había hecho. —Si vienes conmigo, Gemma —intervino él—, te prometo que haré lo posible por arreglar lo que hice. Sé que no vas a creerme, pero nunca tuve la intención de hacerte daño. —Pero me lo hiciste. —Sí… sí. Es verdad —confesó Nathan—. Últimamente he tenido mucho tiempo para pensar en lo que hice y para arrepentirme. Si eres lo suficientemente generosa como para darme una segunda oportunidad, no volveré a defraudarte. Ni tampoco a nuestro hijo. Y, ¿quién sabe? Tal vez Ma tenga razón. Tal vez podamos Nº Páginas 82—208


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aprender a querernos esta vez. A mí me gustaría pensar que es posible… Gemma lo miró fijamente. Era tan listo… ¿Quién habría dicho que unos minutos antes habían estado hablando de abortar? ¿Qué había detrás de aquella oferta? ¿Quería volver a tenerla en su cama? ¿O sólo quería quedar bien con Byron otra vez? Gemma no entendía por qué le importaba tanto la buena opinión de su padre. Desde luego sí sabía que a Byron no le gustaría que Nathan se divorciara estando ella embarazada. —Gemma —le dijo Ma—. El hombre no puede hacer nada más. Ve con él, cariño. Dale una segunda oportunidad. Gemma no tenía la intención de volver con él. No había perdonado ni olvidado lo que le había hecho. —Volveré a Sidney contigo —le dijo—, pero no iré a vivir contigo. Quiero mi propia casa. Y una pensión decente. —Gemma, no seas tan testaruda —la reprendió Ma. —No, Ma. No voy a cambiar de idea. Ya lo he decidido. —Puedes quedarte con la casa de Avoca si quieres — le ofreció Nathan con tanta tranquilidad que Gemma sospechó de la oferta—. Y diez mil dólares al mes. ¿Te parece suficiente? —Es una oferta más que generosa —comentó Ma. —Lo es —espetó Gemma mirando fijamente a su marido. El la miraba fríamente. Y Gemma sabía que Nº Páginas 83—208


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tenía la costumbre de no mostrar ninguna emoción cuando su cerebro estaba más activo. No era normal que aceptase todo lo que ella le pidiese. ¿Qué estaría tramando? ¿Querría utilizar de nuevo el sexo para volver a doblegarla? Gemma casi rió al pensar aquello. Nathan no necesitaba tramar nada. Sólo tenía que tocar los botones adecuados para volver a tenerla a sus pies. Era un alivio que él pareciese no darse cuenta de ello. ¿O sí se daba cuenta? Sería una locura ponerse a su alcance, sobre todo en esos momentos, en los que echaba tanto de menos compartir la cama con él. Tal vez si esperaba un par de meses, a que su cuerpo empezase a cambiar con el embarazo, ya no correría el riesgo de que la sedujese. Nathan se miró el reloj. —Siento meterte prisa, pero si queremos tomar el avión de esta tarde deberías hacer las maletas. —Yo no tengo tanta prisa —respondió Gemma—. La verdad es que me gustaría pasar aquí las Navidades con Ma. E ir a Sidney a principios de año. El rostro de Nathan se ensombreció. E incluso Ma frunció el ceño. —No me gusta que te quedes aquí, con este calor y estas condiciones —argumentó él. —El calor le está afectando —intervino Ma. Gemma la miró exasperada. —Es verdad —añadió Ma—. Y tiene náuseas por las mañanas. Todavía no ha ido al médico, aunque el test de Nº Páginas 84—208


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la farmacia ha dado positivo. Yo creo que tu marido tiene razón, Gemma. Cuanto antes vuelvas a Sidney, mejor. Yo te haré la maleta si quieres. Gemma sabía reconocer la derrota. —No —suspiró—. Yo la haré. ¿Estás segura de que habrá billete para mí en el vuelo de la tarde? —le preguntó a Nathan a pesar de saber que los vuelos no solían ir llenos en esa época del año. —Ya te he reservado uno. Su presunción la irritó. —¿Y por qué me has reservado un billete? No sabías que estaba embarazada cuando llegaste. —Porque pensé que tal vez tuviese que llevarte al loquero en Sidney. —Ah… sí, se me había olvidado. —Yo me llevaré al señor Whitmore a dar un paseo mientras te cambias, cielo —se ofreció Ma—. Tal vez le apetezca ver una vieja mina de ópalos. Gemma observó cómo Ma tomaba a Nathan del brazo y lo sacaba fuera. Todavía no habían salido a la luz del sol y ya iba charlando con él alegremente. Los hombres guapos y ricos siempre lo tenían todo más fácil. Pero, en esa ocasión, Nathan no iba a tener las cosas nada fáciles. Iba a costarle trabajo volver a ganarse su confianza o su amor de nuevo, ¡le iba a hacer falta un milagro!

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C a p ít u lo 7 —¿Podemos hablar, Gemma? El avión acababa de despegar de Lightning Ridge, y Gemma estaba intentando calmar los nervios cuando Nathan le habló. Lo miró con frialdad. —¿Hablar, Nathan? Eso es nuevo para ti, ¿no? —Deja el sarcasmo, Gemma. No va contigo. —Me da igual si va conmigo o no. No voy a fingir estar contenta con esta situación. No me ha gustado que me hayáis coaccionado para que vuelva a Sidney. Y no me gusta que des por hecho que voy a hacer lo que tú quieras. Eso se acabó, Nathan. —Ya me doy cuenta. Pero aquí hay que tener en cuenta algo más que mis deseos. El niño que llevas en tu vientre será el hermano o hermana de Kirsty, algo que ella siempre había querido. Tal vez podamos llegar a un acuerdo más amistoso por ella. Kirsty… Gemma no había pensado en ella. Le dio un vuelco el corazón. La pobre lo había pasado muy mal durante los últimos años. Sus padres se habían divorciado y luego su padre se había casado con una chica poco mayor que ella, una chica a la que Kirsty había considerado su amiga. Hacía poco tiempo que había aceptado el matrimonio de Gemma con su padre. Anunciar que iba a tener un hermano y decirle al mismo tiempo que iban a divorciarse le disgustaría tremendamente. —Pobre Kirsty —murmuró Gemma. Nº Páginas 86—208


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—Podríamos al menos posponer el divorcio una temporada —sugirió Nathan—. Ella no sabe que nos hemos separado. Desde que está interna está mucho más contenta, y Lenore no ha querido decirle nada para no disgustarla de nuevo. Gemma sabía que Nathan se refería a que Kirsty había sorprendido a su madre besando a Zachary Marsden. La propia Gemma se había sorprendido al saber que estaban juntos hasta que le habían dicho que él estaba divorciándose de su mujer, que también se había enamorado de otra persona. Gemma entendía que esas cosas podían pasar pero, no obstante, le parecía que un divorcio era una cosa muy triste, sobre todo con niños de por medio. Pensó en su propio hijo, condenado a tener unos padres divorciados incluso antes de haber nacido. A no ser que ocurriese un milagro… Se volvió a mirar a Nathan y al ver su fría expresión se dijo que aquel milagro nunca ocurriría. El nunca la querría como ella quería ser amada porque no era capaz de amar así a una mujer. Lenore le había dicho una vez que no dejase a Nathan, porque eso acabaría con él. Lenore se equivocaba. Nathan estaba acabado desde mucho antes de conocer a la propia Lenore. Su madre había sido la culpable. Su madre, y la otra mala pécora con la que había vivido siendo sólo un chico. A pesar de comprender a Nathan, eso no cambiaba los hechos. Gemma no se arriesgaría a volver a ponerse en sus manos de nuevo, porque no eran unas buenas manos para las mujeres. Nº Páginas 87—208


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Pero ella tampoco podía arruinarle la vida a otras personas. Kirsty no superaría su divorcio en esos momentos. —No quiero disgustar a Kirsty —comentó Gemma— . Y estoy dispuesta a posponer nuestro divorcio indefinidamente si eso fuese de ayuda. De todos modos, no creo que quiera volver a casarme nunca más. —Te he amargado la vida —dijo Nathan con tanta tristeza, que Gemma se sorprendió. —¿Amargarme? —repitió—. Yo no diría eso. Simplemente, ya no soy una romántica, me he vuelto realista. Deberías estar contento, Nathan, ahora veo el mundo de un modo mucho más parecido al tuyo. —¿Y acaso crees que eso me gusta? —Bueno, lo que está claro es que no te gustaba que fuese una niña inocente. —Claro que me gustaba. —Sólo durante un tiempo. —¿Podemos hablar de otra cosa? —¿Cómo qué? —¿Sabes que tus padres se casaron hace dos semanas? —Sí, por supuesto. Me escribieron para contármelo. —Pero no fuiste a la boda —comentó él en tono casi acusatorio. —No. Y ellos lo entendieron. Les envié una tarjeta y un regalo, y mis mejores deseos. No me digas que tú sí fuiste. Nº Páginas 88—208


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—Byron quería que fuese su testigo, así que no podía negarme. —¿A pesar de despreciar a la mujer con la que se iba a casar? —Celeste no es tan mala como yo pensaba —admitió él. —Vaya, no me lo puedo creer —se burló Gemma—. Lo próximo que vas a decirme es que sabes que no tuve ninguna aventura con Damian. —Sé que no la tuviste. Gemma dio un grito ahogado. —Si la hubieses tenido —continuó Nathan—, no habrías adoptado la postura que has adoptado hoy. Sé cuando alguien está indignado de verdad. Y sé cuando alguien tiene el corazón lleno de rencor. No me odiarías tanto como me odias si no fueses inocente. Sólo siento no haber confiado en ti. —¿Qué es esto, Nathan? Tus disculpas me están poniendo nerviosa. Me pregunto qué es lo que quieres. —Has madurado mucho, ¿verdad? —Cosas que pasan. Suéltalo. ¿Qué quieres? Nathan se encogió de hombros. —Lo que te he dicho delante de Ma. Quiero que le des a nuestro matrimonio, y a mí, una segunda oportunidad. —¿Por qué iba a hacerlo? Tú ya no me quieres. —Un matrimonio puede sobrevivir sin amor. Yo no quería a Lenore, y fuimos bastante felices durante doce Nº Páginas 89—208


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años. Y le dimos a Kirsty un hogar estable, algo a lo que los niños tienen derecho, ¿no crees? —¿Tengo que recordarte que os divorciasteis cuando Kirsty estaba en una de las épocas más complicadas de su vida, la adolescencia? No, Nathan, no quiero volver a estar constantemente preocupada acerca del papel que juego en tu vida. Tal vez soportase que no me quisieras, pero no podría soportar que me fueses infiel. Por cierto, ¿qué tal Jody? —No estoy teniendo una aventura con Jody —espetó Nathan—. La relación que tengo con ella hoy en día es estrictamente profesional. —¿Y qué estás haciendo entonces para tener sexo? Porque no puedo creerme que pases sin él. El frunció el ceño con frustración. —¿Acaso creerías lo que yo te dijese? Lo dudo. Así que, sí, tienes razón, he estado acostándome con toda la que se me ponía delante. ¿Te hace eso feliz? —Sí —respondió ella con dureza—. Y quiero que sigas haciéndolo, porque si se te ocurre acercarte a mí, Nathan, tal vez te haga mucho daño. —Tal vez llegue el día en que quieras que me acerque a ti. Gemma rió. —No creo que eso ocurra en un futuro próximo. —Yo no estaría tan seguro. Ella volvió la cabeza para mirarlo. —Te lo estoy advirtiendo. Nº Páginas 90—208


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El la miró también, con los ojos entrecerrados. —No, soy yo el que te lo está advirtiendo. No vayas demasiado lejos. Estoy intentando hacer lo mejor para ti y para el bebé, pero no pienso hacer de chivo expiatorio. No quieres volver a compartir cama conmigo. Lo entiendo. Pero eso no significa que me guste, porque, aunque tú ya no me desees, yo sí sigo deseándote, cariño. Eso no ha cambiado. Ni tampoco creo del todo que tú no sientas nada por mí. Tus ojos siempre han traicionado a tus sentimientos, y el modo en que me miraste en Lightning Ridge me recordó cómo solías mirarme cuando nos conocimos. —No puedo negar que sigo encontrándote físicamente atractivo, Nathan —dijo ella con brusquedad—. Pero el deseo sin amor nunca me ha llamado la atención. Ah, ya sé que piensas que nunca te he querido, pero ése es tu problema, no el mío. Tú eres el que es incapaz de amar, no yo. Es evidente que para ti el sexo es un fin en sí mismo, pero a mí me parece repulsivo. —¿De verdad? —comentó él con indiferencia. Y, con la misma indiferencia, le agarró la mano que tenía más cerca de él, le dio la vuelta y se la llevó muy despacio hacia los labios—. En ese caso, esto te parecerá repulsivo —dijo pasándole la punta de la lengua por la palma. Ella sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. —Y esto… —Nathan apretó la mano de Gemma contra su boca abierta, succionando mientras seguía lamiéndola con la lengua. Nº Páginas 91—208


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A Gemma se le hizo un nudo en el estómago. Y se dijo que apartase los ojos de él, y que apartase también la mano. Pero se quedó petrificada mientras él le decía con la mirada lo que de verdad le gustaría estar haciéndole. A Gemma se le secó la boca al evocar varias imágenes del pasado. Nathan era muy bueno con la boca. Muy, muy bueno. Y con la lengua… No había ni un centímetro de su cuerpo que no hubiese explorado con ella, haciéndola estremecerse de placer. Como se estaba estremeciendo en esos momentos. —Vuelve a casa conmigo —murmuró Nathan excitado—. No te arrepentirás. Te lo prometo… Se había equivocado al escoger la palabra «arrepentirse». Porque claro que Gemma se arrepentiría. Y mucho. Su orgullo sufriría, y también su autoestima. Volvería a convertirse en la muñeca sexual de Nathan, volvería a ser su marioneta. Por mucho que desease volver con él, no podía hacerlo. ¡No lo haría! Muy despacio, con dolor en el corazón y en el cuerpo, negó con la cabeza hasta que él dejó de hacer lo que estaba haciendo y apartó la boca de su mano. Parecía desconcertado. —¿Por qué no? —gruñó—. Sé que quieres venir conmigo. —Sí —admitió ella—. Lo deseo tanto que casi me duele. —Podría obligarte —le advirtió él en tono sombrío, con los ojos brillantes de deseo.

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—No, no podrías —respondió ella sorprendentemente segura de sí misma—. A no ser que fueses tan cruel como Damian. Y tú no quieres ser así, Nathan. En el fondo, sé que eres un buen hombre. El la miró fijamente, inesperada convicción.

desconcertado

por

su

—¿Lo soy? Me pregunto si un buen hombre haría lo que yo te hice —comentó, apretándole a Gemma las manos con tanta fuerza que casi la hizo gritar—. ¿Te pediría un buen hombre que te deshicieses de tu bebé? ¿Intentaría un buen hombre seducirte a pesar de saber que lo odias? Gemma no supo qué responder, miró con los ojos muy abiertos el rostro atormentado de Nathan. De repente, él le soltó las manos como con desprecio. —Sigues siendo demasiado confiada —la criticó—. No te fíes de mí, Gemma. Nunca te fíes de mí. No soy de fiar. —Me estás asustando, Nathan —susurró ella. —Mejor. El miedo hará que te mantengas en guardia. Gemma se sintió confusa, porque, además de haber conseguido encenderle las venas, sentía en su interior algo muy parecido al amor, y eso la aterraba. Quería alargar la mano y reconfortarlo, llevarse ese rostro torturado al pecho y decirle que se lo perdonaba todo. Lo que demostraba que Nathan tenía razón. Seguía siendo demasiado confiada, pero al menos él le había advertido que seguía deseándola, y que no lo dudaría a la hora de intentar saciar ese deseo si le daba la oportunidad. Gemma tendría que recordar aquella Nº Páginas 93—208


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advertencia y no estar a solas con él más que lo estrictamente necesario. —En ese caso, no quiero que vengas a verme a Avoca sin avisar —dijo fingiendo frialdad. —De acuerdo. —No quiero que te ofrezcas a llevarme hasta allí. Iré en mi propio coche. —Muy sensato. —Supongo que tendré que dejarte que me lleves a Belleview esta noche —murmuró—. Resultaría extraño si no lo hicieses. Tendré que quedarme allí uno o dos días antes de marcharme. Si no, Ava se enfadaría conmigo. —No, no se enfadará. No está en Belleview. No hay nadie allí. —¿Qué? —Supongo que sabes que Celeste y Byron estarán todavía dos semanas más de crucero. —Sí, me lo contaron en su carta, pero pensé que Ava sí estaría allí. —Pues no. Estaba harta de estar sola en una casa tan grande y se ha ido a vivir a un lujoso ático con Vince hasta que Byron y Celeste vuelvan. De hecho, Byron me ha comentado que está pensando en vender Belleview al año que viene. Celeste no quiere vivir en la misma casa en la que él vivió con Irene, y en febrero Ava se habrá casado, así que la casa se quedará vacía. —Qué pena —dijo Gemma con tristeza—. Es una casa tan bonita… Debería quedarse en la familia. ¿Y Jade Nº Páginas 94—208


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y Kyle? Tal vez ellos quieran vivir allí. No podrán seguir viviendo en la casa flotante cuando nazca su bebé. —Byron se la ha ofrecido, pero Kyle acaba de comprar una casa en Castlecrag, con vistas al puerto. Después de vivir en un barco, dicen que no quieren estar lejos del mar. De hecho, no creo que Jade tenga demasiados buenos recuerdos de Belleview, pero supongo que no ha querido decírselo a su padre para no hacerle daño. Gemma frunció el ceño. —Parece que estás al corriente de las idas y venidas de toda la familia. ¿Te han dejado volver al redil? —Yo no diría eso exactamente, pero Byron me mantiene informado. Sólo he visto a la familia en la boda de Celeste y Byron. —¿Y cuál creen que es la situación entre nosotros? —Eso tendrás que preguntárselo tú. Yo no he hablado del tema con nadie. Me parece que Ava espera que volvamos a estar juntos. Incluso me sonrió. Una vez. Y Jade, que es una romántica, siempre ha pensado que estamos hechos el uno para el otro. —También piensa que tú me quieres —le recordó Gemma—. Y que yo te quiero —añadió con un nudo en la garganta. —Sí. Jade siempre ha sido optimista. Me dio la impresión de que pensaba que, con el tiempo, me perdonarías. Cuando se entere de que estás embarazada, lo dará por seguro.

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—¿Tenemos… tenemos que contarle a todo el mundo que estoy embarazada? —¿Por qué no íbamos a hacerlo? ¿Acaso estás considerando abortar? —¡Por supuesto que no! —Entonces, no hay por qué mantenerlo en secreto. Así todo el mundo sabrá por qué has vuelto conmigo. —No he vuelto contigo. —Ya sabes lo que quiero decir. Todo el mundo pensará que lo has hecho. Les diré que te vas a quedar en Avoca porque no te encuentras bien y allí se está mucho más tranquilo, y que yo iré a verte a menudo. Ellos no sabrán si es cierto o no. Eso sí, tendré que llevar a Kirsty a que te vea algún fin de semana, sobre todo teniendo en cuenta que es casi verano. Ya sabes cuánto le gusta la playa. —Oh, no. Me acuerdo de lo que ocurrió la última vez que estuvimos allí los tres juntos. Dejaste que Kirsty se fuese al cine toda la noche para poder… —¿Hacer travesuras contigo? —Sí —respondió ella recordando imágenes que habría preferido olvidar. Nathan suspiró con nostalgia, como si él también estuviese recordando. Pero lo único que lamentaba era no poder repetir aquello esa misma noche. —Tengo que admitir que siempre has sido una tentación para mí, Gemma. Ella no comentó nada al respecto. No se atrevió. ¿Qué mujer no querría ser una tentación para un Nº Páginas 96—208


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hombre? Nathan no podría haberle dicho nada más seductor aunque lo hubiese intentado. Gemma estaba a punto de lanzarse a sus brazos y rogarle que la llevase a la cama. —Ya veo que piensas que soy un cretino. El típico hombre al que sólo lo quiere su madre. Luego rió diabólicamente. Y Gemma se dijo que no podía ser verdad lo que estaba pensando. Había leído casos de abusos de un padre a una hija, o de un hermano a su hermana. Aunque suponía que una madre también podía abusar sexualmente de su hijo. Eso explicaría el problema de Nathan para querer y confiar en las mujeres, el hecho de que centrase sus relaciones en el sexo, y su negativa a abrirse a nadie, en especial acerca de todo lo relativo a su pasado. Si aquello era verdad… El tierno corazón de Gemma se llenó de emoción, sintió comprensión y tristeza y, cuanto más vueltas le dio, más se convenció de que tal vez eso fuese la respuesta al complicado caso de Nathan Whitmore. ¿Pensaba Lenore como ella? ¿Era por eso por lo que le había dicho que, si dejaba a Nathan, lo destruiría? Tal vez debiese hablar con ella e intentar averiguar algo más acerca del enigmático hombre con el que se había casado. —Lo cierto, Nathan —dijo fingiendo indiferencia—, es que nunca me has hablado demasiado de ti. Independientemente de que nos divorciemos o no, eres Nº Páginas 97—208


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el padre de mi hijo y me parece que ha llegado el momento de que me hables un poco de tu niñez. Lo miró con inocencia, pero él frunció el ceño como preguntándose cómo había surgido aquel tema de conversación. —No me parece ni el momento ni el lugar para ponerse profundo, Gemma. —¿Por qué no? Tenemos un par de horas y los aviones me ponen nerviosa. Pensé que tal vez te gustaría ayudarme a relajarme contándome anécdotas de tu niñez. —Dudo que las anécdotas de mi niñez te ayudasen a tranquilizarte —respondió él irónicamente, reafirmando las sospechas de Gemma—. Te sugiero que te pongas cómoda y que intentes dormir un poco. Cuando lleguemos al aeropuerto todavía nos quedará un rato en coche hasta Belleview, y en hora punta. A no ser, por supuesto, que hayas cambiado de opinión y prefieras volver a casa conmigo —sugirió sonriendo. La sonrisa irónica de Gemma lo dijo todo. —Ya suponía que no ibas a querer —añadió él—. Me casé con una chica con carácter y clase. Nuestro hijo o hija dará gracias de las excelentes cualidades de su madre, dado que tendrá la desventaja de tenerme a mí como padre. —Siempre has sido un buen padre para Kirsty, Nathan, y lo sabes. —Tal vez, pero todos cambiamos. Ya no soy el mismo hombre que se casó con Lenore. Ni siquiera soy el mismo que se casó contigo. Nº Páginas 98—208


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Gemma no podía estar en desacuerdo con aquello. Deseaba que se abriese a ella y le contase lo que le había sucedido siendo un niño. Quería que aprendiese a confiar en ella, y a amarla. Todavía la deseaba, eso era evidente. Tal vez si volviesen a vivir juntos, si le dejase que volviese a hacerle el amor… «¡No!» Se dijo automática e instintivamente. Nathan siempre había utilizado el sexo para evitar cualquier otro tipo de intimidad. Gemma sólo podía intentar que él fuese más comunicativo manteniendo su relación platónica. En el avión ya habían hablado mucho. ¿Habría sido igual si ella se hubiese derretido con su primera caricia, si hubiese aceptado volver a vivir con él? No, él la habría seducido con la mirada y con sus palabras para evitar que pensase. Aquella era su manera de actuar con las mujeres por las que se sentía amenazado. No obstante, no era fácil rechazar lo que le ofrecía. Para ella, el deseo sin amor era repulsivo. Aunque en aquel vuelo se había dado cuenta de que seguía queriendo a Nathan tanto como siempre. Sería extremadamente doloroso para ella ser testigo de las infidelidades de Nathan. Porque si había algo que Gemma sabía de su marido, era que no podía ser célibe, a no ser que estuviese escribiendo. Y en esos momentos no estaba escribiendo. Ella haría el sacrificio si aquello podía provocar el milagro. Sospechaba que, a veces, los milagros necesitaban que los hombres les echasen una mano. Nº Páginas 99—208


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—¿Por qué pones esa cara? —¿Qué cara? —No te hagas la tonta conmigo, Gemma. Ya sabes a lo que me refiero. Es el tipo de expresión que se ve mucho en las salas de espera de los dentistas. —Ah, esa expresión. Sólo estaba pensando en que voy a tener que pasar la noche sola en Belleview. —Si quieres compañía, yo me quedaré contigo —se ofreció Nathan. —Ya lo sé, pero no, gracias. Seguro que tienes que volver al teatro. La función debe continuar, ya sabes. —En realidad, he buscado a alguien para que se ocupe de todo esta noche, así que estoy libre. No puedo dejarte sola en esa casa tan grande. Ya lleva dos noches vacías, y ya sabes que las casas vacías son el objetivo preferido de los ladrones. No te molestes en discutir conmigo. Insisto. —Está bien —asintió ella—. Pero no intentes nada, Nathan. —No te preocupes, no intentaré nada. Sobre todo, en Belleview. ¿Te das cuenta de que nunca hemos hecho… nada allí? Gemma se ruborizó. Tal vez no hubiese hecho nada con Nathan en Belleview, pero había pensado mucho en ello antes de que se casasen. Nunca olvidaría la noche que llegó allí, sobre todo, cuando él la estuvo enseñando a jugar al billar. Si Lenore no hubiese llegado en ese momento, sólo Dios sabía lo que podía haber ocurrido. Nº Páginas 100—208


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Al igual que sólo Dios sabía lo que podía ocurrir esa noche. Nathan ya le había advertido que no confiase en él lo más mínimo. —Tampoco cambiaremos el status quo. —Aguafiestas. Gemma lo miró con incredulidad. —¿Qué te pasa, Nathan? Tú no solías ser tan… —¿Grosero? —Sí. —Se llama frustración, cariño. Nada más verte con esos pantalones cortos y esa camiseta mi decaída libido se ha puesto a trabajar a toda marcha. —Tu libido nunca ha estado decaída, Nathan. —No contigo, eso es cierto. —¿Podemos hablar de otro tema? —Si insistes. —Insisto. —Muy bien, pero yo tengo que tener la última palabra. Si cambias de opinión, querida esposa mía, házmelo saber. Estaré esperándote. Ahora, ponte cómoda, cierra los ojos y relájate. Todavía nos queda una hora para llegar a Sidney. Gemma gimió en silencio. ¿Cómo iba a relajarse si estaba completamente excitada? ¿Y sabiendo que esa noche estaría a solas con Nathan en aquella casa tan grande? ¿Cómo iba a conseguir que su relación siguiese siendo platónica? ¿Cómo? Nº Páginas 101—208


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C a p ít u lo 8 Eran casi las siete y media de la tarde cuando el Mercedes azul oscuro de Nathan entró en Belleview. Gemma observó la impresionante casa con cierta tristeza al pensar que pronto dejaría de pertenecer a la familia. —Qué pena que Byron vaya a venderla —comentó suspirando con nostalgia. Nathan la miró pensativo antes de torcer el gesto. —¿Te acuerdas de la primera vez que la viste? Pensaste que parecía estar sacada de un cuento de hadas. —Pues ya no lo pienso. Aunque tengo que admitir que es una de las casas más bonitas que he visto nunca. Fui muy feliz el tiempo que estuve viviendo aquí. —Todo lo contrario del tiempo que pasaste siendo mi mujer. Gemma tomó aire y lo dejó escapar muy despacio, mientras se volvía a mirar a Nathan. —Podría haber sido muy feliz siendo tu mujer si me hubieses tratado como a una mujer de verdad, en vez de cómo a una amante cara. —La mayoría de las mujeres darían lo que fuese por ser tratadas como yo te traté, Gemma. Ella suspiró con tristeza. —En ese caso, es evidente que no soy como la mayoría. Siempre he concebido el matrimonio como una Nº Páginas 102—208


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pareja en la que marido y mujer son los mejores amigos además de amantes, los mejores amigos que lo comparten todo y no tienen secretos el uno para el otro. —Tú también tenías algún secreto —le recordó Nathan con frialdad—. Seguiste viendo a Damian Campbell a escondidas. No quiero decir que te acostases con él —se corrigió rápidamente al ver que ella parecía indignada—, pero quedaste con él y no me lo dijiste. —No quedé con él. Habló conmigo durante unos minutos en el baile, y luego nos vimos por casualidad en la calle a la hora de la comida. Mira, no pienso defenderme. Es evidente que no estaba preparada para enfrentarme a un demonio de hombre como él, pero tampoco hice nada de lo que tenga que avergonzarme. Si no te lo conté, fue porque eras tan posesivo y tan celoso, que no me atreví a hacerlo. Esa era otra de las cosas que me resultaba muy difícil de soportar, tus celos. Sin confianza, el matrimonio está condenado a fracasar, Nathan. —Dime, Gemma, ¿hice algo bien durante todo el tiempo que estuvimos juntos? —Me hiciste… el amor muy bien. —Pero es evidente que no fue suficiente. —No. —Y supongo que en esta ocasión, tampoco lo será. —No. Nathan guardó silencio unos segundos y la miró fijamente a los ojos. En el último momento, Gemma se resistió a lamerse los labios que, de repente, se le habían Nº Páginas 103—208


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quedado secos, pero no pudo evitar entreabrirlos, y el pulso se le aceleró. —Ya veremos, Gemma —dijo él por fin—. Ya veremos… Nathan apartó finalmente los ojos de ella, se desabrochó el cinturón y salió del coche. Aquella iba a ser una noche larga y difícil, pero Gemma iba a mantenerse firme. ¡No haría el amor con él! Hiciese lo que hiciese, y dijese lo que dijese. Aunque se metiese desnudo en su cama, ella se limitaría a poner la otra mejilla. No pudo evitar reír al pensar en esto último, y aún no había parado cuando Nathan abrió la puerta. —He debido de perderme el chiste. ¿Te importaría contármelo, dado que te parece tan importante lo de compartirlo todo? —El sarcasmo no está hecho para ti, Nathan. —Ni el celibato tampoco. —Yo no te he condenado al celibato. Tienes mucho donde elegir. —Sí, mucho, pero da pereza ponerse a buscar. —En cualquier caso, tu vida sexual no es mi problema. ¿Te importaría sacar mi equipaje del maletero? Estoy cansada y hambrienta, y me gustaría entrar en casa. El se quedó sorprendido con su autoritarismo y su inflexibilidad. —¿Seguro que eres la chica dulce y complaciente con la que me casé? Nº Páginas 104—208


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—Parece mentira, ¿eh?, machote —contestó ella, sintiendo que hacía mucho tiempo que no tenía tanto control sobre su propia vida. Había rechazado las insinuaciones sexuales de Nathan con bastante estilo y sofisticación e incluso era capaz de darle órdenes sin titubear. Todavía estaba muy lejos de conseguir su milagro, pero tenía la sensación de que iba por buen camino. Se dio la vuelta y subió las escaleras. Se detuvo para esperar a Nathan frente a la puerta. —Creo que tu estancia en Lightning Ridge no te ha hecho ningún bien —se quejó él mientras sacaba la maleta del coche y subía las escaleras. Luego la dejó al lado de Gemma mientras abría la puerta—. Esa Ma es una mujer dura. Me amenazó con arrancarme la piel a tiras si te hacía algo. Gemma rió. —Bien hecho. Tal vez tenga que cumplirlo. Y tampoco creo que Celeste, Kirsty y Lenore estuviesen muy contentas. Y Jade y Ava tampoco te lo perdonarían. Tal vez debiese llamar a Melanie a Inglaterra y preguntarle cuál cree ella que sería el mejor castigo. Nathan la miró fingiendo estar aterrorizado. —No hagas eso. Esa mujer me daba mucho miedo. Admiro a Royce por habérsela llevado. Es evidente que los pilotos de Fórmula Uno no saben reconocer el peligro. —Melanie era una mujer muy cariñosa e incomprendida —insistió Gemma pasando al lado de Nathan para entrar. Dio la luz e, inmediatamente, la Nº Páginas 105—208


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enorme araña de cristal inundó la espaciosa entrada de luz. —He oído decir lo mismo de Lucrecia Borgia — comentó Nathan—. Esto… —dudó, mirándola esperanzado—. ¿En qué dormitorio quieres que deje tu maleta? —Muy gracioso, Nathan. En el que siempre he dormido aquí, que no es el mismo que el tuyo. —No he podido evitar intentarlo —murmuró él mientras subía las escaleras—. ¿Te importaría preparar un café? Y ver qué hay por ahí de comer. Como Gemma no contestó, Nathan se detuvo y se volvió a mirarla, sonrió avergonzado. —¿Por favor? —añadió. —Supongo que no me importaría, teniendo en cuenta que yo también necesito comer algo. —Gracias a Dios —murmuró él y siguió subiendo. Gemma se quedó un momento donde estaba, sonriendo primero y frunciendo el ceño más tarde. ¿Adónde había ido a parar toda su ira? ¿Y sus nervios por las posibles intenciones de Nathan? ¿Estaba volviendo a comportarse como una ingenua, pensando que él sólo quería volver a ganársela, o estaba siendo sincero? ¿Qué pasaba con Jody y con las otras mujeres que Nathan había estado viendo en su ausencia? ¿Iba a demostrarle con la abstinencia que sólo le importaba ella, su esposa? Gemma no tenía demasiada esperanza en eso último. El celibato no iba con Nathan. Hacía tiempo que Nº Páginas 106—208


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sospechaba que, para él, el sexo era un modo de desahogarse emocional y físicamente. Por eso no lo necesitaba cuando escribía, porque descargaba todas sus emociones en los personajes. Gemma fue hacia le cocina y encendió la luz al llegar. Se preguntó cómo hacer que Nathan volviese a escribir. Tal vez eso resolviese sus problemas. Estaba atravesando el comedor cuando oyó un ruido que le era familiar, pero que no reconoció al instante. Era un perro que gemía. Miró a su alrededor, pero no vio nada. Y volvió a oírlo. Gemma apartó las cortinas que daban a la terraza. Allí había un perro enorme, de una raza desconocida para ella, que apretaba la nariz contra el cristal. La miró con aquellos enormes ojos marrones y volvió a gemir. —Oh, pobrecito. Era un perro enorme y feo, y tan delgado que parecía recién salido de un campo de concentración. Parecía un gran danés, pero debía de ser un cruce. Naturalmente, no llevaba collar que lo identificase. ¿Quién iba a buscar a un perro tan descuidado? Era evidente que lo habían abandonado y había ido allí en busca de comida. —Espera aquí —le dijo al perro, y subió corriendo las escaleras. —¡Nathan! rápidamente!

¡Nathan!

ÂżDĂłnde

estás?

¡Ven

—¿Qué pasa? —preguntó él preocupado. Nº Páginas 107—208


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—Necesito las llaves. Hay un perro fuera, el pobre está muerto de hambre. Tengo que dejarlo entrar y darle algo de comer. Nathan la agarró con firmeza por los hombros, parecía exasperado. —¿Un perro? ¿Has subido gritando porque hay un perro? Pensé que había pasado algo horrible. —Y es que ha pasado algo horrible. Alguien sin escrúpulos ha abandonado al pobre animal. Tienes que verlo, Nathan. Está tan delgado, y tan sucio, y tan… —Y tan lleno de pulgas, seguro. Así que no vas a meterlo en casa y darle de comer. Si lo haces, no querrá marcharse. Y, entonces, se morirá de hambre, porque tú te vas a Avoca mañana. —Pero… pero… no puedo quedarme sin hacer nada. ¡No puedo! —Claro que puedes. Haz como si no estuviese. ¿Hacer como si no estuviese? ¿Darle la espalda a esos tristes ojos? ¿Qué clase de criatura inhumana pensaba Nathan que era? ¿Qué clase de criatura inhumana era él? —Tal vez otras personas fuesen capaces de hacer eso, pero yo no —dijo zafándose de sus manos, enfadada—. No te estoy pidiendo permiso, Nathan. Dame las llaves, por favor. Y con respecto a mi viaje a Avoca mañana, me llevaré al perro conmigo. —¿Por qué tengo que estar casado con una mujer que no es como todo el mundo? Está bien, dime dónde está y yo abriré la puerta. Me gustaría ver a esa pobre criatura con mis propios ojos. Nº Páginas 108—208


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Ambos bajaron las escaleras hacia la terraza. —¡Dios mío, si es un caballo! —exclamó Nathan al verlo—. ¡Y mira que dientes! —Por favor —se quejó Gemma quitándole las llaves de la mano y avanzando para abrir las puertas—. Si tanto miedo te da, quédate donde estás. No necesito ayuda. He manejado a perros mucho más fieros que éste. Gemma abrió la puerta, pero lo hizo tan bruscamente, que el perro corrió a esconderse entre las sombras de la terraza. —¿Ves? —comentó Nathan—. No quiere entrar. —¿Qué te pasa? ¿No tuviste perro de pequeño? Gemma se arrepintió inmediatamente de ese último comentario. Era evidente que no había tenido perro. —No, no tuve —contestó él, que no pareció demasiado molesto con la pregunta—. Tuve peces una vez, pero los amigos de mi madre solían apagar los cigarrillos en la pecera. Gemma archivó esa información en su carpeta de Nathan para el futuro. Le había contado más cosas ese día que en los seis meses que habían estado casados. —¿Y Kirsty? ¿Nunca pidió un perrito para Navidad? —No. Se conformó con una piedra—mascota. —¿Una piedra—mascota? Nunca había oído hablar de semejante tontería. Nathan sonrió divertido. —Fueron muy populares en Sidney durante una época. Sobre todo, entre los padres. No tenían los Nº Páginas 109—208


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dientes afilados ni había que darles de comer —frunció el ceño—. ¿Qué estás haciendo ahí, en la puerta? ¿No vas a ir a buscar al maldito animal? —Primero estoy dejando que se acostumbre a mí y, en cualquier caso, no voy a hacerlo entrar a la fuerza. En ese momento el perro se acercó un poco, mirando a Gemma y a Nathan con sus conmovedores ojos marrones. Gemma decidió sentarse en la puerta, sabía que el animal tardaría en confiar en ella. —Ve a buscar algo de comida —le dijo a Nathan—. Ava siempre tiene filetes en el congelador, descongela uno en el microondas, no tardarás nada. —Sí, me apetece un filete —asintió Nathan. —No es para ti, idiota. —Ya me parecía a mí. Tal vez encuentre algo también para nosotros, además de para Fauces. Fauces gruñó al oír lo que a Gemma le pareció un buen nombre para el animal, teniendo en cuenta… Sinceramente, nunca había visto unos dientes así. Aquellos dientes habrían puesto en evidencia a Blue. Sonrió al pensar en Blue. Apoyó los codos en las rodillas y la cabeza en las manos, y suspiró. Si había aprendido algo con Blue, era que no había que hacer movimientos bruscos. —Supongo que alguien te ha asustado —dijo charlando con el perro—. Aunque seguro que tú asustarías a cualquiera, aunque creo que eres un cordero con piel de lobo, ¿verdad? Nº Páginas 110—208


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El perro se acercó a ella muy despacio, con la lengua fuera. Gemma levantó la cabeza muy despacio y dejó caer las manos para que él las oliera. Tardó un rato, pero enseguida empezó a frotar el hocico contra sus dedos. —¿Estás segura de que no muerde? El perro se apartó inmediatamente al oír a Nathan y gruñó. —¿Por qué lo has preguntarle Gemma.

asustado?

—se

volviĂł

a

—¿Acaso es culpa mía que a pesar de semejante tamaño el perro sea como un gatito asustadizo? —Mira quién habla. Nathan sonrió, y a ella le dio un vuelco el corazón. Estaba tan atractivo cuando sonreía así. Gemma apartó la mirada y se puso en pie. —No merece la pena que me quede aquí contigo merodeando. ¿Has encontrado algún filete en el congelador? —Sólo restos y lomo. —Eso valdrá, Fauces no notará la diferencia. —¿Se lo vas a dar al perro? ¿Fauces? —Así se llama, se lo has puesto tú. —Sí. ¿No te parece apropiado? Me suena demasiado permanente. Quieres llevártelo a Avoca, ¿verdad? —Por supuesto. Hará de perro guardián. —Supongo que sí —murmuró Nathan—. No lo había pensado. Está bien. Puedes quedártelo. —¿Vaya! Gracias. Nº Páginas 111—208


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—¿Cómo sabes que no es de nadie? —preguntó Nathan ignorando el sarcasmo. —¿Acaso tiene pinta de ser de alguien? —Tendrás que llevarlo al veterinario. —Ningún problema. —Y necesitará un collar y una correa. —Podemos comprarlo mañana, cuando abran las tiendas. —Eres tan testaruda como dice Ma. —Y tú eres tan frío y tan cretino como ella pensaba si no me ayudas con esto. Nathan sonrió, derrotado. —¿Crees que a Fauces le gustará más la carne en dados o en tiras? Gemma le puso los brazos alrededor del cuello y le dio un beso antes de darse cuenta de lo que hacía. Inmediatamente, él la abrazó por la cintura y la apretó contra su cuerpo, besándola en los labios con intensidad. Gemma retiró la cabeza al notar que la presión iba aumentando. También quitó los brazos de alrededor de su cuello y apoyó las manos contra su pecho. Pero Nathan siempre había sido mucho más fuerte de lo que parecía, y con sólo una mano en la espalda de Gemma, podía retenerla junto a él. Antes de que Gemma se hubiese dado cuenta, él le había hecho abrir los labios y le estaba metiendo la lengua en la boca. En ese momento, la lucha de ella fue más interior que física. Intentó encontrar todas esas buenas razones por Nº Páginas 112—208


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las que no debía permitir a Nathan que le hiciese el amor. Con las sensaciones de placer que la bombardeaban en esos momentos, dichas razones le parecían no sólo irrelevantes, sino también masoquistas. ¿Por qué no se dejaba derretir junto al hombre al que amaba y permitía que la llevase a aquel mundo erótico que él siempre había sabido proporcionarle? Sólo tenía que cerrar los ojos y dejar que fuese su cuerpo el que reinase. Nathan no necesitaba que le diese permiso, ni ninguna instrucción. El lenguaje corporal de ella le decía todo lo que quería saber, que era que ella lo deseaba tanto como él. Gemma ya se estaba imaginando desnuda debajo de él, con sus labios recorriéndole los lugares más sensibles de su cuerpo, haciendo que se le cortase la respiración. Su gemido de entrega tuvo como respuesta otro profundo gemido de Nathan. Gemma estaba volviendo a poner las manos alrededor de su cuello cuando la caballería llegó a su rescate en la forma de un perro, que se lanzó a través de la puerta abierta y apretó sus formidables dientes contra la pierna del hombre que estaba atacando a su nueva amiga.

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C a p ít u lo 9 El brazo de Gemma se cayó del borde del sofá en el que había pasado la noche, sus dedos rozaron algo caliente y peludo. Ese algo caliente y peludo tenía también una lengua que era como papel de lija. —¡Puaj! —exclamó, pero no retiró la mano. En su lugar, abrió los ojos y miró directamente a los del animal—. Bueno, Fauces, supongo que debería estarte agradecida. Entonces, ¿por qué no lo estoy? ¿Cómo es que me dan ganas de estrangularte? Gemma le dijo aquello con voz tranquila, sonriendo, y Fauces meneó el rabo tan contento. Gemma siempre había sabido que era al tono de voz, no al contenido de las palabras, a lo que respondían los perros. —Menos mal que no le has hecho nada grave a Nathan, si no, no estarías aquí en estos momentos. Habría llamado a la perrera inmediatamente. Fauces sólo había mordido los pantalones de Nathan antes de que éste se apartase de Gemma y le gritase al animal, que, asustado, había vuelto a la terraza. Nathan había fruncido el ceño, había cerrado las puertas dando un golpe y se había vuelto hacia Gemma. Pero el momento ya estaba roto, lo que le produjo frustración e ira. —Aunque no te tiene mucha simpatía —le dijo Gemma al perro—. Creo que a Nathan no volverás a gustarle.

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El perro se puso tenso de repente y gruñó. Gemma se apoyó en el codo para incorporarse y miró detrás del sofá. El pomo de la puerta que daba al pasillo estaba girando, y Nathan no tardó en asomar la cabeza. Fauces se puso de pie inmediatamente, temblando de indignación y miedo. —¿Te importaría hacer salir a esa bestia? —pidió Nathan—. Me gustaría desayunar. Gemma sonrió. —Espera un momento. Tengo que ponerme la bata antes —no pensaba pasearse por ahí en camisón, a pesar de que era muy casto. No había tenido ese tipo de camisón desde que se había casado con Nathan, que le había regalado lencería sexy desde el primer día de su matrimonio. No obstante, ella se había comprado un camisón sencillo de algodón para ir a vivir con Ma, y ése era el que llevaba puesto. Una vez con la bata puesta, hizo salir fuera al perro y cerró la puerta tras de él. —Ya puedes entrar. Nathan entró en la habitación con unos pantalones vaqueros azules y una camiseta blanca, todavía llevaba el pelo rubio mojado de la ducha. Parecía mucho más frío y sereno que cuando había salido de aquella habitación la noche anterior. —¿Has dormido bien? —le preguntó Gemma, decidiendo que era preferible mantener una conversación banal antes que verse envuelta en un tenso silencio. Nº Páginas 115—208


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—No hagas preguntas tontas —soltó él mientras ponía a hervir el agua—. ¡Por supuesto que no he dormido bien! —Oh… —Iba a ofrecerme a ir hasta Avoca delante de ti, dado que no conoces bien el camino, pero después del desastre de anoche, he decidido que prefiero no hacerlo. —Oh… Gemma hizo lo posible por ocultar su decepción, pero no lo consiguió. Molesta consigo misma, bajó la mirada y tuvo que aceptar que su determinación de mantener aquella relación platónica se estaba tambaleando después de lo que había pasado la noche anterior. Cuando volvió a mirar a Nathan, éste estaba estudiando su rostro. —Si quieres que vaya contigo, dímelo. Si quieres que me quede allí… también podría hacerlo. La obra está funcionando estupendamente y tengo un subdirector que puede ocuparse de todo durante un tiempo. —¿Por qué piensas que quiero que te quedes en Avoca conmigo? —dijo ella intentando sonar sorprendida—. No malinterpretes lo que ocurrió anoche, Nathan. Me besaste y yo te devolví el beso momentáneamente. Pero yo misma habría parado aquello en cualquier momento si Fauces no lo hubiese hecho. —¿De verdad esperas que me crea eso?

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—Cree lo que te dé la gana. No tengo intención de cambiar de opinión. Por ahora, nuestro matrimonio es sólo de apariencia. ¡No habrá sexo entre nosotros! —Ya veo. En ese caso, no tengo otra alternativa más que hacer lo necesario para no enloquecer. Gemma palideció, pero levantó la barbilla con orgullo. —Ya te he dicho que no espero que vivas como un monje. No obstante, espero… que seas… discreto. —¿Discreto? ¿Es eso lo único que te importa? ¿Que sea discreto? Gemma se sintió como acorralada en un rincón emocional desde el que no tardaría en decir la verdad. Por supuesto que no era eso lo único que le importaba. Le importaba él. Lo quería. Pero su objetivo era conseguir su amor, no su deseo. Y aquella era la única manera de hacerlo. Si tenía que arriesgarse a que Nathan se fuese con otra en busca de sexo, lo haría. Aunque eso no significase que le gustase. —Por Dios, ¿qué es lo que quieres de mí? —preguntó Gemma—. Me haces daño, Nathan. Y mucho. Necesito que me demuestres que te importo. No soy sólo un cuerpo. Tengo sentimientos aquí dentro —se golpeó el pecho—. Este bebé necesita un padre que respete a su madre, que piense en ella como en algo más que una compañera de cama. —No pienso en ti sólo como en una compañera de cama. —¿No? Pues perdona que te diga que los hechos no concuerdan con tus palabras. Siempre me has dado la Nº Páginas 117—208


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impresión de que lo único que querías de mí era sexo, incluso ahora, después de todo lo que hemos pasado y a pesar de estar embarazada. Entiendo que quieras huir de todo con el sexo. Del pasado, del presente y del futuro. Porque, cuando el sexo es bueno, puede crear un mundo en el que la realidad ocupe un segundo lugar. Y cuando es estupendo, puede comenzar a convertirse en un fin, en una obsesión. Créeme si te digo que yo también podría obsesionarme tanto como tú. Pero no me lo puedo permitir, Nathan. Voy a tener un hijo. Voy a ser madre. Ahora tengo otras prioridades, como la estabilidad y la seguridad. Demuéstrame que puedo confiar en ti como marido y padre, hasta que la muerte nos separe, y yo te daré todo el sexo que quieras. El estuvo un rato sin decir nada, simplemente mirándola fijamente con una de esas expresiones indescifrables que tanta frustración le hacían sentir a Gemma. —Qué discurso —comentó por fin en tono bajo y controlado—. Sólo dime una cosa antes de que me marche de esta casa. ¿Todavía me quieres? Gemma gimió en silencio. ¿Qué podía responder a eso? No quería mentir, pero tampoco quería admitir algo así. —Una vez me dijiste que no creías que te hubiese querido nunca. ¿Cómo me preguntas ahora si todavía te quiero? —No juegues a las adivinanzas conmigo. Quiero la verdad, y la quiero ahora.

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Gemma pensó en algo que Ma le había dicho y decidió que era mejor que mentir. —¿Cómo se quiere a alguien a quien ni siquiera se conoce? —¿Qué demonios significa eso? —Pues eso, Nathan. Que no te conozco. No conozco tus deseos ni tus sueños. No sé qué te ha hecho daño en el pasado, ni por qué haces ciertas cosas a veces, ni por qué reaccionas de determinadas maneras. Sólo te conozco superficialmente, la carne que cubre tus huesos. Sí, es una carne muy bien puesta y sabes cómo utilizarla en la cama. Tal vez siga enamorada de esa carne, pero no sé si te quiero, Nathan, no estoy segura. Gemma se dio cuenta de que tal vez aquello fuese la verdad. Tal vez no lo amase en realidad. Se sentía confundida. —Tal vez no debí hacerte esa pregunta —murmuró Nathan, luego la miró de un modo penetrante—. ¿Estás segura de que quieres ese bebé, Gemma? No quiero que un niño inocente sufra por algo que yo hice. Nunca te he dicho lo mucho que siento lo que ocurrió, no tengo ninguna excusa. Lo que hice fue imperdonable, pero tú… —Nathan, ya vale. Ya te he perdonado por eso. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Si en algún momento te he dado la impresión de no querer el bebé, lo siento. Lo que no quería era que nos divorciásemos, educar al niño sola. Sé cómo es eso, al igual que tú, y no es lo ideal. Pero nunca lo haría sufrir por el modo en que Nº Páginas 119—208


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ha sido concebido. Si hubiese pensado por un momento que podría hacer algo así, habría considerado abortar. —Gracias. Estaba un poco preocupado por eso. —¿Y por qué no lo habías dicho antes? —¿El qué? —¿Por qué no me habías dicho que estabas preocupado? Eso es lo que hacen los maridos y las mujeres, ¿sabes? Se cuentan sus preocupaciones. A él pareció desconcertarle la idea. Gemma decidió que ya habían hablado demasiado por esa mañana. Nathan parecía correr peligro de saturarse. —¿Estás preparando el café? —preguntó Gemma sonriente. Él pareció todavía más desconcertado, pero después de sacudir la cabeza se puso a prepararlo. —Después del desayuno —continuó ella alegremente—, quiero que me hagas un mapa. Y después tendrás que ir a comprar provisiones para el perro. Y luego… Gemma lo mantuvo ocupado hasta que se despidió de Fauces y de ella. Lo cierto era que le ponía nerviosa ir ella sola por la autopista del norte hasta Avoca, que estaba a ochenta kilómetros de Sidney, pero no quería que Nathan se diese cuenta. Era importante que viese que podía arreglárselas sola, que no era una mujer débil e insípida que se achantaba ante el primer problema que le surgiese. Nº Páginas 120—208


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No obstante, cuando llegó el momento, Nathan se resistió a dejarla marchar. Le dijo que le preocupaba que viviese sola y le prometió que iría a verla con Kirsty al sábado siguiente. Dado que ya era miércoles, no faltaba mucho, pero a Gemma le pareció una eternidad al dejar atrás Belleview y a Nathan. El viaje fue muy cansador. Fauces se negó a tumbarse en la parte de atrás y se pasó todo el camino levantado y con la cabeza apoyada en su asiento, echándole saliva en la espalda. Era evidente que era la primera vez que montaba en coche, porque estaba muy nervioso. Y a pesar de que Gemma intentó tener paciencia con él, la distrajo y la cansó. Además, se perdieron en un par de ocasiones. Gemma se sintió aliviada al ver que llegaban a Avoca y que en un par de minutos llegarían a la casa de la playa. Gemma miró el océano que se extendía a su izquierda. Era miércoles, la última semana de noviembre y no había demasiada gente. No había estado nunca allí en Navidad, ya que había ido a Sidney desde Lightning Ridge en febrero, pero había pasado la Semana Santa allí y la ciudad había bullido de actividad. Algo que no le apetecía nada, ya que su estancia en Ridge le había hecho apreciar la paz y la tranquilidad. No obstante, no tendría que salir de casa si no quería. Era espaciosa, tenía su propia piscina y un enorme balcón con unas magníficas vistas del océano Pacífico.

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Vio el viejo teatro, orgullo de la ciudad, y Gemma supo que estaba muy cerca de casa. Estaba deseando sentarse con los pies en alto y beber algo frío. —Y me encantaría que te quitases de mi espalda, perro —le dijo a Fauces, que respondió lamiéndole de nuevo la cara—. Lo siento, ven aquí y lámeme todo lo que quieras. Buen perro. Buen perro. No, no eres un buen perro, eres un perro flaco, apestoso y lleno de pulgas, pero no tengo escapatoria. Fauces ladró y casi le rompió los tímpanos. —Dios mío —murmuró ella mientras iba hacia el garaje—. Te sugiero que reserves tus ladridos sólo para emergencias. Si los vecinos te oyen demasiado a menudo, me denunciarán por contaminación acústica. Sacar al perro del coche fue casi tan difícil como había sido meterlo, pero una vez en tierra firme, Gemma pudo llevarlo al jardín trasero, que estaba muy bien vallado, y lo dejó allí con suficiente comida y agua antes de ir a abrir la puerta de la casa. Era evidente que hacía mucho tiempo que no iba nadie y olía a humedad. Al parecer, cuando Nathan quería utilizarla llamaba a una señora de la limpieza para que fuese, la limpiase, la airease y le llenase los armarios de la cocina y la nevera con lo básico. Pero Gemma no le había permitido hacerlo en esa ocasión. No tendría nada que hacer si alguien le hacía la limpieza y la compra. También le había dicho a Nathan que ella se ocuparía de llamar a alguien para que limpiase la piscina, que no había sido utilizada ese verano y estaba verde de algas.

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Gemma todavía no había entrado en la casa y se estaba diciendo que ya descargaría el coche después de ir al cuarto de baño y de beber algo fresco, cuando el teléfono empezó a sonar. Supo inmediatamente que se trataba de Nathan. —Sí, Nathan, he llegado bien —dijo nada más descolgar. —¿Cómo sabías que era yo? —¿Percepción extrasensorial? —bromeó—. Vamos, Nathan, ¿quién iba a ser si no? ¿Quién más sabe que he vuelto de Lightning Ridge y que estoy en Avoca? —Podría habérselo dicho a Ava y a Jade. —¿Lo has hecho? —No, porque entonces tendría que haberles explicado por qué estás allí y no aquí conmigo. —Pensé que ibas a decirles que no me encontraba bien… —¿Imaginas cómo se lo tomarían? Me acusarían de todo tipo de negligencias y volverían a hacerme el vacío. No, Gemma, si no te importa, mantendré tu presencia en secreto durante un tiempo. —No podrás mantenerla en secreto con Kirsty si vas a traerla el sábado. —Esperaba que cambiases de opinión al respecto y que aceptases que fuese yo solo. Te prometo por mi honor que me portaré bien. Gemma pensó que de buenas intenciones estaba empedrado el camino del infierno. Y tal vez Nathan no Nº Páginas 123—208


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sería el único en cometer un error. Ella sabía que también tenía sus debilidades. —¿Gemma? Ella suspiró resignada. ¿Cómo iba a rechazarlo completamente con lo dulce que había sido, cuando era obvio que se preocupaba por ella? Pero eso no quería decir que tuviese que hacer una estupidez como la de dormir a solas con él en la misma casa en la que la había seducido por primera vez. —Está bien, Nathan, pero no quiero que pases la noche aquí. ¿Por qué no vienes sólo el domingo? Haré un asado para comer. Gemma supo por su silencio que él se sentía decepcionado con la respuesta, pero no iba a cambiar de opinión. —Gracias por la generosa oferta —contestó Nathan—, pero si sólo voy a poder disfrutar de tu compañía un día, no quiero que cocines. Yo reservaré en algún sitio agradable para comer. Mucho mejor. Un lugar público sería mucho más seguro que la cocina. —¿Qué tal Fauces? —preguntó de pronto—. No parecía demasiado contento cuando os marchasteis. —Ha estado muy pesado todo el camino —admitió ella—, pero ya está bien. —Debiste dejar que lo llevase al centro de acogida de animales. —Nathan, sabes que nadie se habría llevado a un perro así. Nº Páginas 124—208


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—Supongo que tienes razón. Bueno, tengo que marcharme al teatro y ver qué ha pasado en mi ausencia. Seguro que han hecho alguna pifia. —Pensé que habías dicho que tu subdirector podía ocuparse de todo. —Te mentí. Gemma rió. —Te llamaré mañana —insistió él—, a ver qué tal estás. —No te preocupes si no estoy en casa. Tengo que ir al veterinario y a hacer la compra. —Y tienes que ir a un médico de verdad, que no se te olvide, pide cita con un ginecólogo. —Lo haré, no te preocupes. —No me preocupo. —Claro que sí. Ahora dime adiós y cuelga el teléfono. Tengo cosas que hacer. —Desde luego, sabes cómo hacer que un hombre se sienta querido —murmuró Nathan. A Gemma le alegró que no pudiese verle la cara. Porque lo deseaba con locura. El domingo iba a ser un día muy duro. —Cuelga, Nathan —le ordenó en tono monótono. —Está bien, está bien.

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C a p ít u lo 1 0 A Gemma le sorprendió cómo se sintió durante los siguientes días ella sola, bueno, con Fauces. Siempre había pensado que le gustaba la soledad, nunca había tenido amigas íntimas en el colegio, y había pasado muchas, muchas horas de su vida sola. Así que no había creído que vivir sola fuese a resultarle como una prueba, ni que fuese a necesitar ir acostumbrándose poco a poco. Pero pronto se dio cuenta de que nunca había pasado veinticuatro horas completamente sola, sobre todo, de noche. El viernes por la noche incluso dejó entrar a Fauces en casa, y le permitió que durmiese a los pies de la cama. No obstante, echaba de menos el contacto con seres humanos. Habló con el veterinario durante más tiempo del necesario, y lo mismo hizo con el médico, las vendedoras de las tiendas e incluso con el cajero del banco. Las llamadas de teléfono de Nathan eran una verdadera bendición, y Gemma intentaba hacerlo hablar y hablar, pero él no era demasiado hablador. Una vez que sabía que ella estaba bien, colgaba. En ese aspecto, no había cambiado nada. Así que el sábado estaba deseando que llegase el domingo y ver a Nathan. Gemma tuvo que aceptar que estaba aburrida y que tendría que encontrar algo que hacer para llenar tantas horas de soledad. Porque, si no lo hacía, volvería a Sidney, a vivir con Nathan.

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El sábado por la mañana, a las nueve, fue en dirección a Erina Fair, el centro comercial más grande de la costa Central, que estaba sólo a diez minutos de Avoca. Gemma pasó un par de horas buscando y comprando algo atractivo y veraniego para ponerse al día siguiente, después se compró una nueva máquina de coser, algunos patrones de ropa de bebé y tela. Además, se llevó un montón de novelas. Luego, de camino a casa se detuvo en un videoclub y alquiló un par de comedias para aquella noche. La risa era un buen remedio para la soledad y el aburrimiento, o eso había leído en alguna parte. Al llegar a casa, Fauces ladró excitado y Gemma esperó que no hubiese estado haciendo lo mismo en su ausencia. Para compensarlo, le abrió una enorme lata de comida para perros y luego lo dejó entrar en casa, y él se instaló en la alfombra que había frente al televisor, en el salón principal. Gemma se pasó un par de horas instalando la máquina de coser en la mesa del comedor y aprendiendo a utilizarla. Había tenido la asignatura de textiles y diseño en el colegio, y se le daba bien coser, pero no había vuelto a hacerlo desde que se había casado con Nathan. El había elegido la mayoría de su ropa, la había vestido con ropa de diseño. En una ocasión, incluso había hecho que le hiciesen un vestido a la medida para ir a un baile. Gemma sintió un poco de vergüenza al pensar en aquel vestido. Porque pensar en el vestido la hacía pensar en el baile, que había sido donde había visto por primera vez a Damian. Todavía no había aclarado sus ideas acerca de él. ¿Había nacido siendo malo o se había Nº Páginas 127—208


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convertido en malo con el tiempo? ¿Habría sido corrompido en algún momento crucial de su joven vida? Gemma empezó a preguntarse cuál habría sido su relación con su hermanastra, Irene. Ella había tenido una personalidad muy retorcida, una gran capacidad de odio y de venganza. ¿Habría sido ella quién le habría contagiado a Damian su modo egoísta y malvado de ver la vida? Dejó de pensar en Damian para pensar en Irene. ¿Qué habría ocurrido realmente entre la mujer de Byron y Nathan? No creía que Nathan se hubiese acostado con ella, pero debía de haber hecho algo para que Irene mintiese así sobre él. Tal vez había jugado con él como venganza porque Byron se hubiese acostado con Celeste, y tal vez Nathan la hubiese rechazado. Eso parecía encajar con lo que sabía de ambos. Tal vez se lo preguntara a Nathan al día siguiente… Si se atrevía. Se levantó de la mesa con el ceño fruncido. Pensar en personas como Irene y Damian siempre la agitaba, tal vez porque le preocupaba que Nathan pudiese ser como ellos. Ella era una persona sencilla, a la que le gustaba decir abiertamente lo que pensaba y sentía. No le era fácil tratar con personalidades oscuras y complejas, como la de Nathan. Odiaba no saber exactamente a qué se enfrentaba. Sí, le preguntaría acerca de Irene al día siguiente. Y tal vez le preguntase más cosas. Como por su madre… O tal vez no…

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A las seis de la tarde, estaba sentada enfrente de la televisión viendo las noticias y devorando una hamburguesa casera con patatas fritas. Justificó la ingesta de colesterol diciéndose que estaba comiendo por dos. En realidad, el calor de Ridge le había hecho perder unos kilos y estaba bastante delgada, a excepción de los pechos, que le habían crecido con el embarazo. El médico le había dicho que eso era normal y que tenía suerte de tener los pezones grandes, ya que así le sería más fácil amamantar al bebé. Y ella había pensado que seguro que tenía leche suficiente para amamantar a cuatrillizos. No obstante, a Nathan parecía gustarle su pecho. Y mucho. Pensó en el conjunto que se había comprado para ir a comer con él al día siguiente y se sintió culpable. ¿Por qué provocarlo si no estaba preparada para acostarse con él? Aquel vestido de lunares verde y blanco era, sin duda, una provocación. Dejaba su espalda al descubierto y llevaba unas cazuelas que moldeaban y levantaban sus pechos. Por supuesto, iba con un pequeño bolero blanco que ocultaba gran parte de sus curvas y que tenía pensado ponerse, pero aun así dejaba ver parte del escote. Gemma decidió no ponerse aquel vestido y, de repente, vio a Nathan en la televisión. Sorprendida, dejó de comer y se quedó boquiabierta cuando la cámara enfocó a la rubia que iba agarrada de él y que le sonreía con dulzura.

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—Estoy tan emocionada —comentaba la rubia—. Cuando Lenore dijo que iba a dejar la obra en Navidad, no pensé que me darían a mí el papel principal. Pero mi querido Nathan tenía fe en mí, y sólo puedo decir que haré todo lo que esté en mis manos para no decepcionarlo —y le lanzó una mirada que lo decía todo. Con la que se ofrecía a él completamente. Sin poder evitarlo, Gemma dejó las patatas y se puso en pie. —¡Eres un cerdo mentiroso! —gritó—. Te estás acostando con esa zorra y ahora todo el mundo lo sabe. Fauces se levantó también y lloriqueó confundido antes de comerse las patatas que Gemma se había dejado y volver a tumbarse frente a la televisión. —Traidor —le dijo Gemma, luego se echó en el sofá y se puso a llorar. Una pequeña voz en su interior le decía que no sacase conclusiones precipitadas, pero con poco éxito. Lloró ruidosamente, culpándose a sí misma.

enfadada,

pero

acabĂł

¿Qué había esperado que hiciese, si lo había rechazado y le había dado permiso para serle infiel? Nathan no era de los hombres que se iban a la cama sin encontrar antes consuelo en un cuerpo de mujer. Había sido una tonta al pensar que no le entrarían ganas de matarlo. Porque era lo que tenía, ganas de matarlo. Quería meterse en el coche, ir a Sidney y arrancarle los ojos. Y, con respecto a la rubia… A Gemma se le ocurrió pegarle Nº Páginas 130—208


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los labios, para que no pudiese actuar, ni tampoco jugar con los maridos de otras. La horrible vocecilla interior le dijo que esa mujer sólo le estaba dando a Nathan lo que ella nunca le daría. Y Gemma tuvo que admitirlo. ¿Cuántas veces le había sugerido Nathan que fuese más agresiva en la cama? ¡Había sido una tonta! Y seguía siéndolo por haber alejado a Nathan del único lugar en el que eran compatibles. Y todavía podrían ser más compatibles si ella superase sus remilgos acerca de determinadas actividades. Gemma se dio cuenta de que lo que le pasaba en realidad era que le faltaba confianza en sí misma. Cuando Nathan le hacía el amor, la hacía llegar a otro mundo, pero un mundo en el que ella sólo recibía, no daba nada. Si empezase a hacerle el amor a él, tendría la responsabilidad de su placer. Pero, ¿y si no se le daba bien? ¿Y si no tenía el valor de acabar lo que hubiese empezado? Iba y venía por la habitación, con Fauces detrás, hasta que ella se detuvo y miró al perro divertida al pensar en la pareja que formaban. —¡Esta es una manera muy tonta de sacarte de paseo! —dijo, y luego rió—. Venga, voy a buscar tu correa e iremos a dar un paseo de verdad, luego tendré que tomar una decisión.

El domingo amaneció con la promesa de ser un día caluroso de verano. Ya era diciembre. Hacía tiempo de Nº Páginas 131—208


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playa. Aunque a ella no le gustaba demasiado la playa. Había crecido en el interior del país y el mar la intimidaba. No obstante, le gustaba caminar por la arena, e incluso por las rocas cuando la marea estaba baja y no había olas que la asustasen. Nathan había dicho que no llegaría más tarde de las once y media, pero ya era casi mediodía cuando su Mercedes apareció en el camino. Gemma, que llevaba maquillada y vestida desde las once, estaba hecha un manojo de nervios a esa hora. —Llegas tarde —le dijo desde el balcón cuando hubo salido del coche. El miró hacia arriba, parecía divertido. —Hola a ti también. Me alegra que me digas que te alegras de que haya llegado bien, y que me preguntes si he tenido un buen viaje. A pesar de haber decidido mantenerse fría y sofisticada acerca de la situación con Jody, lo cierto era que Gemma estaba celosa y deseaba decir algo hiriente. Pero se controló. —Estaba preocupada —se quejó. —Había un accidente en la autopista —le explicó él dando la vuelta al coche y subiendo las escaleras—. Además, no llego tan tarde. —Debiste haber salido antes. ¿O acaso te acostaste tarde anoche? —Lo normal para un sábado por la noche. Siempre hay que salir más veces al escenario a saludar. Nº Páginas 132—208


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Acabó de subir las escaleras, y Gemma se permitió mirarlo. Para un hombre de treinta y cinco años estaba demasiado bien. Tenía el pelo fuerte, cuidaba su línea y las únicas arrugas que había en su rostro sólo parecían realzar su belleza. Tal y como iba vestido, con unos pantalones grises oscuros y una camisa de manga corta de color crema, no aparentaba tener más de treinta años y era un hombre por el que se habría sentido atraída cualquier mujer. Gemma volvió a recorrer su cuerpo con la mirada antes de subir hasta los ojos, que la miraban sorprendidos. —¿Llevo la bragueta abierta o algo así? —preguntó Nathan. —No, sólo estaba pensando en lo bien que te conservas para tener treinta y cinco años. —Me haces sentir como un bote de pepinillos en vinagre. De todos modos, ya no tengo treinta y cinco, mi cumpleaños fue hace un par de semanas. Gemma lo miró con arrepentimiento. —No te pongas sentimental —le advirtió él—. No pasa nada porque no te acordases. Sólo a los niños les duele que se olviden sus cumpleaños. A los adultos no les importa. Aunque Gemma estaba segura de que a él le había dolido que no se acordase. Y también de que a su madre drogadicta debían de habérsele olvidado los cumpleaños de Nathan muy a menudo. Nº Páginas 133—208


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—He reservado en el restaurante para las doce y media —añadió él—, así que tal vez debamos irnos directamente. Son más de las doce, y aunque no se tarda nada en llegar, seguro que nos cuesta encontrar aparcamiento. —¿Adónde vamos a ir? —Al Holiday Inn de Terrigal. —Vaya, todavía no he estado en Terrigal. He oído que es muy bonito. —Es el lugar más bonito que he visto nunca. Habría comprado una casa allí si hubiese mejores olas. Hablando de cosas bonitas… —la miró de arriba abajo, terminando en el escote. Arqueó una ceja antes de volver a mirarla a los ojos—. Iba a decir que llevas un vestido muy bonito, pero no creo que ése sea el adjetivo adecuado. ¿Dónde lo has comprado? No te lo había visto nunca antes. —Lo compré ayer. —¿Pensando en la comida conmigo? Gemma se estremeció, tenía miedo y estaba excitada al mismo tiempo, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Lo miró fijamente a los ojos. —Sí —se limitó a contestar, con eso ya le había dicho todo lo que él necesitaba saber. No obstante, la reacción de Nathan fue extraña, se puso pensativo. —¿En qué estás pensando? —preguntó Gemma. El sonrió con ironía. Nº Páginas 134—208


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—En que debí haber traído a Kirsty conmigo. Gemma pensó que no se había dado cuenta de que quería volver con él. Lo más probable era que pensase que sólo lo estaba provocando. O que lo estaba probando. Así que antes de que a Nathan le entrasen más dudas, ella se acercó, le puso los brazos alrededor del cuello y le dio un beso. El se mostró sorprendido y tenso al principio, y no intentó abrazarla, así que ella lo agarró con más fuerza, se apretó contra su cuerpo y le lamió los labios con la lengua, como él le había hecho tantas veces, hasta que consiguió que los separase. Hasta aquel momento, Gemma había sido fría y calculadora con sus actos, pero, entonces, una explosión de deseo la sorprendió. Gimió con pasión y recorrió la boca de Nathan con la lengua. Le dio un vuelco el corazón cuando Nathan le rodeó la cintura con sus manos, con fuerza. Le gustó sentir aquellos dedos clavándose en su piel. Hasta que, de repente, Nathan la apartó. —No, Gemma —le sorprendentemente sereno.

dijo

en

un

tono

Ella se dio cuenta de que tenía la boca y el cuerpo calientes, que sentía un hormigueo, se dio cuenta como nunca de que era una mujer. ¿Cómo podía parecer Nathan tan tranquilo cuando ella estaba deseando arrancarle la ropa, devorarlo, hacer todas esas cosas que no había hecho nunca antes? —¿Por qué no? —gimió Gemma—. No lo entiendo… —bajó la mirada confusa y triste, frustrada. Nº Páginas 135—208


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—Porque en realidad no quieres que ocurra. —¿Cómo puedes decir eso? ¿Crees que estaba actuando? Ya sé por qué no quieres hacerme el amor — soltó de repente—. No me necesitas porque has estado haciéndolo con Jody hasta esta mañana. El pareció sorprendido, y eso la enfadó todavía más. —No te molestes en negarlo, os vi la otra noche en televisión y vi cómo te miraba ella, por no mencionar lo que dijo. No hay que ser demasiado listo para atar cabos. Yo me culpé por haberte hecho ir a los brazos de otra mujer, pero ya veo que es ahí donde prefieres estar. ¡Debe de ser muy buena en la cama! ¿O es que yo soy demasiado inexperta y aburrida? Bueno, tal vez pueda encontrar a alguien a quien no le parezca aburrida. Tal vez necesite que me suban el ego a mí también. Durante unos segundos, la expresión de Nathan fue sombría, pero luego la miró preocupado. —Siento que la entrevista te hiciese pensar algo que no es. Lo único que puedo hacer es repetirte que no hay nada personal entre Jody y yo. Tampoco tengo nada con ninguna otra mujer. Nunca ha habido otra mujer que no fueses tú, desde el día en que te conocí. —No me tomes el pelo, Nathan. —Estoy intentando tener paciencia contigo —replicó él fríamente—, y, en cierto modo, también con Jody, porque entiendo que no debí actuar con ella como lo hice en aquella fiesta, ni debí llevarla a casa después. Tengo que admitir que tenía la intención de acostarme con ella ese día, pero nada más entrar en nuestro piso Nº Páginas 136—208


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supe que no podría hacerlo. Le ofrecí una copa, le dije que lo sentía y le pedí un taxi. —¿Entonces por qué actúa ante las cámaras como si fuese tu amante? —Porque le gustaría serlo. Le gustaría ser la amante de cualquier hombre que pudiese lanzar su carrera profesional. Es una actriz muy ambiciosa. Y también muy buena. Así que, cuando se presentó la oportunidad, yo le di lo que quería con la esperanza de que me dejase tranquilo. Pero todavía no ha captado el mensaje, seré más claro en un futuro. Además, en enero la obra se va a Melbourne, pero yo no voy a ir. —¿No vas a ir? —No, estoy cansado de dirigir. Voy a volver a escribir. —Ah —a Gemma le dio un vuelco el corazón al oír aquello. Era lo que ella había querido. No iría en busca de ninguna otra mujer cuando se metiese de lleno a escribir—. ¿Una obra nueva, o esa que tenías empezada? —Una nueva, me parece. Tengo una historia en mente, llena de conflictos y promesas eróticas. —Suena bien. ¿De qué trata? Nathan sonrió con picardía. —Es acerca de un hombre que está casado con una joven preciosa y por la que está loco. Pero las cosas empiezan a ir mal y ambos se distancian una temporada. Ella piensa que él sólo la quiere por el sexo y no vuelve con él hasta que no le demuestra que sus sentimientos son mucho más profundos. El está decidido a hacer eso, Nº Páginas 137—208


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aunque le resulte muy difícil cuando la ve vestida con ropa provocativa y cuando ella hace tonterías como darle un beso con lengua a plena luz del día. —¿De verdad? ¡Qué chica tan poco considerada! —Eso es lo que piensa el marido, que necesita demostrarle a ella que es capaz de controlarse en ese aspecto, porque en una ocasión hizo algo… algo por lo que sigue sintiendo un gran remordimiento. En esos momentos a Nathan se le nublaron los ojos y Gemma también se puso a llorar. —Oh, Nathan —murmuró. Luego se limpió las lágrimas y consiguió sonreír—. Ya hemos hablado bastante de teatro. Si no nos vamos pronto, llegaremos tarde a comer. Voy a dejar a Fauces en el jardín trasero y a buscar la chaqueta y el bolso. —¿Ese vestido tiene una chaqueta? —Sí. —¡Gracias a Dios!

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C a p ít u lo 1 1 Nathan tenía razón acerca de Terrigal, era uno de los lugares más bonitos del mundo. La playa era preciosa, pero era cierto que no había olas. Aquel lugar era más adecuado para familias que para hacer surf. Y aquel día estaba lleno de familias, había miles de cuerpos y sombrillas sobre la arena blanca y muchos más instalados debajo de los majestuosos pinos que daban sombra en una zona de césped que estaba al final de la playa. Enfrente de los pinos estaba el majestuoso Holiday Inn, cuya arquitectura mediterránea hacía pensar en la Costa Azul. Gemma no había estado nunca en la Costa Azul, pero había visto fotografías. Y Terrigal parecía estar sacado de allí, con las enormes colinas que se cernían sobre la costa y las casas construidas en ellas para aprovechar las vistas panorámicas. Nathan condujo despacio por la calle principal y por delante del hotel, luego torció un par de esquinas, hacia lo que parecía la parte de atrás del hotel, pero donde estaba, en realidad, la entrada principal. —¡Dios mío, un sitio para aparcar! —exclamó metiendo el Mercedes entre dos coches—. Uno nunca deja de asombrarse. Debes de haberme traído buena suerte, Gemma. Esto nunca me ocurre cuando estoy con Kirsty. Siempre nos toca dar vueltas y acabamos aparcando lejísimos. —Sólo podemos estar aquí dos horas —le advirtió Gemma viendo una señal que había en la acera. Nº Páginas 139—208


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—Yo creo que nos dará tiempo a comer en dos horas. —Eso espero, si el servicio no es demasiado lento. Nathan la agarró por el brazo. —¿No te lo he dicho? Es un bufé. Cada un se sirve lo que quiere, y la cantidad que quiere. —Umm. Suena estupendo. Pero vamos a engordar. —A ti no te vendrá mal. Has perdido peso. —No de todas partes. El miró al valle que había entre sus pechos. —Sí, ya me he dado cuenta. —Vas a hacer que me ruborice. —Tú también determinadas cosas.

estás

haciendo

que

sienta

—Nathan, para. —No puedo, lo siento. —¿Y qué vas a hacer? —Hacerte cruzar esas puertas de cristal delante de mí e intentar pensar en otras cosas. Gemma estaba tan ocupada intentando parecer serena, que no apreció la amplitud del interior del hotel, ni la exquisita decoración que era más bien victoriana que mediterránea. —Sigue andando —le dijo Nathan entre dientes mientras la conducía hacia unas anchas escaleras que se dividían en dos en el primer piso, allí había un cartel que indicaba los baños.

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—Puedes ir al cuarto de baño de caballeros un momento —le susurró Gemma a Nathan. —Preferiría ir al de señoras. Mira, vamos a apoyarnos un momento en la barandilla, luego se me pasará. Y eso hicieron, Gemma fingió mirar a su alrededor, se sentía divertida y culpable al mismo tiempo. Si no se hubiese puesto un vestido tan escotado, Nathan no estaría en una situación tan incómoda. Aunque aquello también era culpa de Nathan. En esos momentos podían estar en casa, en la cama. Pero él no había querido. Que sufriese un poco. —Ya está —dijo Nathan después de cinco minutos—. Vamos. —¿Hacia dónde? —Justo detrás de ti. Se llamaba el Invernadero, era una zona rodeada de cristaleras que daban a la playa, y un techo también de cristal que tenía algún aislante para el calor. Era espectacular. La comida estaba dispuesta en mesas. Y a Gemma le llamó la atención lo bien presentados que estaban los platos, tanto fríos como calientes. Todo parecía muy apetitoso. —Por aquí, Gemma —la dirigió Nathan agarrándola del brazo, apartándola de las mesas de comida y llevándola hacia donde estaban las mesas. Le dio su nombre a un camarero y éste los acompañó hasta una Nº Páginas 141—208


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mesa al lado de las ventanas, una de las pocas que quedaban libres. Una vez sentados, Nathan pidió un vaso de Riesling para Gemma y una cerveza para él. —¿Te parece si bebemos algo antes de ir a buscar el primer plato? Ella asintió y no le importó esperar las bebidas en silencio, admirando las vistas. El agua era de un azul muy intenso y brillaba bajo el sol, el cielo era de un azul un poco más claro que en Ridge. —Qué bonito es —murmuró. —Alguna vez vendremos a quedarnos unos días. —Sí, me encantaría. La comida resultó ser tan deliciosa como parecía y el ambiente era muy relajado y tranquilo y durante las siguientes dos horas Gemma no tuvo la oportunidad de tener ninguna conversación profunda con Nathan. Su mesa no estaba lejos de las demás, y cualquier habría podido oír lo que hablasen, así que acabaron hablando de la comida, o de los planes de Gemma para ocupar su tiempo en Avoca. —No hace falta que te hagas tú los vestidos —le dijo Nathan con el postre—. Seguro que hay tiendas en Sidney que están especializadas en ropa de embarazada a la medida. Podrías venir conmigo a Sidney un día y compraríamos todo lo que necesitases. —Me gusta coser, Nathan —contestó ella con firmeza. Nº Páginas 142—208


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—Entonces haz ropa para el bebé. No me gusta que mi mujer lleve ropa hecha por ella misma. —Sólo hago cosas para llevar por casa —respondió ella resignada. —¿Acaso es un crimen querer que mi esposa tenga lo mejor? Además, me gusta verte con ropa bonita. —No soy una muñeca, Nathan. —Ya lo veo —comentó él enfadado—. Esa es otra de las cosas que hice mal como marido. Te compré ropa bonita. Cómo pude comportarme así. Espero que me perdones por haber sido generoso y haber querido hacerte feliz. Gemma dejó la cuchara y miró al horizonte. ¿Acaso Nathan no se daba cuenta de que las cosas materiales no eran lo que hacía feliz a una mujer? Cuando se lo dijo, él frunció el ceño. —¿Tanto te molesta que te regale cosas, si a mí me hace feliz? Quién sabe, tal vez haya cosas que podría darte y que sí te harían feliz. —¿Como qué? Además de ropa y joyas, una chica sólo puede conducir un coche, no veinte, y sólo puede vivir en una casa. El resto son extravagancias y caprichos. Yo no crecí rodeada de riqueza, Nathan, y a pesar de que me gustan las comodidades, no necesito lujos para ser feliz. —Ya veo… —Nathan empezó a jugar con el postre, parecía decepcionado por la respuesta de Gemma. ¿Acaso habría planeado regalarle algo más para ganársela? Nº Páginas 143—208


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Ella alargó la mano y cubrió la suya, acariciándosela. —Ya me has dado el mejor de los regalos: un bebé… El parpadeó, luego la miró y los ojos le brillaron con cinismo. —Todavía no estoy del todo convencido de que estés contenta con eso. Gemma apartó la mano sorprendida, se sintió herida. —Ese es tu problema, no voy a intentar convencerte de lo contrario. —Supongo que no —replicó él agitado, luego miró a su alrededor hasta que llamó la atención de la camarera y le pidió la cuenta con brusquedad. Diez minutos más tarde, volvían al coche en silencio. Cuando estuvieron sentados, Nathan la miró exasperado. —Por Dios, no me hagas el vacío. No quiero volver a Sidney sabiendo que estás enfadada conmigo después de haberme pasado el día intentando complacerte. —No estoy enfadada, Nathan, sino frustrada. Hay muchas cosas de las que no te das cuenta. —Pero lo intento. Y tal vez también haya otras cosas que tú no ves. No eres perfecta, Gemma. Deja de exigirme a mí que lo sea. Ella lo miró fijamente. ¿Era eso lo que estaba haciendo? ¿Exigir perfección? —Tienes que darte cuenta, amor mío —añadió Nathan con ternura—, de que no tienes todas las respuestas a la vida, porque ni siquiera has vivido tanto. Buscas una existencia utópica que ningún hombre del mundo podría proporcionarte. Los hombres y las Nº Páginas 144—208


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mujeres somos, por naturaleza, muy diferentes. No siempre nos comprendemos. A veces chocamos. Tú quieres que yo te abra mi alma, pero yo no me siento cómodo haciéndolo. Tendrás que aprender a confiar en mí sin conocer todos los detalles de mi vida antes de conocerte. —No quiero conocer todos los detalles de tu vida antes de conocerme, sólo algunos de crucial importancia. —¿Cómo por ejemplo? —Cómo qué ocurrió entre Irene y tú. ¿Qué pasó realmente? —Así que sigues creyendo lo que te dijo el cretino de Damian. —¡No! Te creí a ti cuando me dijiste que no te habías acostado con ella, pero no soy tonta. Tuvo que pasar algo más. Y no puedo quitármelo de la cabeza. Necesito saberlo. —Y si te lo cuento, ¿qué más querrás saber después? Gemma pensó en su madre y se sonrojó al sentirse culpable. Por suerte, Nathan no la estaba mirando en esos momentos, había arrancado el coche y estaba saliendo del aparcamiento. —Te lo contaré si insistes, pero no te enfades conmigo si no te gusta lo que oyes. No pretendo ser un santo, ni siquiera hoy en día, pero esto ocurrió hace muchos, muchos años, una época en mi vida en la que no sentía compasión por las mujeres, sobre todo, por determinadas mujeres. Gemma tragó saliva. ¿De verdad quería oír aquello? Nº Páginas 145—208


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Nathan la miró, pero su curiosidad sobrepasaba a su miedo, y no dijo nada. —El primer día que llegué a Belleview —comenzó Nathan mientras iban hacia casa—, supe que Irene era una falsa. Era cruel con Ava, despiadada con Jade, pero dulce con Byron. Me atrevería a decir que ella lo quería, pero era evidente que su amor no era correspondido. El la soportaba bastante bien, pero no la trataba con cariño, ni, mucho menos, con pasión. —¿Cómo iba a hacerlo? —comentó Gemma—. Estaba enamorado de mi madre, Celeste. —Eso parece. Pero Byron hacía mucho tiempo que no tenía nada con ella, así que no tengo la menor duda de que dormía con su mujer cuando estaba en casa. En cualquier caso, Irene odiaba a todo el mundo que pudiese quitarle el amor de su marido. Odiaba a Celeste, a Ava, a Jade. Todas fueron víctimas de sus celos. Cuando Byron me adoptó, ella fingió estar de acuerdo, mientras que, en realidad, también sentía celos de mí. Yo creo que decidió seducirme como venganza porque Byron no la quería. Además, a ella parecía interesarle el tipo de vida que yo había llevado antes de llegar allí. —¿Y qué tipo de vida era ése? —quiso saber Gemma. —Vamos —rió él—, no me digas que Ava no te ha contado que estuve viviendo con una mujer mucho mayor que yo. Me cuesta creerlo. —Tal vez lo mencionase en alguna ocasión. —Seguro que sí. Y es verdad. Lorna tenía cuarenta y dos años cuando fui a vivir con ella, y yo sólo dieciséis. Nº Páginas 146—208


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Dado que mi madre había muerto con treinta y tres, Lorna era lo suficientemente mayor para representar el papel de madre si hubiese querido. Y me trató de un modo bastante maternal… al principio. Pero las circunstancias de mi pérdida de virginidad no tienen nada que ver con la historia de Irene. —Pero yo pensé… —dijo Gemma sin poder evitarlo, con los ojos abiertos como platos. —¿El qué? ¿Que Lorna no había sido la primera? ¿Que debí haber tenido muchas otras oportunidades antes, dado el tipo de vida que llevaba? —Sí —contestó en voz baja. —Créeme, tuve muchas oportunidades. Ya era un hombrecito con catorce años. Y las amigas de mi madre me rondaban todo el tiempo, y también los amigos. —¿Pero tú te resististe? —Sí, a pesar de que algunas mujeres eran jóvenes y muy sensuales. Uno o dos de ellas eran casi tan guapas como mi madre que, a pesar de su drogadicción, era impresionante. No obstante, no era su físico lo que atraía a los hombres, sino ese halo de inocencia que hacía imposible pensar que hubiese estado con tantos hombres. Gemma se encogió ante aquellas palabras tan crudas, pero no dijo nada para no interrumpir. —Lo cierto es que era una zorra promiscua. No puedo recordar ninguna ocasión en la que me tumbase en la cama y no la oyese con algún cretino en su habitación. ¿Sabes lo que es oír a tu madre gemir así, Gemma? ¿Puedes imaginarte cómo me sentía, en mi Nº Páginas 147—208


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pequeña cama, encerrado en mi habitación, de la que se me prohibía salir, pero preocupado por si le ocurría algo? Y después, cuando crecí y entendí lo que pasaba, sentí que la odiaba… —Oh, Nathan… —No me malinterpretes, también la quería. Y ella a mí. Solía meterme en un internado cuando estaba con alguien que no me trataba bien. Era su manera de protegerme, aunque yo lo que quería era protegerla a ella. Me escapaba y causaba problemas con el cerdo que estuviese con ella en esos momentos, que terminaba por marcharse. Luego, durante un tiempo, volvíamos a estar estupendamente bien juntos, hasta que aparecía otro payaso en escena. Nathan dejó de hablar para calmar su respiración, y Gemma se conmovió al pensar en lo dura que debía de haber sido su niñez. Aunque, al menos, no habían abusado de él, como ella se había temido. Su madre lo había querido a su manera, y él la había querido a ella, lo que significaba que era capaz de amar, capaz de entregar su corazón. —Nunca me creeré que se tomase una sobredosis deliberadamente —continuó Nathan—. Nunca habría hecho algo así. Debió de ser un accidente. Alguien debió de darle heroína más fuerte de lo que pensaba. Bueno, el día que la encontré muerta me quedé deshecho. Lloré y lloré, y luego salí de casa y me emborraché. —¿Y fue así como acabaste liado con Lorna? — sugirió Gemma—. ¿Cuando más vulnerable eras?

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El asintió, muy despacio, con tristeza. En esos momentos, no estaban lejos de Avoca, y, de repente, Nathan echó el coche a un lado y apagó el motor. En el interior del coche se hizo el silencio, sólo se oía la respiración entrecortada de Nathan. —Era amiga de mi madre —le explicó—. Una de las pocas mujeres que se habían acercado a mí. Yo pensé que estaría a salvo con ella. Y lo estuve, durante un tiempo —rió con tristeza—. Yo tenía la fantasía de llegar virgen al matrimonio, supongo que eso les ocurre a chicos con madres como la mía. O se vuelven igual de promiscuos, o todo lo contrario. Yo siempre juré que no sería como ella. Menudo ingenuo. Una noche, Lorna me enseñó que estaba viviendo en un paraíso de tontos. Rió con frialdad y Gemma se quedó sorprendida, sin palabras. —Damian no utilizó una técnica original contigo, cariño. Utilizar drogas para hacer algo sin el consentimiento de una persona no es nuevo, en especial si se combinan las drogas con alcohol. Una noche, Lorna me emborrachó y me dio algo más. Debí de perder el conocimiento, porque cuando volví en mí estaba completamente desnudo en su cama, donde ella me enseñó que practicar el sexo con una mujer a la que no amas no es nada repulsivo. Nathan se detuvo un momento antes de continuar. —Tengo que admitir que al principio no me sentí cómodo con lo que estaba pasando. Mi mente decía no y mi cuerpo, sí. Pero el remordimiento no pudo evitar que mi joven cuerpo se excitase, ni tampoco pude impedir Nº Páginas 149—208


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que ella me tratase como a un objeto al que utilizó una y otra vez. A Gemma se le había secado la boca, tenía los ojos muy abiertos y la mente funcionándole a toda velocidad. ¿Acaso Nathan no se daba cuenta de que él no tenía la culpa de nada de aquello? Lo que había hecho aquella mujer era casi una violación. Aunque, sí, Nathan debía de entenderlo también así, por eso estaba tan horrorizado por haberla violado. Y por eso le preocupaba que ella tuviese algo que ver con Damian, que era un hombre sin conciencia en todo lo referente a las mujeres. Ella había sido tan inocente como Nathan en su adolescencia, los dos habían sido víctimas de personas sin escrúpulos. Nathan le hizo perder el hilo de sus ideas al reír con tristeza. —Veo que su fértil y comprensivo cerebro está trabajando, señora Whitmore, pero no me perdone antes de tiempo. Después de aquello, seguí viviendo con Lorna. Ella me enseñó todo lo que sé acerca del sexo, y yo disfruté de cada momento. Y todavía no sabes lo que le hice a Irene, que fue algo que planeé y llevé a cabo deliberadamente. Gemma se mordió el labio inferior, tenía un nudo en el estómago. —Pareces preocupada —comentó Nathan—. ¿Seguro que soportarás el resto? Te estás poniendo verde. Gemma levantó la barbilla. —Quiero saberlo todo de ti. Nº Páginas 150—208


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—¿De verdad? Bueno, ¡luego no me digas que no te lo había advertido! —rió él—. No es una historia feliz y tampoco tengo intención de aligerarla. Irene vino a mi habitación una noche, un par de semanas después de que me adoptasen. Era muy tarde. Byron estaba de viaje de negocios, y ella llevaba puesto un camisón muy transparente. ¿Has visto alguna vez una fotografía de Irene de joven? Supongo que no. Ella se deshizo de todas cuando empezó a envejecer. Era muy atractiva, y muy sensual, tenía el pelo y los ojos negros, y un cuerpo muy voluptuoso. El caso es que, si estaba nerviosa, no lo parecía. Apoyó la espalda en la puerta de mi habitación y me dijo que, si no hacía lo que ella quería le contaría a Byron que yo había intentado seducirla. Dados mis orígenes, yo sabía que Byron creería a su esposa, no a mí, y que me echaría a la calle. Cuando me dijo lo que quería, sentí vergüenza y miedo. —¡Cómo no! —No por lo que tú estás pensando, Gemma. ¡Me sentí muy tentado! Lorna me había enseñado muy bien, y sólo con mirar a la mujer de Byron, casi desnuda, ya estaba excitado. Aunque llevaba el pijama puesto y ella no se dio cuenta. Pero, en esa época, mi respeto por Byron era mucho mayor que el deseo que sentía por su esposa. E ideé un plan con la esperanza de pararle los pies a Irene. —¿Qué… qué hiciste? —Le dije que me encantaría hacer lo que ella me pedía, y que pensaba que era la mujer más bella, sexy y deseable del mundo, y que no había pensado en otra cosa que no fuese hacerle el amor desde que había Nº Páginas 151—208


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llegado a Belleview. Luego le conté que Lorna me había enseñado una técnica oriental que hacía que se intensificase el placer. Le dije que, si esperábamos veinte horas a hacer el amor, durante ese tiempo el deseo la haría excitarse todavía más y luego sentiría algo que nunca olvidaría. —¡Dios mío! —¿Te parece horrible o es que te interesa la técnica? —bromeó Nathan. —Esto… —Gemma se humedeció los labios. —Da igual. Me lo inventé, pero sonaba factible. Necesitaba tiempo para reunir el equipo. —¿El equipo? —No el equipo que tú piensas. Tenía que conseguir una cámara de vídeo. —Una cámara de vídeo. —Eso es. Alquilé una y la metí debajo de la cama. Cuando llegó la hora de la cita con Irene, la encendí. Ella apareció cinco minutos más tarde. Con gran dificultad, la convencí de que se sentase a un lado de la cama y me contase con detalles todo lo que quería que le hiciese, y todo lo que iba a hacerme a mí. La convencí de que era parte de la técnica y que, si esperábamos una noche más, el placer la haría enloquecer. Al día siguiente hice copias de las cintas y le di una a ella. Luego le dije que, si volvía a acercarse a mí le daría otra copia a Byron. Y, como estaba inspirado, también le dije que, si le ponía otra vez la mano encima a Jade, también le daría una copia a Byron. Nº Páginas 152—208


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—¿Y cómo reaccionó ella? —Gritó. Despotricó. Luego me suplicó, después me insultó. Finalmente, pareció tenerme miedo. Y tengo que admitir que me gustó verla asustada. Me gustó sentir que tenía el control. Y decidí tener siempre el control de mi vida, y de mi sexualidad. Y lo he mantenido durante mucho tiempo. Sólo en una ocasión… —la miró rápidamente— lo perdí, pero eso ya lo sabes. De hecho, creo que ya te he contado demasiadas cosas. Y seguro que a partir de ahora intentarás psicoanalizar todo lo que hago. Tienes tendencia a querer analizarlo todo, en eso te pareces mucho a tu padre. El estuvo investigando mi pasado cuando lo conocí. Afortunadamente, luego me dejó seguir haciendo mi vida. Por cierto, que es hora de que continuemos con nuestras vidas. Será mejor que te lleve a casa. La tarde está pasando y todavía tengo que hablar varias cosas contigo. —¿El qué? —preguntó ella un tanto distraída, todavía pensando en todo lo que Nathan le había contado. —Pues tenemos que decidir qué les vamos a decir a Byron y a Celeste. Llamaron anoche, tienen un comprador para el barco, así que vuelven a casa mañana.

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C a p ít u lo 1 2 En cuanto Celeste llegó a Sidney y se enteró de que Gemma estaba embarazada, salió corriendo a Avoca. Byron la acompañó. El parecía muy satisfecho, mientras que Celeste no podía ocultar su preocupación. Así pues, en cuanto pudo, mandó a Byron a hacer un recado para poder quedarse a solas con su hija. Gemma se sintió nerviosa, sabía que Celeste le haría todo tipo de preguntas. Incluida aquella que Gemma no quería contestar. —¿Qué está pasando aquí, Gemma? —fue lo primero que le dijo Celeste—. No puedo creer lo que Nathan le ha contado a Byron de que os habéis reconciliado, ni que los dos estéis encantados con la idea de tener un bebé. Si es así, ¿por qué no estás en Sidney con él? No me creo que te hayas quedado aquí porque te hayas estado encontrando muy mal y te venga bien el clima. A mí me parece que estás estupenda. Radiante, de hecho. —Bueno, yo… —Por favor, no intentes engañarme —la interrumpió Celeste con impaciencia—. Dime la verdad. No me gusta que la gente se ande por las ramas. Te quiero, y te apoyaré siempre, pase lo que pase, pero necesito saber la verdad. Gemma se dio cuenta de que, si mentía, su madre se daría cuenta. Volvió a arrepentirse de haberle contado el incidente que había tenido con Nathan. Pero eso ya estaba hecho, y no había marcha atrás. Nº Páginas 154—208


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—Nathan y yo vamos a intentar reconciliarnos, por el bebé —respondió Gemma con toda naturalidad—. Pero yo no quería ir a vivir con él porque no nos estamos acostando juntos por el momento. Quiero ver si le importo como persona, no sólo como compañera de cama. Y sí, para tu información, el bebé fue concebido aquella tarde en tu casa. Y no, eso no me importa. Quiero tener este bebé y lo querré tanto como quiero a su padre. Celeste enarcó las cejas. —¡Pensé que lo odiabas! —Me resulta gracioso oír eso, sobre todo, viniendo de ti. ¿Cuántos años has pasado diciendo que odiabas a mi padre? —Una madre nunca quiere que su hija cometa las mismas tonterías que ella —gruñó Celeste—. El haber querido a Byron durante todo este tiempo me ha dado muchos dolores de cabeza. —Y, a partir de ahora, muchos años de felicidad. —Supongo que sí, pero eso es porque Byron también me quiere a mí. ¿Puedes decir lo mismo de tu marido? —No. Todavía no. Pero pienso que quiere quererme. Aunque no está seguro de cómo hacerlo. Está intentándolo, Celeste. Y está hablando conmigo, contándome cosas que no me había contado nunca antes. —¿De verdad? Me sorprende. Nathan nunca me ha parecido de los que se confían con nadie.

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—Y no lo es. Normalmente. Pero he conseguido pillarlo en uno o dos momentos en los que estaba más vulnerable y me ha contado más de lo que pretendía. Aunque no todo. No obstante, con el tiempo espero llegar a descifrar a Nathan por completo. Tuvo una niñez muy dura, ya lo sabes. Necesita mucha comprensión y compasión. Celeste frunció el ceño. —Tú también tuviste una niñez muy difícil, Gemma. Todo el mundo ha pasado épocas difíciles en algún momento de su vida, pero, al final, uno tiene que seguir adelante. No quieras saber demasiado, cariño. Tal vez haya cosas que sea mejor que no sepas. Y tal vez haya cosas que no debas hacer —la miró con severidad—. ¿De verdad que no te estás acostando con él? Gemma intentó no ruborizarse. —No me estoy acostando con él. —¿Y él está de acuerdo? Gemma recordó que Nathan la había rechazado cuando se le había ofrecido en bandeja de plata y la vergüenza la hizo ruborizarse. —Sí. Su madre la miró con incredulidad. —Y no se está acostando tampoco con la tal Jody, ¿verdad? —Nunca se ha acostado con ella. —¿Es eso lo que te ha dicho?

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Gemma no pudo evitar sonreír al oír el cinismo en el tono de su madre. —Sí, eso es lo que me ha dicho y le creo. Yo le había dicho que podía acostarse con quien quisiera, pero él me ha asegurado que no se ha acostado con nadie. —Dios mío, sorprendida.

¿estás

loca?

—preguntó

Celeste

—Sí. Estoy loca por él. Tan loca, que estoy dispuesta a hacer lo que sea para ganarme su amor. Celeste sacudió la cabeza. —Mi querida niña, creo que tendré que enseñarte muchas cosas acerca de los hombres. Nunca se les da permiso para acostarse con otras mujeres. Es probable que lo hagan. —Nathan no lo hará. —¡Estás como una cabra! —Tú no conoces a Nathan. —Y pretendo seguir así. —El me ha dicho que ya no tiene una mala opinión de ti. De hecho, me parece que te admira. Celeste miró a su hija con los ojos entrecerrados. —¿Te estás burlando de mí? —¡Eso nunca! —Umm. Supongo que tal vez yo también deba intentar llevarme bien con él, ahora que va a ser el padre de mi primer nieto. —Sí, abuelita —bromeó Gemma. Celeste hizo una mueca. Nº Páginas 157—208


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—Vaya, eso suena horrible, ¿verdad? Cumpliré cuarenta años la semana que viene. Me estoy haciendo vieja, Gemma —se quejó. —Te estás poniendo cada día más hermosa, mamá. El matrimonio te sienta bien —respondió ella. Celeste se ruborizó. —¿De verdad piensas eso? He aumentado de peso últimamente. No he hecho más que el vago en cubierta, y beber champán. —Suena estupendo. —Lo ha sido —suspiró Celeste. —¿Y por qué vas a vender el barco? —Ah, no ha sido el barco lo estupendo —comentó Celeste quitándole importancia—, sino… —dejó de hablar y miró a su hija a los ojos. Por primera vez, probablemente en toda su vida, la atrevida jefa de Joyas Campbell parecía sentir vergüenza. —Madre —dijo Gemma riendo—, ¿qué habéis estado haciendo papá y tú? En ese momento volvió Byron, con una botella de jerez en cada mano. Se quedó delante de la puerta del balcón, golpeando el cristal con una de ellas para que lo dejasen entrar. Gemma le abrió y aprovechó para mirarlo de pies a cabeza. Tenía un aspecto fantástico. Estaba moreno, relajado y parecía muy joven. Nadie habría creído que tenía cincuenta años. Y, de acuerdo con la reacción de Celeste, tampoco debía de haber estado actuando como si los tuviese. Nº Páginas 158—208


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—¿Por qué estás sonriendo así, hija? Tal vez no debí haber preguntado. Seguro que habéis estado hablando de mí a mis espaldas, ¿verdad? Byron las miró a las dos y fue a dejar las botellas en la barra que separaba la cocina del salón. —No he podido encontrar la marca que me habías pedido, Celeste —añadió mientras buscaba tres copas—. El señor de la licorería me ha dicho que cree que dejaron de fabricarla en 1922, así que he comprado estas dos. Me ha dicho que tienen un sabor parecido. —Gracias, cariño —le dijo Celeste, que ya sabía que la marca que le había pedido ni siquiera existía. Lo había hecho para mantener ocupado a Byron mientras ella interrogaba a Gemma. —Vamos a tomarnos una copa —propuso él muy contento abriendo la botella y llenando las tres copas—. Luego llevaré a mis dos preciosas mujeres a cenar fuera. —No es necesario —protestó Gemma—. Yo puedo cocinar. —Cariño —la regañó Celeste poniendo los ojos en blanco—, cuando un hombre te ofrece llevarte a cenar, no rechaces la oferta. Sinceramente, creo que tengo que enseñarte muchas cosas acerca del sexo opuesto. —Yo creo que deberíamos dejar que fuese Nathan quien le enseñase —dijo Byron—. Y, hablando de Nathan, me ha pedido que te diga que vendrá el viernes por la noche. —¿El viernes por la noche? —repitió Gema.

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—Sí. Y Jade y Kyle también. Nathan les ha invitado a pasar el fin de semana. —Oh… —Gemma no supo si sentirse aliviada o preocupada. ¿No les parecería extraño a Kyle y a Jade que Nathan y ella durmiesen en habitaciones separadas? ¿O acaso Nathan pretendía que no durmiesen en habitaciones separadas? Tal vez había cambiado de opinión… —Te vendrá muy bien estar acompañada — murmuró Celeste, que, a juzgar por su mirada, parecía estar leyéndole el pensamiento a su hija—. Debes de sentirte muy sola durante la semana sin Nathan. —Lo cierto es que me gusta estar sola —respondió Gemma rápidamente—. Estoy acostumbrada. —¿Acaso nos estás sugiriendo que nos vayamos? — preguntó su padre. —¡De eso nada! Me sentiría muy decepcionada si no os quedaseis al menos un par de días. —Me alegro, porque eso es lo que vamos a hacer. —Los dos teníamos pensado estar aquí hasta finales de semana, ¿verdad, Celeste? Así que nos quedaremos hasta el viernes, hasta que vengan Nathan y compañía. Ahora, venid aquí las dos y tomad vuestras copas. —Me apuesto cien dólares a que no consigues pasar el fin de semana sin sucumbir a la tentación —le susurró Celeste a Gemma. Ella se quedó sorprendida, pero luego le pareció divertido. Tomó una copa de jerez, se la llevó a los labios y miró a su madre a los ojos. Nº Páginas 160—208


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—De acuerdo, acepto la apuesta. —¿Os importa, chicas, si os dejo solas un momento? —preguntó Byron—. Voy a tomarme la copa en la piscina, y a saludar a ese enorme perro tuyo, Gemma. No me extraña que pudiese cruzar las vallas en Belleview. Nunca había visto un perro tan grande en toda mi vida, pero me gusta. —Ve. Por cierto, me alegro de que tú también le gustes a él. Con Nathan saltan chispas cada vez que están juntos. Fauces no ha vuelto a intentar morderlo, pero le gruñe mucho. —Pero si a mí me ha tomado cariño inmediatamente —comentó Byron sorprendido. —También le cayó bien el hombre que vino a limpiar la piscina. Creo que sólo se entiende mal con Nathan. —¿Qué le ha hecho al perro? —La verdad es que nada. Me parece que Fauces es un perro guardián frustrado, y piensa que necesito que me protejan de Nathan. —Un perro listo —murmuró Celeste entre dientes. Afortunadamente, Byron estaba saliendo y no la oyó. —¿Y qué te estaba haciendo Nathan para que el perro creyese que necesitabas su protección? —quiso saber Celeste. Gemma suspiró. —No te precipites a sacar conclusiones. Sólo me estaba besando. —Hay besos y besos. Supongo que tú estabas intentando quitarte a ese cerdo de encima y él no quería. Nº Páginas 161—208


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Gemma rió. —Yo no me resistí lo más mínimo, de hecho, era yo la que no quería parar. Pero le agradezco a Fauces que interviniese. —Así que a Nathan no le gusta eso de que no compartáis la cama. —Yo nunca he dicho que le gustase. —¡Tal y como yo pensaba! Estoy segura de que no vas a ser capaz de resistirte todo un fin de semana. Sobre todo, porque estás enamorada de él. Espero que seas consciente de ello. Gemma se encogió de hombros. —Como ya te he dicho, si quieres, apostamos. —¿De acuerdo, ¿cuánto quieres apostar? —Decide tú, que estás tan segura de mi capitulación. —De acuerdo. Si pierdo, te daré el Corazón de Fuego… Gemma abrió la boca, sorprendida. Celeste había pagado dos millones de dólares por aquel ópalo. De hecho, Gemma lo había tenido en su poder unos días, y había creído que era parte de su herencia. Se había sentido muy decepcionada al saber que era una propiedad robada. Todavía recordaba la primera vez que lo había tenido en la mano y cómo se había sentido cautivada por su extraño esplendor. ¿Sería capaz de resistirse a hacer el amor con Nathan si él cambiaba de opinión e intentaba seducirla, a cambio de conseguir aquella piedra preciosa? Nº Páginas 162—208


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—¿Y si pierdo? Celeste sonrió con petulancia. —Si pierdes, seré yo quien le ponga el nombre al bebé. Gemma parpadeó sorprendida, no le parecía una apuesta nada equilibrada. —No pude… elegir tu nombre, ya vez —le explicó su madre emocionada. A Gemma se le hizo inmediatamente un nudo en la garganta. —De acuerdo, trato hecho —y se preguntó si no debería acostarse con Nathan sólo para que Celeste pudiese ponerle el nombre a su bebé. Celeste dejó su copa, tenía los ojos brillantes. —Voy a ir a refrescarme un poco —dijo con voz temblorosa—. ¿Te importaría ir a preguntarle a tu padre a qué hora tenemos que estar listas para la cena y recordarle que haga una reserva donde quiera que vaya a llevamos? Gemma encontró a Byron relajándose en una hamaca, debajo de un árbol, con Fauces tumbado a sus pies y disfrutando de que le acariciasen las orejas. —No te levantes —dijo Gemma al acercarse. Tomó una silla y se sentó a su lado—. Celeste me ha pedido que te recuerde que reserves mesa. Y también quiere saber a qué hora tenemos que estar preparadas. —No hace falta reservar, es lunes por la noche — respondió él antes de mirarse el reloj—. Son las cinco y veinte. ¿Qué te parece si salimos de aquí sobre las siete? Nº Páginas 163—208


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—Me parece bien. —No entiendo por qué Nathan no se entiende con este perro —reflexionó Byron en voz alta—. Es tan dócil como un corderito. —Yo pienso que tiene algo que ver con que nunca tuvo perros, ni ningún otro animal, cuando era pequeño —intentó explicarle Gemma—. Nunca ha estado en contacto con animales, y ellos lo notan. Seguro que tú sí que tuviste alguno de niño. Byron pareció considerar aquello, asintió muy despacio. —Sí, tienes razón. He tenido muchos animales a lo largo de los años, incluido un perro. Era un labrador, un perro grande, gordo y perezoso, y yo lo adoraba. —Nathan no tuvo nadie a quien querer de niño, salvo a una ninfómana inestable que no pudo demostrarle cómo era el amor de verdad. Desde entonces, creo que ha estado luchando por aprender a amar, en especial con las mujeres. Para Nathan, la intimidad es sólo una intimidad física. Byron suspiró. —Yo esperaba que, a estas alturas, ya no estuviese influenciado por esa mujer —murmuró—. No fue su cuerpo lo que corrompió, sino su idea de sí mismo como hombre. Gemma frunció el ceño. —¿Estás hablando de la madre de Nathan? —No, aunque, como tú dices, también tiene mucha culpa. Me refería a Lorna Manson. Nº Páginas 164—208


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—Ah, ella. —¿Estás al sorprendido.

corriente?

—le

preguntĂł

Byron

Gemma asintió. —Había oído rumores por parte de Ava, pero fue Nathan quien me contó los detalles más escabrosos. ¡Aquella mujer llegó a violarlo! —Sí, lo hizo, pero lo que le hizo más daño a Nathan fue que violase su mente. ¿Sabes que esa zorra solía decirle que era una mala hierba, igual que su madre? Que había heredado su debilidad por el sexo y que ninguna mujer lo querría nunca para otra cosa, al igual que ningún hombre había querido nunca a su madre para otra cosa que no fuese sexo. —¡Dios mío! No, eso no lo sabía. —Ya me lo imaginaba. Nathan se derrumbó en una ocasión, una noche poco después de conocernos, y me lo contó. Estaba bastante borracho. No dejaba de repetirme que él quería ser bueno, pero que le preocupaba estar programado para ser malo. A Gemma le horrorizó que alguien hubiese podido jugar así con la mente de un niño, sobre todo, de un niño tan vulnerable como Nathan debía haber sido en aquella época. Pero aquello explicaba muchas cosas. No le extrañaba que hubiese enloquecido después de lo que le había hecho. Había debido de pensar que era el animal depravado e incapaz de controlarse que Lorna le había dicho que era. Gemma se preguntó si todavía seguiría pensándolo. Tal vez fuese por eso por lo que estaba intentando que Nº Páginas 165—208


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su relación fuese platónica durante una temporada. Tal vez intentase demostrarse algo a sí mismo, y no a ella. No obstante, aquello le hizo sentir a Gemma mucho más segura de que estaba haciendo lo adecuado no acostándose con él. Su intuición femenina la había llevado en la dirección adecuada, y hubiese hecho una apuesta o no con Celeste, tenía decidido seguir sin tener sexo con Nathan durante una temporada. —Yo hice todo lo que pude para convencerlo de que aquello no era cierto, por supuesto —continuó Byron—, y pensé que lo había conseguido. Pero tal vez no lo hice. Tal vez en lo más profundo de su ser sigue pensando que no se merece el amor de nadie, y que lo único que puede ofrecer a una mujer está entre sus piernas. Oh, Dios mío, lo siento, Gemma. Siento haber sido tan ordinario. Me olvidé de con quién estaba hablando. Lo siento. —No tienes que disculparte. Te agradezco que seas tan franco conmigo. Y no quiero que te preocupes por Nathan. Estará bien. Los dos estaremos bien. Byron sacudió la cabeza. —Eres muy optimista. O eso, o muy terca. —¿Me pareceré a mi padre o a mi madre? —A tu madre, sin duda. Esa mujer desesperaría al santo Job. Ella… —¿Qué pasa? —Celeste apareció de repente, con las manos en las caderas y expresión exasperada—. He mandado a Gemma a hacerte un par de preguntas sencillas y no ha vuelto. Hola, perro —añadió dándole Nº Páginas 166—208


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una palmadita a Fauces, que se había levantado y había empezado a restregarle la nariz por la mano. —Creo que también le gusta Celeste —le dijo Byron a Gemma. —Eso creo yo también. Nathan se va a poner enfermo. —Soy yo la que se va a poner enferma si no me dais una respuesta. —¿A qué, querida? —preguntó Byron con burlona inocencia. —¿De qué estabais hablando aquí lo dos? —La verdad es que hablábamos de perros —dijo Byron—, bueno, de perras en realidad. Celeste parecía perpleja. —Pero Fauces es un perro, perro. ¿No? —miró por debajo del animal para asegurarse—. Sí, es un perro. —Estaba pensando en buscarle una compañera para que no esté solo —añadió Gemma, siguiéndole la mentira a Byron. —Será mejor que lo lleves al veterinario —le aconsejó Celeste—. Y que lo capen. —¡Ay! —exclamó Byron—. ¿Has oído eso, Fauces? Será mejor que empieces a correr, amigo —le dio una palmadita al perro y se puso de pie—. Será mejor que vaya a afeitarme antes de que salgamos. Celeste lo miró con recelo. —¿Por qué me da la sensación de que me habéis mentido? Nº Páginas 167—208


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Gemma miró a su madre y tomó una decisión. —Porque tal vez lo hayamos hecho. No, no te enfades. Byron sólo estaba protegiendo a Nathan. —¿Protegiendo a Nathan? No… no lo entiendo. —No, ya lo veo, y es injusto que sigas sin entenderlo. Nathan es tu yerno y va a serlo durante mucho tiempo, así que me parece que te mereces saber lo que lo ha convertido en el hombre que es hoy en día. Pero tienes que prometer que me escucharás y que intentarás ser comprensiva. Sé que finges ser una mujer dura, madre, pero no lo eres. Eres tan suave y dulce como Fauces… Un rato después, Celeste miraba a su hija con los ojos llenos de lágrimas. —Yo… yo no sabía… Oh, pobre chico… —Ya no es un chico, mamá. Es un hombre. Un hombre honrado y bueno. Pero necesita que las personas que están a su alrededor crean en él para poder creer en sí mismo. Dicen que uno tiene que quererse a sí mismo para poder querer a los demás. Yo pienso que a Nathan le cuesta quererse a sí mismo a causa de lo que aquella mujer le hizo en un momento tan importante de su vida. —Las cosas que le decía eran… horribles. —Sí, es verdad. —Quiero anular la apuesta, Gemma. No me parece bien hacerla. Haz lo que creas que debes hacer, cariño. Me parece que eres muy sensata en todo lo relacionado con Nathan. Estoy segura de que tomarás la decisión correcta. De todos modos, te daré el Corazón de Fuego. Quiero que seas tú quien lo tenga. Nº Páginas 168—208


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Gemma sacudió la cabeza muy despacio. —¿Por qué no? Puedo permitírmelo. —No es más que un objeto, madre. Yo no quiero objetos. ¿Por qué no lo vendes? Dale el dinero a la organización benéfica de Byron de ayuda a los niños de la calle. —¿Estás segura? —Sí, al cien por cien. Ah, y, madre… sería un honor que fueses tú quien eligiese el nombre del bebé. A Celeste se le llenaron los ojos de lágrimas, se llevó las manos a la boca en un vano intento por contener un sollozo. —No sabes… lo feliz… que acabas de hacerme. Gemma se deshizo por dentro, las lágrimas también inundaron sus ojos. —Y tú no sabes lo feliz que me has hecho a mí —fue lo único que pudo decir antes de fundirse en un abrazo con su madre.

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C a p ít u lo 1 3 Byron y Celeste mimaron a Gemma durante aquella semana, no la dejaron que cocinase ni un día y le dieron todos los caprichos. El calor había aumentado, así que pasaron la mayor parte de las tardes al lado de la piscina, para ir luego a cenar fuera. En cierto modo, el viernes Gemma se sintió aliviada al ver marcharse a sus padres. Estaba segura de que había engordado un par de kilos. Teniendo en cuenta el consejo de Ma de no beber alcohol, había rechazado la habitual copa de jerez antes de las cenas, el vino durante ésas, y el vaso de oporto antes de acostarse, pero los refrescos que había estado tomando también engordaban. Celeste había quemado las calorías haciendo largos en la piscina sin parar, pero a Gemma nunca le había entusiasmado nadar, y hacía demasiado calor para ir a dar largos paseos. El jueves por la noche, estudió su figura en el espejo del cuarto de baño después de darse una ducha y se dio cuenta de que todas sus curvas se habían redondeado. Tenía además un par de estrías en los pechos. Aquello la disgustó. ¿Cómo estaría cuando su vientre se hinchase como un balón? Se imaginó con los pechos caídos y cartucheras y con estrías por todas partes, y en cuanto Celeste y Byron se hubieron marchando el viernes, fue a comprar algún vídeo con ejercicios para embarazadas y una crema hidratante que le garantizase que su piel estaría suave y elástica.

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—Pareces cansada —fue lo primero que le dijo Nathan al llegar aquella tarde, poco después de las siete. Fauces le gruñó y Nathan miró al perro con el ceño fruncido—. Mantén las distancias, perro, y yo haré lo mismo —luego se volvió hacia Gemma y le dio un beso en la mejilla—. ¿Qué has estado haciendo? Pensé que Byron y Celeste iban a cuidar de ti, pero pareces agotada. Gemma no quiso decirle que tal vez se hubiese pasado haciendo ejercicio aquella tarde, así que se limitó a encogerse de hombros. —No… no he dormido bien últimamente. —Pues ya somos dos. Pero, en serio, Gemma. Espero que te estés cuidando como es debido. —Estoy embarazada, no inválida, Nathan —replicó ella, molesta porque sólo con mirar a Nathan pensaba en el sexo. ¿Cómo podía tener aquel efecto en ella? No obstante, lo tenía en muchas mujeres. La Madre Naturaleza le había dado el rostro y el cuerpo de un dios. Ya con dieciséis años, había desatado un deseo incontrolable en una mujer con edad suficiente para ser sensata. Pero Lorna no lo había sido, y casi había destruido la fe de Nathan en sí mismo, como ser humano. Con eso en mente, Gemma renovó su promesa de demostrarle a Nathan lo mucho que a ella le importaba, el ser humano, no sólo el semental. Algo que bruscamente.

no

estaba

haciendo,

hablándole

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Sintió remordimientos y le sonrió para pedirle disculpas. —Supongo que parezco acalorada porque he estado en la cocina, haciendo la cena. Sé que me dijiste que no lo hiciese, ya que Kyle y Jade no llegarán hasta tarde, pero no me apetecía volver a salir a cenar, así que he metido un pollo en el horno y he preparado unas verduras. Espero que no te importe. —No, no me importa —contestó él, sonriendo cariñosamente—. ¿Por qué iba a importarme? Sabes que me encanta tu pollo al horno. —Estupendo, entonces, ¿por qué no vas a sentarte y yo iré a buscarte algo de beber? Supongo que estás cansado, después de haber venido conduciendo desde Sidney. Los viernes por la tarde debe de haber mucho tráfico. ¿Qué te apetece? ¿Café? ¿Cerveza? ¿O tal vez vino blanco? Dado que se había pasado toda la semana sin probar ni una gota de alcohol, supuso que una copa o dos de vino blanco no le harían daño. —Lo que quiero es que tú te sientes, yo iré a buscarte algo de beber —le dijo Nathan—. ¿Hay vino en la nevera? —Un montón de botellas —admitió ella, encantada de que fuese tan considerado—. Creo que Celeste y Byron se están convirtiendo casi en alcohólicos. Nathan rió. —Es posible. Tal vez sea eso lo que hace que estén tan felices juntos. Me parece más probable que estén borrachos todo el tiempo, que estén enamorados. Nº Páginas 172—208


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A Gemma no le gustó aquel comentario. —Yo no creo que estén enamorados —dijo ella, y Nathan se volvió a mirarla. —¿Por qué dices eso? —Porque estar enamorado es un estado temporal, como una enfermedad que luego se pasa. Se quieren, Nathan. Se han querido durante más de veinte años. —Yo pensaba que lo que sentían era más bien deseo. Byron no puede apartar los ojos de Celeste. —Ni las manos. —¡Gemma! —Pero eso no quiere decir que no se quieran, Nathan —argumentó ella acalorada—. El deseo es sólo otra parte del amor. Yo odiaría amar a un hombre y no sentir deseo por él. Era valiente decir aquello, sobre todo, al hombre que tenía delante. Nathan entrecerró los ojos y miró a Gemma a la cara enrojecida, y luego bajó la mirada hacia su cuerpo que, en esos momentos, estaba cubierto por unos pantalones cortos de color rosa y una camiseta a juego. Gemma se había recogido el pelo en una cola de caballo e iba descalza. No llevaba más maquillaje que un toque de pintalabios rosa. —¿Y qué te parece lo contrario? ¿Podrías sentir deseo por un hombre al que no amas? —le preguntó Nathan. —Sí —admitió ella—. Pero no indefinidamente. Acabaría queriendo algo más.

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—Yo no estaría tan seguro de eso, Gemma. El deseo corrompe, por naturaleza. Puede hacer que uno quiera todo tipo de cosas. Y que haga todo tipo de cosas. A Gemma le dio un vuelco el corazón. ¿Estaba Nathan siendo cínico o le estaba mandando algún oscuro mensaje? —Siéntate y pon los pies en alto —insistió Nathan bruscamente—, yo iré a buscarte una copa de vino. Y tal vez me tome una también. He tenido una semana horrible. Mientras él iba a por el vino, Gemma decidió que no le daría más vueltas a lo que Nathan acababa de decirle. Lo más probable era que fuese sólo un comentario instintivo, debido a su tumultuoso pasado. Aunque resaltaba la falta de confianza que tenía en sus propias emociones, y en las de ellas. ¿Qué necesitaría Nathan para creer que lo amaba, y que él también la amaba a ella? Porque se amaban. Si no, no estarían allí en esos momentos. Juntos. Aunque el hecho de que Gemma estuviese segura de sus sentimientos, no la tranquilizaba, sino que le hacía tener más cuidado para no cometer errores, para no estropear lo que podrían tener juntos durante el resto de sus vidas. Pensó que a Nathan no le ayudaría saber cuánto lo deseaba. Había sido una tontería sacar el tema del deseo. —Gracias —le dijo cuando él le dio la copa y se sentó en el sillón de enfrente. Fauces, que estaba tumbado en Nº Páginas 174—208


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la alfombra, no lejos de Nathan, lo miró mal y se acercó a Gemma. —Veo que sigo siendo tan popular como siempre — comentó él—. Supongo que se le habrá caído la baba por Byron y Celeste. —Bueno, no exactamente… —Pero seguro que no los ha tratado como a mí. —Esto… no… —Ya me parecía. Dicen que los animales tienen un instinto con las personas. ¿No crees que esté intentando decirte algo acerca de mí? —Sólo que es tan precavido contigo como tú lo eres con él. Algún día os miraréis el uno al otro y decidiréis que habéis sido unos tontos no queriendo ser amigos. —¡Cuando las ranas críen pelo! —rió Nathan. En ese momento, sonó el teléfono. —Yo contestaré —se ofreció Gemma, dejando la copa de vino y poniéndose en pie. —¿Dígame? —Gemma, soy Kyle. Tenemos problemas, así que, lo siento, pero no vamos a poder ir. A Jade le ha dado un mareo hoy en el trabajo y el médico le ha dicho que guarde reposo absoluto todo el fin de semana. Gemma frunció el ceño, preocupada. —Pero está bien, ¿verdad? —Jade estaba embarazada de casi ocho meses y Gemma pensaba que no debía seguir yendo a trabajar, pero no sería ella quien le dijese lo que tenía que hacer. Nº Páginas 175—208


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—Sí, está bien. He estado intentando que delegue todo el trabajo hasta que haya nacido el bebé, pero como Byron ha estado fuera estos días, ha querido seguir yendo. No obstante, Byron estará de vuelta el lunes y supongo que, entre los dos podremos convencerla de que se lo tome con calma a partir de ahora. ¿Qué tal tú, cielo? —Bueno, no estoy mal. Todavía tengo náuseas por las mañanas, pero el médico me ha dicho que es probable que se me pasen pronto. —Tengo que decir que nunca he visto a un hombre tan emocionado con el embarazo de su mujer como lo está Nathan —comentó Kyle—. Ya sabes, Gemma, que hay veces que la gente se lleva una impresión equivocada de Nathan. Parece un tipo frío y controlador, pero, por experiencia, a veces las personas que parecen más frías son las que son más blandas por dentro. —Ya sé a lo que te refieres, Kyle, y supongo que tienes razón. —Jade me ha pedido que te dé un mensaje, que te diga que seas cariñosa con Nathan. No sé, yo pensé que tendría que haberle dicho a él que lo fuese contigo. Eres tú la embarazada. No obstante, ya conoces a Jade, tiene mucho instinto e intuición, así que tal vez debieras hacerle caso. —Lo haré, Kyle, lo haré. —Tengo que dejarte, Gemma. He de ir a la tienda de la esquina a por chocolate. La futura madre tiene ese antojo. ¿Tú todavía no los tienes? —No, todavía no. Nº Páginas 176—208


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—Pues ya llegarán. Tengo que darle a Nathan una lista de cosas que debe tener a mano si no quiere tener que recorrerse las calles de Sidney a medianoche en busca de tiendas abiertas. Por cierto, ¿ha llegado ya? —Sí, hace unos minutos. —Vais a poder pasar el fin de semana solos. —Sí. —Aunque no creo que a Nathan le importé —rió—. Bueno, adiós, cariño. Cuídate. —Tú también, Kyle. Adiós. Gemma colgó. Cuando se volvió, se encontró con Nathan mirándola con frustración. —No me lo digas. No pueden venir. —Jade se ha mareado en el trabajo y el médico le ha dicho que tiene que guardar cama un par de días. —¡Es una muchacha estúpida! ¿Por qué no se lo toma todo con más tranquilidad? Seguro que vuelve a Whitmore Opals poco después de que haya nacido el niño. No entiendo a las mujeres que tienen hijos y no quieren quedarse en casa a cuidarlo. —No seas tan estrecho de miras, Nathan. Jade no descuidará a su bebé. Kyle no lo permitiría. Pero tiene derecho a trabajar si es lo que quiere. —¿Qué estás diciendo, Gemma? —replicó él—. ¿Que tú querrás volver a trabajar cuando haya nacido nuestro hijo?

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—No, no estoy diciendo eso. Siempre he querido ser madre a tiempo completo. Al igual que siempre he querido tener más de un hijo. —¿Cuántos? Gemma se encogió de hombros. —No lo sé. Cinco o seis. —¡Cinco o seis! —Nathan se echó hacia delante en el sillón y casi se le cayó el vino—. Dios mío, tengo treinta y seis años. —Sí, ya lo sé —respondió ella con tranquilidad—. Pero yo sólo tengo veinte. Y soy yo la que va a tenerlos, Nathan. Tu parte del proceso no requerirá demasiados esfuerzos. Además, pensé que te gustaba la idea de ser padre. Nathan volvió a apoyarse en el respaldo, poco a poco, la expresión de sorpresa dejó paso a una expresión mucho más fría. —Yo creo que será mejor que vayamos de uno en uno —luego, se puso en pie—. Voy a ir a trabajar un rato al estudio. Avísame cuando esté preparada la cena. Gemma observó, desconcertada, cómo Nathan atravesaba el pasillo y se encerraba en su despacho. El portazo que dio acabó con todo el optimismo que había ido alimentando desde que había llegado Nathan. En esos momentos, se daba cuenta de que no se había solucionado nada. No para él. Todavía seguía estando inseguro de su relación. Tal vez aún pensase que sus sentimientos por él estaban basados en el deseo. Tal vez todavía creyese que ella era demasiado joven para estar enamorada. ¿Quién diablos sabía lo que pensaba? Nº Páginas 178—208


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A partir de aquel momento, el fin de semana fue horrible. Nathan sólo salió del estudio para comer e ir al baño. El domingo por la tarde, Gemma salió de la casa frustrada y enfada y decidió irse a la playa, que estaba llena de gente. Tenía ganas de darle patadas a la arena, y de desahogarse con todo lo que la rodeaba. En su lugar, tuvo que andar con cuidado para no pisar a la gente que tomaba el sol, hasta llegar a la orilla del mar, donde intentó calmarse. Si hubiese llevado el bañador, tal vez se habría metido al agua, pero iba con unos pantalones cortos y una camiseta. —¿Señora Whitmore? ¿Es usted? Gemma se volvió al oír aquella voz masculina que no le era del todo desconocida y descubrió un rostro que le era vagamente familiar. Frunció el ceño mientras intentaba recordar a aquel hombre. Tenía unos treinta años. No era demasiado guapo, pero tenía buen cuerpo, y una cara interesante, los rasgos un tanto duros. —Soy Luke Barton, señora Whitmore —se presentó él sonriendo de un modo encantador y muy atractivo—. De Joyas Campbell. ¡Por supuesto! El hombre que la había rescatado de Damian aquella horrible noche. Sus inteligentes ojos la recorrieron de pies a cabeza, sin molestarse por ocultar su admiración, pero no había recelo en su mirada cuando Gemma le devolvió la sonrisa.

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—Sí, ya sé quién es —le dijo afectuosamente—. Y sé lo que hizo por mí. Nunca le he dado las gracias como debía, señor Barton. —Ya lo hizo su marido. —Ah, sí, mi marido —comentó ella con frialdad. Luke Barton pareció darse cuenta del tono y cambió de expresión. —¿Está de vacaciones? —le preguntó a Gemma. —No, no estoy de vacaciones. Ahora vivo aquí. Y no, no he roto con Nathan —añadió antes de que Luke sacase conclusiones precipitadas—. El está en Sidney durante la semana y viene los fines de semana. En estos momentos está ocupado, escribiendo. —Ya entiendo. Yo estoy de vacaciones hasta Año Nuevo, gracias a Dios. La jefa ha estado fuera un mes y el trabajo ha sido una locura sin ella, pero vuelve mañana. —Sí, ya lo sé —comentó Gemma sonriendo al ver el gesto de sorpresa de él—. Celeste es mi suegra, ahora que se ha casado con Byron —no tenía por qué contarle todos los secretos de su familia. —¡Es verdad! Los dos rieron, y Gemma pensó que Luke no sabía ni la mitad de la historia. Seguían en la orilla, riendo, cuando llegó una ola enorme y los empapó a los dos. A Luke no le importó, ya que iba en traje de baño, pero a Gemma se le mojó toda la ropa y se le pegó al cuerpo. —Oh, ¡vaya! —exclamó intentando despegarse la camiseta del pecho—. Tengo que ir a cambiarme. Nº Páginas 180—208


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—¿Vive lejos? Yo la acompañaré. Tal vez quiera ponerse el traje de baño y volver conmigo. Gemma sabía cuál sería la reacción de Nathan si se enteraba de aquello. —Esto… no, no creo, Luke. ¿Puedo llamarte, Luke, verdad? —Si yo puedo llamarte a ti Gemma… —respondió él sonriendo. —No veo por qué no. ¿Por qué tenía que sentirse culpable por estar charlando con aquel hombre, o por ir paseando con él, o por ir a la playa con él? No era un extraño, y había demostrado ser una buena persona, una persona en la que se podía confiar. A pesar de lo que había ocurrido con Damian, ella seguía confiando en la gente. Seguía creyendo que había buenas personas, no como Nathan, que desconfiaba de todo el mundo. No obstante, ella no podía pasarse el resto de su vida evitando compañías masculinas porque Nathan fuese a preocuparse, a enfadarse o a ponerse celoso. —Por supuesto que puedes llamarme Gemma — añadió—. No quiero que me llames señora Whitmore. Ven, por aquí. La casa no está lejos. Le daremos una sorpresa a Nathan. La reacción de Nathan no fue exactamente de sorpresa al ver a Luke Barton casi desnudo en su casa. Se comportó con perfecta educación, pero Gemma se dio cuenta de que estaba tenso. Luke no pareció darse cuenta. Se sentó en una de las banquetas de la cocina y Nº Páginas 181—208


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charló con él acerca de su obra, que había ido a ver la semana anterior. —Llevé a mi hermana Mandy —comentó—. Acaba de romper con su novio y estaba triste, así que pensé que le vendría bien ir al teatro —rió—. Y tanto que la animó. Después de la obra, no dejaba de hablar de ella. Ni del protagonista. Yo, personalmente, creo que la protagonista femenina era mucho mejor. Normal, ¿no? —Lenore es mi ex mujer —le explicó Nathan con frialdad. —¿De verdad? —Luke miró sorprendido a Nathan, y luego a Gemma, que estaba intentando relajarse, pero no podía. —Tengo que volver a escribir —dijo Nathan terminando la taza de café que Gemma les había servido—. Me alegro de haberte visto de nuevo, Luke. —He pensado que voy a volver con Luke a la playa a darme un baño —anunció Gemma, y luego contuvo la respiración. Nathan se quedó helado un momento, antes de volverse a mirarlos a los dos por encima del hombro. —En ese caso, vigílala, Luke. No es una buena nadadora, ¿verdad, Gemma? —No, la verdad es que no. —Yo cuidaré de ella. —Eso espero. ¿Se lo estaba imaginando Gemma, o Nathan había dicho aquello con un cierto tono de advertencia? En cualquier caso, a partir de ese momento Luke pareció Nº Páginas 182—208


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sentirse menos cĂłmodo con ella, mantuvo las distancias y no hizo ni dijo nada que pudiese parecer insinuante. Al final, se separaron, Luke se fue con una chica y Gemma volviĂł sola a casa.

Luke también se sintió aliviado, aunque no lo demostró. No debía haber ido a casa con Gemma Whitmore, sobre todo sabiendo que su marido estaría allí. Ya había visto lo que sentía Nathan Whitmore por su esposa el día que la había llevado a casa. No era el tipo de marido que permitía que otros hombres admirasen a su mujer, ni siquiera desde lejos. Parecía un tipo frío por fuera, pero, en realidad, debía de tener una intensidad emocional en su interior que a Luke le daba algo de miedo. Luke se reprendió por haber sido tan tonto. El no había querido tener nada que ver con aquella mujer. Era guapa, pero no era su tipo. Sí lo era la que le estaba sonriendo en esos momentos. La tomó de la mano y avanzó hacia las olas, riendo. Y se olvidó por completo de Gemma y Nathan Whitmore.

Nathan debió de saber que había llegado a casa, porque cuando Gemma fue a la cocina a servirse ¡una copa de vino, apareció de repente detrás de ella. —¿Te has divertido nadando? —le preguntó.

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—Supongo que sí —respondió ella de manera cortante. —Luke está aquí de vacaciones, ¿verdad? —Sí. —No quiero que salgas con él. Gemma se volvió para mirar a Nathan a los ojos. —Soy una mujer casada. No voy a salir con ningún hombre. Pero si veo a Luke en la calle, o en la playa, hablaré con él. —¿E irás a nadar con él? ¿Y luego lo traerás a casa para hacerle un café? —Tal vez. —No quiero que lo hagas. —¿El qué? —Que lo traigas a casa. No quiero que estés a solas con él. —¿Por qué no, Nathan? ¿No confías en mí? —No se trata de confiar en ti. No confío en la situación. Luke es un hombre moderno, y le gustas. —Pero él a mí no me gusta. —Tal vez te guste… en otras circunstancias. —¿Qué clase de mujer piensas que soy? —Una mujer muy frustrada, imagino. Ella lo miró fijamente, furiosa, sí, se sentía muy frustrada. —Bueno, tal vez lo sea, pero eso no significa que vaya a buscar consuelo en los brazos de otro hombre. El Nº Páginas 184—208


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sexo no es lo más importante del mundo, Nathan. Ni tampoco es necesario para mantener la cordura. Yo puedo pasar sin él si tú también puedes. —Tal vez yo ya no pueda más —murmuró él—. Tal vez no soporte estar ni un minuto más a tu lado sin tenerte. —En ese caso, ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no? —Sí. ¡Ya lo sé! Gemma se quedó allí, sin aliento, excitada, sintiendo que se le aceleraba el pulso al ver a Nathan mirándola así, con incontrolable pasión. Entonces, él hizo algo que la sorprendió. Agarró las llaves del coche, que estaban al lado de la nevera, y salió de la casa. Cuando Gemma oyó arrancar el motor, salió corriendo al balcón, pero el coche ya estaba alejándose. Llamó a Nathan, pero si la oyó, hizo caso omiso de sus gritos. «Volverá», se dijo Gemma temblorosa. «Se ha dejado los papeles y la ropa. Seguro que vuelve cuando se haya calmado». Pero Nathan no volvió. Deprimida, Gemma dio de comer a Fauces y luego lo hizo entrar en casa. El perro parecía sentir su tristeza, porque se tumbó a sus pies cuando ella se sentó frente al televisor, incapaz de comer, incapaz de hacer otra cosa que no fuese castigarse mentalmente por todas las cosas que había hecho mal. Había sido muy insensible con el tema de Luke. Era normal que Nathan se hubiese sentido inseguro. Nº Páginas 185—208


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¿Por qué no lo había tranquilizado en vez de provocarlo? ¡Era una idiota! Se hicieron las siete. Las ocho. Las nueve. Nathan no iba a volver. Gemma hizo salir a Fauces para que pasase la noche fuera. Desde la semana anterior ya no dormía con ella, ya que había encontrado un par de pulgas en la cama una noche. Cerró con llave la puerta de atrás y marcó el número de teléfono de Nathan en Sidney, pero no hubo respuesta. Tal vez estuviese allí, pero no quisiese responder. Tal vez la estuviese castigando. Si era eso lo que quería, estaba funcionando. Hecha un mar de lágrimas, se obligó a darse una ducha. Después, se secó y se echó la crema que había comprado, se puso un poco en cada pecho y se la extendió con movimientos circulares, con la mente completamente perdida. Cuando por fin dejó de llorar, vio de pronto el reflejo de Nathan en el espejo. Se dio la vuelta, sorprendida, y el bote de crema se le cayó a los pies. —Has… has vuelto. Nathan no dijo nada, se limitó a observar su cuerpo desnudo durante un tiempo. Luego, se acercó a ella, recogió el bote de crema del suelo, con una expresión que no dejaba entrever sus pensamientos ni sus intenciones y volvió a mirarla. Ella parecía no poder moverse, ni respirar, sintió calor por todo el cuerpo. —Me parece… —dijo Nathan muy despacio, echándose crema en la palma de la mano— que deberías dejarme terminar lo que has empezado. Nº Páginas 186—208


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C a p ít u lo 1 4 —No puedo dejar que mi esposa se haga el amor ella sola —continuó Nathan con tranquilidad, dejando el bote encima del tocador. —¡No estaba haciendo eso! —protestó Gemma, le daba vueltas la cabeza—. Yo… yo… —Ssssh. Déjame a mí —hundió los dedos de la mano derecha en la crema y empezó a frotarle los pechos, dejándola sin aliento cada vez que le tocaba los pezones. Cuando hubo terminado toda la crema, la masajeó con ambas manos, acariciándole ambos pechos a la vez. Gemma no pudo evitar gemir y cerrar los ojos. Había deseado aquello durante tanto tiempo. No quería que parase… El paró, pero sólo un momento, para echarse más crema y extendérsela por el estómago. Gemma se sintió temporalmente decepcionada. Le había encantado que le acariciase los pechos. Pero se olvidó de aquello cuando Nathan bajó hacia sus muslos. —Abre las piernas —le ordenó. Gemma parpadeó y lo miró, ruborizada. El parecía muy sereno y aquello le sentó como un jarro de agua fría. ¿Estaba así porque, a partir de entonces, iba a controlar todos sus deseos? ¿O porque estaba teniendo cuidado, dado que ella estaba embarazada? Gemma no quería que estuviese tranquilo, ni que tuviese cuidado. Lo quería tan apasionado como siempre. Quería que le hiciese lo que necesitaba, y lo que Nº Páginas 187—208


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tanto le gustaba. No había lugar para técnicas eróticas, ni para juegos previos. Quería que Nathan se quitase la ropa y la acariciase con manos temblorosas, que la besase hasta que los dos deseasen ser uno. Tuvo todo aquello en la punta de la lengua, y tal vez su expresión la traicionó, porque Nathan dio un paso adelante y la besó, haciéndola olvidar su insatisfacción. Lo hizo con pasión, al tiempo que la agarraba por los glúteos y la levantaba para pegarla contra su cuerpo. A Gemma le sorprendió sentir su erección contra el estómago. ¡Así que no estaba tan tranquilo como parecía! Eso la hizo sentir todavía más deseo, y gimió. Abrió la boca y dejó que él le metiese la lengua. Cuando le hizo abrir un poco las piernas y empezó a acariciarla, Gemma deseó completar aquel viaje que no habían hecho nada más que comenzar. Nathan dejó de besarla para tomarla en brazos y llevarla hasta la cama. Allí, la tumbó con cuidado y continuó besándola mientras la acariciaba. Gemma se quejó cuando Nathan se apartó de ella para desnudarse, aunque lo hizo con rapidez. —Dime que me quieres —le pidió Gemma cuando él se puso por fin encima. El dudó, y eso hizo enloquecer a Gemma. —¡Dilo! —insistió. Jadeando, Nathan se dio la vuelta sin soltarla, poniéndola encima de él. Nº Páginas 188—208


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—¿Por qué no me dices que me quieres? —quiso saber Gemma—. Sé que me quieres, igual que yo te quiero a ti. —¿De verdad? —preguntó él en tono de burla—. ¿Cómo lo sabes? No tengas en cuenta lo que estás sintiendo en estos momentos. Esto no es amor. Podría hacer sentir a muchas mujeres lo mismo que te estoy haciendo sentir a ti en estos momentos. Indignada, Gemma intentó apartarse de él, pero Nathan la agarró por las muñecas y la hizo apoyarse de nuevo en su pecho. —Eres un cerdo, ¿lo sabes? —Sí. —¡Te odio! —Ahora sí que estás mintiendo. No me odias, Gemma, aunque tal vez tengas motivos para hacerlo. Todavía me deseas. Ese es uno de los motivos por los que volviste a Sidney conmigo. Tal vez el bebé fuese el principal, pero ése fue otro. Que lo llamemos «amor» no cambiará la realidad de la atracción física que sentimos el uno por el otro. Que me obligues a decirte que te quiero es de hipócritas. Ahora, ¿por qué no te callas, cariño? He vuelto para hacer el amor contigo, no para discutir contigo. —¿Por qué? —¿Por qué, qué? —¿Por qué has vuelto para hacer el amor conmigo? ¿Te preocupaba que pudiese tener una aventura con Luke Barton? Nº Páginas 189—208


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—En parte, sí. —¿Y cuál es la otra parte? —¿No lo sabes? —rió él—. Llevó todo el fin de semana subiéndome por las paredes, deseando hacerte el amor. No sé ni cómo he sobrevivido. Escribir ya no me funciona. Esto es lo único que puede hacerme sentir humano otra vez. Diciendo eso, le soltó las muñecas y le puso las manos detrás de las rodillas, separándoselas y haciendo que Gemma se sentase a horcajadas sobre él. Luego la penetró y la agarró con fuerza. —Por favor, no te muevas —le ordenó cuando Gemma empezó a luchar contra él. —Pero me estás haciendo daño —protestó ella. El pareció sorprenderse. —En las caderas —le dijo Gemma sin aliento. El dejó de agarrarla con tanta fuerza y le acarició la piel. —Lo siento. Pierdo el control, cuando estoy contigo. —Lo sé. —No seas tan petulante —murmuró Nathan—. Y cállate. No me dejas concentrarme. Antes no solías hablar cuando hacíamos el amor. Gemma abrió la boca y dejó escapar un grito ahogado de placer. Nunca había estado antes encima de él, y la sensación era increíble. Acompasó sus movimientos a los de él. Nathan gimió y aquel gemido hizo que Gemma se excitase todavía más, que desease Nº Páginas 190—208


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volver a oírlo gemir, volverlo loco. Instintivamente, su interior se contrajo y sintió una experiencia imposible de describir. —Oh, Dios —murmuró Nathan, casi como si estuviese sufriendo. Cuando la agarró por los hombros e intentó hacerla bajar para besarla, Gemma se resistió, no quería dejar de hacer aquello. Así que Nathan bajó las manos hasta sus pechos. Gemma nunca había sentido tanto placer, nunca había estado tan excitada. —Sí —gimió al sentir una explosión en su interior—. ¡Sí! —volvió a gritar convulsionándose y contrayéndose en una serie de violentos espasmos. Varios minutos después de haberse dejado caer sobre el pecho de Nathan, se sintió incómoda, como en el pasado. No sabía si era el silencio de Nathan lo que le preocupaba, o el haber perdido el control ella también. Por un momento, se había perdido en su propio placer, y no le había preocupado nada más que su propia satisfacción. ¿Era eso amor, o sólo deseo? ¿Acaso le acababa de demostrar Nathan lo que hacía tanto tiempo que le había dicho, que lo único que sentía por él era algo físico? El dejó escapar un suspiró, y Gemma se temió lo peor. Se sintió obligada a decir algo, algo que rompiese la tensión de aquel momento. —¿Vas a quedarte, Nathan? —le preguntó con cautela. —¿Esta noche, quieres decir? Nº Páginas 191—208


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—No. No sólo esta noche. Aunque, por supuesto, quiero que te quedes esta noche. —Supuse que querrías. —Si no vas a seguir dirigiendo la obra —continuó Gemma, intentando ignorar el dolor que le había causado el comentario irónico de su marido—, podrías venirte a Avoca. Es aquí donde querías vivir cuando nos casamos. No tienes que vender el piso de Sidney si no quieres. Podremos utilizarlo cuando vayamos allí — aunque en realidad ella no quería volver nunca allí. Nunca había sido feliz en aquel lugar. —No, creo que lo venderé. —Como quieras —comentó Gemma, aliviada. —Me gustaría darme una ducha —dijo Nathan de repente—. Y me gustaría que me acompañases —tomó su cara con las manos y la obligó a mirarlo a los ojos. Lo que vio Gemma, la horrorizó. Había un cinismo casi amargo en aquellos fríos ojos grises, acompañados de una perversa determinación. Acababa de cruzar una línea invisible con él en lo referente a su vida sexual juntos, y Nathan no tenía pensado dejarle dar marcha atrás. No podría volver a negarse a hacer nada. La agarró con fuerza mientras echaba las piernas hacia un lado de la cama. Se puso de pie y la agarró con una mano por el trasero y con la otra, por la cintura, soportando todo el peso de su cuerpo. Gemma, medio aturdida, pensó que le gustaba aquello, seguir unida a él. La llevó hasta el cuarto de baño y le hizo abrir la ducha y ajustar la temperatura antes de entrar. Nº Páginas 192—208


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Gemma dio un grito ahogado al sentir el chorro caliente de agua caer sobre ambos, Nathan hizo que se colocasen de tal manera que el agua cayese en medio, sobre sus pechos. Luego la besó sin importarle que el agua cayese sobre sus cabezas y resbalase por sus espaldas. Fue una experiencia increíblemente erótica, en especial cuando Gemma volvió a sentir el cuerpo de él frotándose contra el suyo. Ella apretó sus músculos internos contra la erección de Nathan, y se habría quedado así eternamente si él no la hubiese hecho bajar al suelo. A Gemma le costó un momento guardar el equilibrio, tenía las piernas débiles. Después, Nathan tomó jabón y una esponja y se los tendió. Al principio, a Gemma le tembló la mano, pero poco a poco fue perdiendo la timidez y, animada por su propio deseo, fue bajando la mano del pecho hasta su erección. Al llegar allí, se le cayó el jabón y se quejó de su torpeza. —Déjalo —dijo él, y gimió al sentir que le frotaba con la esponja húmeda. A Gemma le volvía loca oírlo gemir así. Agarró la esponja con más fuerza y lo frotó de arriba abajo. El juró entre dientes y se apoyó en la pared, temblando bajo sus caricias. Aun así, no era suficiente para Gemma. Quería hacerlo estremecerse de incontrolable placer, quería que no fuese capaz de parar, como le pasaba a ella cuando él le hacía el amor. Quería que fuese completamente suyo. Aunque aquel fuese el único modo.

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—¡No! —protestó Nathan cuando Gemma apartó la esponja y se puso de rodillas delante de él. Ella no le hizo caso, se echó hacia delante y besó sus muslos antes de tomar su erección entre las manos y luego besarlo. —¡No! —gimió de nuevo Nathan. Pero ella no tenía piedad, ni conciencia, estaba tan excitada, que aquello le parecía la cosa más natural del mundo. Primero lo acarició con la lengua y luego le hizo temblar al tomarlo entre sus labios, al principio sólo un poco, y luego cada vez más. Nathan pareció quedarse helado un momento, y ella deseó llevarlo rápidamente al límite, hacer que se rindiese. Si no conseguía su corazón, al menos tendría su cuerpo. No le permitiría que se echase atrás, ni que la rechazase. Lo apretó más con los labios, buscó con las manos los lugares más íntimos de su cuerpo. De repente, dejó de caer agua y Gemma sintió que la levantaban, la sacaban de la ducha, la envolvían en una toalla y la llevaban de vuelta al dormitorio. —Si pensase que podías haberle hecho esto a cualquier otro hombre —rugió Nathan, dejándola en la cama y quitándole la toalla… A Gemma le costó unos segundos encontrar la voz. —Sabes que no lo he hecho, Nathan. Después de ti, nunca podrá haber otro. Tú me has convertido en lo que soy. Y me has hecho completamente tuya. No me digas que tienes miedo de tu propia creación. Esto es lo que Nº Páginas 194—208


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siempre quisiste que fuese, ¿no? Tu esclava sexual, dispuesta a hacer todo lo que quisieras. ¿Por qué me paras ahora? Déjame que te dé placer —le rogó poniéndose de rodillas y abrazándose a su cintura—. Déjame que te haga el amor. Empezó a besar las gotas de agua que había sobre sus costillas y luego fue bajando poco a poco hasta su erección. —Quiero hacerlo —insistió—. Y tú quieres que lo haga. Déjame… Y él la dejó.

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C a p ít u lo 1 5 —¿No te parece que Ava está preciosa? —comentó Gemma suspirando. —Todas las novias están guapas —respondió Nathan—. ¿Te arrepientes de no haber tenido una boda religiosa? —En cierto modo. Supongo que habría sido bonito de recordar, pero ya es demasiado tarde —y se tocó el vientre. Estaba embarazada de poco más de cuatro meses, y empezaba a notársele. También estaba muy feliz. Lo había estado desde que Nathan había vuelto a su vida, dos meses antes. Al principio, se había temido que su relación no hubiese cambiado, que siguiese siendo sólo sexual, que él no la quisiera. Pero Ma había tenido razón al decir que lo que necesitaban era pasar tiempo juntos. Según iban pasando los días, Gemma estaba más convencida de los sentimientos que tenían el uno por el otro. Tal vez Nathan no le hubiese dicho con palabras que la amaba, pero se lo demostraba con todos sus actos. Por supuesto que a ella le hubiese gustado que se lo dijese, pero no iba a ser ansiosa. Ni tampoco iba a esperar que ocurriese un milagro. A Nathan no le gustaba la palabra «amor». Volvió a fijarse en Ava, que estaba en el altar con Vince, mirándolo con tanta admiración, que a Gemma se le hizo un nudo en la garganta. Cuando la oyó decir los votos, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Nº Páginas 196—208


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—Voy a llorar —le advirtió a Nathan—. Déjame tu pañuelo. El suspiró y se sacó el pañuelo de seda del bolsillo de la chaqueta. Gemma se sonó la nariz y Jade, que la oyó, se volvió a mirarla. —No estarás llorando, ¿verdad? Sí, estás llorando. Ahora me voy a poner a llorar yo también. Toma, Kyle, sujeta al bebé. Yo también estoy emocionada. Kyle agarró encantado a su precioso Dominic y lo miró con tanta adoración como miraba Ava a Vince. Dominic Henry Gainsford había nacido un mes antes y tenía a sus padres encandilados, tanto, que Jade quería tardar una temporada en tener otro. Gemma no quería que sus hijos se llevasen demasiado tiempo. Tenía planeado tenerlos uno detrás de otro, hasta que la familia estuviese completa. Tal vez tendrían que vender la casa de Avoca, pero todavía no se lo diría a Nathan. Ya le había sorprendido bastante saber que quería tener media docena de hijos. Por fin más tranquila, volvió a centrarse en la ceremonia justo en el momento en el que declaraban a Ava y a Vince marido y mujer. Había sido una ceremonia tradicional y muy conmovedora y Gemma se arrepintió de no haber tenido algo parecido. No obstante… entrelazó su brazo con el de Nathan y sonrió. Tenía que dejar de quererlo todo. Ya era una de las chicas más afortunadas del mundo. Un año antes, había llegado a Sidney sin nada. Y en esos momentos, tenía una maravillosa familia e iba a tener un bebé. Nº Páginas 197—208


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Vince y Ava fueron a firmar el certificado de matrimonio. Todo el mundo se sentó y el órgano empezó a sonar. Gemma observó a los invitados. No había conocido a la familia de Vince hasta ese mismo día, y eran muchos. Por parte de la novia, había menos invitados, pero mucho más de los que habrían asistido seis meses antes. Desde que había conocido a Vince, Ava había florecido, tanto personal como laboralmente. Su exposición de arte, que había tenido lugar un mes antes, había tenido mucho éxito y ya la habían catalogado como una de las mejores nuevas artistas australianas. Byron estaba muy orgulloso de ella, como el resto de la familia. Gemma habría deseado que Melanie estuviese allí. Había sido más que un ama de llaves para los Whitmore, una amiga, pero acababa de dar a luz a una niña, a la que le habían puesto de nombre Tanya. Les habían prometido que irían a verles desde Inglaterra cuando Gemma hubiese dado a luz, para reunirse todos con sus respectivos hijos. Gemma se preguntó qué sexo tendría su hijo. Nathan y ella habían deseado no saberlo hasta el final. Querían que fuese sorpresa. Y como le había dicho a Celeste que fuese ella quien eligiese el nombre, no quería pensar en cuáles le gustaban a ella, sólo esperaba que su madre no escogiese ninguno raro. —Byron me ha dicho que Celeste ha cedido el Corazón de Fuego al Museo Nacional —le comentó Nathan en voz baja—. También me ha dicho que quiso regalártelo a ti, pero que lo rechazaste. Nº Páginas 198—208


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—Es cierto. —Supongo que vas a decirme que ese ópalo de dos millones de dólares era sólo algo material. —Y lo era. —Sólo tú pensarías algo así. —¿Estás aceptado?

enfadado

conmigo

por

no

haberlo

—Estoy enfadado contigo por hacer siempre lo correcto. Sólo espero no haberme equivocado yo. —¿Acerca de qué? —De algo que te he comprado. Nathan no le había hecho regalos desde que habían vuelto a estar juntos, salvo en Navidad. Y a ella le gustaba la sensación de ser una esposa de verdad, no una amante cara. —¿Qué me has comprado? —preguntó intentando no parecer preocupada. —Tal vez debí habértelo consultado antes. —Nathan, si no me dices lo que es, te vas a pasar la noche en tu estudio. ¡Escribiendo! —Belleview —contestó él por fin—. Te he comprado Belleview. Gemma abrió la boca y lo miró fijamente. Se le detuvo el corazón y los ojos se le llenaron de lágrimas. —Pensé que te gustaría vivir allí —comentó él mirándola preocupado—. Te pusiste tan triste cuando te dije que Byron iba a vender la casa, que pensé… Pero supongo que he vuelto a equivocarme. Nº Páginas 199—208


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Ella sacudió la cabeza y se limpió las lágrimas. —Nada me habría hecho más feliz —y volvió a llorar. Nathan le puso un brazo alrededor de los hombros y la echó hacia él. —Por fin —suspiró—. Por fin he hecho algo bien. Aquella noche, Gemma se quedó tumbada en la cama, cansada, pero feliz. El viaje desde Sidney a Avoca, después de la recepción, le había parecido largo. Febrero había sido tan caluroso como enero y, a pesar de que soplaba algo de brisa, la casa estaba caliente. —Te has metido muy pronto en la cama —bromeó Nathan al verla—. ¿Es una indirecta? —Como te acerques a mí esta noche, te mato —le advirtió ella bostezando. —Te compro una casa de tres millones de dólares y así es como me lo agradeces. —Te lo agradeceré mañana por la mañana. —Tal vez esté muerto mañana por la mañana. —¿Nunca aceptas un no por respuesta? —No. Gemma observó cómo se desnudaba. Ella también estaba desnuda, hacía tiempo que había dejado de ponerse camisón, ya que le parecía una pérdida de tiempo. Siempre acababa quitándoselo. Nathan la miró un momento y luego se dio la vuelta y se fue al baño a darse una ducha. Gemma se dio la vuelta en la cama y suspiró resignada. Luego, oyó cómo Nº Páginas 200—208


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dejaba de caer el agua y se puso tensa, esperando a que Nathan volviese y apretase su cuerpo fresco y desnudo contra su espalda. Luego la penetraría así, como había estado haciéndolo últimamente, para no molestar al bebé. A Gemma le excitaba mucho aquella posición. Sintió calor y humedad entre las piernas sólo de pensarlo. Y entonces Nathan volvió y la hizo suya sin más preámbulos. Los dos llegaron enseguida al clímax, pero Nathan siguió dentro de ella, acariciándola con cuidado mientras las respiraciones de ambos se calmaban. Gemma suspiró satisfecha. —Tienes un modo muy extraño de decir que no —le susurró él al oído. Luego le dio un beso en el hombro. —Umm. —¿Qué tal está el bebé? —preguntó mientras le acariciaba el vientre. —Creciendo. —¡Dios mío! ¿Lo has sentido? Se ha movido. Es la segunda vez esta semana. —Probablemente esté protestando por tanta acción. —¿De verdad te hace feliz que haya comprado Belleview? —quiso saber Nathan—. Nos quedaremos aquí hasta que haya nacido el bebé, ya que tu ginecólogo está aquí, pero luego tendremos que volver a Sidney entre semana y dejar Avoca sólo para los fines de semana.

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—Me parece estupendo —contestó Gemma, volviéndose para mirarlo a los ojos—. Adoro esa casa. Y te adoro a ti. El la besó, pero no le dijo que la quisiera. Y eso le dolió a Gemma, como hacía mucho tiempo que no le dolía. Tal vez Nathan sintió el dolor, porque intensificó el beso y la acarició hasta volver a hacerla enloquecer de deseo. Pero cuando hubieron acabado, Gemma volvió a preguntarse si Nathan nunca le diría que la quería. Aquella noche, cuando se durmió, Gemma tenía las pestañas y las mejillas húmedas.

Los primeros dolores llegaron cuando estaba en casa, sola. Era un domingo de mediados de junio, aunque la llegada del bebé no estaba prevista hasta dos semanas más tarde. Nathan había ido a Sidney para ayudar a Celeste y a Byron a mudarse de Belleview. Al principio, Gemma pensó que era sólo un dolor de espalda, pero al sentir la primera contracción, supo que el niño estaba de camino. Intentó no ponerse nerviosa y llamó a Belleview, donde no respondió nadie. Entonces se dio cuenta de que no tenía el nuevo número de teléfono de Byron. ¡Ni tampoco su dirección! Llamó al teléfono del coche de Nathan, pero tampoco obtuvo respuesta. Durante unos minutos, no supo qué hacer.

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—¡Jade! —gritó de repente, y marchó el número de su hermana que, afortunadamente, sí estaba en casa. —Soy Gemma —le dijo rápidamente, pero intentando no parecer asustada—. Me he puesto de parto y Nathan está en Sidney, ayudando a Byron y a Celeste, y no tengo su número de teléfono —sintió otra contracción y no pudo evitar gemir de dolor—. Dios mío, Jade, me duele mucho. —Lo sé, cielo, lo sé. Escúchame. Llama un taxi y vete al hospital lo antes posible. Yo contactaré con Nathan y con el resto y les diré que vayan directos allí. ¿Entendido? —Sí, Jade —contestó ella, casi llorando de dolor. —Ahora, cuelga y llama a ese taxi. Cuando el taxista la vio, palideció, la hizo sentarse y condujo todo lo rápidamente que pudo. Afortunadamente, era un domingo de invierno, así que no había demasiado tráfico y llegaron al hospital en quince minutos sanos y salvos. En esos momentos, las contracciones ya eran muy seguidas. Gemma consiguió entrar en el hospital, donde una enfermera le pidió inmediatamente una silla de ruedas. Diez minutos más tarde, estaba tumbada en una cama, vestida sólo con una bata. Ella estaba segura de que el nacimiento sería inminente, así que cuando fue el médico a examinarla y le dijo que todavía podía tardar horas, Gemma lo miró horroriza. —No… no estoy segura de poder soportarlo. —Intentaremos que estés lo mejor posible —le dijo el médico después de pedirle a la enfermera que le Nº Páginas 203—208


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pusiesen una inyección—. A veces el primer bebé tarda en nacer. Sería aconsejable que intentase relajarse. ¡Relajarse! ¿Cómo iba a relajarse con aquel dolor? Casi ni sintió cómo la pinchaban, a pesar de que no le gustaban nada las inyecciones. Quería llorar, pero su orgullo no se lo permitía. Todas las mujeres se enfrentaban a aquello. ¿Acaso ella era demasiado débil? ¿O cobarde? ¿O era que algo iba mal? Tal vez la cabeza del bebé fuese demasiado grande. Dios santo, ¿dónde estaba Nathan? ¿Y Celeste? Quería estar con su marido. Con su madre. Quería… Empezó a sentirse aturdida. Sintió menos dolor. Tal vez fuese a sobrevivir, después de todo. Suspiró y sintió que se relajaba. Quince minutos más tarde, tenía ganas de empujar.

Cuando Nathan recibió la llamada de Jade, casi se muere. Gemma estaba de parto, sola y, probablemente, preocupada. No debía haberla dejado sola. ¿En qué había estado pensando? Le dijo a Jade que llamase a Byron y a Celeste y él piso el acelerador del Mercedes. Media hora más tarde, llegaba al hospital. Al entrar, preguntó por la maternidad y una enfermera lo condujo hasta la habitación de Gemma. Al entrar, se encontró con que la cama estaba vacía.

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—Debe de estar en el paritorio —le dijo la enfermera—. Tiene que lavarse, ponerse guantes y una máscara antes de entrar. —Pues adelante. Si le pasa algo a mi Gemma, voy a echar abajo este hospital. —Empuje más fuerte justo a mitad de la siguiente contracción —le dijo el médico—. Déjese llevar. Gemma miró por encima de su hombro, hacia la puerta, que estaba cerrada. —¿Ha llegado ya mi marido? —preguntó a la enfermera—. Por favor, vaya a ver… La enfermera miró al médico, que asintió. Salió de la sala y Gemma intentó concentrarse en empujar, pero tenía la sensación de que el bebé no nacería hasta que Nathan no hubiese llegado. —Empuje —le ordenó el médico, que parecía molesto con ella. Terminó la contracción, y en ese momento apareció Nathan por la puerta. —Aquí está su marido, señora Whitmore. Nathan se acercó a toda prisa y tomó su mano, parecía nervioso y preocupado. Ella le sonrió débilmente y le habría dicho algo si otra contracción no se lo hubiese impedido. —Empuje más fuerte, Gemma —insistió el médico—. Empuje. Clavó las uñas en las palmas de las manos de Nathan, pero él no dijo nada. Se alegraba de poder Nº Páginas 205—208


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compartir el dolor que, evidentemente, estaba sufriendo su mujer. —Muy bien —dijo el médico—. Un par de empujones más y todo se habrá acabado. Nathan miró el rostro pálido y ojeroso de Gemma, y se dio cuenta de que la quería más que a su propia vida. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo podía haber pensado que era sólo deseo lo que sentía por ella? Aquel día no sentía deseo. Sólo admiración, ternura y cariño. Sólo amor. Se agachó y le dio un beso en la frente. —Puedes hacerlo, cariño —la animó—. Puedes hacerlo… Ella hizo acopio de todas sus fuerzas y volvió a empujar. Entonces oyeron llorar al bebé y Nathan se quedó sorprendido. Casi se le había olvidado el bebé, de lo preocupado que estaba por Gemma. —Es un varón, señor Whitmore —anunció el médico con orgullo—. Enfermera, dele el niño a Gemma. Se lo merece. Nathan observó cómo el rostro exhausto de Gemma se llenaba de alegría. Alargó los brazos para tomar a su hijo. —Oh, Nathan —dijo, llevándose al niño al pecho—. ¿No te parece precioso? ¿No es la cosa más bonita que has visto nunca? Nathan tragó saliva. Sí, nunca había visto nada tan bonito como a su hijo y a su mujer juntos. Se le contrajo Nº Páginas 206—208


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el corazón al pensar cómo había sido concebido el niño, pero enseguida se dio cuenta de que lo que hubiese ocurrido en el pasado ya no importaba. Tomó la decisión de que volvería a casarse con Gemma. Ella avanzaría del brazo de su padre y vestida de blanco hacia el altar, donde él la esperaría. Y todo el mundo, incluso Ma, estaría presente. Y luego se irían de luna de miel. Pero, sobre todo, Nathan tomó la decisión de que no volvería a pasar un día sin que le dijese a Gemma cuánto la quería. —¿Qué nombre crees que le pondrá Celeste? — preguntó ella interrumpiendo sus pensamientos. —Alexander —respondió Nathan inmediatamente— . Tu madre me ha llamado cuando venía de camino y me ha dicho que se llamaría Alexander si era niño, y Augusta si era niña. —Menos mal que ha sido niño —dijo Gemma riendo. —Estoy de acuerdo —sonrió él. —En ese caso, denme al pequeño Alexander —les pidió la enfermera—. Necesita un baño, y algo de ropa —y se lo llevó haciéndole carantoñas. —Me parece que Alex va a ser un donjuán, como su padre. —Pues yo creo que se parece a su madre. —¿En qué? —En que es adorable. Gemma contuvo el aliento, aquello era lo más parecido que Nathan le había dicho nunca a que la quería. Nº Páginas 207—208


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Nathan se quitó la mascarilla y se agachó a darle un beso en los labios. —¿Te he dicho últimamente que te amo? A Gemma se le detuvo el corazón. —No… últimamente, no —consiguió decir. —Te amo —repitió él. Gemma cerró los ojos y luego dejó escapar un suspiro. ¿Cuántos momentos podrían ser tan maravillosos como aquél? ¿Cuándo podía uno tenerlo todo? ¿Cuántos milagros ocurrían? —Te amo —volvió a decirle Nathan con voz temblorosa.

Fin

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