México ante Dios

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la aristocracia española, en la que se le hacía saber al director del oratorio de La Profesa las reflexiones de Fernando VII, en las que se lamentaba del papel asumido por los liberales y hacía saber su disposición de viajar a América para promover su independencia. ¡ Increíble ! —El mismo rey, por esa razón, ya es uno de los nuestros —afirmó entusiasmado el alto prelado—. La Nueva España debe romper con una corona liberal, por más que ésta se le haya impuesto a don Fernando por la fuerza de las armas: es claro que la Metrópoli ya no garantiza nuestros privilegios ni los del ejército. La lectura de la carta produjo el efecto esperado. Los pruritos y los escrúpulos se desvanecieron mágicamente. En el ambiente se percibía la conformidad de los presentes para llegar a los extremos: el rompimiento con España era inevitable. La moción había prosperado. Nadie sospechó de la autenticidad de la carta. —Bien —prorrumpió el Gran Inquisidor—: la primera parte de la decisión creo yo que todos la hemos tomado. Debemos soltarnos a hachazos de España, cortar las cuerdas que nos unen a ella, antes de que nos hundamos juntos. Hasta ahí no hay desacuerdos ni dudas —asentó en tono doctoral sin moverse de la silla ni retirar la vista del cuadro de la Virgen de Guadalupe colgado en uno de los nichos al lado izquierdo del altar—. Pero ¿quién va a ejecutar militarmente la independencia? Necesitamos un brazo armado para


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