Livraghi, giancarlo el poder de la estupidez

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GIANCARLO

LIVRAGHI

Pero mientras la vida, como tal, posee valor por el mero hecho de existir, no ocurre así con las empresas (ni con ninguna otra clase de organizaciones públicas o privadas), que solo merecen existir si están haciendo algo útil para otros y para la sociedad en su con­ junto. Deben crecer cuando se necesita más cantidad de lo que hacen, pero reducirse si su utilidad disminuye y, si dejan de cum ­ plir un propósito útil, deben desaparecer. Esta es una constante en cualquier iniciativa humana, tanto si obedece a la búsqueda del beneficio económ ico como si respon­ de a cualquier otro fin, tales como el servicio público, político o institucional. Otra de las observaciones de Parkinson indica que la cantidad de tiempo y atención empleados por la dirección en dar respuesta a un problema se halla en relación inversa con su importancia real.2 No debemos entenderlo como una «regla general» ni ocu­ rre siempre así. Pero cualquiera que haya tenido trato con el fun­ cionamiento real de las organizaciones sabe que ocurre así con gran frecuencia. También hay una enfermedad denominada ley del retraso.3 Cuando un problema es urgente, grave, exigente y com plejo, los gestores huyen de la responsabilidad delegando y retrasando, du­ dando y vacilando, etcétera, hasta que el caso es irresoluble. En el estado de premura exagerada y paranoica en el que vivimos (com o se verá en el capítulo 16), podría parecer que el «retraso» ha dejado de ser un problema. Pero el hecho es que no ha m ejo­ rado, sino que la situación ha tendido a empeorar. Es frecuente que urgencias imaginarias y prisas sin razón de existir lleven a dejar de lado lo que no parece solucionable de in­ mediato. El resultado es la com binación de dos errores: decidir a toda prisa sobre cosas que necesitan de una mayor reflexión y

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