Paralelo 43 - Nº 7 abril 2014

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El retablo es, sin duda, una de las contribuciones más sobresalientes del arte español al arte universal, pues es en estas tierras y en el vecino Portugal donde alcanza su mayor desarrollo. Quizá el elemento más interesante que aporta el retablo sea que consiste en una perfecta síntesis de diversas artes, como son la arquitectura, la escultura y la pintura, cuyo concurso se hace necesario para el desarrollo del mismo. Desde sus inicios, y más pasado el tiempo cuando alcanza gran desarrollo, el retablo se vio como un medio de transmisión de ideas e historias religiosas, dado que la población de aquellos siglos, hablamos del XV, XVI, XVII…, era fundamentalmente iletrada; además todas esas ideas e historias iban envueltas en un aura formal triunfalista que reforzaba las creencias de los fieles. En un principio fueron elementos accesorios del altar pero con el tiempo fueron tomando mayor presencia y convirtiéndose en marcos solemnes de unas celebraciones religiosas no menos solemnes. La contrarreforma vio en los retablos un magnifico medio de propaganda religiosa debido sobre todo a sus características altamente pedagógicas: se buscaba que las imágenes no fueran confusas en su mensaje y desaparecieron las simbologías clásicas para dejar sitio a los santos. Algunos de los retablos que encontramos en esta comarca fueron financiados por la Iglesia, bien por iniciativa parroquial, por mandato de los visitadores, por cofradías, órdenes religiosas u hospitales, o también por las altas jerarquías eclesiales. En el primero de los casos los mayordomos de la parroquia tenían que obtener la correspondiente licencia para proceder a su ejecución so pena de excomunión. Cuando se trataba de los visitadores, eran ellos los que ordenaban a las fábricas la ejecución del correspondiente retablo de la iglesia. A partir del

Concilio de Trento en 1563, aparece la figura del veedor, como encargado de dar el visto bueno a las obras a realizar, comprobando celosamente que se seguían las directrices de Trento. En el proceso de promoción artística destacan los miembros de los cabildos catedralicios de forma individual y particular, como los canónigos. Era habitual que financiaran sus propios enterramientos en sus localidades natales pagando la construcción de capillas funerarias, altares, retablos… Junto a los canónigos fue muy habitual que párrocos o beneficiados ayudaran con donativos y limosnas a las labores de construcción de retablos y capillas fundando capellanías para su mantenimiento, teniendo que asegurar para ello unos ingresos perpetuos, probablemente a través de rentas agrarias. También financiaron estas obras retablísticas religiosas de órdenes femeninas. Un ejemplo cercano lo tenemos en Santa Clara de Medina de Pomar, donde existió un retablo que actualmente se encuentra en manos privadas y que fue financiado por Doña Leonor de Velasco, abadesa del mismo, en el siglo XV. Es un retablo dedicado a la Pasión, en el cual aparece ella misma en la calle central en posición orante vestida de abadesa y arrodillada frente a Cristo atado a la columna. Varios obispos destacaron en la promoción artística de nuestra comarca. Es el caso del retablo de la capilla del obispo de la Fuente, que se encuentra en el interior de la iglesia de San Saturnino de Moneo, y que fue contratado en 1588 con Juan de Anchieta (en palabras del gran escultor Juan de Juni “el mejor escultor que podía suplirle a él en la obra del retablo de Medina de Rioseco”) por el testamentario del fallecido obispo de Pamplona don Pedro de la Fuente por un importe de doscientos cincuenta ducados.

ARTE SACRO EN LAS MERINDADES

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