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Los micromachismos no son micro, son violencias cotidianas

A lo largo de los años, por todo el sistema estructural en el que nos hemos desarrollado, se nos ha educado a caminar sobre patrones, roles o estereotipos que jerárquicamente ponen a las mujeres siempre en un lugar inferior al de los hombres.

Desde que nacemos se nos asignan roles por nuestro sexo, si somos mujeres usaremos vestidos, vestiremos de color rosa, jugaremos a tener una casa, cocinar y querer casarnos para formar la “familia ideal”; si se nace hombre, tu papel en la jerarquía de la sociedad está bien marcado y escrito, te encargarás de “ser el sustento” de tu familia, de trabajar, vivir una vida fuera de casa, una vida pública, exitosa y que en unos años tu esposa impulsará haciéndose cargo de la educación de tus hijos, de la comida, de los cuidados en general, sin recibir remuneración alguna claro, porque “eso es lo que le toca hacer”.

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Esto que describo se ha venido combatiendo durante los últimos años, hemos luchado para capacitarnos y educarnos entre nosotras para que ningún sistema que basa su estructura y jerarquía en la explotación de algunas y algunos, continúe reprimiendo nuestros sueños o vidas.

Es por eso que decidí hablarte de los mal llamados “micromachismos”, esas actitudes que tienen hombres y mujeres -porque la mayoría creció con una educación machista, lo cual hace que las violencias puedan ser replicadas por hombres y también por mujeres-, esas actitudes que se clasificaron en 1990 por el psicólogo Luis Bonino, quien se dedicó a hablar de estos comportamientos masculinos cotidianos que, limitan, fuerzan o coartan la voluntad de las mujeres de forma sutil dentro de sus relaciones de pareja heterosexuales.

Él describió estas acciones como “pequeñas tiranías o violencias de baja intensidad, realizadas por los hombres para dominar a sus parejas”, convirtiéndose en actitudes peligrosas por lo difícil de detectar, al estar tan normalizadas por la sociedad.

Con el paso del tiempo, sabemos que los “micromachismos” ya no están únicamente vinculados a las relaciones de pareja. Sabemos que pueden suceder en el espacio público, laboral, familiar y social, entre muchos otros; el problema de usar el prefijo “micro” es que lo convierte en algo pequeño y lo pequeño se asimila como algo que tiene poca importancia porque es “chiquito”, cuando por naturaleza estas conductas son violencias de alta intensidad, que llegan a ser extremadamente peligrosas por su cotidianidad.

Si reflexionamos, veremos que aquí el debate no es por el tamaño sino por la persistencia y consistencia que adquieren con el paso del tiempo, del daño que generan por ser tan frecuentes que muchas veces una misma no sabe que está siendo víctima de algún tipo de violencia.

Vayamos entendiendo un poco más, si bien un “micromachismo” no es un ojo morado, una violación o un feminicidio, estas actitudes o conductas sí forman parte de un sistema que involucra violencias mayores o extremas.

Estas conductas que parecen “inofensivas” si las vives una o dos veces, cuando tienen una repetición sistemática, pueden tener un efecto que nos destruye por completo, nos hace sentir feas, inadecuadas, inadaptadas, culpables, con miedo, inseguras y puedo seguir la lista…

Esta es la razón por la que hay que llamarles por su nombre: violencias cotidianas o machismos cotidianos, tengamos en cuenta que el hecho de no verlos, no quiere decir que sean menos peligrosos.

Y es que, considero que es un tema tan crucial para la sociedad en la que vivimos, por cómo la globalización ha demostrado lo rápido que puede exponer al mundo algún tema que desconocía o que minimizaba. Podemos ir desde cómo las violencias cotidianas parten de los roles de género al nacer, a la violencia política, o hasta el ¿por qué hay más mujeres secretarias?, o, ¿por qué un hombre en un espacio de toma de decisiones se “ganó” el puesto con el sudor de su frente y su honestidad y las mujeres seguramente lo ganaron con su cuerpo o por su belleza?, (así se nos juzga diariamente).

Lo que no se habla, no existe. Minimizar las violencias cotidianas les resta el enorme impacto que tienen en la vida de cada ser humano, es por ello que se insiste en educar con perspectiva de género, con planes enfocados en no violar los Derechos Humanos, en tener una cultura de paz y respeto por aquello que no es familiar a ti o con lo que simplemente no coincides.

Dejemos de minimizar y normalizar las violencias cotidianas y continuemos señalando aquello que nos hiere, que nos limita o nos violenta.

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