Los Caballeros Las Prefieren Brutas

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Isabella Santo Domingo

Los caballeros las prefieren brutas

Capítulo 5 ¿El primer amor o la primera desilusión?

Mejor malo conocido que bueno por conocer. ¡A otro perro con ese hueso! ¡Si en la vida uno tiene derecho a besar muchos sapos

SI ALGO DE VERDAD NOS DAÑA LA CABEZA para toda la vida y marca nuestros patrones en cuanto a comportamiento, conducta, pensamiento y nivel de tolerancia que tendremos en el futuro con ellos, eso es el primer amor. Es decir, el primer hombre en el que nos fijamos a pesar de sus granos en la cara, de sus frenillos, de sus manos sudorosas y de ese sospechoso tonito de voz (una mezcla entre el efecto que se produce al inhalar helio, la voz de la abuela con gripa y la de su papá pero ronco). Ese primer romance que como un imán, nos atrae y nos lleva a sentir por primera vez mariposas en el estómago. Ese irresponsable adolescente que nos enamora, nos seduce, nos conquista jurándonos amor eterno. Ese que nos traiciona y nos parte el corazón también por primera vez. Lamentablemente cuando somos niñas, nada ni nadie puede evitar que nuestras insoportables e irresponsables hormonas hagan lo que se les venga en gana. Que, generalmente, es lanzarnos directamente a los brazos del más perdedor de todo el curso y el peor de todo el grupo de posibles prospectos que haya. Porque eso sí, de adolescentes, uno nunca se fija en el más pilo del curso, en el que fijo terminará siendo un gran abogado o un médico laureado o en el que algún día heredará aquella exitosa fábrica de productos de plástico del papá. No, de pequeñas uno siempre se enamora perdidamente del más guache porque es indiscutiblemente el más sexy. Del más torpe, cuya inexperiencia y ganas de probarlo todo por primera vez, confundimos con ternura. Del que más ganas de experimentar, preferiblemente con todas nuestras amigas, tenga. Del que tiene complejo de animador de pollada, de locutor de bingo. El recreacionista de bazar, el Pernito Wanna Be, dizque porque es "súper chistoso". No, uno cuando pequeña es muy poco selectiva y no le mete mucha razón a una decisión tan "sencilla" como a quién le entrega el corazón. ¿Para qué si podríamos jurar que es para toda la vida? Si eso fue lo que nos prometió. Y es así como siempre terminamos creyéndole las promesas al primero que se nos atraviesa por el camino. Y todo para qué, si todo el mundo sabe que las grandes tragedias siempre terminan en muerte, mientras todas las comedias terminan en boda. Entonces ¿por qué no aprender desde niñas a ser más selectivas? Y en vez del payaso, ¿por qué no aspirar a salir más bien con el dueño del circo? Es así como casi siempre terminamos sufriendo por el primer amor. Llorando a moco tendido y renegando de nuestras propias cortas existencias como si fuera el fin del mundo, por el perdedor de turno. Ese que hasta nuestras propias madres nos prohiben ver y no porque no les guste, sino porque el camino para decidir aún es largo. A lo mejor, debido a sus propias experiencias personales con su primer fracaso sentimental, nuestras madres intervienen para prevenirnos de terminar enredadas en una mala relación. Y lo digo basada en que en generaciones anteriores, las mujeres eran de pocos amigos, muchos menos novios o sino, de casarse con el de toda la vida. O, con el primer atarván que les juró amor eterno. De allí y, de la mala experiencia con nuestros propios padres, que quieran ayudarnos a que escojamos bien nuestro primer amor para no terminar como muchas de ellas, casadas y encartadas con su primera desilusión. 35


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