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El Soldado Encantado de La Alhambra

icente, un estudiante de la universidad de Salamanca, que tenía que ganar algo de dinero para seguir con sus estudios, salió con su voz y su guitarra, que eran sus medios de vida. Un día encontró un anillo plateado, y se dio cuenta de que, en él, estaba grabado el emblema del Rey Salomón. Así que Vicente, decidió desviar sus correrías hacia Granada, donde se dedicó a cantar y recoger limosnas de los viandantes. Un día, mientras cantaba a la vera de una fuente, vio a una bellísima doncella que acompañaba a un sacerdote, así que Vicente se les acercó cantando e intentando entablar conversación, pero no funcionó. El sacerdote, cansado de Vicente, decide irse, y la doncella aprovecha para echar un vistazo al tuno, haciendo que él se dé cuenta y le dé un vuelco al corazón. Alguien de la ciudad, le contó que se trataba de un tío y su sobrina.

En las siguientes jornadas, el tuno cantó cerca de la casa del cura, con la esperanza de ver a la bella doncella, pero la única persona con la que entabló alguna que otra palabra y un saludo fue con su tío el cura. Mientras Vicente pensaba en su amada, sentado en la barandilla del puente del Darro, se fijó en un personaje insólito. Un hombre vestido de soldado medieval permanecía inmóvil, como si estuviera haciendo guardia. Y lo que más sorprendió a Vicente, fue que ninguna de las personas que pasaban cerca del soldado, parecía importarles sus pintas. Intrigado, se acercó a preguntarle quien era.

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El soldado le contesta, “llevo 3 siglos haciendo guardia, pero esta llegará a su fin.” Y preguntó a Vicente si le gustaría hacer fortuna al que este contestó con un rotundo “CLARO QUE SÍ”. El soldado empezó a caminar, y Vicente le siguió hasta llegar a las ruinas de una solitaria torre de vigilancia. Al acercarse a la puerta, el vigilante golpeó con su lanza el suelo. Con un gran estruendo, las losas del empedrado se apartaron, dejando un hueco. Mientras bajaban por una escalera, el soldado le confesó que era miembro de la guardia de los Reyes Católicos, que, al finalizar el asedio de Granada, ¡en 1492!, había ayudado a un clérigo musulmán a esconder algunos de los tesoros del Rey Boabdil.

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